Isaías 2,
1-5
Salmo 121, 1-9
Romanos 13,
11-14a
Mateo 24, 37-44
Hoy empezamos un nuevo año
cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva
a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía.
Desde hoy (1 de diciembre) hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta
del Bautismo del Señor (12 de enero), van a ser cinco semanas de "tiempo
fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las
tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y
manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra
historia para darnos su salvación.
En este Ciclo litúrgico (A) el evangelio propio es el de
S. Mateo. Se trata, sin duda, del escrito evangélico con un mayor
protagonismo en la historia de la Iglesia, tanto por el amplio número de
comentarios sobre el mismo, como por su mayor utilización en la vida litúrgica
de la comunidad cristiana.
El
Evangelio de san Mateo está dirigido a probar que Jesucristo es el Mesías
anunciado por los profetas y que en Él se cumplió todo lo que los profetas
habían anunciado. A Mateo lo pintan con la imagen de un hombre, porque su
Evangelio empieza haciendo la lista de los antepasados que Jesús tuvo como hombre.
San Mateo pone
de relieve la autoridad del único Maestro, Jesús. Tiene la esperanza de que
este Maestro hable por medio de su evangelio. Todas las demás autoridades
pierden fuerza donde Jesús se convierte en el Señor.
Las
comunidades son, sobre todo, unas comunidades de hermanos y hermanas, regidas
por las enseñanzas y autoridad de un único Maestro, Jesús, que es el Mesías
judío esperado, pero también el Señor universal para todos los pueblos. El
sueño de San Mateo: una iglesia que
evidencie el único señorío de Jesús, no deja de ser el sueño de muchos
cristianos y cristianas hoy., que continuamos caminando en las múltiples y
coloridas comunidad cristianas.
En este tiempo litúrgico fuerte, el
Adviento, que hoy comenzamos, nos preparamos, pues, para la venida del Mesías.
Es un tiempo en que los cristianos
estamos invitados a reflexionar sobre el sentido de la esperanza cristiana.
¿Qué significa? ¿Por qué?¿A quién esperamos? ¿Cómo esperamos?
La esperanza cristiana es la actitud
vital que nos hace trascender de nosotros mismos para mejorar todo cuanto
existe a nuestro alrededor. El cristiano tiene la esperanza de que el mundo
puede cambiar, y también el corazón humano, sus ideas y sus sentimientos,
porque posee la libertad.
Sin esperanza y sin confianza
estamos desnortados y vamos a la deriva. La esperanza cristiana da un sentido
último a nuestra vida. Pero, ¿en quién esperamos?
Esperamos a Jesús, el Cristo. Él nos
ayudará a vivir atentos a nuestro devenir histórico y personal.
A).- ¿Por qué esperamos?
Sin esperanza la vida carece de sentido. Todo se
construye sobre la certeza de que, realmente, hay una respuesta a nuestras
inquietudes. El mundo, la sociedad, la economía, el ser humano, todo puede
llegar a cambiar y mejorar para alcanzar su plenitud.
San Pablo lo explica muy bien en la
lectura de su carta a los romanos: vivamos como en plena luz del día, sin
excesos, sin desenfreno, sin riñas y rencores (Rm 13, 11-14). Es decir,
conscientes y despiertos, con amor de caridad. Vestíos del Señor Jesucristo,
o, en otras palabras, que nuestra vida sea fiel imagen de la de Cristo.
La mejor manera de esperar es esta:
no como aquel que espera sentado a que pase el tren, sino con la actitud vital
del que hace que las cosas sucedan a su alrededor.
En este Adviento, la llamada es clara: se trata
de ver la realidad a través de Cristo, que nos interpela y nos urge a la
responsabilidad y al amor. Así es como los cristianos nos preparamos a salir al
encuentro del Salvador, y así preparamos esta nueva Navidad. Iluminados por el
misterio de Cristo y llamados a su encuentro en la eternidad, volvemos a la
convivencia en un mundo en el que los hombres, nuestros hermanos, viven las más
de las veces inconscientes de la necesidad que tienen de Cristo. Es preciso, es
urgente que seamos luz para ellos.
Las lecturas de este domingo son una llamada a renovar
nuestra fe y nuestra responsabilidad esperanzada ante el misterio salvífico de
Cristo, que vino, viene y vendrá.
La
primera lectura de hoy del capítulo segundo del Libro del Profeta
Isaías ( Is 2,1-5 ) , marca el tiempo mesiánico. Una de las formas de
representar el tiempo escatológico es presentarlo como un tiempo en el que no
hay guerras, donde Dios mismo romperá las armas de la muerte (Os 2, 20; Zac 9,
10; Sal 46, 10). Aquí, las naciones, tras haber recibido las instrucciones de
la palabra del Señor, se encargarán de romper lo que pueda ocasionar la guerra.
El hombre que trabaja por ser artesano de la paz se acerca a su destino
verdadero, es ciudadano de la nueva Jerusalén.
Isaías predica en Jerusalén en
tiempos del rey Joatam (alrededor de los años 740-734 a.C.). Es un momento de
prosperidad económica, pero que esconde la presencia de la injusticia y de la
falsa piedad. El profeta, influenciado por el estilo denunciador de Amós, saca
el tema a la luz y llama a la conversión: Jerusalén tendrá que volver a ser la
ciudad fiel.
Isaías, hombre de Dios, profeta
y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los
pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la transformación
de las espadas en arados y de las lanzas en podaderas...
Profeta es el que ve más allá y
el que ve más adentro. Profeta es el que capta el sentido de las cosas y los
acontecimientos. Profeta es el que conoce lo que hay en el hombre y lo que está
llamado a ser; el que se hace transparente a todo; el que escucha la voz del
Espíritu.
En este texto, Isaías mira más
allá, hacia el futuro, para vislumbrar el destino de la ciudad en los planes de
Dios. Jerusalén, y con ella el monte de la casa del Señor, será un centro de
irradiación de la Palabra de Dios: "porque de Sión saldrá la ley..";
y un centro de atracción para todos los pueblos: "Hacia él confluirán los
gentiles, caminarán pueblos numerosos". Centro ascensional, que con un
movimiento vertical atrae hacia arriba, no por el hecho de ser una elevación
geográfica, sino por el hecho de la presencia de Dios. Es la contrarréplica a
la torre de Babel: ésta era una elevación obra de los hombres, que llevó a la
confusión del lenguaje y a la dispersión, aquélla, Jerusalén, ofrecerá a los
hombres la palabra de Dios y la unidad.
Isaías tuvo una visión, tuvo un
sueño. Sueña que todas las naciones se dejarán instruir por el Dios de la
verdad y la misericordia, que caminarán por las sendas del derecho y la
justicia, que se aprobarán las leyes de la solidaridad. Sueña que un día todos
los hombres se darán las manos y se sentarán a la mesa de la fraternidad, y las
armas se guardarán en los museos de la historia o se reconvertirán en
instrumentos para el desarrollo; sueña que todos los hombres se declararán
objetores de conciencia y que «nadie se adiestrará para la guerra».
Isaías no se queda sin hacer
nada. Los sueños son para convertirlos en realidad, por eso grita en medio del
pueblo: "casa de Jacob, vamos, caminemos a la luz del Señor", y la
esperanza se hace camino, comienza el éxodo, la salida. No hay advenimiento,
venida del Señor, si no hay éxodo, salida del pueblo de Dios.
Isaías hace un espléndido anuncio "al final de
los días", que fue ya, y es hoy y será mañana. es para "Judá y
Jerusalén", para la Iglesia y cada comunidad cristiana. Aunque la
oscuridad envuelva el mundo, siempre habrá una luz puesta sobre el monte;
siempre habrá montes de esperanza; Cristo será el mejor, el más hermoso y
luminoso de los montes; siempre habrá hombres y "pueblos numerosos",
que busquen y suban a esas montañas luminosas, para saciarse de palabra, de
justicia y de paz.
"El Señor reúne a todos los pueblos en
la paz eterna del reino de Dios". No obstante la ignorancia y las
aberraciones de los hombres, en los planes divinos el designio de salvación se
extiende a toda la humanidad. Todos tenemos total necesidad de Cristo Redentor
y de la revelación plena del amor de Dios. En esta primera lectura, el profeta
Isaías contempla en lontananza el día del Señor y presenta el carácter
universal de toda la salvación. El pueblo de la Alianza (el Antiguo y Nuevo
Israel) ha sido elegido por Dios para poseer y transmitir la fe y la salvación
a todos los pueblos. Dios obra en favor del mundo a través de la Iglesia, ya
que el primer pueblo de la Alianza fue infiel.
De ahí la responsabilidad de todo cristiano de
no poner obstáculos a la misión salvadora y redentora de Cristo. A todos nos
incumbe siempre una actitud misionera, en la medida de nuestras posibilidades,
según los diversos estados en que vivimos nuestra vocación.
El responsorial es el salmo (Sal 121,1-9)
, el mismo de la semana pasada, aunque los versículos que se
proclaman hoy son otros, si es el mismo la misma antifona.. “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la
casa del Señor”.
Sin duda está en perfecta relación con la primera lectura que acabamos de
escuchar.
El
salmo nos ayuda a expresar la alegría de
sentirnos cerca de la casa del Señor.
Respecto
al domingo pasado se añaden los versículos 6-9.
Decíamos
de este salmo el domingo pasado: " Salmo
de "peregrinación" en ritmo gradual, con palabras claves que se
repiten. Era el último salmo que los judíos entonaban en su peregrinación a
Jerusalén, cuando la impresionante mole del Templo se hacía visible ante sus
ojos. Muestra la alegría desbordante por llegar a la Casa del Señor. Igual
tiene que ser para nosotros, hoy. Mostremos nuestra alegría por estar, juntos,
en la Casa de Dios.
Los peregrinos, después de un largo
viaje de acercamiento llegan finalmente ante Jerusalén. Uno de ellos exclama de
alegría y admiración. La ciudad ¡qué bella es! Se siente la sorpresa de un
pueblerino o de un nómada pasmado al mirar las construcciones que forman un
todo compacto: casas, calles, palacios, el templo, todo rodeado de murallas y
torres sólidas.
El tono principal es de alegría. En forma de "inclusión" al
principio y al fin del salmo, la razón profunda de esta alegría: "la Casa
del Señor"... Sí, Yahveh vive en esta ciudad. Junto al nombre de la ciudad
repetido amorosamente, un conjunto de expresiones poéticas y aliteraciones.
Fijémonos en la expresión: "Invocad la paz sobre Jerusalén" : la
palabra "paz" tiene las mismas consonantes de Jerusalén... Cuando no
utiliza ni "shalom" ni "Ieruschalaim", dice
"allí" adverbio que casualmente tiene dos de las consonantes de
Jerusalén. El conjunto, cantado en hebreo, es una pequeña maravilla musical. Es
obra de un gran poeta.
En cuanto a un sentido más profundo, es también de perfecta unidad: Jerusalén,
la capital, hacia la cual convergen caminos de todas partes, de arquitectura
compacta (ciudad construida en la cima de una montaña), ciudad cuyo nombre
significa "paz", es también símbolo de unidad de las tribus
dispersas... La fe en el único Dios cuya gloria habita en el Templo, es el
fundamento de esta comunidad fraternal.
Jerusalén es el corazón del judaísmo, centro de su pensamiento y de sus
cantos, a quien los grandes poetas hebreos de todos los tiempos han dedicado
sus más inspirados poemas.
En todo tiempo Jerusalén ha sido la capital del mundo judío: en tiempo de
David y de los reyes, en tiempo de Esdras y Nehemías después del exilio, en
tiempo de los Macabeos y en la época del Nuevo Testamento. Y en los 2000 años
de Diáspora, después de su destrucción en el año 70, Jerusalén ha sido siempre
el centro espiritual de su vida, la capital de su destino, como lo es
actualmente en el moderno estado de Israel.
El salmo 121 canta la emoción de la ida a Jerusalén y las excelencias de la
ciudad. Tiene una estructura sencilla que se puede presentar así:
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
b) Elogio de la ciudad: de su templo e instituciones (3-5).
c) Augurios de paz y de felicidad (6-9).
a) Anuncio de la ida a Jerusalén y alegría (vv. 1-2)
Los versículos de este domingo
(6-9), añaden mayor esplendor a la alegría expresada. Bendiciones
sobre la ciudad:
«Desead la paz... te deseo todo bien»
. Los peregrinos pronuncian sus bendiciones sobre la ciudad. Le desean todos
los bienes, sobre todo la síntesis de bienes que es la paz. La razón de este
deseo, al mismo tiempo garantía de su eficacia, es la casa del Señor de la
alianza.
Cuando en sus peregrinaciones
anuales los israelitas llegaban a Jerusalén, sus rostros quedaban iluminados
contemplando la ciudad santa. Allí, en santa asamblea, se congregaba el pueblo,
como en los tiempos del desierto en torno a la tienda; allí resonaban las
alabanzas al nombre del Señor; allí era posible a los israelitas en litigio
encontrar justicia, pues en las puertas del palacio real estaban los tribunales
de justicia; allí resonaba sin cesar el tradicional «shalom» entre los hermanos de un
mismo pueblo. ¡Qué
alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
Lo que para Israel representaba
Jerusalén, para nosotros, cristianos, lo representa el domingo. En este día,
nos reunimos, y el nuevo Israel aparece como
ciudad bien compacta en las asambleas dominicales; en este día, según la costumbre del
nuevo Israel,
celebramos el nombre del Señor; este día nos aporta la esperanza
escatológica y es, para quienes frecuentemente sufrimos, prenda de que se nos
hará justicia definitiva; en este día del Señor, intercambiamos todos los
cristianos nuestro «shalom»
al celebrar la eucaristía...
Que nuestro entusiasmo, al
llegar el domingo, no sea, pues, menor que el de Israel cuando se acercaba a
Jerusalén: ¡Qué
alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!
La segunda lectura
(Romanos 13,11-14), nos
urge a una vida renovada.
La carta debió ser escrita por
Pablo en Corinto durante el invierno del 57-58, a punto de partir para
Jerusalén, desde donde espera ir a Roma y de allí a España.
El texto pertenece a la segunda
parte de la carta de San Pablo a los fieles de Roma. En la primera parte (1,
18-11, 36) les ha dicho lo que ya son los cristianos, ahora les dice lo que
deben de ser. Pues la fe cristiana no es un estado o situación establecida de
una vez por todas, sino una vida y un proceso en permanente evolución para
responder día a día a las sorprendentes llamadas de un Dios que siempre está
viniendo. Tampoco el Evangelio es simplemente el anuncio de lo que ya ha
sucedido, es también promesa pendiente de lo que aún ha de suceder y el
imperativo de un deber que es preciso cumplir. El motivo poderoso que impulsa la
vida de fe es la venida inminente del Señor.
La expectación de Pablo y de
los primeros cristianos, que vivían en vilo esperando esa venida del Señor,
parece para nosotros agua pasada. Diríase que el Señor se ha retardado, diríase
que nosotros nos hemos dormido cansados de tanto esperar. Sin embargo, lo
cierto es que vivimos en el principio del fin. Pues nada puede ocurrir ya
verdaderamente decisivo después de la muerte y resurrección de Jesús; todo lo
demás, con ser importante en gran manera, son consecuencias de este suceso de
salvación. A gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A
nivel individual, lo decisivo de nuestras vidas es la incorporación a Cristo y
a su pascua por el bautismo y la fe . De ahí se sigue, la urgencia de vivir atentos
a los siglos de los tiempos y los días para responder al Señor que viene y nos
llama.
Creer en Jesús conlleva una actitud,
una toma de postura bien definida: vivir en esta vida teniendo presente que
pensar con los criterios de la sociedad injusta es no darse cuenta del
"tiempo" en que vivimos, del tiempo de la salvación, del tiempo de
Jesús. Aquí, las "actividades de las tinieblas" hacen referencia no
sólo a la vida a veces desenfrenada de los paganos (hay que pensar en Nerón yendo
por las tabernas nocturnas de Roma: Suetonio, Nero, XXVI), sino al mismo ser
pagano que es tinieblas. El creyente que vive a lo pagano es una contradicción
en vida. Para mantener la fe hoy, y para darle nuevo aliento, es preciso caer
en la cuenta de que ser cristiano implica una serie de exigencias de tipo
espiritual y también moral.
El "momento" parece
indicar los últimos días, la era escatológica, inaugurada por Cristo, que se
contrapone al tiempo anterior. Se trata del tiempo de la Iglesia. La conciencia
que el cristiano tiene de la importancia de este tiempo debe influir
poderosamente en su actuar como hijo de la luz.
"Comportaos así, reconociendo el
momento en que vivís; pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la
salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.". Quienes por la fe ya
hemos conocido el misterio de Cristo no podemos caer en la inconsciencia de
vivir en la irresponsabilidad de los hijos de las tinieblas. Tenemos ansias del
encuentro definitivo de Cristo. Nuestra vida presente es una marcha hacia el
futuro.
Por eso para el cristiano que espera ese
encuentro y que ha hecho suyas las aspiraciones de los hombres de su tiempo, el
sentido de la historia de la humanidad es el sentido de su misma historia, que
solo tiene valor a la luz de Cristo. Apartarse de ahí es caminar en las
tinieblas.
El texto es una invitación a la
conversión activa, a salir del mundo viejo y caminar hacia lo nuevo. Pablo,
además, anuncia algo muy importante: que nuestra salvación está cerca.
"Daos cuenta del momento en que vivís": Pablo exhorta a la comunidad
cristiana de Roma a darse cuenta de que está viviendo ya en los tiempos
definitivos, en los tiempos finales. El cristiano se sitúa siempre en este
tiempo decisivo y, por tanto, vive en la tensión de la exigencia de ser un
testimonio coherente de la fe. Este tiempo ha empezado con la muerte y la
resurrección de Cristo; en El Dios ha pronunciado la palabra definitiva sobre
el hombre y su historia.
-"Ya es hora de espabilarse": Pablo recurre a las imágenes de la
apocalíptica para describir este tiempo definitivo: es el inicio del día, que
reclama al hombre la decisión dificultosa de dejar el sueño y emprender la
lucha diaria. Día y noche, oscuridad y luz, son imágenes de la opción clave
entre el bien y el mal que el hombre ha de realizar. La referencia a la
oscuridad queda completada con la descripción de algunos vicios.
-"Vestíos del Señor Jesucristo": El hombre a quien el día
sorprende durmiendo aún va sin vestir y no se encuentra preparado para la
lucha. El cristiano por el bautismo se ha revestido de Cristo y no tiene que
abandonar ese vestido si quiere estar a punto para el tiempo decisivo.
Fijémonos por último en la
imagen que da de nuestro Dios. La Biblia no concibe a Dios en abstracto como
podían hacerlo Platón o Aristóteles, sino que lo percibe y lo entiende en el
marco de sus intervenciones acá en la tierra, que convierte la historia del
mundo en historia de salvación, puesto que parte de ésta se da en la historia.
Frente a los ciclos cósmicos de eterno reposo de las cosas, en la Biblia domina
la concepción de que los jalones son acontecimientos únicos que no se repiten.
La humanidad se enriquece poco a poco acumulando experiencia y, así, se hace
posible el progreso y una marcha hacia la plenitud final que no es la vuelta al
principio.
El "día-de-Yahvé",
cuya fecha es desconocida, será comienzo de una nueva era de justicia y
felicidad, de nuevos cielos y nueva tierra. De los textos no se puede sacar una
satisfacción de la curiosidad sobre el momento final, sino únicamente la
conciencia de las exigencias espirituales que comporta el tiempo en que vive.
Jesús, que vive en el tiempo histórico (6 a.C al 30 d.C.), divide la historia
en antes y después e inaugura el tiempo del cumplimiento, el tiempo de la
Iglesia. Los últimos tiempos están sólo inaugurados, pero todavía no se palpan
todos sus frutos. Es el "ya" pero "todavía no" en el que la
conversión a Dios se realiza a través del seguimiento de Jesús. La venida del
Hijo del Hombre, de la que el cristiano está en espera continua, define a
Cristo como el alfa y omega de la historia humana.
El evangelio de San Mateo (Mt 24,37-44), presenta el final
del evangelio, con el siguiente
desarrollo: el versículo inicial establece una comparación entre la venida del
Hijo del Hombre y la época de Noé. Los versículos siguientes 38-41 explican el
sentido de esa comparación. Por último, los versículos 42-44 extraen la
consecuencia.
Un verbo domina en él: venir.
Venida del Hijo del Hombre, del diluvio, de un ladrón. De estas venidas, dos,
la del diluvio y la del ladrón, sirven de referencia aclaratoria de la tercera,
la del Hijo del Hombre, expresión cuyos orígenes literarios controlables se
remontan al singular libro de Daniel.
Las tres venidas tienen un dato
en común: su imprevisibilidad y, consiguientemente, el desconocimiento del
momento exacto de las mismas.
A la luz de este dato, el
interés del texto se centra en despertar en los oyentes una actitud vigilante a
fin de que no les coja desprevenidos la venida del Hijo del Hombre.
La alusión a los días de Noé antes del diluvio
se hace para explicarnos cómo la venida del Señor será repentina y sin previo
aviso. A diferencia de lo ocurrido cuando la destrucción de Jerusalén, no hay
señales claras que determinen el momento del fin del mundo. Por eso los hombres
harán su vida como si tal cosa y serán sorprendidos como lo fueron en tiempos
del diluvio.
La venida del Hijo del Hombre,
la parusía, sorprenderá a los hombres en medio de sus faenas y diversiones. No
todos serán elegidos y congregados de los cuatro vientos de la tierra por los
ángeles (v. 31). Uno será tomado y otro dejado. Los hombres, que han crecido
juntos, como la cizaña y el trigo, serán separados en aquel día del juicio.
Para los justos será un juicio de salvación (cfr. Lc 21. 28); para los impíos,
de condenación.
La incertidumbre del fin es una advertencia para
que vivamos vigilantes en todo momento, pues cualquiera puede ser el decisivo.
Vigilar es estar abierto por la esperanza hacia el futuro del Señor que viene,
es también estar dispuesto a reconocerle en los pobres y necesitados y a
cumplir en cada caso el mandamiento del amor. Es también orar. Sólo el que
vigila está preparado para el encuentro con Dios en Cristo. La expresión "vuestro señor" no es original de
Jesús, sino del evangelista.
La breve parábola del dueño de
la casa que no puede dormir despreocupado porque no conoce la hora en que el
ladrón puede robarle, señala claramente cuál debe ser la actitud del cristiano.
Así que la espera de la venida del Señor, que vendrá repentinamente como un
ladrón que no anuncia la hora de su visita, lejos de ser una buena excusa para
evadirse de todos los problemas, es una severa advertencia para vivir atentos
la hora de nuestra responsabilidad. Los cristianos deben demostrar que esperan
al Señor preparando los caminos de su advenimiento, deben ser los más activos de
los hombres en la construcción del mundo. Nuestra sociedad parece cada vez más
estúpida e insensible a la verdad y a la justicia. Sin embargo, la justicia
vendrá en su día. ¿No es hora ya de despertar del sueño?
El
texto pretende que nos percatemos de que
la historia (la particular y la general) tiene un sentido. Vivir sabiendo que
tiene sentido: he aquí el significado de la invitación del texto de hoy.
Conciencia de perspectiva, percepción del horizonte. ¡Que existen! ¡Porque
existen! He aquí la vigilancia y la preparación de las que el texto de hoy nos
habla. No habla de la muerte ni del estado de gracia en el momento de la
muerte. Nos habla de que él Hijo del Hombre es el sentido mismo de la historia,
que no es otro que Dios. El estar preparado es ser consciente de ese sentido,
estar abierto a las inquietudes de la trascendencia. Estar en vela es mirar el
horizonte de la historia , en la que estamos inmersos. El texto es una
invitación al optimismo. Invitación tanto más necesaria cuanto que con más
frecuencia de lo deseable, nos encerramos dentro de las cuatro paredes de un
universo impremeditado y sin sentido.
Expresamente nos dice que hay que estar en vela en la
historia y particularmente en este tiempo de Adviento, para no desaprovecharlo
y atender a nuestra más profunda conversión.
La venida del Hijo del Hombre no será un
diluvio devastador, sino una lluvia pacífica y fecunda. Lo que pasa es que no
avisa. Y la gente ni está preparada ni se da cuenta. Los grandes
acontecimientos no suelen anunciarse al son de trompetas. El ladrón tampoco
avisa, ni la muerte, ni los cambios culturales, ni las reformas religiosas.
Cuando nos damos cuenta, están ahí.
Pues de eso se trata, de darse
cuenta. No es que hayamos de vivir temerosos, temerosos no, porque es falta de
fe; pero tampoco inconscientes o dormidos. La consigna es «vigilad». Vigilad
porque el Hijo del Hombre viene en cada momento; porque la verdad y la justicia
necesitan ser defendidas en cada instante; porque la solidaridad, como el amor,
no descansa; porque la libertad hay que ejercitarla en cada hora. Vigilad, para
que no os perdáis la gracia del encuentro.
La gente, como en tiempos de
Noé, come, bebe, se casa, trabaja, se divierte, pero está insatisfecha y vacía
y no se da cuenta de nada. La gente no ve más allá de su cartera o del plato de
comida.
" estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor".
No sabemos el día ni la
hora. Solo la fe vigilante y la fidelidad permanente pueden hacer nuestras
vidas dignas de salvación eterna. La realidad cotidiana con su monotonía
exasperante nos adormece. A nuestro alrededor hay acontecimientos difíciles:
guerras, violencias, injusticias, etc. A todo nos acostumbramos. Existe quien
responde y quien se calla, quien se esfuerza y quien se abandona.
La esperanza nos urge a estar en vela, atentos,
vigilantes. La vida del
cristiano es como la de un centinela. Estar alerta significa vibrar, atender,
vivir al tanto del acontecer cotidiano. También implica renunciar a la
frivolidad y a la indiferencia hacia los demás. Ante un mundo complejo y
cambiante, a veces se percibe entre los cristianos cierta apatía y
desazón. La tentación de rendirse ante las adversidades y las tendencias
contrarias de nuestra sociedad es muy grande. Estar atentos significa no
dejarse arrastrar, sino dirigir nuestra existencia, prestando atención a todo
cuanto sucede. De la misma manera que cuando conducimos un vehículo hemos de
estar atentos para evitar colisionar y causar daño, la vida espiritual también
debe ser conducida para llegar a su destino: Dios.
La esperanza y la vigilancia nos invita necesariamente
a ver a Dios en nuestra vida cotidiana
Estamos inmersos en una cultura de
la alta velocidad y no es lo mismo contemplar el paisaje a trescientos
kilómetros por hora que a cincuenta. Ir despacio nos permite admirar los
montes, los árboles, la belleza de la tierra. Para ver a Dios y notar su
presencia hay que ir despacio. La alta velocidad tecnológica nos hace correr
más de lo necesario y muchas cosas se nos escapan. El hombre postmoderno va
deprisa, estresado, cansado; corre sin saber muy bien a dónde y no sabe
detenerse.
San Juan Crisóstomo llama a la vigilancia
esperanzada:
" En
medio de la oscuridad no puedes distinguir al amigo del enemigo. No
distinguimos de noche los metales preciosos de las meras piedras. Del mismo
modo, el avaro y el licencioso no distinguen la verdad y el valor de la virtud.
«Así como el que camina
de noche va muerto de miedo, de igual modo los pecadores andan continuamente
atormentados por el miedo de perder sus bienes y por el remordimiento de su
conciencia.
«Ea, pues, dejemos una
vida tan penosa. Ya sabéis que después de tantas calamidades viene la muerte...
Creen los pecadores ser ricos, y no lo son. Creen vivir entre delicias, y no
gozan de ellas... Nosotros vivamos sobrios y vigilantes, como quiere Cristo.
“Andemos decentemente y como de día” (Rom 13,13). Abramos las puertas para que
aquella Luz nos ilumine con sus rayos y gocemos siempre de la benignidad de
nuestro Señor Jesucristo» (Comentario
al Evang. Juan, hom. 5).
En nuestros Cenáculos os invitamos a
cuidar la actitud de María en la Casa de Betania.
María
de Betania es uno de los personajes más hermosos en todas las escrituras, y
podemos aprender valiosas lecciones al estudiar su vida. María era la hermana
de Marta, y su hermano era Lázaro, a quien Jesús resucitó de entre los muertos.
Vemos a María tres veces en la biblia, comenzando con el incidente en la casa
de su hermana, Marta (Lucas 10:38-42), donde Jesús, y presumiblemente los
discípulos que viajaban con Él, estaban como invitados. Marta estaba tan
angustiada, "preocupada con muchos
quehaceres", y frustrada de que su hermana no estaba ayudando, y por
esa razón le reprochó a Jesús, acusándolo de que no le importaba de que María
se sentara a Sus pies mientras ella hacía todo el trabajo. La respuesta de
Jesús nos da la primera idea de María de Betania. Jesús le felicitó por "escoger la mejor parte", dando a
entender que el deseo de María de estar cerca al Señor y de aferrarse a cada
una de Sus palabras, era mucho más beneficioso que estar en el ajetreo con los
preparativos para una comida. Jesús dijo además que a María no se le quitaría
el haber elegido la mejor parte y el haber aprendido del Señor.
Al
"escoger la mejor parte",
Jesús quiso decir que aquellos cuya prioridad en la vida es Cristo, el
conocerle y el estar cerca de Él, han elegido lo que durará hasta la eternidad,
como "el oro, la plata y las piedras preciosas" que se mencionan en 1
Corintios 3:11-12. A partir de este incidente, aprendemos que quienes están
distraídos con lo mundano y lo terrenal, están construyendo sobre el fundamento
que es Cristo, con "madera, heno y paja", materiales que no podrán
resistir el fuego que nos vendrá en momentos de prueba, ni serán recordados en
la eternidad. La reprensión de Marta hacia Jesús nos permite ver su corazón y
mente, mientras intentaba hacer todo perfecto y estaba tan distraída que perdió
de vista con quién era que estaba hablando. El silencio de María, indica una
falta de preocupación por ella misma, especialmente para defenderse. Cuando nos
centramos en Cristo, Él se convierte en nuestra mayor pasión y nuestra
tendencia al egoísmo se atenúa y desvanece.
El tiempo de Adviento nos propone parar, interiorizar,
mirar dentro de nosotros mismos y descubrir quién somos, dónde estamos, qué
hacemos y por qué, qué sentido tiene nuestra vida. Adviento es una llamada a
viajar hacia adentro, hasta la oscuridad de nuestro corazón, y abrirnos para
que los destellos del Mesías que viene iluminen nuestra existencia.
Estar atento significa saber ver a Dios en los demás,
tener la inteligencia espiritual para dilucidar cómo Dios se manifiesta en cada
momento. El texto evangélico alude a un tiempo apocalíptico: la venida del hijo
del hombre. La mejor manera de prepararnos para ese momento crucial es vivir
nuestra vida de cada día con un profundo sentido cristiano. Dios se manifiesta
a cada instante. Nuestro problema es que estamos aquejados de miopía espiritual
y no sabemos ver.
Primer
domingo de Adviento
Bendición de la corona de Adviento.
PRIMER DOMINGO (BENDICIÓN)
" La tierra, Señor, se alegra estos días y tu
Iglesia desborda de gozo
ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz
esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas
de la ignorancia,
del dolor, apatía y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha
preparado esta corona
con ramos y la ha adornado con cirios.
Ahora, pues, que comenzamos el tiempo de
preparación para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor, que mientras se acrecienta cada
día
el esplendor de esta corona con nuevas luces,
nos ilumines a nosotros con el esplendor de aquel
que, por ser la luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.
--Él que vive y reina por los siglos de los siglos."
R.
Amén.
(Se acerca una persona y enciende el primer cirio)
Canto:
¡Ven, ven Señor no tardes! (U otro canto apropiado)
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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