Comentarios a las Lecturas del II Domingo de Adviento 9 de diciembre de 2018
Estamos
en Adviento, el Adviento es tiempo de conversión,
tiempo de preparar los caminos y
enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
La
conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que
luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.
El
Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio pende
sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser
cortado. De cada uno depende el que ese juicio dé paso a una conversión o a un
endurecimiento irremediable.
La primera lectura es
del profeta Baruc (Ba 5, 1-9). .
El libro del profeta Baruc está escrito en tiempos del exilio y postexilio (
años 200 y 100 a.C.); por tanto, de lo último que se escribió del AT.) , trata
de animar a su pueblo a confiar en Dios, en tiempos difíciles. Les dice que
Dios convertirá a Jerusalén en “paz e la
justicia” y “gloria en la piedad”.
El autor del libro se sirve del
pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y
dirigirla hacia el futuro.
En este fragmento,
concretamente, se quiere alentar a los desterrados, para que acepten su
situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento, otro profeta,
Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y, en parte,
Isaías.
Estos versículos forman el
segundo discurso profético del libro de Baruc. En la primera parte (4,30-37)
hay una invitación a la confianza porque Dios anonadará el poder esclavizador y
hará posible que todos los desterrados regresen a Jerusalén, la ciudad que ha
recibido el nombre directamente de Dios y que ha convertido en escabel de sus
pies. En la segunda parte (5,1-9) son detallados con gran riqueza de imágenes,
que parecen sacadas de Isaías II, los motivos del gozo y de la esperanza. La
«gloria del Señor» desempeña aquí un papel determinante; en ella se concentra
toda la teología de la manifestación y de la presencia salvadora de Dios en
medio de su pueblo. Dios, con su «gloria» (doxa), abre la marcha de los
creyentes de la diáspora que se dirigen hacia Jerusalén convertida en sede de
la «Paz de la justicia» y la «Gloria (= manifestación) de la piedad», las
características de la nueva época mesiánica. Vuelve el tema de Isaías de la
nivelación del terreno y de su embellecimiento para que el pueblo que regresa
avance con comodidad: «Dispuso humillar todo monte alto y todo collado eterno,
rellenar los valles hasta igualar la tierra, para que caminase Israel con
seguridad para gloria de Dios. Los bosques y todo árbol aromático darán sombra
a Israel por disposición divina» (5,7-8). El último versículo del discurso es
una bella y profunda síntesis de toda su doctrina: «Dios guiará a Israel con
alegría a la luz de su gloria (= presencia), con su misericordia y su justicia»
(5,9).
La transformación será lenta,
se irá produciendo en el pueblo y en sus estamentos institucionales. Y sus
hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé, volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo
esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento
una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio
profundo que se ha de realizar.
La última parte del libro de
Baruc es un canto a la Jerusalén escatológico-mesiánica, representación del
ideal pueblo de Dios. Habla en primer lugar a la comunidad judía posexílica,
que, aunque vuelta a la patria, vive en destierro espiritual, porque le falta
la grandeza soñada, la libertad necesaria, el gozo de vivir y la paz del
espíritu. Inspirado por los profetas consoladores como el Segundo Isaías, el
anónimo profeta de esta hora la incita a cambiar su porte de perdedora por el
de salvada y glorificada y a regocijarse con los hijos que Dios le ha reunido.
Tienen que celebrar como en trance de realizarse los bienes ya desde siempre
anhelados. La fiesta que celebren sus hijos será la revelación de Dios para el
mundo.
Los recuerdos del éxodo y de la
marcha hacia la tierra mantienen todo el vigor de su inagotable simbolismo,
aunque ahora se trate de movimientos y de caminos que recorre el espíritu.
También tiene ese mismo sentido figurado la reunión de los hijos dispersos.
Dios, afirma el profeta, allana
el camino que el espíritu debe recorrer para llegar a esa Jerusalén que se
llamará y que será "paz en la justicia". A la justicia de la
Jerusalén real se le dará paz; a su piedad, gloria. Esa Jerusalén de hijos felices
será una teofanía de gloria para todos los pueblos.
La Jerusalén aquí celebrada, en
la visión del profeta es ya real. Su vivencia adelantada tiene el valor de un
llamamiento a la Jerusalén histórica para que tome la parte que le toca en la
provocadora configuración de su destino.
El Salmo de hoy (Sal
125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6), Es un "salmo gradual"
o "canto de subida". Hace pues parte de esta colección de cantos de
peregrinación que los judíos cantaban subiendo hacia Jerusalén. Las expresiones
(la marcha, la travesía, "se va, se va... se vuelve, se vuelve...")
Hacen pensar en una inmensa procesión que avanza hacia el Templo, con los brazos
cargados de "gavillas" para la fiesta en que se ofrendaban a Dios las
cosechas.
Observemos la delicadeza
rítmica, "como escalones a subir paso a paso", mediante
palabras-gancho que se repiten de una estrofa a otra:
"traía...trae..." "estábamos... estábamos..." -
"maravillas... maravillas..." - "sembrado... semilla..."
"se va... se vuelve..." Cada estrofa está compuesta sobre una medida
que se llama "elegía": el primer verso tiene tres acentos y el
segundo dos, como si la respiración, bajo una emoción demasiado fuerte, se
fuera desvaneciendo. Este ritmo elegíaco es especialmente sensible en la
primera estrofa:
" Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. ".
El sentido original de este
salmo, el que le dio el salmista judío, fue evidentemente el "regreso de
los prisioneros" mediante el edicto de Ciro, en el año 538, después de 47
años de exilio en Babilonia. Este acontecimiento histórico innegable es para él
un gran símbolo humano: En toda situación humanamente desesperada, Dios es el
único "salvador". Los beneficiarios no salen de su asombro, creen ver
un "sueño" su alegría estalla. Y los paganos (los goim) están
igualmente maravillados y cantan la acción de gracias.
Para expresar en forma poética
la idea de la "vida que renace después de la muerte", el autor usó
dos imágenes: el torrente de agua viva que hace florecer el Negueb en
primavera... Y las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra para dar
nacimiento a la alegría de las cosechas...
Observemos la dimensión
escatológica de la oración: la salvación "ya" ha comenzado pero
"aún" no ha terminado. Los peregrinos en marcha hacia la
Sión-Jerusalén, cantan una cuádruple liberación: la subida de Egipto con
ocasión de la conquista de la tierra prometida, la subida de Babilonia al
regresar de la cautividad, y la subida actual de los peregrinos hacia Dios, la
subida escatológica de todas las naciones, de todos los hombres al fin de los
tiempos.
La
segunda lectura tomada de la carta a los Filipenses (Flp. 1,4-6.8-11) nos recuerda a un San
Pablo encarcelado. La carta a los filipenses, escrita
probablemente en el año 56 (en una breve cautividad de Pablo en Efeso), es una
carta en la que se vuelca el corazón de Pablo, lleno de afecto para con los
filipenses que tanto le han querido y ayudado, incluso enviándole lo que
necesitaba en la cárcel. Ellos constituyen su alegría, colaboradores en el
apostolado, que han contribuido en "la obra del Evangelio".
Pablo había evangelizado y creado la
comunidad de Filipos en su segundo viaje, hacia el año 50. Unos siete años
después se encuentra en la prisi6n de Éfeso. San Pablo está en la cárcel. Está
encarcelado sólo por confesar su fe en
Cristo y proclamarla con fidelidad. No ha sido una acusación de los romanos que
entonces dominaban, sino una calumnia de aquellos judíos que le acusaron de ir
contra la ley de Moisés, y de alborotar al pueblo. Mentiras semejantes a las
que inventaron cuando dijeron que Jesús iba contra el César, a pesar de que
bien claro dejó el Señor que estaba al margen de toda intriga contra el poder
constituido.
Los filipenses, al saber que
está encarcelado, le envían un donativo que Pablo, en contra de lo que
acostumbraba, acepta. Y después les escribe esta carta de agradecimiento y
animación cristiana.
La introducción que hoy leemos
contiene, con estilo afectuoso, los objetivos y criterios de que antes
hablábamos y que serían unos buenos puntos de meditación y revisión pastoral:
trabajo para realizar y dar a conocer el Evangelio día tras día; agradecimiento
a Dios por "la empresa buena" que Dios lleva a cabo en la comunidad;
enriquecimiento en el amor; penetración y sensibilidad para apreciar los
valores; dedicación a dar fruto; mirada puesta en "el día de Cristo" como culminación de todo.
La palabra clave de esta lectura, en
esta celebración de Adviento, es el "Día de Cristo Jesús" (v.8), o
"Día de Cristo" (v.10). El término escatológico es lo que más
netamente diferencia la moral cristiana de una ética humana, o, lo que es peor,
de un simple conductismo sin sentido último. La esperanza cristiana tiene un término,
y este término no es una utopía del creyente, y lo mueve a colaborar él mismo
en esta venida (v. 5: "habéis sido colaboradores en la obra del evangelio,
desde el primer día hasta hoy"). Otra nota de la moral cristiana es el
teocentrismo: es el Padre quien ha empezado en cada uno de nosotros la obra de
la salvación, y él mismo es quien la llevará a término (v. 6). Concordia de la
iniciativa de Dios y la colaboración del hombre: misterio de gracia y libertad:
¡cuando algunos textos litúrgicos traducen "gracia" por "amistad",
no lo han dicho todo, desde luego! Dos notas ambientales, además: la oración
(v.9), puesto que Dios ha querido que su don (la gracia, pero sobre todo la
persona del Hijo que el Padre da por amor al mundo) fuese libre por su parte
pero rogada por la nuestra; y la alegría, que atraviesa de parte a parte la
carta a los Filipenses.
El
evangelio de San Lucas (Lc 3, 1-6)
San
Lucas, que nos habla a modo de preludio de la infancia de Jesús, consciente de
la importancia de la vida pública de Jesús, sitúa solemnemente la predicación
de Juan en el contexto de la historia universal. De esa manera asume también el
mismo criterio de los otros evangelistas para determinar el evangelio en
sentido propio. Lucas cuando sitúa el gran viraje de la historia de los hombres
en la venida de la palabra de Dios sobre el Bautista; por eso se ha sentido
obligado a "datar" cuidadosamente ese momento.
como
los otros evangelistas nos transcribe los hechos ocurridos con fidelidad, sin
faltar en lo más mínimo a la verdad. La historicidad de los Evangelios es una
doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia, a pesar de los ataques que a lo
largo de los siglos se ha venido haciendo contra los textos sagrados. En el
pasaje de este domingo tenemos una prueba suficientemente clara de esa
preocupación por narrar los acontecimientos, tal como ocurrieron.
La
primera datación que nos da es de carácter profano: "el año 25 de Tiberio
César..." El mensaje del Bautista significa el punto de partida de la obra
de Jesús, constituye un fenómeno constatable y preciso dentro de los anales de
la historia (3,1-2). El evangelio de Jesús no nace como secta secreta ni
escondida; surge sobre el campo abierto de los hechos de la tierra.
Una
vez que ha dicho eso, Lucas -con la tradición cristiana anterior- se siente
obligado a situar al Bautista dentro de las coordenadas teológicas de Israel,
es decir, sobre el campo de esperanza del antiguo testamento. Juan es la
realidad de aquella vieja voz que proclamaba: "Preparad en el desierto el
camino del Señor..." (Is 40, 3-5). En el texto original del segundo
Isaías, esa voz provenía del mismo Dios y aseguraba que el desierto de lejanía
que separaba a los israelitas de su tierra se convertiría en un camino de
libertad y de esperanza. Para la tradición cristiana esa voz se ha
individualizado: es Juan, que en el desierto (3,4) o desde el desierto (3, 2-3)
proclama un bautismo de penitencia preparando los caminos de Dios, que son
ahora los caminos de Jesús. Como conclusiones podemos señalar: a)para llegar a
Jesús hay que pasar por un período de purificación representado por el
Bautista. B) Preparar a los hombres para recibir a Jesús, exigiendo una
conversión radical y un cambio de conducta, me parece totalmente necesario en
nuestro tiempo. Por eso, si no actualizamos la figura del Bautista, será
difícil que podamos comprender y recibir al Cristo. c) Este menester de Juan se
debe realizar en nuestro tiempo de tal manera que se pueda rehacer el viejo sincronismo
de san Lucas.
Con
la expresión, "vino la palabra", frecuente en los libros proféticos
(cf. Jr 1,2; Zac 1, 1; Miq 1, 1), se quiere destacar la soberanía de la palabra
de Dios, su fuerza y su carácter de acontecimiento. Cuando Dios habla, hace
historia. Con la venida de la palabra de Dios sobre el bautista, el precursor,
se abre al espacio en el que va a culminar la historia de salvación de Dios en
Jesucristo.
Pero
la historia de la salvación, que es siempre la historia del diálogo de Dios con
su pueblo, no acontece sin la conversión de este pueblo. De ahí la llamada que
hace Juan a la penitencia. Juan predica una penitencia que es cambio hacia el
futuro de Dios, que es salida al encuentro del que viene. Lucas ha visto en el
bautista el mensajero anunciado por Malaquías (3,1), pero ha resumido su
mensaje con palabras tomadas del 2º. Isaías (4, 3-5).
Dado
que el autor escribe su evangelio para los gentiles y el interés que tiene de
mostrarles su carácter universalista, a diferencia de Marcos, amplía la cita de
Isaías para decirnos que "todos verán la salvación de Dios". Sabido
es que Isaías se refiere a la manifestación salvadora de Dios ante todo el
mundo y en favor del mundo entero.
Para nuestra vida
El Adviento, estos cuatro domingos que preceden a la Navidad,
son también tiempo de contrición y de penitencia, de arrepentimiento y
conversión sincera hacia Dios. Y el primer paso de una conversión auténtica es
el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento humilde y pesaroso de nuestras
propias faltas y pecados, reconocimiento que nos ha de llevar al dolor de amor,
a la compunción de un corazón contrito y humillado .
Nuestro mundo está lleno de violencia y guerra, miles de
inocentes mueren cada día a consecuencia de la intolerancia y el fanatismo. Para
que se obtenga la paz, valor tan deseado, es necesario volver al orden natural
querido por Dios "que ha destinado los bienes de este mundo para
todos". El Papa ha dicho en su visita a África que para acabar con el
terrorismo es necesaria la educación para la tolerancia y acabar con la
injusticia y la miseria que sufren tantos jóvenes sin futuro. Mientras no
seamos capaces de recrear el mundo querido por Dios no será posible la paz. Es
necesario que los poderosos se despojen de su orgullo y los opulentos compartan
su riqueza para que estalle la paz en el mundo. Es decir, el primer objetivo es
la justicia distributiva. Antes que la caridad está la justicia, de lo
contrario se trata más bien de caridades. Esto es un deseo para la humanidad,
para los otros.
La conversión debe empezar a niveles
más sencillos, personales. la oración , la alegría deben impregnar nuestras vidas en este tiempo de Adviento, de
espera. Dice el Cardenal Robert Sarah :
"La oración es la fuente de nuestra
alegría y de nuestra serenidad, porque nos une a Dios, nuestra fuerza. Un
hombre triste no es discípulo de Cristo. Quien cuenta efusivamente con sus
propias puertas se entristece cuando éstas declinan. Por el contrario, el
hombre que cree no puede estar triste, porque su alegría propia de únicamente
de Dios. Pero la alegría actual depende de la Cruz. Cuando empezamos a
olvidarnos de nosotros mismos por amor a Dios, le encontramos a el, al menos
oscuramente. Y, si Dios es nuestra alegría, ésta es proporcional a nuestra
admiración y a nuestra unión con Él.
Jesús
mismo nos invita a una vida llena de generosidad, de entrega, pero también de
alegría". (Robert Sarah, Dios o nada, pgs. 245.
Madrid 2015)
Nos preocupa la crisis y es razonable. Mucha gente que
conocemos ha perdido su trabajo y algunos, incluso, han pasado de la opulencia
a la pobreza en poco menos de un par de años.
El Adviento pide cambio, el Adviento provoca la meditación
sobre los tiempos pasados y la búsqueda de mejores formas de vivir. Y todo ello
rodeado de alegría, no de tristeza, ni de temor. Es urgente y necesario que
desde el principio del Adviento nos dejáramos contagiar por la alegría y el
sentido del cambio que nos trae este tiempo litúrgico, preparación para la
Navidad. Puede parecer muy obvio lo que digo, pero lo cierto es que, en estos
tiempos difíciles, podemos estar con el ánimo cerrado por todo lo malo que nos
rodea y por lo desconocido que queda por llegar. Seguimos viviendo en un tiempo
de crisis económica larga y grave, pero también es cierto que la dificultad en
sí nos trae la idea clara de que se aproxima un cambio. La sociedad parece que
quiere rectificar los errores que le han llevado a situaciones complicadas,
¿Queremos hacerlo nosotros en nuestra vida?.
En
la primera lectura, el profeta Baruc muestra la vuelta de los desterrados a
Jerusalén, narra la misericordia de Dios con su pueblo oprimido
y, además, la fuerza de Dios ayudará a mejorar los caminos, a preparar la
ciudad a inundar de alegría todo el orbe después de unos tiempos malos. Desde
luego, la profecía de Baruc nos ayuda a mejorar nuestra percepción del
Adviento. Al final del mismo, con los caminos del cuerpo y del alma, mejorados
asistiremos gozosos a la llegada del Niño Dios a nuestra vida y a nuestras
ciudades.
El profeta invita a Jerusalén a
despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una
fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al
cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin
esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una
madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvé, su esposo, le ha
preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema
"la gloria perpetua".
Estos dos títulos corresponden
a la nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones
de la justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa
justamente lo que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el
momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51, 17;
52, 2; 60, 1) y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza.
Desde allí, desde la altura del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver
venir ya lo que ahora se anuncia: que vuelven sus hijos, que son traídos en
carroza real los mismos que antes fueron llevados por la fuerza al exilio. Pues
el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha congregado de todos los
rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de
Jerusalén y le han devuelto sus hijos.
La descripción que se hace del
retorno, de la repatriación de los exiliados, está tomada en buena parte de
Isaías (40, 3-5). Será como en los días del éxodo o salida de Egipto, el mismo
Dios conducirá a los que vuelven con alegría por el desierto. La "gloria
de Dios" es la manifestación visible de su presencia salvadora. A veces
simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex 14, 24).
Baruc dirige su palabra a una ciudad, Jerusalén, que sufre la
opresión de sus vecinos. Ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo,
pero está destinada a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita
a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana
para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron
llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin
hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y
como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos. Yavé, su
esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria
perpetua". Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad
a ponerse de pie y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la
esperanza. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han
devuelto sus hijos. La Jerusalén prometida por Dios no es la que los judíos han
empezado a reconstruir después del destierro, sino la Jerusalén del fin de los
tiempos. Dios le dará un nuevo nombre: "paz en la justicia". Tres veces
se repite en el capítulo 5 de Baruc la palabra "justicia". Es la justicia de Dios, basada en la
misericordia y conducente a la paz. Este es nuestro sueño también para nuestro
mundo, sueño que queremos hacer realidad.
El salmo de hoy (Sal 125)nos
invita a reconocer la obra del Señor en nosotros y expresar nuestra alegría. "El Señor ha estado grande
con nosotros y estamos alegres" (Sal 125, 3). Hagamos nuestros estos
sentimientos de gozo que el salmo nos sugiere. Ahora, durante el Adviento, el
motivo de esa alegría profunda y serena ha de ser el recuerdo de que Jesús vino
a salvarnos, a colmar con su venida los anhelos de cuantos a lo largo de los
siglos le esperaban con ansiedad. Avivemos, por tanto, una vez más la
esperanza, tengamos la certeza de que el Señor vendrá a salvarnos también a
nosotros.
La nota dominante en este
salmo, es la alegría, una alegría que explota en risas y canciones.
«Cuando el Señor cambió la
suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua
de cantares».
La vida es como marea que sube
y baja, y yo he visto muchas mareas altas y mareas bajas en ritmo incesante a
lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del
desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando se
desbordan «los torrentes del Negueb». Torrentes secos del sur, a los que
una súbita lluvia primaveral llenaba de agua, cubriendo de verde sus riberas en
sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios
cuando toca una tierra seca... o una vida humana.
Pidamos fe y paciencia para
esperar la venida del Señor, con la certeza de que llegará el día y los alegres
torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb.
«Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares». Ahora
nos toca trabajar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a
sonreír y a cantar. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible
y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene.
¿No es mi vida entera un campo
que hay que sembrar con lágrimas?. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad
es labor de héroes. Sueño con que la certeza de la cosecha traiga ya la sonrisa
a mi rostro cansado; y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta
del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí
abajo.
«Al ir, iba llorando, llevando
la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».
"Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”
(Sal 125, 5). En el salmo hemos oído: “La
justicia y la paz se besan”,. Ya quisiéramos nosotros ahora para nuestra
sociedad un poco más de verdadera justicia y de verdadera paz. No nos referimos
a una justicia meramente legal, porque muchas veces algunas leyes son
moralmente injustas, ni nos referimos a cualquier clase de paz, porque hay paz
de los cementerios y hay paz impuesta por la fuerza bruta, en algunas
dictaduras del mundo. Trabajemos nosotros para que en nuestra sociedad actual
exista una verdadera justicia, una justicia moral y legal, y una verdadera paz,
fruto de la verdadera concordia de los ciudadanos. Y no olvidemos que sólo de
una verdadera justicia puede brotar la “gloria en la piedad “, la alegría como
fruto de la justicia misericordiosa, de una piedad verdadera.
Nadie puede ponerse en nuestro
lugar para "actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra
carne, nuestra oración plenamente personal, partiendo de nuestras propias
situaciones humanas.
Dios salvador. Dios liberador.
¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor de lo imposible? Los que
experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su asombro, les parecía algo
fantástico, increíble.
¿Y yo? Tal situación conyugal o
familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal
pecado incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una
vida...
Nuestra esperanza cristiana no
es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, es la certeza
que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba perdido: es el
Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos!
Dios quiere nuestra
colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se
puede decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos,
que supera totalmente nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos
marionetas manipuladas por El a distancia. Este salmo es todo un
"programa" de trabajo y responsabilidad: "los que siembran con
lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la
salvación no se hace " ¡sin nosotros! " Los llantos no pueden
reemplazar el trabajo de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra
parte para transformar en liberación la situación mortal que es la nuestra. El
grano sembrado parece perdido, y en los países de hambre, el sembrador
"sacrifica" trigo del cual se priva momentáneamente y que podría
comer: hay motivo suficiente para llorar.
Nuestra colaboración en la
salvación, nuestra forma de sembrar, es aceptar madurar como el "grano de
trigo que se pudre para dar fruto". Debemos vivir las pruebas de la vida
como "comuniones" con el misterio de la cruz de Jesús. La imagen de
la semilla es elocuente: primero el abatimiento, el entierro... Iuego el peso
de las gavillas cargadas de espigas maduras.
San
Pablo en la segunda lectura exhorta a los destinatarios de su carta y hoy a
nosotros: "Y por esto os ruego que vuestra caridad
crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis
discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos
de frutos de santidad por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios...".
Estas palabras constituyen todo un
programa de vida. Palabras que hemos de hacer realidad concreta cada día, sin desaliento, sin descanso, con
esfuerzo, con empeño continuo. Hacer de nuestra existencia ordinaria una
maravillosa sinfonía que cante gozosa la gloria de Dios.
San Pablo escribe estando encarcelado. Desde su prisión escribe gozoso a los cristianos de Filipos
comunidad a la que muestra un cariño especial: "Siempre rezo por todos
vosotros, lo hago con gran alegría". Y les dice que tiene confianza en
que el Señor llevará a buen término la obra que él comenzó con su predicación.
Eso es lo que le preocupa, eso lo que intenta. Por eso al saber que los
filipenses se mantienen firmes en la fe, su corazón de apóstol rebosa de júbilo
tal, que parece olvidarse de las cadenas que le sujetan al cepo en la prisión.
"Testigo me es
Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Fl 1,
8) Amor profundo y sincero de san Pablo por los cristianos que ha convertido
con su predicación. Amor grande y auténtico que brilla ante Dios y ante los
hombres. Amor semejante, por no decir idéntico, al de Cristo mismo. De hecho,
Pablo dirá que les ama en las entrañas de Cristo. Está tan unido al Señor que
su corazón se llena del mismo amor que late en el corazón de Jesús. Ojalá
sepamos también nosotros amar de la misma forma, ojalá lleguemos a una unión
tal con Dios, que la vida divina sea nuestra vida, sin dejar por eso de ser
nosotros mismos.
El
Evangelio de Lucas que hoy se nos ha proclamado desea ser notario de la
presencia de la salvación de Dios para los de su época y para las generaciones
venideras.
Juan Bautista predicaba un bautismo de conversión y que
empleaba las palabras del profeta Isaías para identificar su misión. “Una voz grita en el desierto…”. A nosotros, esas palabras, nos
invitan a un camino de conversión, de cambio. Vemos que algo ha terminado y
algo nuevo está por llegar y que hemos de estar preparados, con la mente
abierta y el corazón dispuesto.
"En el año quince del
reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y
Herodes virrey de Galilea..." (Lc 3, 1)
Los evangelistas exponen lo que ocurrió como testigos
directos que sabían que era verdad cuanto contaban. Y cuando el que narra los
hechos sobre la vida de Jesús no era un testigo presencial, como en el caso de
san Lucas, trata de informarse cuidadosamente indagando y preguntando a los que
vivieron con el Señor. En efecto, así nos lo dice con toda claridad el
evangelista en el prólogo de su evangelio. Y así lo vemos en este pasaje que
contemplamos, en el que da una serie de datos concernientes al tiempo preciso
en que el Bautista comienza su predicación.
Los personajes que nombra, el emperador Tiberio, el
gobernador de Judea Poncio Pilato, los tetrarcas o virreyes Herodes Antipas,
Filipo o Felipe y Lisanias o Lisanio, son todos personajes que existieron y que
fueron coetáneos a Jesucristo. De este modo, el hecho de la Redención se sitúa
con exactitud en el tiempo, haciéndonos entender la veracidad histórica del
Evangelio.
También el Bautista es un personaje que, lo mismo que los
anteriores, está atestiguado por otros autores ajenos al cristianismo. Así
Flavio Josefo nos refiere el ministerio del Precursor y la veneración de que
fue objeto por parte del pueblo judío de entonces. Un dato más que nos ha de
confirmar y fortalecer en nuestra fe acerca de cuanto nos narran los
Evangelios.
Juan Bautista lo tenía muy claro: nacemos pecadores, con
tendencia original al pecado. Desde el momento mismo en que nacemos peleamos a
muerte por lo nuestro, sin importarnos lo de los demás; los demás sólo son
importantes para nosotros en la medida en que pueden ayudarnos a nosotros
mismos. Sí, así somos desde que nacemos y así seguiremos siendo, si la educación
y la vida no nos enseñan a corregir este egoísmo innato.
¿Pero sabremos abrir las puertas de nuestras murallas
personales y comunitarias a la alegría que nos ofrece Dios?
Como cristianos
nuestra tarea es preparar los caminos del Señor: "que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo
torcido se enderece y lo escabroso se iguale". ¿Cuál nuestra colina?
Quizá sea nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. El gran pecado del hombre
actual es prescindir de Dios y creerse él mismo el todopoderoso. Pero podemos
también vivir sin valorarnos, con una falsa humildad y abatimiento. Por eso se
nos dice que nos levantemos y reconozcamos los dones que Dios nos ha dado para
ponerlos a disposición de los hermanos. A veces nos empeñamos en caminar por
caminos tortuosos o escabrosos. Dios quiere que eliminemos los baches y las
curvas que nos desvían de la senda verdadera. Prepara los caminos al Señor y le
abre la puerta quien con humildad reconoce que necesita del Señor y endereza
sus pasos torcidos, quien se convierte de su mala conducta, quien abandona el
camino del mal y de la mentira para recorrer el sendero del bien que conduce a
la Vida. Prepara los caminos al Señor quien se afana seriamente en quitar todo
obstáculo del camino, despojándose de todo lo que retarda o impide su llegada a
nuestra mas profunda intimidad.
Necesitamos
nacer de nuevo, morir a lo antiguo, ser bautizados con un bautismo de
conversión continua. A eso nos anima este tiempo litúrgico del Adviento, a esto
animaba a los judíos el hijo de Zacarías, Juan Bautista. Estamos llamados a sumergirnos en la misericordia de Dios y
enterrar nuestro pecado, para poder levantarnos salvos y con el propósito de
vivir en adelante como verdaderos hijos de Dios. Sin reconocimiento de nuestros
pecados y propósito de conversión continua no podremos vivir este tiempo de
gracia en la misericordia de Dios.
El
Adviento es tiempo de conversión,
tiempo de preparar los caminos y
enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
Sólo
Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira.
Esa acción sanadora que Dios realiza en el hombre es el juicio, el juicio de
Dios. El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que
puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa
de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora
de Dios, entonces se recibe el Espíritu.
El
juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra
justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos
meramente externos, rituales, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a
la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y
de entrega, a vivir en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso
de Dios a vivir en la justicia.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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