Comentario a las lecturas del
Domingo XX del Tiempo Ordinario. 14 de agosto de 2016.
Las lecturas de la liturgia de hoy,
tiene un claro mensaje: "el seguimiento de Cristo supone la cruz" Jeremías
fue rechazado por su propia gente, como otros grandes profetas, hasta Cristo mismo.
La palabra de Dios es como un fuego; los que aceptan van a ser purificado y
santificados por la Cruz de Cristo. De pie para recibir la procesión con el
cántico de entrada.
La primera lectura de hoy de la profecía de Jeremías. Nos presenta la violencia que sufre el profeta por ser fiel al mandato de Dios; la valentía para afrontar la ira de los ricos; y la división que se produjo; unos a favor y otros en contra.
La primera lectura de hoy de la profecía de Jeremías. Nos presenta la violencia que sufre el profeta por ser fiel al mandato de Dios; la valentía para afrontar la ira de los ricos; y la división que se produjo; unos a favor y otros en contra.
La segunda lectura nos invita a correr
en la carrera de la vida sin retirarnos. Nos pone como ejemplo al mismo Jesús, quien, en lugar del
gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
Como el tema de las dos lecturas anteriores, el Evangelio de hoy también dice que el seguimiento de Cristo supone abundancia de sufrimientos y de conflictos. Todo cristiano debe tomar partido ante Cristo, que sigue siendo signos de contradicción. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.
La primera lectura es del libro de Jeremías (Jer 38, 4-6. 8-10), El texto narra uno de los últimos y más violentos episodios de la vida de Jeremías, y uno de los que mejor expresan la dramática dificultad de su vida.
Como el tema de las dos lecturas anteriores, el Evangelio de hoy también dice que el seguimiento de Cristo supone abundancia de sufrimientos y de conflictos. Todo cristiano debe tomar partido ante Cristo, que sigue siendo signos de contradicción. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.
La primera lectura es del libro de Jeremías (Jer 38, 4-6. 8-10), El texto narra uno de los últimos y más violentos episodios de la vida de Jeremías, y uno de los que mejor expresan la dramática dificultad de su vida.
La acción se sitúa en 587 a.
C. Las tropas de Nabucodonosor de Babilonia asedian Jerusalén. Los nobles
judíos pretenden la resistencia, basados en una hipotética ayuda de Egipto.
Jeremías ve claro - según él por revelación de Yahvé - que toda resistencia es
inútil, y exhorta a todos a entregarse a los caldeos para salvar así la vida.
Esta actitud es tomada por anti-patriótica, y Jeremías sufre violenta
persecución, es encarcelado y casi lo matan.
Ésta es solamente una de las
muchas ocasiones en que la predicación le cuesta a Jeremías persecuciones y
peligros. Su libro está lleno de tales sufrimientos, y su vida entera marcada
por tal drama. Jeremías, persona afable y cordial, se ve empujado por La
Palabra a denunciar constantemente los abusos e infidelidades del pueblo y
sobre todo de sus jefes, que le responden con persecuciones constantes, de las
que se queja amargamente ente Dios (v.15,18).
Todo esto producirá
profundos efectos en su religiosidad, que es cada vez más interior, más
"religión del corazón", lo que le va a convertir en el peldaño más
alto del AT. y el más inmediato predecesor de Jesús.
Su misma vida, transformada por tantos acontecimientos difíciles, se convierte
en una imagen anticipada de Jesús. Hasta es probable que sea Jeremías la figura
real en la que se inspiró el segundo Isaías para la figura del Siervo de Yahvé.
La cisterna viene a ser un
símbolo del abandono y de la muerte (Gn 37, 22. 28).
La oración sálmica que numerosas veces hiciera
Jeremías de "ser contado con los que bajan a la fosa" se hacía
realidad en la vida del profeta (cf. Sal 7, 16; 142, 7). Así la acción
profética quedaba concluida, ya que su vida misma apoyaba sus palabras. Cuando
el que profetiza une su vida a su palabra, lo que de ahí puede salir es algo de
una fuerza imprevisible y definitiva.
En el momento de la prueba
solamente un extranjero se apiada del profeta y se salva gracias a la simpatía
de un cortesano etíope. El profeta está empeñado en una empresa ardua, casi
imposible: hacer recapacitar al pueblo para que tome conciencia de pueblo
elegido. Es difícil oír la voz de un profeta que clama por la confianza en
Dios, cuando el hombre solamente confía en sí mismo. Destino doloroso, destino
de profetas.
El responsorial es el salmo 39 (Sal 39, 2. 3: 4. 18(R.: 14b) es una
clara expresión de pedir ayuda al Dios.
Señor, date prisa en socorrerme.
Lamentación individual
-muy original por su forma- de un hombre que se ve afligido por una enfermedad
y el consiguiente desprecio de sus enemigos y cuya vida está casi apagada.
[Com. bib. San Jerónimo]
Entre los versos 2 al 12, este
salmo es una acción de gracias individual, del 12 en adelante es una súplica de
auxilio. La liturgia de hoy, sólo toma algunos versos de la primera parte, la
cual es de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte
gracias a la intervención providencial de Dios (ver versos del 2 al 5), y, en
consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los oyentes
a adherirse al Señor, que protege a sus fieles, y recordando los favores que
otorga a los suyos (ver versos del 4 al 6).
“Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia
mí y escuchó mi clamor” El salmista se refiere a una situación de peligro
para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un accidente
mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas de muerte de
parte de sus enemigos. El Señor acudió a su súplica cuando se hallaba al borde
del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible hoya, que describe como
charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los prisioneros. “Y me sacó de una horrible hoya, de fangosa
charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos”. (v.3) La situación parecía desesperada, pero
intervino la mano protectora del Señor, y al punto su vida se cambió, y del
peligro pasó a la máxima seguridad, pues el Señor afirmó sus pies sobre roca,
afianzando sus pasos. La semejanza es corriente en la literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que,
después de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido
por los enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los
domina como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus
pies no vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando
por superficie firme como las rocas.
Himno de acción
de gracias (4-6).
“Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro
Dios”. La liturgia
sólo toma el cuarto versículo. La liberación súbita del peligro de muerte por
obra del Señor hace que se vea forzado a
entonar un cántico de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se
asocien a su desahogo lírico los que le rodean, los cuales se han de ver
sobrecogidos de temor reverencial ante el que obra tales prodigios; y también
los invita a confiar en El. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de
solidaridad de los que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el
reconocimiento por parte de todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en
este caso el propio salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso
suyo es uno de tantos en que se refleja la particular providencia que Dios
tiene de los que a El se confían. Por eso considera
bienaventurado al que tiene confianza ciega en Dios, apartándose de lo que
dicen los apóstatas o ateos prácticos, que no admiten la providencia divina en la
vida de los hombres y, en su soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que
sólo su poder basta para gobernarse en la vida.
El salmista — frente a esta actitud de autosuficiencia
y de orgullo — declara que muchas veces ha sido testigo de las maravillas y
prodigios que reflejan los designios salvadores y benevolentes de Dios hacia
los suyos.
Concluye con una
expresión plena de confianza en Dios: (v.18) "tú eres mi auxilio y mi
liberación, Dios mío, no tardes".
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La segunda lectura es de la carta a
los Hebreos (Heb 12, 1-4) Los
ejemplos anteriormente propuestos, de tantos y tantos justos del Antiguo
Testamento, eran aleccionadores; pero faltaba el ejemplo principal, el de
Cristo mismo.
El autor presenta este ejemplo de
Cristo, valiéndose de una metáfora tomada de los juegos públicos, a los que tan
aficionada era la sociedad greco-romana de entonces. Imagina que se hallan, él
y los destinatarios, en la arena de un anfiteatro en el momento de iniciar la
carrera para conseguir un premio. Allí, en las gradas de ese anfiteatro, está
toda una "nube de testigos" contemplando su esfuerzo: son esos
antepasados, modelos de fe, que acaba de mencionar (v.1). Como los corredores,
añade el autor, también nosotros debemos desprendernos de todo estorbo y del "pecado
que nos asedia" (v.1), puestos los ojos en la meta, Jesucristo, el
"autor y perfeccionador" de nuestra fe (v.2; cf. 2:10), modelo que no
debemos nunca perder de vista, a fin de no decaer "rendidos por la
fatiga" (v.3).
Que no se extrañen
los destinatarios de la carta de las pruebas por que están pasando; es una
señal de que Dios les quiere. Tal es, en sustancia, la idea central de esta
pericopa.
El evangelio es de San Lucas (Lc12, 49-53) vemos distintas sentencias de Jesús agrupadas aquí en
función de la idea central de que la venida de Jesús inaugura un tiempo
crítico, que fuerza a los hombres a optar a favor o en contra de él.
Los vv. 49-50 son
originariamente independientes. El "fuego" (v.49) que Jesús asegura
va a prender en la tierra no debe entenderse como un recurso a la violencia
para la implantación del Reino
de Dios, sino como una alusión al Espíritu Santo
o bien a la purificación de los corazones, según un simbolismo muy utilizado en
el lenguaje bíblico. El "bautismo" (v.50) que Jesús tiene que recibir
no es, evidentemente, ningún rito o sacramento. Debe entenderse la palabra en
su sentido originario de "inmersión": Jesús debe sumergirse en unas
aguas profundas, y ya sabemos que esas aguas son imagen de grandes sufrimientos.
Es, pues, un anuncio de la Pasión. Tanto el "fuego" como el
"bautismo" son objeto de un deseo vehemente de Jesús. Anhela
purificar el corazón de todos los hombres con su Espíritu, y camina
valerosamente hacia su pasión, que es su camino obligado. Estos dos versículos
expresan por tanto, originariamente, la voluntad decidida de Jesús de realizar
el plan que el Padre le ha propuesto.
Pero colocados aquí por Lc deben entenderse principalmente en función de los vv.
51-53 que siguen, en los que Jesús aparece como "signo de
contradicción". Hay una referencia a Mi 7,6, que como una muestra de la
corrupción general hablaba de las divisiones familiares. Jesús no se propone
obtener este lamentable resultado, pero de hecho el seguimiento fiel de Jesús
originará tensiones e incluso rupturas. Cuando los apóstoles predicaban el
evangelio entre los paganos del mundo greco-romano, la conversión al
cristianismo implicaba un cambio de vida tan radical que podía dificultar
seriamente la convivencia con los parientes aún paganos.
Para nuestra vida.
La
primera lectura presenta una de las muchas ocasiones en que la predicación le
cuesta a Jeremías persecuciones y peligros. Su libro está lleno de tales sufrimientos, y su
vida entera marcada por tal drama. Jeremías, persona afable y cordial, se ve
empujado por La Palabra a denunciar constantemente los abusos e infidelidades
del pueblo y sobre todo de sus jefes, que le responden con persecuciones
constantes, de las que se queja amargamente ente Dios (v.15,18).
En el profeta estos
acontecimientos producirán profundos efectos en su religiosidad, que es cada
vez más interior, más "religión del corazón", lo que le va a
convertir en el peldaño más alto del AT. y el más
inmediato predecesor de Jesús. Su misma vida, transformada por tantos
acontecimientos difíciles, se convierte en una imagen anticipada de Jesús.
Hasta es probable que sea Jeremías la figura real en la que se inspiró el
segundo Isaías para la figura del Siervo de Yahvé.
Esto a nosotros nos debe
resultar ejemplar. Que las realidades difíciles de nuestra vida cristiana, nos
ayuden también a profundizar en la fe, ir a lo que realmente es importante.
Un
profeta es siempre de un modo u otro signo de contradicción a las personas. La
fidelidad a la palabra y a la misión recibida, exponen siempre al profeta a
malas tratos, incluso a la muerte. El profeta corre el riesgo de exponerse en su fidelidad
a Dios y a su Palabra. Esto es lo que hace de él un testigo, un mártir. Permanece inalterable, seguro en su fe con la máxima
confianza en la ayuda de Dios que nunca le fallará, sabiendo que emergerá
victorioso para el juicio. Los cristianos desde el bautismo estamos llamados a
ser "sacerdotes, profetas y reyes..." (Ritual del bautismo).
En el
salmo de hoy nos ponemos confiadamente en las manos de Dios. Pedimos su ayuda. " Señor, date prisa en
socorrerme".
La segunda lectura resalta
la situación de los cristianos. Han quedado abolidas las antiguas barreras, y
todos los creyentes tienen derecho a entrar en el santuario gracias a la sangre
de Jesús; más aún, todos son invitados a acercarse a Dios con fe viva, con
esperanza inquebrantable y con caridad activa. Sin embargo, su situación no
está exenta de peligros. Todavía son posibles las caídas. Por tanto, es
necesaria la vigilancia, así como la constancia en las pruebas.
Para animar a los creyentes,
el autor nos presenta ante nuestros ojos los grandes ejemplos del pasado,
mostrando que la fe se encontraba en la base de todo cuanto se ha hecho de
válido en la historia religiosa de la humanidad (11,1-40). Del sacrificio de
Abel hasta los mártires del tiempo de los Macabeos,
pasando por Henoc, Noé, Abrahán y Moisés, la historia
de la salvación es historia de la fe. La fe sola es capaz de obtener las
mayores victorias y de soportar las pruebas más tremendas.
Para nuestra vida cristiana
la historia, los acontecimientos salvadores e históricos de Dios, son muy
importantes. Parte de nuestra vida cristiana es ver y considerar la vida de
santidad de nuestros antepasados.
Y de esa consideración histírica, los cristianos somos invitados a unir a la fe la
paciencia a ejemplo de Jesús, que soportó la cruz (12,2).
El evangelio nos presenta la radicalidad del mensaje
de Jesús. El mismo confía a sus discípulos: «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la
tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una
casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la
hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»
(Lucas 12, 51-53).
Esta
expresión de Cristo significa que la paz que Él vino a traer no es sinónimo de
simple ausencia de conflictos. Por el contrario, la paz de Jesús es fruto de
una constante lucha contra el mal. El enfrentamiento que Jesús está decidido a
afrontar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios
y del hombre, Satanás.
Jesús
completa su mensaje cuando dice a renglón seguido: "Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?. En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino:
Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito. Jesús entrega
voluntariamente su vida por nosotros, y nadie tiene amor más grande que el de
dar uno la vida por sus amigos. Por eso nos declara también su impaciencia
santa hasta no ver cumplido su Bautismo, su propia muerte en la Cruz por la que
nos redime y nos eleva: Tengo que ser bautizado con un bautismo, ¿y cómo me
siento urgido hasta que se lleve a cabo!. Con estas
palabras Jesús quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un
incendio que lo cambie todo. Él nos ama a cada uno con amor personal e individual,
como si fuera el único objeto de su amor. En ningún momento ha cesado de
amarnos, de ayudarnos, de protegernos, de comunicarse con nosotros; ni siquiera
en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o en los que cometimos
las faltas y pecados más grandes, tanto cuando correspondimos a sus gracias
como cuando nos alejamos de Él. Siempre nos mostró el Señor su benevolencia;
ahora también. Dios, que es infinito, no nos ama a medias, sino con todo su
ser, nos ama sin medida, y eso nos invita también a una respuesta radical.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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