Ante el radicalismo de Jesús ante la riqueza, cabe preguntarse si la postura resulta hoy no ya práctica, útil, sino si es simplemente posible y practicable.
En nuestros días se suele ver el dinero, su implantación social y su dominio omnipresente en las relaciones humanas, como una conquista obvia en nuestra cultura, como una situación de hecho irreversible y un indiscutible valor. Y es que, desde un punto de vista histórico, la capitalización de la vida humana ha ido pareja al desarrollo cultural y político, social y humano en la civilización occidental; desde los inicios de la modernidad, la religión -servicio a Dios- ha ido siendo desplazada por la economía -servicio al dinero- como centro productor de relaciones sociales 18; hoy, en las postrimerías de la modernidad, el culto al Dios verdadero ha quedado arrinconado en la esfera de lo privado y de lo íntimo, mientras que el cultivo del dinero parece ser la preocupación dominante, cuando no ocupación prioritaria, en nuestra sociedad. En la España de los ochenta la situación se presenta
especialmente alarmante: "ahora el afán de dinero es terrible, desmedido" (Card. SUQUIA, Tiempo, 12.03.90)19.
La valoración, desde la perspectiva bíblica en que nos hemos movido, no puede ser positiva; semejante estado de cosas descubre la ausencia de significatividad social del evangelio: Dios y su reinado han dejado de ser relevantes en nuestra sociedad. Los que aún seguimos
esperándole deberíamos tomar buena nota de ello y actuar en consecuencia: "los que van principalmente en busca del dinero no
pueden creer en Dios" (Card. TARANCON, Diario 16, 05.03.90)20 ni ver al prójimo como hermano 21.Y es que, si algo queda claro en la postura de Jesús, es que se da
una absoluta incompatibilidad de servicio entre Dios y el dinero. Ahora
bien, la contraposición es categórica sólo para quien vive bajo la lógica del Reino de Dios, esperando su próxima implantación y seguro de poder mantener su esperanza a pesar de sentir el poder seductor del dinero. Solamente teniendo a Dios en el corazón 22 y su querer, su reino, como quehacer de las manos, se aleja eficazmente el discípulo de Jesús de endeudarse bajo la soberanía del dinero.
Ello no implica que necesariamente el cristiano tenga que renunciar a sus bienes; aunque Jesús se lo propuso a algunos, nunca se lo impuso a todos. Y es que, según él, la renuncia a la riqueza no es consejo para unos pocos, sino exigencia permanente para todos, siempre que quedarse con ella conduzca a quedarse sin Dios. Y no piensa Jesús que se deba renunciar a los bienes porque su posesión fuera en sí misma injusta, aunque compartiera la crítica profética de que el disfrute de los bienes materiales va unido a la injusticia (Lc 16,9.11)21; Jesús, con todo, no demoniza la riqueza, pero bien sabe de su capacidad de enajenar al hombre de su Dios; de hecho, Mammona siempre tiene en él sentido peyorativo. Pero ello no le lleva a pedir simplemente a los suyos que no se dejen dominar por cuanto tienen y lo pongan a disposición de los más necesitados: exige a todos, sin pararse a ver cuánto poseen, que prefieran a Dios antes que a sus posesiones.
Y es que, para sorpresa de sus oyentes, hoy como ayer, Jesús está convencido que la riqueza humana es rival de Dios: quien se cree propietario de algo difícilmente aceptará ser siervo de alguien; el rico, al no reconocerse deudor de nadie, desconoce y menosprecia más fácilmente a su Dios. En el fondo, con su alternativa sin concesiones, Jesús propone a quienes deseen ser súbditos del Reino por venir el servicio de Dios como único modo de vivir mientras se le espera; Jesús
pretende que cuantos viven anhelando el señorío de Dios vivan ya como si Dios fuera ya su señor único.
No deja de ser significativo que los evangelistas tuvieran que aminorar la exigencia de Jesús, para que siguiera teniendo validez en la vida de sus comunidades. Mateo, quizá por dirigirse a una audiencia de escasos recursos en su mayoría, insistirá en que quien tiene a Dios como Padre no ha de dejarse agobiar por si tiene o no lo suficiente para vivir: vivir como hijo de Dios libera de la preocupación por la propia vida, pues ésa es la ocupación del Padre (Mt 6,25-32). Lucas, seguramente porque entre sus oyentes se vive una situación económica más desahogada aunque desigual 24, exhortará a saber servirse del dinero, del conseguido incluso con malas artes, para cuidar de los que menos tienen (Lc 16,1-13).
Estas aplicaciones, sin entrar a decidir si respetaron la intencion primera de Jesús, nos ofrecen, de forma ejemplar, un camino normativo para actualizar la postura de Jesús: sin acomodación a la propia situación, el dicho de Jesús deja de ser significativo, 'evangélico'; ahora bien, cualquier actualización de la postura de Jesús ha de incluir su núcleo (o Dios o el dinero) si pretende ser normativa, "canónica".
Quien hoy desee situarse ante el dinero como lo hizo Jesús, no podrá contentarse únicamente con repetir sus palabras afirmando otra vez la incompatibilidad del servicio simultáneo a Dios y al dinero; tendrá que ver dónde y cómo se realiza hoy ese servicio y afrontar el reto de optar por el señor a quien prefiere servir. No plantearse el dilema sería intentar lo imposible, la sumisión a dos amos.
En definitiva, de la actitud vital que frente al dinero y las riquezas tenga el discípulo de Jesús, depende, hoy como ayer, el que la postura de Jesús aparezca no sólo como creíble sino incluso como posible: en nuestra relación diaria con el dinero se juega el cristiano hoy el reino de Dios y queda comprometida la credibilidad del evangelio de Jesús.
Para salvar ambos, el cristiano tendrá que vivir de tal forma que resulte evidente a todos que ha preferido servir a Dios en exclusiva; es su responsabilidad dar con el modo de llevarlo a la práctica fehacientemente.
Bartolomé Juan J.
SAL TERRAE 1990/06.Págs. 449-459
SAL TERRAE 1990/06.Págs. 449-459
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