lunes, 27 de junio de 2011

Jesús, un hombre solo en medio de la multitud.

J/PARADOJAS: Pero aquí también nos encontraremos con otra de las paradojas de Jesús: su profunda necesidad de compañía y la radical soledad en que seguía su alma, incluso cuando estaba acompañado. Los evangelistas señalan numerosas veces una especie de temor de sus apóstoles ante sus discursos y prodigios (Mc 9, 6; 6, 51; 4, 41; 10, 24), el miedo que tenían a interrogarle (Mc 9, 32). El evangelio de Marcos comienza la descripción del último viaje de Jesús a Jerusalén con estas palabras: Jesús iba delante de ellos, que le seguían con miedo y se espantaban (Mc 10, 32). Y repetidas veces nos tropezaremos la frase: Estaban llenos de temor (Mc 5, 15; 33, 42; 9, 15). Los apóstoles y aún más las turbas, eran conscientes de que él no era un rabino más. Cuando se preguntaban quién era, buscaban las comparaciones más altas: ¿Será el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de /os profetas? (Mt 16, 14). También Jesús era consciente de esta distancia que le separaba de los demás. Por ello, aun a pesar de su inmenso amor a los hombres, sólo cuando estaba en la soledad parecía sentirse completo. Necesitaba retirarse a ella de vez en cuando. En cuanto podía alejarse del gentío, huía a lugares solitarios, como si sólo allí viviera su vida verdadera. Y despedidas las gentes, subió al monte, apartado, a orar. Y allí estaba solo (Mt 14, 23). A veces. hasta parece que la compañía de los demás se le hiciera insoportable: ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? (Mc 9, 18) dice, con frase durísima, a los apóstoles al comprobar cómo. en su mediocridad, no hacen otra cosa que aguar su visión del Reino. Casi diríamos que sólo al final de su vida se siente plenamente a gusto entre los suyos. Su corazón se esponja cuando se encuentra con ellos y se vuelve caliente y conmovedor a la hora de la despedida. Porque Jesús tiene un corazón verdaderamente afectivo. No es blando ni sentimental, pero sí profundamente humano. Se siente a gusto entre los niños y los pequeños; llora ante la tumba de Lázaro y ante Jerusalén; llama, en la última cena, «hijitos» a sus discípulos. Se angustia ante lo que les puede ocurrir a los apóstoles cuando él se vaya; se olvida de sí mismo para preocuparse de pedir al Padre que ellos tengan un lugar en el cielo. Jesús -señala García Cordero- no es un asceta ni un estoico que ahoga sus sentimientos afectivos legítimos, sino que los sublima en una consideración superior sobrenatural.

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