lunes, 27 de junio de 2011

Jesús fue un hombre que sabia lo que queria.


Esta asombrosa seguridad de Jesús en sí mismo se basa en las dos características más visibles de su vida tal y como las ha señalado Karl Adam: la lucidez extraordinaria de su juicio y la inquebrantable firmeza de su voluntad. Un hombre, pues. No un titán. No un superhombre. Jamás los evangelios le muestran rodeado de fulgores, con ese aura mágica con la que los cuentos rodean a sus protagonistas. En Jesús hasta lo sobrenatural es natural; hasta el milagro se hace con sencillez. Y cuando -como en la transfiguración- su rostro adquiere luces más que humanas, es él mismo quien trata de ocultarlo, pidiendo a sus apóstoles que no cuenten lo ocurrido. Quienes un día le llevaron a la cruz, nunca temieron que pudiese escapar de sus manos con el gesto vencedor de un «superman».

Su modo de pensar v de hablar Y aquí llega de nuevo a nosotros la sorpresa, porque volvemos a encontrarnos bajo el signo de lo sencillo. Ha escrito Guardini: Si comparamos sus pensamientos con los de otras personalidades religiosas, parecen, en su mayor parte muy sencillos, al menos tal y como los hallamos en los evangelios sinópticos. Claro que, si tomamos la palabra «sencillo» en el sentido de «fácilmente comprensible» o de «primitivo», entonces desaparece, al observar un poco más.

Es cierto, las palabras de Jesús son tan claras y transparentes como la superficie del agua de un pozo. Sólo bajando nuestro cubo hasta el fondo, podemos percibir su verdadera hondura. ¿Hay algo más «elemental» que la parábola del hijo pródigo? ¿Hay algo más vertiginosamente profundo? Y es que -como señala el mismo Guardini- el pensamiento de Jesús no analiza ni construye sino que presenta realidades básicas y ello de una manera que ilumina e intranquiliza a la vez.

No hay en su pensamiento inquietudes filosóficas o metafísicas. Desde ese aspecto, muchos otros textos de fundadores religiosos parecen más profundos, más elaborados, más bellos, incluso. Pero Jesús jamás hace teorías. Nada nos dice sobre el origen del mundo, sobre la naturaleza de Dios y su esencia, jamás habla como un teólogo o como un filósofo. Refiere de la verdad como hablaría de una casa. Siempre con el más riguroso realismo. Sus palabras son un puro camino que va desde los hechos hacia la acción. Sus pensamientos no quieren investigar, explicar, razonar, mucho menos elaborar construcciones teóricas, se limita a anunciar el amor de Dios y la llegada de su Reino con el mismo gesto sencillo con el que alguien nos dice: mira, esto es un árbol. Su pensamiento está concentrado en lo esencial y no necesita retóricas. Por eso escribe Boff:

El no hace teología ni apela a los principios superiores de la moral y mucho menos se pierde en casuísticas minuciosas y sin corazón. Sus palabras y su comportamiento muerden directamente en lo concreto, allí donde la realidad sangra y es llevada a una decisión ante Dios.

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