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sábado, 11 de octubre de 2014

Comentarios a las lecturas DEL DOMINGO XXVIII TO. 12 DE OCTUBRE DE DE 2014

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
12 DE OCTUBRE DE DE 2014

Llegará un día que Dios terminará con toda la penuria humana y, además, aniquilará la muerte para siempre. Y hay palabras misteriosas, como las que dice: “arrancará en este monte el velo que cubre a todas los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Y preparará para todos un gran banquete. En la descripción del banquete recuerda, sin duda, al salmo 22, en el que el Señor nos lleva a fuentes tranquilas y prepara una mesa ante nosotros. Llegará, sin duda, ese día final de gran alegría y de conocimiento total de lo que nos falta por saber de la existencia futura. La promesa de Dios es para todos los pueblos. No sólo para el pueblo elegido, para Israel. Pero no sólo, tampoco, para nosotros los cristianos, que no podemos creer, asimismo, elegidos. Serán todos los pueblos. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”.
“Las palabras de la profecía, proclamadas hoy en la liturgia de la comunidad, vuelan de los campos del hambre a los tugurios del ébola, de las vallas fronterizas al fondo de las pateras, del infierno de los esclavizados al oprobio de los desechados, y no podrás acceder a su verdad, Iglesia cuerpo de Cristo, si no te las devuelve como un eco la montaña del sufrimiento humano.
Dios no puede enjugar las lágrimas, Dios no puede alejar el oprobio. Lo sabe el hambriento, lo sabe el contagiado, lo sabe el emigrante, lo sabe el esclavo, lo sabe el que nada cuenta, el que nada tiene, el que nada vale, lo sabes tú. Y el eco lo irá repitiendo cada día desde la montaña del sufrimiento: Dios no puede… Lo saben también el opresor, el negrero, el explotador, el corrupto, el violento, el cruel, el violador, el engañador, el pederasta.
Tú sabes, sin embargo, Iglesia cuerpo de Cristo, que las palabras de la profecía son verdaderas, sabes que las lágrimas serán enjugadas y que el oprobio será alejado, tú sabes que sobre esas palabras se levanta cierta la esperanza de los pobres, tú sabes que el Señor Dios, su no poder y su amor, es tu salvación.
En Jesús de Nazaret, en el misterio de la Palabra hecha carne, evidencia de la debilidad de Dios y de su amor, Dios se nos hizo cercano para enjugar lágrimas y alejar oprobios”. (Monseñor Agrelo Domingo 28 del TO)
El salmo como que actualiza las promesas de la primera lectura y fortalece la invitación de Jesús al banquete de bodas::El Señor es mi pastor, nada me falta”. Ello supondrá como repetimos en la estrofa del salmo “habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
La providencia también nos la recuerda San Pablo en el fragmento proclamado hoy de la carta a los filipenses. San Pablo se coloca como ejemplo de saber vivir en cualquier circunstancia. “Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús”.
En el Evangelio Jesús se vale de una comparación (en un reino, las bodas del rey), para hacernos comprender de alguna manera las alegrías del Cielo. Alegría y abundancia de toda clase de bienes que se prolongan por muchos días. En el caso del Cielo por toda la eternidad. Estamos ante la promesa mayor que el Dios omnipotente nos hace, eso que colmará finalmente todos los deseos y anhelos del corazón humano.
Jesús entendió su vida entera como una gran invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Por eso, Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de esta fiesta final? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sea nuestros intereses inmediatos, nos parece que ya no necesitamos de Dios ¿Nos acostumbraremos poco a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza última?
Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de “los invitados a la boda” se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: “no quisieron ir. Otros responden con absoluta indiferencia: “no hicieron caso”. Les importan más sus tierras y negocios.
Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de todo, habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los cruces de los caminos”, por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios proclamada en el Evangelio de Jesús.
Dios ha preparado para sus hijos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos.
Jesús habla de la invitación a una boda. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de bodas?
En el cuerpo de Cristo que somos todos los bautizados, su Iglesia, pequeña y humilde, desposeída de poder y ungida de amor, Dios se hace buena noticia para todos, pero solo pueden entenderla los pobres.
Los pobres, que se encuentran con nosotros, deben encontrarse a través nuestro con Cristo, y podrán ir diciendo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
En Cristo Jesús, en la eucaristía, en ti, el amor hace presente entre los pobres la ciudad futura, la nueva Jerusalén, la morada de Dios entre los hombres, en la que Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”.
El futuro se anticipa con el poder del amor, del amor venimos, al amor vamos y con amor estamos llamados a caminar, hacia el “banquete del Reino”.

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