Pentecostés 2011
Queremos ser una Iglesia servidora del Jesús resucitado, el Dios hecho hombre, el profeta y servidor.
Estamos inmersos en una historia de misericordia entrañable.
La historia de la salvación es el relato del diálogo entre Dios y la humanidad y de las relaciones entre los hombres y las naciones, donde hay encuentros y desencuentros, gestos de amor y actos de violencia, iniciativas generosas e injusticias flagrantes... La Biblia nos habla de un Dios que se acerca al hombre para acompañarlo en su sufrimiento y en su búsqueda de felicidad, para denunciar las injusticias y defender a los necesitados, para favorecer la comunión y desterrar los enfrentamientos, para ofrecer su gracia y perdonar el pecado. Por eso hablamos de misericordia entrañable.
La creación es una obra del amor de Dios, su primer gesto de amor en favor de los hombres, para que fuera el hogar del hombre, viviera como una familia y nuestra tierra fuera un banquete donde la humanidad entera estaba invitada sin condiciones ni exclusiones. Al hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza (Gn 1,26-31), les comunicó la vida como el mayor regalo, para que descubrieran el gozo de vivir juntos y reflejaran de este modo la realidad misma de Dios.
Pero el hombre, con una libertad quebradiza, con tendencia a buscar la fuerza y la seguridad en sí mismo, a costa de Dios y de los demás, introdujo la historia dramática del dolor y de la violencia, en un palabra, del pecado: se rompe la armonía con la naturaleza; comienza la historia de los enfrentamientos y la convivencia y la comunicación entre los hombres queda rota por la violencia. No es lo que Dios quería. El hombre se aleja de Dios y de su proyecto de vida y amor. En medio de este caos a Dios mismo se le conmueven sus entrañas, cuando escucha los lamentos y quejas de sus hijos los hombres, cuando constata la injusticia y opresión que dominan las relaciones entre ellos. Pues Dios no es pasivo: "He visto la aflicción de mi pueblo, he escuchado sus clamores, conozco sus angustias. Y he bajado para librarlo". Y promete: "Lo conduciré a una tierra fértil y espaciosa, que mana leche y miel" (Ex 3,7-9). Surge su Palabra recordándonos que Dios no es el culpable ni quiere la desgracia humana y que está dispuesto a hacer lo posible para eliminarla. Y promete en el futuro la venida de un Salvador "que reinará como rey prudente y establecerá el derecho y la justicia en la tierra" (Jer 23,5). "Con amor eterno os he amado y por eso mantengo mi favor" (Jer 31,3); esta promesa es el fundamento y la garantía de nuestra esperanza. Dios se presenta como la vida del hombre.
La ternura de Dios adquiere rostro y figura humanos en Jesús, el Hijo enviado por el Padre y encarnado en la plenitud de los tiempos (Gal 4,4). Su misión consiste en mostrar el amor entrañable de Dios y en el ofrecimiento de una vida que alcanza hasta la eternidad (Jn 3,16). Este compromiso en favor de la vida y de la dignidad del hombre lo realizó desde el interior de nuestra experiencia, "se hizo un hombre cualquiera" (Fil 2,6s). Actúa como el samaritano que es sensible a las necesidades de los hombres que se encuentran a la orilla del camino. Por esta solidaridad su palabra resulta creíble, y porque habla desde la situación de sus hermanos los hombres, es capaz de ayudar a todos los que lo necesitan (Hbr 2,17-18).
La situación de la sociedad en tiempos de Jesús no era menos dura que la nuestra. Él nació, actuó y predicó dentro de situaciones profundamente conflictivas, cargadas de injusticias y de violencia. Los pobres eran parte amplia de la población y los numerosos enfermos estaban amenazados por el abandono o la indiferencia. En aquel contexto Jesús anuncia el gran jubileo. Un día Jesús acude a la sinagoga de Nazaret y proclama unas palabras de un texto de Isaías 61: "El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista, a los oprimidos la liberación, a proclamar un año de gracia del Señor". A continuación Jesús afirma: "Hoy se realiza ante vosotros esto que acabáis de escuchar" (Lc 4,17-21). Este "hoy" no ha terminado todavía, y por tanto sigue siendo actual: invita e interpela. Todos los jubileos, nos recuerda Juan Pablo II (TMA 11), encuentran su punto de partida en este gran jubileo de Jesús; y todos ellos, por ser un tiempo consagrado de un modo especial a Dios, deben restablecer la igualdad entre los hombres y reinstaurar la justicia social.
El comportamiento samaritano de Jesús. Lc 10,30-37 narra la parábola del samaritano. De un lado presenta como modelo a un miembro de una raza despreciada por la opinión pública judía pero que es privilegiado por Jesús frente al sacerdote y al levita. De otro lado el samaritano muestra una sensibilidad que le conduce a la solidaridad activa: no sólo se compadece, sino que se acerca y le cura, le dedica su tiempo y le ofrece su dinero, le entrega su amor y su persona. La conclusión de Jesús resulta casi innecesaria: haced vosotros lo mismo. En medio de las discriminaciones que establece la injusticia humana Jesús se sitúa siempre de parte de los que han sido colocados en la orilla del camino. Jesús no está contra nadie, pero muestra su predilección por los marginados y excluidos, defiende la dignidad de las mujeres en una sociedad machista, reivindica la fe de las prostitutas y de los paganos frente a la soberbia de los judíos, acoge a los niños.
La convocatoria para el envío y el seguimiento. Jesús marca el camino desde la credibilidad de su actitud. Llama a unos cuantos a ser sus discípulos, para estar con Él y para la misión: los envía a anunciar el Evangelio del Reino, expulsar demonios (Mc 3,14-15), curar a los enfermos y regalar gratuitamente el don que han recibido gratis (Mt 10,8s). Jesús por tanto llama al seguimiento de sus pasos, a poner nuestros pies en sus huellas a través de los caminos de este mundo. El seguimiento es afrontar y compartir la suerte y el mismo destino de Jesús, proclamar el mismo jubileo, realizar los mismos signos, alcanzar la misma credibilidad, vivir la misma misericordia samaritana, defender con la misma pasión la vida de los hombres entregada por el Dios de la vida. Cuando Jesús resucitado envía a los discípulos a predicar, a bautizar y a proclamar sus enseñanzas, les garantiza su presencia, su fuerza y su ayuda (Mt 28,19-20).
Estamos llamados a ser en medio del mundo, SIGNO DE ESPERANZA, CAUSA DE ALEGRÍA, CON SANTA MARÍA Y UN JESÚS PASCUAL.
Llamados a ser parte de una Iglesia SERVIDORA, QUE ES TRANSFORMADORA DE LA SOCIEDAD.
Desde este Pentecostés 2011, queremos ser una Iglesia servidora del Jesús resucitado, el Dios hecho hombre, el profeta y servidor.
Una Iglesia de testigos, con mártires donde son protagonistas los pobres y hombre nuevo el pecador.
Queremos ser una Iglesia de veras comunidad, fraterna porque la gente comparte fe y realidad.
Con sencillez y alegría aprende a participar, como hacían los cristianos con Pedro, Santiago y Juan.
Queremos ser una Iglesia que está siempre en oración, que alumbra toda la vida desde la palabras de Dios.
Que celebra como pueblo la nueva alianza de amor, en la fiesta de la vida que es la cena del Señor.
Queremos ser una Iglesia samaritana y cordial, que organiza la esperanza y la solidaridad.
Donde el Espíritu Santo, padre de los pobres, va suscitando los servicios, según la necesidad.
Queremos ser una Iglesia que muestra el amor de Dios, que sale a encontrar al hombre y lo abraza en su perdón.
Que consuela y acompaña, que agranda su corazón y planta comunidades donde se da conversión.
Queremos tener las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12; Lc 6,20-26) como la carta magna de este renovado Pentecostés 2011, ellas marcan las pautas de la alternativa que ofrece Jesús.
Queremos como Jesús asumir las actitudes en favor de la vida humana, Jesús llega a identificarse con el que sufre (cualquier sufrimiento), hasta el punto de estar realmente presente en él, haciendo que su causa sea la causa del mismo Jesús (no dice: "es como si me lo hicierais a mí" sino "a mí me lo hicisteis": Mt 25, 31-44).
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