(Siguiendo los textos de Mateo 5:3-12; Lucas 6:20-23.
Jesús fue un escandaloso y, por eso, se hizo de enemigos, aunque también fue admirado y seguido por multitudes.
El llamado Sermón del Monte nos da algunas pistas de cómo Jesús escandalizó a la sociedad judía. Jesús comienza su sermón con las Bienaventuranzas. Ambos evangelios se refieren a los pobres, aunque de manera diferente. Mateo habla de los “pobres en espíritu”, mientras Lucas habla de “los pobres” a secas. Al escribir, Mateo y Lucas toman su material de una fuente común, pero lo aplican en forma diferente.
El día de hoy, el concepto de pobreza tiene que ver principalmente con la carencia de dinero, el cual nos permite satisfacer nuestras necesidades para vivir con dignidad. Sin embargo, el concepto se extiende a otros aspectos de la vida, así que hablamos de pobreza sanitaria, educativa, cultural, de entendimiento, de amistades, para dar algunos ejemplos.
Con la frase “pobres en espíritu”, Mateo ataca la actitud arrogante de gente como los fariseos, personas educadas, que conocían la ley judía y que no carecían de bienes materiales. Eran bien considerados socialmente. Se sentían seguros de sí mismos, creyendo que sus propios méritos los hacía aceptos ante Dios. Jesús los llama a abandonar ese espíritu de superioridad que no les permite ver su propio mal. En Mateo, Jesús llama a que los arrogantes reconozcan su fragilidad humana, para que den lugar a una fortaleza que viene de Dios.
Son las personas humildes las que son bienaventuradas o dichosas. Son los “pobres en espíritu” (Mat. 5:3) o los “humildes de corazón” (Sal. 34:18; Isa. 57:15; Sof. 2:3) los que heredarán el reino de los cielos, sean ricos o pobres materialmente. Ser “pobre en espíritu” es, ante todo, una disposición, un modo de ser ante Dios. María, la madre de Jesús, fue llamada bienaventurada o bendita, porque con pobreza de espíritu aceptó la voluntad de Dios. En sus labios fueron puestas las palabras del Magnificat (Luc. 1:46-55), que dan testimonio de que Dios eleva al humilde pero rechaza al soberbio.
Pero en el Evangelio de Lucas, la pobreza toma un giro distinto. En este caso se habla de gente pobre en lo material, como lo eran Jesús y los discípulos. Las clases dominantes despreciaban a la gente pobre. Pensaban que su pobreza era señal de su alejamiento de la gracia de Dios. Las multitudes padecían hambre, enfermedades, eran analfabetas, ignorantes y trabajaban en tareas consideradas denigrantes. Oprimidos socialmente, a los pobres sólo les quedaba depender de ese Dios que, en Jesús, no los rechaza, sino que les muestra su amor, los sana y da de comer.
Al igual que los ricos, los pobres también deben convertirse a la “pobreza espiritual”, que los lleva a poner toda su confianza en Cristo (Mar. 1:15). La gente pobre es favorecida en el camino al reino, no porque sean menos pecadores, sino porque son víctimas de una sociedad injustamente organizada, que despoja al pobre y favorece al rico.
Las enseñanzas de Jesús eran tan radicales, que hasta sus discípulos se sorprenden. . . Las bienaventuranzas afirman que los pobres en espíritu son personas mansas y sufridas, sometidas, desheredadas. Son quienes lloran y llevan sobre sí el dolor no sólo propio sino también el ajeno. Son quienes sienten compasión y, en consecuencia, actúan solidariamente. Al servir no buscan beneficios propios, sino que son sinceros, honestos y de corazón limpio. Son también quienes se desesperan ante las injusticias y tienen hambre y sed de justicia. Quienes son pobres en espíritu pertenecen al reino de Dios y recibirán consolación, la tierra por heredad, serán saciados, no tendrán más sed de justicia, ni sufrirán persecución, sino que vivirán en paz.
Ese Jesús, que siendo pobre no tenía ni donde reclinar la cabeza, estaba poniendo los valores de su sociedad cabeza abajo. Ese pobre Jesús, sin privilegios ni poder, atraía multitudes de pobres y les prometía el reino de los cielos. ¡Qué escándalo!
Las enseñanzas de Jesús eran tan radicales, que hasta sus discípulos se sorprenden cuando les anuncia que los ricos no entran en el reino de Dios (Mat. 19:23-26), sino que la gente pobre tiene la bienaventuranza del reino de los cielos. La misma condición de pobreza les podía abrir con mayor facilidad la angosta puerta para llegar a ser “pobres en espíritu”. Esta es la pobreza necesaria para gozar de las bienaventuranzas del reino.
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