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viernes, 27 de diciembre de 2019

Comentarios a las lecturas en la Solemnidad de la Sagrada Familia. 29 diciembre de 2019

Comentarios a las lecturas en la Solemnidad de la Sagrada Familia. 29 diciembre de 2019
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 
Salmo 127, 1-2.3.4-5 
  Colosenses 3, 12-21
Mateo 2, 13-15. 19-23
En medio de una fuerte crisis en torno a la integridad de la familia, Dios Amor nos brinda nuevamente el modelo pleno de amor familiar al presentarnos a Jesús, María y José.
Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, que es por una parte el recuerdo festivo, en el ambiente de la Navidad, de la familia de Nazaret, y por otra, un compromiso cristiano cara a nuestras propias familias.
La familia de Nazaret nos habla de todo aquello que cada familia anhela auténtica y profundamente, puesto que desde la intensa comunión hay una total entrega amorosa por parte de cada miembro de la familia santa elevando cada acto generoso hacia Dios, como el aroma del incienso, para darle gloria.
Por ello, a la luz de la Sagrada Escritura, veamos algunos rasgos importantes de San José,  María y  Jesús.
Aunque no sabemos mucho de la familia de Jesús, una cosa es segura: él quiso nacer y vivir en una familia, quiso experimentar la vida de una familia, y por añadidura, pobre, de trabajadores.
Una familia que tuvo la amarga experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución.
Una familia que tenía momentos extraordinarios como la presentación en el Templo, y luego meses y años de vida sencilla, monótona, de trabajo escondido en Nazaret. La fiesta de hoy es una invitación a que valoremos y orientemos la vida de nuestra familia a la luz de la de Nazaret.
La Iglesia propone a las familias cristianas este ejemplo: el de la familia de Nazaret, en la que seguramente se daban las virtudes de que se nos habla en las dos primeras lecturas.

La primera lectura  es del libro del eclesiástico  (Eclo 3,2-6.12-14, también llamado libro de Ben Sirá o "Sirácida".
El autor, asumiendo el papel de padre, instruye al discípulo sobre sus obligaciones con los antepasados. Es el único comentario que existe en el A.T. sobre el Decálogo, concretamente del quinto mandamiento (= cuarto de nuestros catecismos); honrar padre y madre.
En el texto, padre y madre son intercambiables. Lo que se predica del uno puede afirmarse del otro ya que los dos representan, por igual, a la institución familiar. Ambos nos transmiten la vida, que es don de Dios. Gracias a esta vida, la historia del pueblo de Dios puede seguir su curso (de ahí la importancia de las genealogías en la biblia). Dios es la fuente de esta vida que transmiten los padres. No darles el honor debido es una ofensa grave contra el Creador. Honra y respeto, los dos términos repetidos, son el mandato que trata de inculcar el maestro al discípulo: conceder a los padres toda la importancia que ellos tienen, sobre todo en los días aciagos de la vejez. Y no sólo de palabras, sino también de obra. El relato gira sobre los términos temor, respecto, honra. Es lo que el maestro trata de inculcar al discípulo: dar a los padres toda la importancia que tienen y se merecen, especialmente en los días aciagos de la vejez. Y no sólo de palabra sino también de obra.
Existen muchas razones humanas para honrar a los padres ya que su vida se perpetúa en la de los hijos -los dos no son sino partes de un mismo ser (v. 11)-, pero el texto insiste más en las razones religiosas: nos transmiten la vida que es don divino, siendo ellos los continuadores de su obra creadora y salvadora. Además el honrar a los padres es fruto del temor a Dios (v. 8), principio y raíz, corona y plenitud de toda sabiduría. Sólo el que teme a Dios, es decir el que se entrega a Dios con un amor real e incondicional, es capaz de valorar, en toda su profundidad, el papel insustituible de los padres. Con su haber, los padres reflejan la paternidad divina.
Los judíos en la época de Jesús, y muchos de los pueblos primitivos, no conocían, ni conocen, las actuales dificultades y crisis por las que atraviesa en nuestra época la institución familiar. Lo normal era que la familia permaneciera unida, que los vínculos entre sus miembros fueran muy estrechos y positivos. Es cierto que entre los judíos existía el divorcio, a favor del varón, y que la mujer estaba completamente sometida a la voluntad de su padre mientras era soltera y de su esposo cuando se casaba; pero esto se vivía con naturalidad, pues no existían los criterios y movimientos de autonomía femenina que existen en nuestra época.
El sabio que escribe este libro unos doscientos años antes de Cristo se dirige sobre todo a los jóvenes para instruirlos en los diversos aspectos de la vida. El sabio autor del Eclesiástico, no manda. Se limita a mostrar con su palabra los caminos del comportamiento humano que considera acorde con la sabiduría.
La palabra clave de este fragmento es "honrar": detrás de este concepto hay una idea de respeto y veneración con palabras y obras.
En primer lugar habla de las consecuencias de honrar al padre y a la madre, y va más allá de lo que prometía el texto del libro del Éxodo (20, 12). El texto de hoy glosa el mandamiento del Éxodo: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tu vida en la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). La sabiduría habla de la vida y para la vida. Y lo hace con la palabra que nace del esfuerzo del hombre, tratando de llenar como puede el vacío que representa la imposibilidad de conocer la verdadera palabra, aquella de la cual brota la vida y todas las cosas. Es decir, para el sabio existe una sabiduría oculta, no descubierta ni intuida nunca por nadie, la del único sabio de verdad, de quien viene todo: del Señor.
Afirma que hay un orden, no establecido por los hombres, que regula las relaciones de los hijos para con los padres sobre la base del respeto, la honra y la obediencia. Se trata, concretamente, de un orden que implica incluso aceptar la vergüenza procedente de la posible deshonra de los padres, que lleva a acogerlos cuando son ancianos, sin hacerles sufrir nunca; que exige tratarlos con comprensión en caso de que pierdan la razón. El hijo sabio trata de cumplir con sus padres este orden que descubre como recto y justo.
La recompensa para quien respete, comprenda y ayude a sus padres, cuando ya sean ancianos y les fallen las fuerzas y chocheen, es tener larga vida, tener la alegría de engendrar hijos, ser escuchado por Dios en su oración y alcanzar el perdón de sus culpas. Se promete la bendición por parte del Padre, bendición que robustece y afirma el hogar y la casa del hijo.
El sabio no puede garantizar que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo que él enseña. Por tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad de que se cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a nadie. La certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de bendiciones no hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es bueno: quien lo siga no sufrirá ningún mal, sino todo lo contrario. Para el sabio, los caminos de Dios, los que él señala al hombre, son los que la sabiduría muestra como buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene de Dios.

El responsorial es el salmo  127 ( Sal 127,1-2.3.4-5) Este salmo forma parte de los "salmos graduales" que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida..."
En este salmo se describe un cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...), el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal...
En Israel, era clásico pensar que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para todos los hombres la misma felicidad?
No se trata tampoco de caer en el exceso contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una ecuación casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás desgraciado! Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y los impíos por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud.
Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"

La segunda lectura  de la carta a los colosenses  (Col 3,12-21), es un típico texto de exhortación ética de la tradición paulina.
El pasaje de la carta paulina a los Colosenses es una exhortación a la vida de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos perdonó en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos a los otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del padre Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en su carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo es como el árbitro en nuestro corazón.
El texto comienza repitiendo la metáfora del vestido viejo y nuevo, que quiere expresar una transformación radical.
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión." (Col 3, 12). La idea de revestirse de Cristo, concepto muy amado por Pablo, conlleva el adoptar sentimientos, actitudes y conductas nuevas, todas expresiones del amor fraterno. El texto es un verdadero programa de vida comunitaria, tanto para los grupos cristianos como para los hogares y familias. Se escalonan en secuencias de consejos: soportarse mutuamente, perdonarse unos a otros, aconsejarse, cantar y alabar a Dios, dar gracias a Dios, hacer todo en nombre de Jesús. Y dos medios infalibles: la lectura de la Palabra en comunidad y la paz de Cristo como árbitro en las relaciones humanas. Así la religión y la piedad no son para practicarlas en el templo, sino en la vida y en todas las circunstancias de nuestra existencia.
El texto es una exhortación a la vida de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos perdonó en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos a los otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del padre Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en su carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo es como el árbitro en nuestro corazón.
San Pablo muestra así, la unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural, sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor». El comportamiento de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos». La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su propio coraje de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la esencia de la auctoritas («fomento»).Después de haber recordado que, por el bautismo, nos hemos despojado del "hombre viejo", Pablo explica a los cristianos de Colosas en qué consiste el "vestido" propio del "hombre nuevo": en unos sentimientos que, de hecho, son los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Hay recomendaciones generales (v. 12-17) y particulares (v. 18-21). Gran parte del texto es igual al de los catálogos de virtudes de la filosofía popular estoica o del judaísmo rabínico. El contenido es de ética general o de sentido común, vertido en moldes culturales del tiempo.
Es importante subrayar la gradación que hace el apóstol, alejada de un espiritualismo desencarnado. Lo primero que pide es que se sobrelleven mutuamente: a menudo es un paso imprescindible para poder dar los siguientes. Después viene el perdón, como consecuencia del conocimiento de uno mismo y del ejemplo de Jesucristo: si él nos ha perdonado, también nosotros debemos hacerlo. Y, finalmente, el amor, que es el "ceñidor" de la vestidura nueva de los bautizados y lo que mantiene unidos a todos los miembros del cuerpo.
Pero aún queda una cosa por decir, un pequeño añadido que es consecuencia de saberse amado infinitamente y, a la vez, la posibilidad para la solidaridad y la paz. El agradecimiento es una característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el párrafo siguiente.
Vienen tres aspectos que deben estar presentes en la vida del hombre nuevo: la "palabra de Cristo", la "enseñanza", la "corrección" y la plegaria gozosa y agradecida. Seguramente encontramos aquí una alusión a la liturgia comunitaria, de la que podemos destacar la participación de todos los miembros de la comunidad, incluso en la instrucción y la amonestación.
Finalmente Pablo habla de las relaciones entre los miembros de la familia considerada débil (mujeres e hijos) y los tenidos por fuertes (maridos y padres). El apóstol cristianiza preceptos de la moral corriente, añadiendo la fórmula "en el nombre del Señor Jesús".
Así el v. 18 refleja la condición femenina y del matrimonio en aquella época. Esto es preciso tenerlo presente para no tomar como palabras de Dios lo que no es sino la forma cultural en que se transmite un contenido de revelación. Lo ético, cuando pasa a lo concreto, está más sujeto a estos condicionamientos culturales que otras partes del mensaje neotestamentario, porque aplica los principios generales a circunstancias históricas definidas. Cuando estas circunstancias cambian por evolución humana, los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de adaptarse a las nuevas situaciones, precisamente para ser fieles a la Palabra.
San Pablo muestra, la unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural, sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor», que ha dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). El comportamiento de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos».
En cuanto a la familia, esta perspectiva es esencial, dado que ha cambiado enormemente respecto a los tiempos primitivos del cristianismo y continuará evolucionando sin duda alguna.
Así comenta San Agustín este fragmento: “ Tú educas a tu hijo. Y lo primero que haces, si te es posible, es instruirle en el respeto y en la bondad, para que se avergüence de ofender al padre y no le tema como a un juez severo. Semejante hijo te causa alegría. Si llegara a despreciar esta educación, le castigarías, le azotarías, le causarías dolor, pero buscando su salvación. Muchos se corrigieron por el amor; otros muchos por el temor, pero por el pavor del temor llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra (Sal 2,10). Amad y juzgad. No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina. Está escrito: Desgraciado aquel que se despreocupa de la disciplina (Sab 3,11). Bien pudiéramos añadir a esta sentencia: así como es desgraciado el que se despreocupa de la disciplina, aquel que la rechaza es cruel. Me he atrevido a deciros algo que, por la dificultad de la materia, me veo obligado a exponerlo con más claridad. Repito lo dicho: el que desprecia o no se preocupa de la disciplina es un desgraciado. Esto es evidente. El que la rechaza es cruel. Mantengo y defiendo que un hombre puede ser piadoso castigando y puede ser cruel perdonando. Os presento un ejemplo. ¿Dónde puedo encontrar a un hombre que muestre su piedad al castigar? No iré a los extraños, iré directamente al padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga. Y el hijo no quiere ser castigado. El padre desprecia la voluntad del hijo, pero atiende a lo que le es útil. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta a su sucesor. En este caso, el padre castigando es piadoso; hiriendo es misericordioso. Preséntame un hombre que perdonando sea cruel. No me alejo de las mismas personas; sigo con ellas ante los ojos. ¿Acaso no es cruel perdonando aquel padre que tiene un hijo indisciplinado y, sin embargo, disimula y teme ofender con la aspereza de la corrección al hijo perdido?” (San Agustín. Sermón 13,9).

Evangelio de San Mateo ( Mt 2, 13-15.19.23)-  nos presenta un momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto para evitar la persecución desatada por Herodes. En los relatos de la infancia de Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido siempre según la voluntad de Dios, expresada a través del sueño y del ángel. José buscó para los suyos, siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz doméstica.
San Mateo nos presenta un momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto para evitar la persecución desatada por Herodes. ¿Acaso no debemos admirar la valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del ángel, y la docilidad de María? ¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha confiado los primeros pasos de su enviado? José buscó para los suyos, siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz doméstica. En este evangelio de hoy vemos a dos personajes contrapuestos. José es el hombre justo y bueno, obediente a Dios y cumplidor de sus designios. Herodes es un personaje violento, ciego a la voluntad de Dios, que quiere impedir a toda costa que alguien le arrebate su poder.
En los relatos de la infancia de San Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido siempre según la voluntad de Dios, expresada a través del sueño y del ángel.
José es el hombre de la casa de David que se fía, escucha las palabras de Dios y acepta su misión como custodio y padre adoptivo del niño. Herodes es el hombre que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en aniquilar a cualquiera que amenace su trono. Representa el poder mundano y político, la ambición, el afán de riquezas y de dominio. En cambio, José representa la bondad, la sencillez, la docilidad y el amor generoso.
Herodes ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su cometido de asesinar al niño. No podrá matar la historia de Dios. José será quien lo impedirá. De esta lectura podemos extraer varias consecuencias.
Este texto del Evangelio de San Mateo nos muestra las experiencias, las vicisitudes y drama por las que tiene que pasar la  familia de Nazaret. El texto nos recuerda lo que siguió al nacimiento de Jesús: la despedida de los Magos, la persecución al Niño Jesús por parte de Herodes, el sueño de José y la huída a Egipto, país en el que la Sagrada Familia encuentra un refugio de emergencia como lo fue muchas veces a su mismo pueblo a través de la historia de la salvación.
La determinación de Herodes desencadena una sucesión de hechos que van desde la huida a Egipto y el retorno a Israel hasta el asentamiento en Nazaret, dentro ya de Israel. Esta sucesión obedece a un mismo y único esquema de mandato divino y cumplimiento humano. Se trata de un esquema narrativo habitual en la Biblia, el cual no busca reproducir el modo de sucederse los hechos, como el de un dictado de los mismos se tratara, sino que reproduce el modo de estar situado y de entender los hechos. El esquema transparenta un perfecto entendimiento y una total colaboración ante el hombre y Dios.
A su vez, el autor aborda esos mismos hechos desde la perspectiva global de la historia de la salvación. La Sagrada Familia encarna al Israel liberado de la esclavitud y peregrino en busca de la libertad en la tierra prometida.
Es evidente el contrate entre los paganos que han venido a homenajear al niño Jesús como rey y el rey de los judíos, Herodes, que quiere eliminar a Jesús. Seguramente hallamos ya al inicio de la vida de Jesús aquella realidad que expresará la parábola de los viñadores homicidas.
Todo el fragmento remite a las vicisitudes del pueblo de Israel, desde la bajada a Egipto huyendo del hambre hasta el retorno a la tierra prometida.
Ya desde el s. VI a. de C. existía en Egipto una comunidad judía en continuo crecimiento. Egipto no era para los judíos únicamente el país de la antigua esclavitud, sino también un lugar de refugio en tiempos de persecución ( cf. Dt 23. 8; Jr 26. 21). Por otra parte, la narración de San Mateo se ajusta muy bien al talante y al comportamiento cruel de Herodes, de quien se dice haber asesinado a tres hijos suyos. Además, conocemos una antigua acusación del siglo primero en la que se dice que Jesús aprendió la magia en Egipto. En fin, no parece históricamente imposible lo que aquí narra San Mateo.
La cita de Oseas "llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto" es un ejemplo claro: el profeta se refería a Israel; ahora el "hijo" que es llamado de Egipto es Jesús.
 Oseas pone en boca de Yahvé estas palabras: "Cuando Israel era un niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11. 1). Se trata de la salida de Egipto, del éxodo de Israel en el comienzo de su historia. Pues bien, S. Mateo lo interpreta refiriéndolo a Jesús, que es el verdadero Hijo de Dios. Y hace notar que así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta. También la expresión "ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño", es la misma que es comunicada a Moisés para que vuelva a Egipto a liberar a su pueblo. Muerto Herodes el Grande, le sucedió en el trono su hijo Arquelao como soberano de Judea, Samaria e Idumea. Su crueldad pronto fue mayor que la de su propio padre. Se explica que S. José, para escapar de la autoridad de Arquelao, no regresara a Belén de Judá, sino a Nazaret de Galilea. Arquelao, uno de los hijos de Herodes, reinó en Judea desde el año 4 aC hasta el 6 dC.
Y de nuevo San Mateo ve en este hecho la confirmación de otra profecía. Probablemente se refiere ahora al pasaje de Isaías en donde se habla del "vástago" (en hebreo "neser", palabra fonéticamente emparentada con Naserath=Nazaret) del tronco de Jesé (Is 11. 1). No hallamos en ningún profeta del Antiguo Testamento la expresión "se llamará Nazareno". Algunos proponen como solución el hecho de que la palabra hebrea que traducimos por "renuevo" en el texto de Isaías 11, 1: "brotará un renuevo del tronco de Jesé" se asemeja a la palabra "nazareno". Sea como fuere, el calificativo "nazareno" para designar a Jesús debe ser muy antiguo, y hace pensar en la manera sorprendente como actúa Dios.
Al establecerse en Nazaret se cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: "sería llamado nazareno".
Efectivamente, así fue llamado Jesús y así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que Mateo identifica la palabra "nossri", nazareno, con "nesser", que significa el brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura cumplida sería la de Isaías (Is 11, 1: un renuevo.. un vástago sale del tronco de la de Isaí). También del siervo de Yahveh se dice "como un retoño creció ante nosotros... “(Is 53, 2). Esta referencia a la Escritura sería un argumento más a favor de la medianidad de Jesús.
Llama la atención la frase, "para que se cumpliese la Escritura", repetida tantas veces en este capítulo segundo. En otras ocasiones, en lugar de citar expresamente la Escritura, se alude a la mentalidad y esperanzas de la época. Al hacerlo así, Mateo pretende afirmar que, en Jesús, se cumplen todas las esperanzas: él es el nuevo Moisés, el libertador, fundador del nuevo pueblo de Dios, el Mesías oculto y perseguido, y, a través de él, se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
En realidad lo que parece interesarle al autor es la afirmación fundamental de que en Cristo se han cumplido todas las promesas, a pesar de todas las asechanzas. San Mateo, más allá de los acontecimientos, desea mostrar a Jesús como un nuevo Moisés que experimenta lo mismo que el gran legislador: que lo persiguen y que debe huir para luego regresar a Israel cumpliendo las Escrituras en que las que Dios llama a su Hijo desde Egipto, experimentando así la protección del Padre del Cielo a través de su padre según la Ley, José, cuya obediencia y confianza permiten el cumplimiento del designio divino de salvación. Jesús es para S. Mateo el libertador del pueblo igual que Moisés y mayor que él.
San Mateo además de querer presentar a Jesús como un nuevo Moisés, quiere significar el nacimiento del nuevo pueblo de Dios buscando paralelismos con el antiguo. San Mateo adapta el texto de Oseas (Os 11, 1), "cuando Israel era niño yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo", para hacer ver que Jesús asume en su vida la suerte de su pueblo. El profeta no se refiere al futuro Mesías, sino al pueblo de Israel y recuerda la experiencia del Éxodo. Egipto es el lugar clásico de huida y refugio (1Re 11, 17; Jr 43).
Levantarse y marchar lejos, al exilio, todavía hace más compleja la misión de José. Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un destierro. Los autores sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de Jesús, en el futuro, estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída a Egipto preludia lo que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.
¡Cuántas realidades a nuestro alrededor están llenas de Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no sean obra nuestra. En el mundo también hay muchos niños y personas desvalidas que, aunque no sean hijos nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos de Dios. El drama de los millones de refugiados que llaman a nuestras puertas no debe dejarnos indiferentes. La Iglesia debe cuidar de las cosas de Dios, debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe, pide una ardua y necesaria tarea de cuidado.
Jesús es el Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, el Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento desde el comienzo de su vida. Jesús es el "vástago del tronco de Jesé", nacido en Belén de Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar de un modo inesperado el trono de David su padre. La descendencia de David vive oculta y perseguida por el tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se empeña en retenerlo luchando vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios está con Jesús y lo protege, Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas no obstante la resistencia de cuantos se oponen a su plan providencial.
José al recibir la orden del Ángel del Señor de regresar a su pueblo, Arquelao había heredado gobernar la parte de Judea, por eso José por cuestiones de seguridad se traslada a Galilea, a una pequeña aldea llamada Nazaret, de ahí se cumple la profecía que Jesús sería llamado Nazareno: “vástago” y también “consagrado a Dios”, identificando Mateo esta palabra con el retoño mesiánico que brotará del tronco de Jesé, que menciona el profeta Isaías.
Este  evangelio nos hace ver la unión de la familia en la dura experiencia de huir de la violencia estatal. Es familia de "desplazados", a quienes la violencia y la persecución obliga a huir a un país vecino en búsqueda de paz y seguridad. José sigue ejerciendo el papel de confidente sufrido y eficaz. Le corresponde cargar con los problemas domésticos y trascendentales, y resolverlos ejecutando órdenes divinas. María es simplemente nombrada como la madre del niño. Entre líneas puede suponerse su sujeción y obediencia a José, quien toma la iniciativa.
Recién nacido el niño, la familia de José, María y Jesús, ha de exiliarse por motivos políticos. El exilio a Egipto tiene, en Mateo, una finalidad simbólica: el Hijo de Dios, Hijo de Israel, ha de experimentar el Éxodo. Así el Padre podrá llamar a su Hijo de Egipto. Pero en el exilio la Sagrada Familia experimenta el rechazo, la soledad, el rompimiento de la estabilidad del hogar.
Pero, a pesar de todo, mantiene su fe en Dios, la fidelidad entre los hombres. También las angustias de la familia se han de vivir "en el Señor". Muchas familia pasan por momentos difíciles, las dificultades menudean. Las separaciones y los divorcios aumentan, a menudo, porque no se saben aguantar, soportar con fe y fidelidad, las estrecheces de la vida cotidiana. La santa Familia exiliada es un gran ejemplo para las familias, para tantas familias, que sufren.
Dios nos muestra a la familia de Nazaret como ejemplo actual de la vivencia de muchas familias y en especial la vida de los pobres y de los que sufren. Hoy en muchas familias emergen problemas y dificultades debido a la carencia de valores y de ideales, el materialismo, el hedonismo, la permisividad en los campos educativo y moral, y por la falta de auténticos guías y formadores en este campo. Pero hay familias que con sus hijos son también desplazados de su tierra, sin entender nada, hacia tierras desconocidas, ya sea por cuestiones naturales o humanas, como el hambre, la falta de lluvia, o la violencia, por eso el destino de Cristo no se puede separar de tantos desplazados que sufren necesidades lejos de su lugar de sustento. Dios permitió que su propio Hijo pasara, desde la infancia, por la condición de perseguido, de emigrante; y todo esto, para poder darle esperanza a todos sus hijos.
La familia de Nazaret fue una familia con problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fortaleza, tranquilidad y paz interior porque Cristo es ese lazo de unión que toda familia necesita.
La familia de Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se habla mucho de la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una crisis de familias cristianas. Faltan hogares cristianos, donde puedan florecer las vocaciones. Mirando a José y a María las familias pueden inspirarse para construir una realidad armónica y consolidada, donde prime la voluntad de Dios.
Tener un hijo significa mucho más que parir. Los padres han de ser conscientes de que construir un hogar pide que en el matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y amor. Los hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho tiempo de sus padres junto a ellos, educándolos. Cada vez hay más familias desestructuradas, no solo económica sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión desde la antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar, de que los roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Solo así, con referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.
Los padres tienen un espejo de referencia en José y María. Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, a dejar que Jesús corone la existencia de esa familia y habite en el corazón del hogar.
Finalmente, todos los cristianos somos una gran familia. Participando de la eucaristía, tomando el pan y el vino, sentimos que formamos parte de la Iglesia. Esta otra familia, más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante para nuestro crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de Dios, la fe crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a sentirnos también familia de Jesús en un día como hoy.
Viviéndolo todo "en el Señor", el cristiano mantiene la esperanza en cualquier situación. Este domingo -también día de la resurrección- tendría que animar a nuestras familias a seguir adelante en su tarea humana, iluminada siempre por su fe en el Señor. A pesar de cierto pesimismo que oprime los horizontes de la familia actual, la celebración de esta fiesta tendría que ser un aliento para continuar una tarea difícil y rodeada de sufrimientos pero fecunda y entusiasmadora.
Hoy día de la "Sagrada familia" se nos invita a orar por las familias y hogares "desplazados" por la violencia en todo el mundo.
¿Estamos nosotros como cristianos aportando a que nuestras familias se unan más en ese amor mutuo que nos ha enseñado Cristo y en esa confianza total que debemos tener en Nuestro Padre Celestial?
¿Cómo estamos reaccionando cuando situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestro caminar diario?
¿Nos compadecemos atendiéndolas generosa, sincera y gratuitamente o simplemente no les hacemos caso?
¿Acaso no debemos admirar la valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del ángel, y la docilidad de María?
 ¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha confiado los primeros pasos de su enviado?
También el texto nos sugiere preguntas para nuestra vida personal y familiar:
 -¿Cómo vivo la vida familiar?
-¿Tengo un desajuste entre lo que digo en la sociedad pública y lo que vivo en la familia?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com




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