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lunes, 9 de diciembre de 2019

Comentarios a la lecturas en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen 8 de diciembre de 2019


Comentarios a la lecturas en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen 8 de diciembre de 2019
María, Madre desde la gracia de Dios
Esta fiesta de la Inmaculada Concepción se enmarca perfectamente en el Tiempo de Adviento que estamos celebrando en estos días. Este año coincide con el  domingo II de adviento. El adviento es tiempo de vigilancia y hoy celebramos a quien estuvo atentamente vigilante a la palabra del Señor que le llegó a través del Ángel Gabriel.
Pío IX pronunció y definió como dogma de fe de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen en la Constitución Ineffabilis Deus de 8 de Diciembre de 1854. Así decía «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original».
Esto era una creencia que la tradición popular había sostenido desde los comienzos de la Iglesia. Ya en el siglo II saludaba san Ireneo en la Madre de Jesús a la nueva Eva. Pero fue dentro del segundo milenio cuando poco a poco fue apercibiéndose la Iglesia del depósito revelado referente a la Inmaculada Concepción de María. El papa Sixto IV había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente (1483).

La primera lectura de hoy procede del capítulo tercero del Libro del Génesis (Gen 3, 9-15. 20 ). El texto nos sitúa en los momentos iniciales de la humanidad en el que Dios Padre dice que establece hostilidades entre la serpiente y la mujer. El yahvista divide la historia de la humanidad en dos cuadros: antes del pecado y después del pecado. Antes del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza estaba a su disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente. El resultado y el primer efecto del pecado es que el hombre, en lugar de ser como Dios, descubre su profunda miseria: "va desnudo", es decir, se encuentra degradado. El hombre no ha conseguido lo que pensaba; huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad. Pero Dios no huye, permanece en el jardín, pasea sobre la tierra y llama a los responsables del pecado pidiéndole cuentas. El hombre busca un chivo expiatorio: "la mujer que me diste". El mal divide, rompe la armonía inicial. Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. Esta lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida.
El texto proclamado aborda el problema del origen del mal en cuatro tiempos:
* tentación (3,1-4),
* caída (3,5-8)
* juicio (3,9-13)
* consecuencias (3,14-23).
Hoy, sólo leemos el juicio y algunas consecuencias de la desobediencia.
Image result for pecado originalEl juicio empieza cuando Dios llama al hombre y le pregunta: ¿Dónde estás? (3,9), porque ha roto la amistad y la armonía originales. El resultado y el primer efecto de la desobediencia es que el hombre, en vez de llegar a ser como Dios, descubre que ha perdido su estatuto y su dignidad: está desnudo (3,10-11), ha perdido su condición privilegiada ante Dios (conversaba con Él). El hombre no ha logrado lo que pretendía, huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad: el hombre busca un chivo expiatorio (3,12) en quien le ayuda (2,18).
Dios, en cambio, no huye, se pasea por el jardín y llama a los responsables de la desobediencia y habla con ellos.
Otra de las consecuencias del juico de condena es que la serpiente es maldecida, se convierte en la enemiga de todos los humanos y es condenada a una futura derrota definitiva. La estirpe de la mujer (Cristo, nacido de mujer) vencerá el mal porque "le aplastará la cabeza". Es el primer anuncio de salvación, el llamado protoevangelio (3,15). El hombre llama Eva a quien Dios le había hecho su ayuda y ella se convierte en madre de todos los que viven (3,20).
Frente a la presencia del pecado, hay una promesa de salvación. Llegará un tiempo en el que Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada en la obra de la salvación. El yahvista conoce la misión y la función de la mujer en esta obra de salvación. A esta madre que por su desobediencia trae la muerte, hoy, se le contrapone la nueva madre de los que viven, María, que por su obediencia trae la vida que no muere. María es, pues, la nueva Eva. La vencedora de la Serpiente. De ella, de su Hijo, vendrá la salvación.  

El interleccional de hoy (Sal  97, 1-4 ) es una invitación a reconocer y cantar las maravillas de Dios en sus criaturas. El salmo 97 era cantado en el Templo de Jerusalén en ocasiones muy solemnes. Se glorifica al Dios grande y poderoso que ha creado el mundo y lo mantiene.
El salmo 97 tiene un claro significado mesiánico y escatológico; nos hace contemplar la victoria final de Dios sobre el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todos los pueblos: "El Señor da a conocer su victoria".
El salmo (v1): Comienza según la fórmula clásica invitando a la alabanza y enunciando el motivo.
Continua señalando (v2)las victorias de Dios son acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir, salvadora del oprimido y desvalido.
Proclama  la intervención divina dentro de la historia de Israel: Esta victoria histórica no es un hecho particular, (v 3) sino un punto en una línea coherente de amor: el Señor es fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es revelación para todo el mundo.
Las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» (cf. v. 3).
Estos signos de salvación se revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.
Para nosotros, hoy, es una oportunidad poder dar gracias al Padre que nos envió a su Hijo por medio de María

La segunda lectura es de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios. (Ef 1, 3-6. 11-12.). Esta carta que se atribuye a Pablo, o a uno de sus discípulos, ha recogido el texto de  un himno litúrgico desde tiempos muy antiguos. La lectura consta de la primera parte del himno inicial de la carta (vs. 3-6) en estos versículos aparece claramente la acción de gracias-bendición por la predestinación y elección de los hombres por parte de Dios.  Bíblicamente hablando la predestinación, la hace Dios para que todos los hombres sean hijos suyos.
El pasaje pertenece al género literario de bendición (cfr. 2 Cor 1, 3), muy usual en la liturgia judía. Dios es el sujeto de los verbos; su acción se encuentra ritmada por los "en Cristo" ("en él") y jalonada por fórmulas doxológicas (vv. 6.12).
*La bendición de Dios se considera como elección (4-5), “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. 5 Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, | a ser sus hijos.
San Pablo expone el alcance del proyecto divino. La «predestinación» consiste en que Dios, según su libre designio, determinó desde la eternidad que los miembros del nuevo pueblo de Dios alcanzaran la santidad mediante el don de la filiación adoptiva. Ya el Apóstol había escrito que tal «filiación» arranca de Jesucristo, el Hijo Unico (Rom 8,15). *liberación (6), “para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”.
Este don es también la suprema manifestación de la alabanza de la gloria de su gracia. Es decir, la gloria de Dios se revela a través de su amor misericordioso, por el que nos ha hecho sus hijos, según el plan eterno de su Voluntad. La gracia de la que habla Pablo se refiere en primer lugar al carácter totalmente gratuito de las "bendiciones divinas", e incluye también los dones de la santidad y de la filiación divina, con que es agraciado el cristiano
*herencia (11-12). “En él hemos heredado también los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías”.
La predestinación de Israel para que tuviera su herencia en Cristo la decidió, pues, la voluntad divina que obra todas las cosas. La esperanza del pueblo judío ha tenido su cumplimiento en Cristo, pues con El han llegado el Reino de Dios y los bienes mesiánicos, destinados en primer lugar a Israel como a su herencia (Mt 4,17; 12,28; Lc 4,16-22). La finalidad de la elección de Israel por parte de Dios era formarse un pueblo propio (Ex 19,5), que le glorificara y fuera testigo entre las naciones de la esperanza de la venida del Mesías. Los hombres justos de la antigua Alianza vivieron de la fe en el Mesías prometido, en cuanto que no sólo esperaban su venida, sino que, al aceptar la promesa, su esperanza se nutría de la fe en Cristo.
«La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser «alabanza de la gloria» de Dios (cf. Ef 1,12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor» [Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 10].
Estos temas pertenecen al vocabulario de alianza del A.T. Efesios hace una unión notable entre la perspectiva bíblica de pueblo de Dios y la idea nueva de Iglesia de Cristo. Así señala el texto que todos fuimos elegidos por el Padre, en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.

Hoy el evangelio de San Lucas (Lc 1, 26- 38) nos presenta el relato de la anunciación.  La escena de la Anunciación de María, narrada por el evangelista San Lucas, es sin duda, una de las más bellas de todos los evangelios. Lucas es el evangelista que más nos habla de María. De los 152 versículos del NT que se refieren a la Virgen, unos 90 están en escritos de San Lucas: uno aparece en los Hechos de los apóstoles (1,14) y 89 en el tercer evangelio (Lc 1,26-28.39-56; 2,1.52; 8,1921; 11,27-28).
La escena lucana del anuncio a María tiene su inicio  en el v. 26a ("El ángel Gabriel fue enviado por Dios..."), y su final en el v. 38b ("Y el ángel la dejó').
Dos personajes centrales:
a).-Gabriel, el mediador del mensaje. El ángel Gabriel entra en escena como el enviado de Dios (Lc 1,26). También él, por así decirlo, pronuncia un discurso en el que se hace portavoz del proyecto que Dios tiene sobre María; ella es llamada a dar a luz a Jesús, el rey mesiánico que reinará para siempre en la casa de Jacob (vv. 30-33) En él Dios quiere ser aliado del hombre, haciéndose uno de nosotros: es ésta la novedad absoluta de la nueva y eterna alianza. El Señor -dirá Zacarías- "se acordó de su santa alianza" (Lc 1,72).
b).-María, como criatura libre y sabia en la fe, presenta una objeción "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (v. 34). Y el ángel, en este punto, cumple con una de las tareas que corresponden a los mediadores de la alianza, es decir, iluminar a los contrayentes del pacto, para que su adhesión al Señor salga del corazón y de la mente: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti..." (vv. 35-37). Con tales palabras, el ángel ha cumplido su función de revelador de los designios divinos.
Elementos destacados del episodio.
a} El anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos, caracterizados por la realización de la salvación de Dios que llena de gozo a la humanidad: así aparece en la invitación dirigida por el ángel a María: «alégrate» (gr. chaire), que es un eco de otras invitaciones análogas dirigidas por algunos profetas a la «Hija de Sión» (Israel) en su anuncio de los tiempos mesiánicos en nombre de Dios.
b} La concepción y el nacimiento del Hijo del Altísimo, - del Mesías, hijo de David, e incluso -más radicalmente- Hijo de Dios, gracias a una intervención extraordinaria del poder del Espíritu de Dios (cf. Lc 2,30-35). Con una clara referencia al vaticinio mesiánico del profeta Natán a David (cf. 2 Sm 7 12-16) y a la profecía de 1s 7 14 sobre la «virgen» (almah) que dará a luz a un hijo, el ángel anuncia a María la maternidad mesiánica; y le comunica que quedará cubierta por la sombra del Espíritu divino, y que por eso concebirá y dará a luz, de una forma totalmente extraordinaria, a un hijo que será el «Santo", o bien el Hijo de Dios de modo absolutamente distinto de como se le entendía en el contexto de las esperanzas mesiánicas del judaísmo.
c} La predilección singular de Dios por María y la misión particular que le confía. Lleva al ángel ha llamarla «Privilegiada» nombre nuevo que Dios da a María y que indica un favor y un amor divino singularísimo para con ella. Esto constituirá la base de toda la reflexión teológica sobre María a lo largo de los siglos.
d} El consentimiento de la “esclava del Señor” con espíritu de obediencia y de fe en los designios del Altísimo: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»” (Lc 1,38). La respuesta afirmativa de María constituye la cima del diálogo entre ella y el ángel. Es el fíat de la Virgen a su Dios, con el que se coloca en aquella serie tan numerosa de siervos del Señor de su pueblo y se declara totalmente disponible para la realización de los designios de Dios sobre ella y sobre la humanidad entera, poniendo la libertad humana en sintonía con la urgente invitación del amor divino, para  que por medio de una alianza semejante Dios vuelva a ser el Señor de la vida del hombre y éste pueda experimentar la salvación, la redención y la esperanza que Dios le ofrece. María realiza de forma  auténtica y plena la esencia de la «fe» en la perspectiva bíblica; con ello comienza un camino de fe, que la llevará a compartir con su Hijo los gozos y los sufrimientos (cf. Jn 19,25-27) incluidos en la realización de la obra de salvación del Padre.
La Anunciación es el acontecimiento que abre el Nuevo Testamento. En él Dios dice su sí definitivo y más alto a la humanidad, y ésta en María inaugura su historia de amor con su Dios hecho carne en ella y . por ella (Jn 1,14; Gál 4,4), el «Dios con nosotros», de una forma infinitamente más alta que las esperanzas del profeta lsaías (1s 7 14).

Para nuestra vida
Estamos celebrando esta fiesta de la Inmaculada  en el tiempo de adviento. En este día mariano del adviento vamos a pedirle a Dios que se encarne y crezca cada día un poco más dentro de nuestro corazón.
La fiesta de la Inmaculada, flanqueada por otras advocaciones marianas que se celebran en este tiempo, adquiere su verdadera dimensión eclesial encuadrada en la expectación del Adviento, como símbolo de la humanidad que espera y se prepara para ser visitada de lo alto por el que ha querido ser “Dios con nosotros”.
La festividad de la Inmaculada, en medio del Adviento, invita a meditar  en todos los resortes más sensibles y utópicos de lo que ha perdido la humanidad. Si analizamos todo ello psicológicamente, habría que recurrir a muchos elementos culturales, ancestrales, pero muy reales, del pecado y de la gracia. El contraste entre la mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer que aparece en la Anunciación, resuelve, desde el proyecto del Dios del amor, lo que las culturas antifeministas o feministas no pueden resolver con discusiones estériles.
La historia de los hombres arrastra, clavado en su corazón, el drama del mal y del pecado: el mal que nos hacemos y hacemos a los demás, el pecado que nos hace revelarnos frente a Dios.
Sobre este fondo oscuro, descrito en el relato del Génesis, se proyecta desde el principio una promesa de salvación por parte de Dios, que en el propio texto aparece ya misteriosamente ligada a la figura de la mujer, que “herirá a la serpiente en su cabeza”. Hoy, festividad de la Inmaculada, celebramos el cumplimiento de esa promesa en María, entregada en todo su ser al plan de salvación de Dios para los hombres.
  La Inmaculada, la que nunca estuvo sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente responsable, fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías deseado por todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel. En ella llega a su culminación la esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.
  María es la "nueva Eva". Eva es seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía. María también es seducida, pero es por el Amor de Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de confianza: "no temas". María". María, humilde y confiada, libre y obediente es el prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva humanidad basada en el amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas. María se contrapone a Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite dolor y esclavitud, María ofrece liberación y gracia. La "llena de gracia" vence al mal y nos invita a nosotros a asociarnos con ella en la lucha. Sabemos que el Señor "está con nosotros".
La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo, es pues, un estímulo para nuestra "espera confiada".
Profundicemos un poco en el mensaje de las lecturas de hoy.
La primera lectura del Génesis (Gen.3,9-15.20), es la manifestación teológica de un autor llamado “yahvista” que se limita a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. El hombre siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta.
El cap. 3 del Génesis describe la convicción de la fe de Israel de que la condición humana es una consecuencia de una primitiva transgresión de la humanidad contra Dios. Una existencia humana marcada por la fragilidad existencial y moral, en forma de trabajo y esfuerzo contra la naturaleza, en forma de tensiones y violencias, e incluso de luchas fratricidas, abocada a la muerte.
El pecado nos abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta que vemos que estamos con las manos vacías. Entonces empiezan las culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en casi todas las culturas. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero que parece.
El mal siempre ha sido descrito míticamente. Pero en realidad el mal lo hacemos nosotros y lo proyectamos al que está frente de nosotros, especialmente si es más débil, según la una visión cultural equivocada. ¿Quién podrá liberarnos de ello? Siempre se ha visto en este texto una promesa de Dios; una promesa para que podamos percibir que el mal lo podemos vencer, sin proyectarlo sobre el otro, si sabemos amar y valorar a quien está a nuestro lado; en este caso el hombre a la mujer y la mujer al hombre.
Desde su fe en el Dios salvador del Éxodo, Israel afirma que no es éste el plan de Dios sobre la humanidad. Ha sido la misma humanidad la que ha subvertido el ideal de Dios. La fiesta de hoy, no obstante, no nos quiere retener en la contemplación del pecado, sino de la gracia, la promesa de salvación que contiene el v. 15: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (este versículo ha inspirado la imaginería mariana de los últimos siglos). La humanidad tiene la promesa de la victoria final sobre el mal que ella misma ha provocado. La serpiente como representación simbólica del mal es común a las culturas del Medio Oriente. El texto proclamado ha sido referido a la madre del mesías-rey, que, con ojos cristianos, es María, la madre de aquel que, con su muerte inocente y su resurrección, ha vencido el círculo vicioso del pecado, y nos ha abierto el camino de la victoria final sobre el pecado de la humanidad.

Del salmo reflexionamos con San Juan pablo II: “Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.
4. En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «se ha revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf. Rm 3,21).
La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3), sino que la han recibido.
5. Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios».
Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo» (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 309-310).” [San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 6 de noviembre de 2002]
Unámonos a esta alabanza con el salmo.
La segunda lectura de Efesios (1,3-6.11-12), nos recuerda que Dios nos ha destinado a ser sus hijos, según un plan o decreto divino y eterno. Plan de amor, cuya realización se llama Historia de la Salvación.
EL fragmento presenta un himno (que como otros himnos del NT que se cantaban) es una confesión de fe, en alabanza al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Este himno se nos presenta a Cristo ya desde los orígenes, antes incluso de la creación el mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a Dios porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin pecado) en el amor. Como santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto lo logra Dios en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus rivales.
 Esta historia de culpabilidades entre los fuertes y los débiles, entre hombre y mujer, es atentar contra la dignidad de la misma creación. Cristo, pues, viene para romper definitivamente esa historia humana de negatividad, y nos descubre, por encima de cualquier otra cosa, que todos somos hijos suyos; que los hijos de Dios, hombre o mujer, esclavos o libres, estamos llamados a la gracia y al amor. Esta es nuestra herencia.

El fragmento del evangelio de San Lucas (Lc 1,26-38) nos presenta el relato de la “Anunciación” que es el reverso de la página del Génesis. Aunque aparentemente no se usen los mismos términos, todo funciona en él para reivindicar la grandeza de lo débil, de la mujer. Para mostrar que Dios, que había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que decir una palabra definitiva sobre ello. Dios restablece el equilibrio en la creación, para ello queriendo  actuar de una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que han manchado los poderosos, elige a la mujer, que se abre a Dios y a la gracia.
Al igual que María tengamos un corazón abierto, acogedor, para que la Palabra habite en nosotros y nos ilumine el camino a seguir.  María nos enseña la humildad, la ilusión, la esperanza, la espera paciente y la aceptación de la voluntad de Dios.
 Como María dejemos que la Luz nos inunde, que Cristo se haga presencia en nuestro interior, que meditemos en el silencio como lo hizo María y respondamos «Si» a los planes de Dios, aunque estos nos saquen de nuestra comodidad, de nuestra rutina, porque responder afirmativamente es vivir con alegría, con esperanza, con amor, es dejar que Él nos guié.
 Junto a María contestemos: «hágase en mi tu voluntad».
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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