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lunes, 11 de noviembre de 2019

Comentario de las lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de noviembre de 2019


Comentario  de las lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de noviembre de 2019

Una semana después de la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los fieles difuntos, la liturgia de este domingo nos invita de nuevo a reflexionar en el misterio de la resurrección de los muertos.
No somos muy dados a mirar al futuro, preocupados como estamos por el presente y sus problemas. Según en qué círculos, hablar de "la otra vida" produce reacciones parecidas a las de los saduceos: se intenta olvidar o ridiculizar esa perspectiva. Y, sin embargo, es de sabios recordar en todo momento de dónde venimos y a dónde vamos. Las lecturas de hoy nos invitan a tener despierta esta mirada profética hacia el final del viaje, que, pronto o tarde, llegará para cada uno de nosotros.
En medio de una sociedad que parece a veces bloqueada en la perspectiva terrena de acá abajo, hoy se nos urge a que sepamos alzar la mirada y recordemos cuál es la meta de nuestro camino. La fe en la vida a la que Dios nos destina, tal como nos ha asegurado Jesús, es la que ha dado luz y fuerza a tantos millones de personas a lo largo de la historia, y la que también a nosotros nos ayuda en nuestra vida de fidelidad humana y cristiana, abiertos al Absoluto de Dios, que es el destino de nuestra historia personal y comunitaria. Sigue siendo un misterio. No pretendemos imaginar cómo es el más allá. Pero creemos a Cristo Jesús, el Maestro que Dios nos ha enviado, que nos asegura que los que se incorporan a él, vivirán para siempre.
Este anuncio cristiano no responde de manera genérica a la aspiración del hombre a una vida sin fin; al contrario, es anuncio de una esperanza cierta, porque, como recuerda el Evangelio, está fundada en la misma fidelidad de Dios. En efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en él les concede la vida divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la vida.

La primera lectura del segundo libro de los Macabeos  (Mac 7, 1-2. 9-14). El libro después de presentarnos el ejemplo de fidelidad del anciano Eleazar, nos propone el de una mujer y sus siete hijos.
Contra las intenciones de los griegos seléucidas de "obligar a los judíos a abandonar las costumbres tradicionales y a no gobernarse por la Ley del Señor" (6, 1ss) surge la sublevación judía iniciada por Judas-Macabeo, el año 167 a. de Xto. De esta sublevación nos hablan los libros de los Macabeos. No se trata de un relato histórico en sentido moderno; sus personajes son más prototipos a imitar que seres individuales.
El relato del martirio de los siete hermanos llamados Macabeos hay que situarlo en el conjunto de la persecución que el pueblo de Israel sufrió bajo el dominio del impío Antíoco IV Epífanes (175-164), que impuso las costumbres griegas impidiendo la circuncisión (1 Mac 1) e intentó suprimir el culto a Yahvé (1 Mac 3-4, 35). Los dos martirios más populares de la resistencia judía en tiempo de los Macabeos son el de Eleazar (1 Mac 6, 18-31) y éste de los siete hermanos de los Macabeos con su madre. Aunque los libros fueron considerados apócrifos, de hecho la patrística y la predicación popular han empleado estos relatos como ejemplos claros de constancia en la fe.
El autor nos presenta un nuevo caso a imitar, el ejemplo de estos siete jóvenes y su madre que siguen la conducta del venerable anciano (6, 18-31) y que padecerían martirio por ser fieles a la Ley del Señor (cap. 7). El relato nos resulta familiar desde la infancia.
Fijémonos en los contrastes que aparecen entre "vida presente" y "vida futura", "morir" y "resucitar". La fe en la resurrección alimenta la lucha de estos hermanos, despreciando las amenazas y los tormentos del tirano.
Según la enseñanza de sus discursos, el que nos dio el don de la existencia nos dará también el don de la vida tras la muerte (v. 11): "os devolveré el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley" (v. 2).
"Arrestaron a siete hermanos con su madre... para forzarlos a comer carne de cerdo...": El rey Antíoco Epifanes IV a fin de dar cohesión a su reino formado por pueblos diversos intentó establecer una religión sincretista de carácter helenístico. Como es lógico, este intento chocó con la oposición de una parte del pueblo judío que quiso mantenerse fiel a las prescripciones de la Ley.
"Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres": Cada hermano que es amenazado con la muerte, tiene en la narración una intervención a través de la cual, y de una manera progresiva, se va presentando el pensamiento teológico que sobre el martirio y la vida futura tienen los ambientes de los resistentes a la helenización, los asidos, de los cuales derivarán los fariseos. El justo es quien prefiere la muerte antes que pecar.
"... el rey del universo nos resucitará para una vida eterna..": Un elemento a señalar en este texto es la afirmación de la resurrección. Se trata de una visión nueva sobre la vida eterna, que encontramos también en el libro de Daniel -de la misma época-, respecto a la concepción del resto del AT. Dios vengará la suerte de los justos resucitándolos. -"Tú en cambio no resucitarás para la vida": El martirio del justo sirve para ir llenando la medida de los pecados de los perseguidores paganos. Para éstos el castigo es la muerte; en cambio para el justo es la resurrección. No se encuentra aquí ninguna referencia a la resurrección de los malvados para sufrir una condenación.

El salmo responsorial ( Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 ). El salmo nos presenta a un "inocente", cuya vida está en juego... por crímenes que jamás ha  cometido. ¿Seremos capaces de actuar "en favor de la justicia"? .
No olvidemos que bajo la imagen de un "individuo" oprimido por enemigos arrogantes...  está, "colectivamente", Israel (y toda la humanidad) enfrentado al enemigo, al impío, al  acusador. Esta palabra se traduce en hebreo "satanás". 
Esta reacción del hombre perseguido que se "refugia en el templo" es admirable. Las  sociedades antiguas consideraban los santuarios, "asilos inviolables": Dios, defensor y  fiador de la justicia. 
Cuando se tiene conciencia de ser inocente, ¿no es acaso normal que se haga un  llamado al juicio de Dios? " Señor, escucha mi apelación,  atiende a mis clamores,  presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño". (v. 1). 
Es decir, me acusan sin motivo, la razón está de mi parte, créeme, digo la verdad. Está  tan cierto de la propia inocencia, que no duda en someterse al «juicio de Dios» Y sabe muy  bien que la prueba del «juicio de Dios» no es una broma. Se da cuenta perfectamente de  que tratar de engañar a Dios equivale a atraerse sobre su cabeza el más terrible de los  castigos.
A diferencia del inocente del salmo 7, que usa el si («si he causado daño..., si he  protegido...»), el salmista  es categórico en sus afirmaciones: 
"  Mis pies estuvieron firmes en  tus caminos, y no vacilaron mis pasos". (v. 5). 
Nadie me escucha. Demasiada gente  distraída. Que no puede o que no tiene ganas de atender a mis palabras.  Hay alguien dispuesto a escucharme. Puedo decir al Señor «inclina el oído y escucha  mis palabras» (v. 6), porque él no está jamás distraído y toma en serio mis palabras.
Después viene la expresión «a la sombra de sus alas escóndeme» (v. 8), que hace  referencia, sin duda, a los querubines esculpidos sobre el arca.  Por tanto nos encontramos en el templo.
El, el inocente, espera algo más. Sus deseos no son tan rastreros. Después de la  prueba, al despertarse, no se contenta con llenar el vientre: 
"Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante". (v. 15). 
Esta es la estrofa repetida expresando  una plena confianza en Dios.

La segunda lectura  de la segunda carta del apóstol san pablo a los tesalonicenses  (2  Ts 2, 16-3, 5).
Esta segunda parte de la carta concluye lo mismo que la primera , con una oración. Pablo, Silvano y Timoteo (pues la carta es de los tres) invocan a "Jesucristo, nuestro Señor" y a "Dios, nuestro Padre" para que "consuele" y "dé fuerzas" a los fieles tesalonicenses.
Cuando San Pablo y sus compañeros piden oraciones, piensan en su misión apostólica, en que el Evangelio se difunda a partir de la comunidad de Tesalónica. Pues la palabra de Dios corre y es glorificada en la medida en que los hombres responden a ella con la obediencia de la fe. En ese progreso hay obstáculos que sólo pueden superarse con la gracia de Dios. Por eso hay que pedir y rezar insistentemente.
Ante todas estas dificultades, San Pablo y sus compañeros ponen su mirada en el Señor, cuya fidelidad conocen (cfr. 1 Tes 5, 24); esperan del Señor, que dé fuerzas a los fieles de Tesalónica para seguir firmes en la fe en medio de todas las persecuciones. Se consuelan también recordando que los tesalonicenses ya son fieles al Señor y a cuanto ellos mismos en su nombre les han enseñado.
San Pablo nos exhorta a la esperanza, en la resurrección, pronuncia una hermosa oración fundada en el certeza de que «Dios nos ha amado y nos ha dado, por su gracia, un consuelo eterno y una buena esperanza».
San Pablo no se desanima frente a las dificultades que ha encontrado en la predicación del Evangelio, de parte de «hombres corruptos y malvados», porque es consciente de que el Señor es fiel y pone en Él toda esperanza.
En definitiva, si se nos ha prometido la resurrección de los muertos, Él, primicia de los resucitados, nos acompañará en nuestro caminar terreno para poder gozar después con él la gloria de la vida nueva.
La perseverancia en la fe debe ir acompañada de la constancia en el amor a Dios y de la esperanza en la venida del Señor Jesús. Y esto es lo que ellos piden ahora para sus amigos de Tesalónica.

aleluya ap. 1, 5a. 6b
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos; a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

El evangelio  según san Lucas  (Lc. 20, 27-38) E texto nos sitúa en el final del camino, en la ciudad santa de Jerusalén. Nos encontramos ya en Jerusalén, después de la entrada mesiánica, que celebramos el domingo de Ramos, y por tanto en los últimos días antes de la pasión. Estos días se caracterizan por la creciente hostilidad que se va concentrando contra Jesús: el evangelista acumula narraciones de controversias con todas las tendencias presentes en la sociedad judía. Nuestro texto es una controversia con los saduceos a propósito de la resurrección.
Los saduceos formaban el partido de la aristocracia sacerdotal y por lo que parece representaban también la clase de los terratenientes. Eran absolutamente conservadores. En política toleraban el dominio romano en Palestina; en teología aceptaban tan sólo los cinco libros del Pentateuco (la Ley) como base del judaísmo.
Image result for saduceosHombres realistas y pragmáticos, se mostraban especialmente receptivos a la cultura helenístico- romana. Doctrinalmente conservadores, su fuente de inspiración y de religiosidad era la Torá, cuyos cinco libros eran los únicos a los que otorgaban validez. De uno de ellos, de Deuteronomio 25, 5, toman la cita que les sirve de base para argumentar en contra de la resurrección de los muertos. La resurrección, argumentan, plantearía problemas matrimoniales en el más allá.
El objeto de la pregunta que hacen a JESÚS es demostrar lo absurdo de creer en la resurrección.
Los saduceos creían que un hombre resucitaba cuando su hermano le "suscitaba" una posteridad. Para ellos la eternidad del hombre se confundía con la conservación de la especie. Era gente realista, que calculaba perfectamente el pro y el contra de cada situación. En su lógica estaba el querer desembarazarse de un hombre peligroso como Jesús, pero no perdían la calma, eran "objetivos" y consideraban superfluo el apasionamiento de los fariseos. En nuestro relato, los saduceos se contentan con poner a Jesús en ridículo ante el pueblo, impulsando hasta el absurdo sus ideas sobre la resurrección, que él compartía con los fariseos.
La pregunta se basa en la "ley del levirato" (Deut 25, 5-6), según la cual, cuando un israelita moría sin hijos, su hermano quedaba obligado a tener uno con la viuda, que llevaría el nombre del difunto: de ese modo se perpetuaba la familia. La respuesta de JESÚS niega el presupuesto de que el matrimonio continúe en la otra vida, entendiendo la resurrección de modo semejante a como la entiende Pablo en 1 Cor 15, 35-50: la vida resucitada es de otro tipo, y los que entran en ella (que se caracterizan sobre todo porque "ya no pueden morir") viven de manera distinta, sin matrimonio (este es el sentido de la referencia a los ángeles; no significa esta referencia que en la otra vida no existe el cuerpo, sino que en ella el sexo no tendrá función). La nueva situación se define por el hecho de que "son hijos de Dios", debido a que "participan en la resurrección" de JESÚS.
Tras responder a la pregunta JESÚS añade una argumentación directa sobre la cuestión de fondo de la controversia, y quiere demostrar a los saduceos que también en los cinco libros del Pentateuco que ellos aceptan está contenida la resurrección. El argumento de JESÚS, de típico estilo rabínico se basa en Ex 3,6. Hacía mucho tiempo que los patriarcas estaban muertos cuando Dios habló a Moisés; pero Dios no podría llamarse "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob" si estos hubiesen dejado de existir, puesto que Dios no es un Dios de muertos. Por tanto, los patriarcas están vivos, aunque de algún modo distinto de la vida terrena.
La respuesta de Jesús reproduce el punto de vista fariseo en este tema. De hecho, al final de las palabras de Jesús, Lucas recoge la intervención aprobatoria de unos fariseos: Bien dicho, Maestro (Lc. 20, 39). El punto de vista fariseo que Jesús hace suyo habla de una condición humana diferente en el más allá, condición caracterizada por la incapacidad de morir y que, consiguientemente, hará innecesaria la procreación de nuevos seres que reemplacen a los desaparecidos. Se responde así a la dificultad de problemas matrimoniales aducida, tal vez irónicamente, por los saduceos.
Jesús no se define sobre la naturaleza de los ángeles. Tampoco quiere decir que un cuerpo resucitado se haga angélico hasta el punto de perder su corporeidad: esto equivaldría a plantear el problema en términos extraños a la antropología judía, para la cual los ángeles eran "cuerpos celestes". Jesús quiere decir tan solo que el estado posresurreccional se escapa a la inteligencia humana. El Evangelio alude a los ángeles siempre que se trata de una realidad que supera a la inteligencia. Así, por ejemplo, un ángel anuncia a las mujeres la resurrección de Cristo y la ascensión del Señor. "Ser como un ángel" no quiere definir la condición futura de la humanidad, sino que afirma que esa condición supera los alcances de la inteligencia terrestre.
Por supuesto que no será el amor -conyugal o de otra especie- lo que se suprimirá después de la resurrección, sino sólo la función de procreación. ¿No es acaso esta última el único medio de que dispone el hombre para sobrevivir y hacerse así la ilusión de un triunfo sobre la muerte? Esta función de supervivencia no será ya evidentemente necesaria después de la resurrección, puesto que el hombre vivirá para la eternidad. Ya no será necesario procrear. Resucitar es aceptar de Dios el don de una vida que no podría proporcionarnos cualquier iniciativa humana.
Por último, en los vs. 37-38 se aborda el tema central, afirmando explícitamente la resurrección de los muertos. La argumentación es típicamente judía: aducir un texto de la Escritura, en este caso Éxodo 3, 6, y extraer de él una consecuencia: Dios no podría llamarse el Dios de los patriarcas, si éstos no siguieran viviendo.
Jesús explica en qué se fundamenta la fe bíblica en la resurrección. Reside en la creencia de una fidelidad divina que nada puede romper. Dios se ha hecho el Dios de los Patriarcas, el Dios de Abraham... Ha sellado con ellos una alianza cuya perennidad él ha proclamado en nombre mismo de la fidelidad de que es capaz.
Y puesto que él, el Dios fiel, es también el Dios poderoso, nada puede oponerse a una fidelidad definitiva, ni siquiera la muerte.
Si él es el Dios amigo de los Patriarcas, él, el Dios que no podría ser el aliado de los muertos, esos privilegiados no pueden ser sino vivientes. Y si Abraham, Isaac y Jacob, prototipo de los aliados de Dios, son vivientes, todos sus descendientes están destinados a conocer la misma vida.
La a fe en la resurrección es fe en la potencia de Dios; Dios tiene poder para crearlo todo nuevo. El creyente no debe perderse en el dédalo racionalista de la fantasía humana., Efectivamente, Dios -incluso como resulta de la lectura del Pentateuco- es un Dios de vivos; por esto, se presenta a Moisés como "el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob". La fe, para Jesús, no es "una proyección de este mundo en un mundo extraño creado por la fantasía". Al contrario: la fe es una apertura a Dios y deja que el Totalmente Otro cree lo totalmente otro.

Para nuestra vida.
Hoy las lecturas nos presentan una faceta fundamental de Dios. Nuestro Dios es el Dios de la vida y de la alegría. Él ha transformado nuestra existencia y ha sembrado en ella la semilla de la esperanza. Por este motivo, el hombre de fe se caracteriza por su valentía.
El fiel sabe que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
El cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de JESÚS, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo).
Esta fe es tan profunda que nos da una escala de valores y fidelidades. A fin de cuentas, los macabeos son hombres llenos de fidelidad... Buen motivo éste para insistir en los valores que requiere la vida cristiana: creer en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones... Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura rehuir la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya ahora, en la que cada uno camina con propia responsabilidad.

La primea lectura nos presenta la historia de los siete hermanos macabeos son su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarles a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: " ¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres… Cuando hayamos muerto por la ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna" . En este caso de los siete hermanos macabeos con su madre, lo admirable para nosotros es la fe que tenían en la resurrección. Lo de resucitar por haber cumplido la ley, en este caso la ley de no comer carne de cerdo, simplemente nos sirve para ver lo relativo que es en muchos casos cumplir la ley o no.
El más pequeño veía cómo sus hermanos, uno a uno, se retorcían de dolor en la cruel tortura, miraba aterrorizado cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas quedaban lacias cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello... Bastaba con una palabra, con un gesto. Y todos hubieran vivido, hubieran disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El rey y su corte de aduladores,  se asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos esperaban la resurrección, ellos estaban íntimamente persuadidos de que detrás de todo aquello estaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie...
Ayúdanos, Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte. Conscientes de que sólo así recibiremos la corona de la vida.

El salmo presenta al hombre o colectividad que sufre la injusticia y se confía en Dios. Este salmo, compuesto por David en un momento de aprieto y soledad, puede retratar muy bien cómo nos sentimos cuando nos vemos injustamente atacados, acosados y escarnecidos.
En la vida conocemos situaciones así. Creemos haber obrado bien, nos esforzamos por ser justos y por ayudar a los demás. Nuestro corazón está lleno de buena intención, aunque a veces nos equivocamos. Sabemos, como dice el salmo, que no hay malicia en nosotros.
Y, sin embargo, cuando fallamos, el mundo nos juzga sin piedad y muchas personas se levantarán contra nosotros, criticándonos con saña. La tristeza y la ira nos invaden y es fácil que, llevados de una justa indignación, podamos cometer aún mayores equivocaciones. ¿Qué hacer?
El salmo nos muestra el camino:
*orar.
*Desprenderse de todo amor propio.
*Poner ese dolor en manos de Dios: el dolor de saberse injustamente acosado, calumniado y despreciado.
Es ahora cuando más cerca nos encontramos de Jesús clavado en cruz. Si él, que fue santo y justo, recibió tal muerte, ¿cómo nosotros, que no somos tan buenos y fallamos continuamente, no vamos a recibir golpes e incomprensiones? Decía santa Teresa que es entonces, cuando somos injustamente atacados, cuando deberíamos alegrarnos, porque estamos compartiendo los sufrimientos y la cruz de nuestro Señor. Recordemos las bienaventuranzas que leímos el pasado domingo. Compartir la corona de espinas con nuestro Rey, ¿no ha de ser una carga dulce que aceptaremos soportar con amor?
Jesús se abandonó en brazos del Padre. Así, el salmista busca el refugio de Dios," Guárdame como a las niñas de  tus ojos, a la sombra de tus alas  escóndeme·" .
 Y Dios nos ayudará y nos dará fuerzas. También hará resucitar nuestro espíritu vapuleado, si sabemos confiar en él y no ceder a la tentación de devolver mal por mal.
"Guárdame como a la niña de tus ojos, a la sombra de tus alas  escóndeme... Al despertar veré tu rostro, me saciaré de tu imagen..." Vivir en profunda comunión con Dios es, en  casos extremos, la única actitud eficaz. Pensemos en los perseguidos, en los mártires... en  todos aquellos que no tienen ninguna posibilidad de que la rectitud de su causa sea  reconocida aquí abajo. 
Al despertar... Estas palabras finales del salmo del "inocente perseguido", ponen de  manifiesto que este hombre oprimido está poseído de una serena esperanza: se atiene al  juicio escatológico, sabe que después de las tinieblas de la noche, habrá un despertar a  otra vida, en la cual se restablecerá la justicia vapuleada aquí abajo. 
Si nada de este salmo nos concierne, ¿por qué no lo recitamos en nombre de aquellos  que padecen la injusticia?; son tantos por desgracia. ¡Señor, oye la justicia! ¡Escucha la  queja de aquellos que sufren! 

En la segunda lectura San Pablo, anima a sus lectores recordándoles que Dios nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Por ello, nos da fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Ante las dificultades que están sufriendo los primeros cristianos, como lo sufrieron antes los hermanos macabeos, san Pablo anima a permanecer fieles a Dios y a su Hijo Jesucristo, pues Él es fiel y nos dará fuerzas y nos librará del malo. Nuestra fortaleza está pues en Dios, que es fiel, y que nos anima en nuestras luchas diarias. Ni tan siquiera la muerte nos da miedo, pues Dios es un Dios de vivos, y su Hijo Jesucristo ha vencido a la muerte con la resurrección. Por tanto, nuestra fe y la esperanza cristiana nos aseguran una vida futura que hemos de ir preparando ya en esta vida por medio de las buenas obras. Para ello el Señor, que es fiel, nos da las fuerzas que necesitamos.
San Pablo da a los Tesalonicenses y a nosotros un mensaje de esperanza. Aunque la vida del cristiano es una trama de luchas y de dificultades, Dios le ama, le da consuelo y una gozosa esperanza, pero también fuerzas para el bien y para el anuncio del evangelio. Por lo demás, hay que orar para que el evangelio se difunda y la palabra de Dios se escuche en todas partes. Esta difusión no se da sin persecución por parte de los que no creen. Pero Dios es fiel y da fuerza, protegiendo del mal. Es preciso que perseveremos en este camino.
Este breve pero tonificante pasaje de la carta va dirigido también a nosotros en medio de las luces y oscuridades de nuestra vida y de las tentaciones cotidianas. La certidumbre del amor que Dios nos tiene y de su ayuda nos levantan el ánimo e impide que nos entorpezcamos en las miserias grandes o pequeñas de nuestra existencia.
San Pablo consigna la frase "El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Malo". ella nos anuncia el ámbito de la maldad espiritual. El Malo es el Demonio. La maldad puede existir en el corazón de los hombres y de las mujeres. Pero existe un terrible, constante e incansable tentador que procurará elevar ese mal que reside en la condición humana –y producto del pecado original—hasta niveles inhumanos, verdaderamente demoniacos. Esa posición maligna quiere engañarnos y separarnos del camino amistoso de Dios. La mentira y el engaño son los instrumentos más usados por el Malo y es obvio que en su vademécum de falsas verdades hay mucha materialidad errónea respecto a la virtud alejada de Dios. No podemos obviar lo espiritual, es nuestro futuro inmediato.
Tenemos la promesa de Jesús  de que Dios Padre nunca permitirá que el ataque del Malo supere nuestras fuerzas, nuestra capacidad objetiva de resistencia. Otra cosa es que nosotros levantemos la barrera y le dejemos pasar.

En el evangelio los saduceos, aunque ellos en el fondo no creían en la resurrección, le hacen una pregunta trampa a Jesús para ponerlo en evidencia.
El texto del evangelio es una afirmación de la vida. La frase clave es la última: "No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos".
A pesar de que en el Antiguo Testamento poco a poco, de forma progresiva, Dios fue revelando el misterio de la resurrección, los saduceos estaban anclados en el pasado y se negaban a aceptar la existencia de otra vida. No tenían en cuenta el libro del profeta Ezequiel, cuando Dios reanima los huesos secos, ni tampoco el segundo Libro de los Macabeos ( texto hoy leido), donde se expone claramente la fe en la resurrección. El cuarto hijo responde al rey torturador: "Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará". El Libro de la Sabiduría, el último del Antiguo Testamento, corrobora esta creencia en la vida después de la vida terrenal .
Dos son las afirmaciones que hace el texto. Primera: el más allá de la actual condición humana es una nueva condición, a la que no son extrapolables los datos y la experiencia de una continuidad personal: aquí y allá es la misma persona la que vive, realmente y no imaginativamente. Esta realidad personal es lo que se quiere indicar cuando se habla de la resurrección física de los muertos.
Segunda afirmación del texto: la garantía de esa realidad personal es la realidad de Dios, vida sin mezcla de muerte.
Jesús explica a los saduceos que en la vida presente morimos, pero los hijos de Dios van a resucitar y vivir como los ángeles. La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. Tener muchos hijos en Palestina era una bendición del cielo; morir sin hijos, la mayor de las desgracias, el peor de los castigos celestiales... Para evitar esto último, el Deuteronomio prescribía lo siguiente: "si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel". Es la conocida ley del "levirato" La procreación es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el Reino de Dios. Superada la muerte, no será necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la procreación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto, propio de ángeles (serán como ángeles), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos, sino a una condición nueva, la del espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo. Por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios. Por otro lado, Jesús termina su respuesta con el siguiente  argumento: "que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob". Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para El todos ellos están vivos". Reina la esperanza en nosotros, la muerte no tiene la última palabra.
Jesús aclara el concepto de resurrección y lo que significa para el cristiano. Es otra dimensión. No se trata de una simple reanimación del cuerpo, ni de una prolongación de esta vida. Por eso es absurdo el planteamiento de los saduceos. Jesús aclara que cuando morimos aquí participamos en la resurrección, mediante la cual no volvemos a morir. En la vida en plenitud no importará si uno está casado o soltero, es una vida nueva, donde se manifestará de verdad que somos hijos de Dios y le "veremos tal cual es". El error está en confundir el cuerpo con la materia.
Así en el texto, que hoy se nos ha proclamado, no se trata del caminar cristiano, sino de la meta de ese caminar, del más allá de la actual condición humana.
Desde el momento que la futura condición humana tiene su base y fundamento en la realidad de un Dios que no es empíricamente controlable ni demostrable, desde ese mismo momento tampoco lo es la realidad de nuestra futura condición.
El mundo de los resucitados de entre los muertos no es la continuación de nuestro mundo de ahora. Es totalmente diferente. Por eso no debemos inquietarnos en saber cómo son y cómo viven aquellos a los que el Señor "ha regalado un consuelo permanente" y que por el amor han vencido la muerte.
Jesús nos dice que no viven como antes, como cuando estaban en el mundo: no tienen ya los condicionamientos de la muerte y por eso no han ya de reproducirse ni de nacer. Afirmando que son iguales a los "ángeles" el Maestro da a entender que el lenguaje humano es incapaz de expresar la condición concreta del resucitado. Y diciendo que son "hijos de Dios" nos reafirma que viven una vida plena, completamente felices, porque Dios es Dios de vida y de felicidad.
Por el momento no podemos saber nada más. Pero ya tenemos bastante para mantener muy viva la esperanza.

         
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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