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lunes, 1 de abril de 2019

Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Cuaresma 31 de marzo de 2019


Comentarios a las lecturas del  IV Domingo de Cuaresma 31 de marzo de 2019

En esta Cuaresma abunda el mensaje de lo que significa la  "misericordia". La palabra misericordia además del significado de  perdón o  compasión, tiene también otros significados: en la parábola del Buen Samaritano se identifica con lo que hoy llamamos "solidaridad".
El origen etimológico de la palabra revela un sentido más rico y profundo. En hebreo "rahanim" expresa el apego de un ser a otro. Para la mentalidad semita este apego nace en el seno materno o útero, es decir en las entrañas. Nosotros diríamos que significa que una persona está en el corazón de otra: es el cariño, la ternura que se traduce en compasión y perdón ante el fallo de nuestro prójimo.
Hoy celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, aquel que se denomina Laetare: domingo de fiesta exultante, que nos invita a vivir contentos. Todas las lecturas nos hablan del amor desbordante de Dios: esa es la fuente de nuestro gozo.
Las lecturas de este domingo son una llamada a confiar en la providencia divina. Siempre dar gracias, siempre esperar, siempre estar tranquilos, serenos, optimistas. Dios proveerá. Estemos plenamente seguros del Señor, de su inmenso amor y de su poder infinito.
La primera lectura nos invita a celebrar la Pascua, nos estimula en nuestro camino hacia la Pascua de la Nueva Alianza.
Para nosotros, los creyentes liberados de la ignominia del pecado (cfr. segunda y tercera lectura), la Pascua es la culminación de las celebraciones del año. La Pascua del Señor nos abre las puertas del paraíso y del Reino, de la tierra prometida.
En la segunda lectura San Pablo nos dice que en Cristo somos una creación nueva.

En la primera lectura  (Jos 5,9a.10-12) , En Jos 5 se narran tres acontecimientos diversos: circuncisión (vs. 2-9), celebración de la Pascua (vs. 10-12) y la aparición de un hombre misterioso a Josué (vs. 13-15). Ninguno de los tres relatos guarda relación entre sí.
Vs. 10-12: Celebración de la Pascua. El ritual y el significado de la fiesta se describe en Ex. 12-13: tal vez en su origen pudiera denotar una fiesta de pastores en la que se celebrara la fuerza de la naturaleza que irrumpe con la nueva vegetación de la primavera (primera luna-llena del mes de Abib o de Nisán), pero en el Éxodo Israel le da un nuevo significado como recuerdo o memorial de la liberación de Egipto. Pasada la antigua amargura se requiere celebrar, con alegría, la liberación. En este momento ya no se requiere el maná, alimento providencial en el desierto, sino los nuevos productos de la tierra conquistada y poseída. La promesa de la liberación ya se ha cumplido. 
"Hoy os he despojado del oprobio de Egipto": Estamos en las puertas de la tierra prometida y el texto que precede al de esta lectura, ha explicado la circuncisión a la que han sido sometidos los israelitas antes de entrar en ella. La primera frase de la lectura es la conclusión de la descripción anterior. ¿C6mo debe entenderse? El oprobio de Egipto se referiría a la situación de incircuncisión. En este caso el autor desconoce que también la circuncisión se practicaba en Egipto. Algún comentario lo ha referido a la situación de esclavitud, pero ello no concuerda con el contexto.
"Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua": En la primera estancia en la nueva tierra, en Guilgal, Israel celebra la Pascua después del rito de la circuncisión. En el capítulo anterior, Josué hace erigir doce piedras del Jordán, que delimitan un espacio sagrado que perdurará muchos años, y donde se conmemorará el final del camino penoso por el desierto y la entrada en la tierra.
Fijémonos en la etimología del nombre "Guilgal". La raíz indica "girar, remover, quitar de encima"; por la remoción del prepucio (=circuncisión) a los israelitas se les quita de encima el oprobio de Egipto, pasando así de la condición de esclavos a la de ser libres, y perteneciendo ya al Señor. Esta es la nueva vida del pueblo.
-Vs. 10-12: Celebración de la Pascua. El ritual y el significado de la fiesta se describe en Ex. 12-13: tal vez en su origen pudiera denotar una fiesta de pastores en la que se celebrara la fuerza de la naturaleza que irrumpe con la nueva vegetación de la primavera (primera luna-llena del mes de Abib o de Nisán), pero en el Éxodo Israel le da un nuevo significado como recuerdo o memorial de la liberación de Egipto. Pasada la antigua amargura se requiere celebrar, con alegría, la liberación.
 "El día siguiente a la Pascua comieron del fruto de la tierra": La primera Pascua, en Egipto, señaló el fin de la esclavitud y el principio de la libertad; ahora, señala también el comienzo de la posesión de la tierra, de lo que había sido prometido como realización total de la libertad. En este momento ya no se requiere el maná, alimento providencial en el desierto, sino los nuevos productos de la tierra conquistada y poseída. Ya no será necesario el maná, porque se ha pasado del peregrinaje a la fruición del don de la salvación. La promesa de la liberación ya se ha cumplido. 

El responsorial de hoy es el salmo 33 (Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7) El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, ha visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, que ahora quiere expresar en un canto estupendo toda su gratitud al Dios providente de Israel.
Las pruebas que Dios permite no superan nunca las fuerzas del justo, de modo que las fuerzas del mal no parecen romper el equilibrio de la fidelidad.
El salmista tiene experiencia de esta protección y solicitud de Dios y por eso le agradece su bondad y al mismo tiempo comunica a los demás su vivencia, exhortándolos a la fidelidad y a la confianza, invitándoles incluso a que ellos mismos tengan esa experiencia de la providencia y de la cercanía de Dios.
Por esto este salmo tiene igualmente un cariz sapiencial y exhortativo. Como muchos salmos de tipo sapiencial, el salmo 33 tiene en su original hebreo forma acróstica o alfabética.
La estructura del salmo (dividido en dos partes en la Liturgia de las Horas) la podemos fijar así:
a) Introducción: el salmista se exhorta a sí mismo y a los demás a agradecer y bendecir al Señor: vv. 2-4.
b) Motivación: la bondad y la condescendencia de Dios: vv. 5-8.
c) Invitación a la confianza en Dios: vv. 9-21.
d) Conclusión: resumen de la enseñanza de todo el salmo.
Alabanza y agradecimiento sinceros: el salmista alaba incesantemente, en todo tiempo, al Señor; su alabanza está siempre en sus labios. En Dios tiene puesta su gloria: su orgullo y su felicidad es Yahvé, su todo. Este inicio nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: también la Virgen se sentía dichosa y feliz viendo las maravillas del Señor. Salmo: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..."
El autor invita a los humildes a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre": él se siente insuficiente para aclamar y agradecer al Señor, y por esto recurre a sus fieles para que le acompañen en su alabanza.
La vida interior intensa, la experiencia de Dios se traslucen siempre, se irradian espontáneamente, se comunican. Es como la lámpara que arde e ilumina.
El salmista invocó al Señor, y Dios se inclinó hacia él, le escuchó, y respondiéndole le libró de todas sus ansias, de todos sus males y angustias. "Yo consulté al Señor y me respondió". Su confianza en Yahvé se vio correspondida. Dios no desatiende jamás las súplicas de aquellos que le invocan. Por esto de nuevo el autor exhorta: "Contempladlo y quedaréis radiantes": mirar a Dios es mirar la luz y por tanto, reflejarla. Quien camina en la luz se halla iluminado, irradia él mismo luz, luz de alegría, de confianza, de seguridad. La frente de los justos no tiene de qué avergonzarse, puede ir siempre alta.

En la segunda lectura de hoy ( 2 Cor 5,17-21 ) Este capítulo tiene dos partes bien diferenciadas: la primera (vv 1-10) viene a ser el final de la perícopa de ayer, exponiendo la actitud cristiana respecto a los últimos tiempos; la segunda (11-21), profundiza el tema del ministerio apostólico.
En la primera parte, Pablo no puede hablar de experiencias suyas, sino que expresa una comprensión particular del último momento, la parusía. Este tema, tratado ya en la primera carta (1 Cor 15), fue siempre un punto oscuro para la comunidad de Corinto y, probablemente, lo motivó la misma predicación del Apóstol. Siguiendo el pensamiento judío, parece creer en un estado intermedio, de existencia semimaterial, que tendrá lugar después de la muerte y antes del retorno de Cristo.
En la segunda parte, es parte del texto de hoy, encontramos uno de los pasajes más importantes de esta carta: la radical novedad de la existencia humana, que corresponde a la reconciliación del hombre con Dios, operada por Cristo. El pensamiento de Pablo hay que enmarcarlo dentro de la escatología profética que pregona los últimos tiempos en términos de salvación y de nueva creación. Si el realismo de Pablo le obliga, en algunas cartas, a insistir en la necesidad de una tarea a realizar, en ésta encontramos la afirmación de la nueva realidad como una situación ya presente (17) que afecta a todo el universo, pero principalmente al hombre.
Sólo Cristo como gran ministro, ha podido realizar este estado de reconciliación cósmica que implica la justificación para el hombre (21). El ministerio apostólico es siempre una invitación a "reconciliarse con Dios" (20).
"El que es de Cristo es una creatura nueva": La Antigua Alianza ha pasado y, con la resurrección de Cristo, ha empezado algo nuevo transformador de la existencia y de la historia humanas. Esta obra nueva tiene a Dios como autor y unos hombres han sido llamados a colaborar con ella. La obra nueva consiste en una acción de reconciliación desde la misericordia de Dios, manifestada en Jesucristo. Los destinatarios son la humanidad e -indirectamente- toda la creación. Dios se comporta para con el hombre como si no hubiera habido pecado. La misión del apóstol es la de ser un comunicador de esta conducta de Dios.
"En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios": Pablo pasa ahora a la exhortación. El anuncio de la buena noticia de la reconciliación puede quedar estéril si no encuentra acogida en el hombre.
"Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado": Literalmente dice: "lo hizo pecado". La traducción es un intento de explicación del significado de la expresión. Aquí se sitúa dentro del contexto de la reconciliación. Lo que queda claro es que la frase juega con una doble dimensión: quien no ha cometido pecado alguno ha sufrido por el pecado de los hombres.
San Pablo pide a los cristianos de Corinto que se reconcilien con Dios, viviendo como criaturas nuevas. Sabemos que en la comunidad cristiana de Corinto existían desavenencias y divisiones dentro de la comunidad cristina, precisamente porque, en muchos aspectos, seguían viviendo como criaturas carnales. San Pablo les dice que por el bautismo de Cristo han sido ya hechos criaturas nuevas, espirituales, y que deben vivir como tales, amándose mutuamente y viviendo como auténticos hijos de Dios, no como esclavos del pecado y de los ídolos.
San Pablo no escribe a la iglesia en Corinto como si ésta estuviera recién creada. La comunidad de  Corinto tenía ya varios años de vida. Conforme pasaban los años, la comunidad  había crecido. La componían todo tipo de personas: recién convertidos, hombres y mujeres de muchos años como cristianos, algunos que ya habían nacido en una familia cristiana, gente con grandes recursos económicos, hermanos en pobreza, libres, esclavos. Esto ocasionó –como suele suceder- fricciones y discusiones al interior de la comunidad. Había un problema fundamental: los llamados “entusiastas”.
En Corinto San Pablo tiene que enfrentarse a personas que comparten su entusiasmo. Aquí tiene que corregir las consecuencias de su propio mensaje, no con los adversarios, sino con sus propios seguidores. Para los corintios el Espíritu era un poder celestial milagroso, que se expresaba hablando en lenguas y con dones extraordinarios y que ya ahora hace que los seres humanos estén en una vida más allá de lo cotidiano. Las vivencias extáticas eran consideradas experiencias-cumbre religiosas. Quiere mostrar a los corintios que una intensa experiencia de la vida en el Espíritu no es el factor decisivo, pues lo decisivo es cómo la persona dirige la energía del Espíritu para el bien de los hermanos.
Se sumaban además las fricciones entre la comunidad y el constante acoso de falsos apóstoles. Corinto se había convertido en una iglesia que importó actitudes y acciones propias del mundo, pero lejanas al espíritu cristiano. Lo “viejo” seguía reinando. Eran muy “espirituales”, consideraban experimentar grandes manifestaciones del Espíritu, pero sus relaciones no habían sido modificadas. Sí, sus pecados habían sido perdonados. Eran justificados por la fe y salvos por gracia, pero queda la pregunta si eran participantes del Reino de Dios o, en lenguaje de Pablo, si ya se encontraban reconciliados con Dios.
La reconciliación con Dios es profunda e intima. El Dios bíblico es el que libera al pueblo de Israel de Egipto, el que denuncia a los falsos pastores, que confronta a ídolos y sacerdotes de cultos contrarios a la justicia. Si Jesucristo nos enseña a amar al enemigo, también somos enseñados a no dejarnos dominar por nadie, pues sólo Dios es el Señor. Si somos impulsados por la misericordia del Nuevo Testamento, también somos confrontados con el celo de justicia en el Señor. Nuestra vida está regida por el Dios del Éxodo, se nos invita a ser libres, quitando a todo faraón de nuestras mentes e historias, para atreverse a contar y crear nuestra propia historia. Se nos exige no juzgar, pero igualmente somos exhortados a denunciar el pecado con sinceridad. Pecado que no es una moralina hipócrita (como señalar los fallos de los demás), sino como lo describe la Biblia: todo aquello que rompe la unidad con Dios, como lo son injusticias, opresión, imposición, desprecio; pecado como todo aquello que atenta en contra del prójimo.

El evangelio de este domingo ( Lc 15,1-3.11-32 ) es la parábola del hijo pródigo o "Del Padre misericordioso" porque en realidad es el padre,  el auténtico protagonista.
El contexto de la parábola está rodeada de una realidad social y es la de los fariseos y los escribas que  murmuraban entre ellos: "ese acoge a los pecadores y come con ellos".
Inmediatamente después de esta descripción, San Lucas presenta tres parábolas entrelazadas entre sí por el mismo tema de la misericordia divina: la oveja perdida (Lc 15,4-7), la dracma perdida (Lc 15,8-10), el hijo perdido (Lc 15,11-32). Esta última parábola es el tema del evangelio de hoy.
En la parte central del tercer evangelio hallamos el capítulo 15, el de "las parábolas de la misericordia", una auténtica obra maestra de la literatura cristiana.
La finalidad de estas parábolas (oveja perdida, dracma perdida, hijo pródigo) era contestar a los fariseos su crítica porque Jesús acogía a los pecadores.
De las tres parábolas, la de hoy, la del hijo pródigo, es la más conocida y la más rica en enseñanzas. Hace una descripción psicológica y teológica incomparable sobre el corazón del hombre y el corazón de Dios, sobre la realidad del pecado y de la gracia.
Dos situaciones paralelas configuran la introducción del texto. De una parte, los recaudadores y pecadores escuchando a Jesús; de otra, los fariseos y letrados criticando la condescendencia de Jesús. La parábola que sigue es la respuesta de Jesús a la crítica de los fariseos y letrados.
La parábola tipifica en dos hermanos las conductas de los dos grupos de la introducción. De una parte, el hermano menor: símbolo representativo de los recaudadores y pecadores; de otra, el hermano mayor: símbolo de los fariseos y letrados.
La parábola sigue a otras dos en las que se habla de la alegría de Dios por la conversión de los pecadores. Este ordenamiento de las tres parábolas convierte, a su vez, al padre de la tercera en símbolo representativo de Dios.
En su primera parte la parábola reproduce la conducta del hijo menor, desde su marcha de la casa paterna hasta su retorno a ella. Pieza magistral de realismo y ternura. Ciclo sellado por la alegría festiva del reencuentro y cerrado en lo tocante al hijo menor. En su segunda parte la parábola reproduce la reacción negativa del hijo mayor y los esfuerzos del padre por convencerle a que se sume a la alegría festiva del reencuentro con su hermano. Todo en esta segunda parte es tipo de las situaciones de la introducción.
La alegría festiva es símbolo de la convivencia amigable de Jesús con los recaudadores y pecadores; la negativa del hijo mayor a tomar parte en la fiesta es símbolo de la crítica de los fariseos y letrados a la condescendencia de Jesús.
-"Ese acoge a los pecadores y come con ellos": La introducción del capítulo pone en evidencia el contexto de las parábolas que Jesús pronuncia. Jesús comiendo con los pecadores manifiesta, de una forma palpable y activa, la misericordia de Dios. La crítica de los fariseos a la actuación de Jesús es una crítica al estilo de actuar del mismo Dios. Las tres parábolas del capítulo: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, pretenden dar una respuesta que ponga en evidencia el profundo contraste que hay entre la opción farisea y la opción de Dios.
"Un hombre tenía dos hijos...": La parábola denominada del "hijo pródigo", ha sido también para algunos denominada la parábola de "los dos hijos"; pero el verdadero protagonista es el padre, que con su amor pasa por encima de la irreflexión del más joven y la mezquindad del mayor. Este amor del padre es el camino que vemos en la actuación de Jesús y que, a través de la parábola, nos indica que se trata de un amor que manifiesta el de Dios, que también es Padre.
"Hijo... deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido...": Todo el dinamismo de la narración lleva hacia la situación conflictiva con el hermano mayor, que ilustra la actitud intransigente de los escribas y fariseos. El hijo mayor no sabe comprender que el amor del padre pasa por encima del pecado y no quiere participar en el banquete... La interpelación es una invitación a reconocer en el hijo pequeño, al hermano. A reconocer en el pecador a tu propio hermano. Sólo desde este descubrimiento se puede sintonizar entonces con Jesús y con el plan de Dios.
Jesús no dirige su parábola a los fariseos y escribas para que estos se fijen en el comportamiento del hijo, sino para que se fijen en el comportamiento del Padre. Por eso, esta parábola debe llamarse con propiedad parábola del Padre pródigo, mejor que llamarla parábola del hijo pródigo. Y no hay duda de que esta parábola refleja mejor aún que ninguna otra la inmensa misericordia de Dios, como padre, hacia todos sus hijos, hacia los que siempre se portaron bien –hijo mayor- y hacia los que se portaron muy mal –hijo menor-. Lo que Jesús quiere decir con esta parábola a los fariseos y escribas que le criticaban es que él está haciendo con los pecadores que se acercaban a él exactamente lo que hace Dios con todos nosotros, justos y pecadores: amarnos pródigamente, es decir, con una generosidad sin límites.
  Fijémonos en la respuesta final del Padre (Lc15,31-32:). Así como el Padre no presta atención a los argumentos del hijo menor, así tampoco presta atención a los argumentos del hijo mayor y dice: " Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ¡ha sido hallado!" ¿Será que el mayor tenía realmente conciencia de estar siempre con el Padre y de encontrar en esta presencia la causa de su alegría? La expresión del Padre "¡Todo lo mío es tuyo!" incluye también al hijo menor que volvió. El mayor no tiene derecho a hacer distinción. Si él quiere ser hijo del Padre, tendrá que aceptarlo así como a él le gustaría que el Padre es. La parábola no dice cuál fue la respuesta final del hermano mayor. Esto le toca al hermano mayor, que somos todos nosotros.
  La acción salvadora de Dios es fuente de alegría: “¡Alégraros conmigo!” (Lc 15,6.9) Y de esta experiencia de la gratuidad de Dios nace el sentido de la fiesta y de la alegría (Lc 15,32). Al final de la parábola, el Padre manda alegrarse y hacer fiesta. La alegría queda amenazada a causa del hijo mayor que no quiere entrar. El piensa que tiene derecho a una alegría sólo con sus amigos y no quiere la alegría con todos los miembros de la misma familia humana. El representa a los que se consideran justos y observantes y piensan que no precisan conversión.
Para nuestra vida.
La liturgia de hoy, ya desde su comienzo, nos invita a la alegría: "Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis...". (antífona de entrada). Y es que ya están próximas las fiestas pascuales y, con ellas, la plena restauración de la comunidad cristiana por la Muerte y Resurrección de Cristo. Por ello pedimos al Señor en la oración colecta que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las fiestas pascuales. A lo largo de estas semanas hemos tomado conciencia de que somos pecadores. Y, como el hijo pródigo, hemos emprendido el itinerario penitencial para volver a la casa del padre. El camino de la penitencia será auténtico en la medida en que sepamos abrir comprensivamente nuestro corazón a los demás, perdonándolos y evitando cualquier actitud de superioridad o soberbia espiritual.
Así entramos en los sentimientos del corazón de Dios que nos dice hoy: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado (evangelio).
No participaremos en todo este misterio de salvación sino iluminados por la claridad que la fe y la gracia bautismal encendieron un día en nuestro espíritu. En el camino cuaresmal de conversión vamos renovando esa gracia bautismal y, peregrinos en un camino oscuro, vamos recuperando el esplendor de la fe. Todo ello se traducirá, en la práctica, en aprender a amar a Dios de todo corazón (cf. oración después de la comunión). Por toda esta luz experimentaremos hoy una especial alegría.

En la primera lectura nos presenta un texto del libro de Josué, este libro  empalma directamente con el Éxodo.
En la lectura de hoy se nos describe el paso del Jordán. La finalidad de este relato es darnos un paralelismo con el paso del Mar Rojo al comienzo del Éxodo, haciéndonos comprender la entrada en la tierra prometida como un acto de culto y de fe en la fidelidad de Yahvé, que les daba la tierra.
Ya han llegado a la tierra prometida, y lo mismo que la fiesta de la Pascua acompañó el Éxodo, también ahora la celebran los israelitas al acampar en esa tierra. La fiesta de la Pascua cierra y conmemora la salvación de Yahvé en los días del desierto desde Egipto a Palestina. Se cierra también el paréntesis del maná; ahora cambia el estilo de vida: los frutos de la tierra serán en adelante la riqueza y el alimento del pueblo en la patria que Dios les ha dado.
El pueblo ha llegado a la tierra prometida. Atrás quedaron los largos años de caminar con rumbo perdido por el desierto. También, en el lejano horizonte del tiempo, se perdió la esclavitud y la opresión. Ahora ha cesado su vida de judío errante, ahora el pueblo descansará en la posesión de esa tierra que Dios les ha dado. En la estepa de Jericó, en Guilgal, acamparon los israelitas para celebrar la Pascua, la primera dentro de los confines de la tierra soñada tanto tiempo. Allí Dios les dio el maná cuando no tenían otro medio de alimentarse, de sobrevivir, pero que cuando ellos, el pueblo, ya podía vivir del fruto de su trabajo, cesó el maná.
"En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy os he despojado del oprobio de Egipto ". El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. La confianza en que Dios proveerá, no debe nunca excluir nuestro trabajo para conseguir lo que necesitamos, nuestra colaboración.

En  el salmo 33 se en el proclamamos: "¡gustad y ved qué bueno es el Señor!".
El verso de este salmo que repetimos, Gustad y ved, no habla de fe ciega, de conocimiento abstracto o de razonamientos. La bondad del Señor no solo se sabe o se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La experiencia de Dios no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del pensamiento y empapa toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del corazón y de los sentidos. Y su sabor es bueno. Su experiencia es dulce y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos fortalece.
Quien experimenta a Dios en su vida rebosa, y no puede menos que prorrumpir en alabanzas. Irradia ese amor que lo llena.
El contacto con Dios libera de temores, miedos, angustias. No sólo las aparta de nosotros: nos libera.
Tantas veces no gozamos de esto porque no somos capaces de salir de nuestro yo, de la ceguera que padecemos y nos quedamos contemplando a un Dios que nos manda cumplir sus mandatos y preceptos y no llegamos a  descubrir la vida, el gozo, la felicidad que nos trae a través de ellos y de los acontecimientos de nuestra vida, las gracias que nos da.
  Gustad y ved es una invitación personal, pero a la vez comunitaria, es la experiencia de un pueblo, no es suficiente que haya hombres y mujeres que gusten y vean lo bueno que es el Señor y las maravillas que hace, tenemos que tener esa misma experiencia como pueblo, como comunidad y dar testimonio de ello. Los israelitas en Egipto no tenian experiencia de pueblo, por eso anduvieron cuarenta años por el desierto y cuando entraron en la tierra prometida se sabían el pueblo escogido.
  A lo largo de la Palabra de Dios se nos hace constantemente esta invitación:
      -Desde la creación (gustad y ved el poder y el amor de Dios)
      -Desde el paraíso y la desobediencia (gustad y ved la alianza que hace con el hombre)
      -En toda la historia de salvación, pasando por Abraham, Moisés, todos los profetas, los salmos y como culmen la venida de Jesús que nos revela el rostro del Padre que viene a darnos el acceso a los bienes del cielo y la participación del Espíritu Santo.
En el salmo podemos ver y experimentar la  cercanía de Dios: un Dios al que podemos hablar, y que nos responde. Lejos de él esas concepciones de una divinidad distante, impersonal, neutral y alejada de los asuntos humanos. El Dios de Israel, el que transmiten los salmos, el Dios de nuestra fe cristiana, es personal, próximo, dialogante. Nos escucha y nos atiende. Nada de lo que es humano le resulta indiferente. Por eso, los creyentes tenemos motivos sobrados para la alegría, para el ánimo y el coraje. Tenemos motivos para “quedar radiantes” y no avergonzarnos jamás de nuestra fe.
¿Cómo es posible experimentar esta cercanía, esta intimidad  con Dios?.

En la segunda lectura San Pablo da la explicación: "El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación".
Lo que sucedió en Corinto se repite en nuestros días. Ser cristiano no es sólo el saberse perdonado y limpio de pecados, el tener la esperanza de la vida en Dios, aceptar un código doctrinal o llevar una vida devota. Ser cristiano, en estricto espíritu paulino, es la transformación integral de la vida; es amarse y amar al otro en el mismo grado. El cristiano es el que sigue a Cristo, aquél que mandó amar a los enemigos, no juzgar sino acompañar al que flaquea, ser amigo de aquellos que son rechazados por la mayoría. Ya no es sólo hablar del que es justificado y perdonado. Debemos hablar de los que van más allá y son reconciliados con Dios. Cuando Cristo es el centro de la existencia, entonces todo lo viejo debe ser abandonado. Esto no significa evitar aprender de las experiencias (buenas o malas) o pretender que las malas decisiones y errores no existieron. Poner lo viejo atrás es atreverse a ir hacia lo nuevo, permitir que Dios nos transforme en nuevas criaturas. Requerimos ser transformados para dejar atrás lo viejo, amar a aquellos que consideramos enemigos, amar y conciliar sin juzgar, ser amigo de aquellos que están en la periferia (¡cualquier periferia!).
Apliquémonos a nosotros mismos estos consejos de san Pablo y vivamos como personas espirituales, dirigidos y gobernados por el espíritu de Cristo, por el amor cristiano, no por nuestras pasiones y esclavitudes corporales.


Reconciliación es la palabra clave del texto. repetida en cada versículo. Otras palabras parecidas son: expiación, salvación, renovación. Esta es la obra de Cristo y es también nuestra misión y nuestra tarea.
Cristo es reconciliación viva. Cristo es la bandera blanca que Dios envía al mundo. Cristo es el abrazo personal entre Dios y los hombres. Cristo es nuestra paz. El se hizo responsable de nuestros pecados, cargó con ellos y los clavó en la cruz. Así, Dios, por medio de Cristo, no destruyó a los enemigos sino a la enemistad. Entonces brotó el arco iris que abrazó al cielo y a la tierra.
Tarea nuestra es actualizar esta reconciliación de Cristo, seguir anunciando la paz y trabajar por ella. Reconciliar unos hombres con otros, unos pueblos con otros, y todos, el mundo entero, con Dios. ¡Qué tarea más difícil, pero a la vez qué gratificante, la de reconciliar personas, familias, Iglesias, regiones, pueblos, etnias, Estados! Sigue siendo necesaria la cruz, la de Cristo y la nuestra, extender bien los brazos para abrazar al mundo.
Hay que derribar primero muchos muros de incomprensión, odios y resentimientos, injusticias y opresiones... Pero todo es viejo y «lo antiguo ya ha pasado». En Cristo ya ha empezado algo «nuevo».

Desde el evangelio se nos presenta la práctica real y concreta de la misericordia de Dios . El padre del "hijo pródigo" fue ciertamente misericordioso, porque llevaba a su hijo en el corazón, en sus entrañas más profundas. Demostró que le quería porque formaba parte de su ser. Por eso recibió a su hijo con los brazos abiertos, sin reprocharle nada. Le había perdonado incluso antes de que su hijo se lo pidiera. Así actúa Dios con nosotros. La seguridad que tenía el hijo menor en el amor pródigo de su padre es lo que le animó a volver a la casa paterna.
El "hijo que no era pródigo", sin embargo no supo, o mejor, no quiso ser misericordioso, quizá porque le faltaban entrañas o porque su corazón era duro como una piedra. Es verdad que a todos nos cuesta perdonar a los que nos ofenden, máxime cuando nos hacen un daño terrible... Misericordia es también ponerse en lugar del otro. Es decir y sentir que "lo que a ti te pasa a mí me importa”. Eso es solidaridad, ponerse en lugar del otro y sentir en propia carne el dolor del hermano. Porque misericordia engloba dos términos: "miseria" y "corazón".
La parábola  destaca, en primer lugar, la maldad que supone el pecado. Es pedir la herencia que tanto costó ganar al padre y malgastarla en vicios, derrochar de mala manera la heredad de los mayores, en el caso de un cristiano es perder en un momento la vida de la gracia, que se nos dio gracias al sacrificio redentor de Jesucristo. Como resultado, la soledad y la tristeza, el remordimiento y el desasosiego… Todo ello simbolizado en el servicio de guardar cerdos, que era para un judío algo abominable, máxime cuando tenía que comer lo mismo que comían aquellos animales, impuros según la Ley. El pecado, en efecto, sumerge al hombre en una situación penosa y sucia, lo hunde en un lodazal de miseria espiritual .
Reconocer el pecado es la primera condición para salir de esa triste situación. Si perdemos el sentido profundo del pecado, estamos perdidos. Difícilmente se sale de una situación, cuya gravedad no se comprende ni se acepta. Por eso hemos de pararnos a pensar en lo que supone el pecado, tratar de penetrar en su malicia y en sus nefastas consecuencias. Eso es lo que hizo el hijo pródigo. Y luego acordarnos de la bondad de Dios nuestro Padre. Pensar que el Señor es compasivo y misericordioso, pronto al perdón y al olvido de nuestros pecados. Él nos ama tanto que tiene más deseos de perdonarnos, que nosotros de ser perdonados.
Al final, el Padre abraza al hijo perdido, le recibe lleno de amor, le corta las palabras de arrepentimiento. Para el padre todo volverá a ser igual que antes; ese que ha llegado no será un jornalero como pretende, será su hijo querido, que se había perdido y que ha vuelto a la casa paterna. Todo termina con aires de fiesta, con una llamada al arrepentimiento y a la esperanza.
Así comenta San Agustín este evangelio:  " Lc 15,1-3.11-32: Primero el retorno a sí mismo y luego al Padre
No es necesario detenernos en las cosas ya expuestas. Mas aunque no es necesario demorarnos en ellas, sí conviene recordarlas. No ha olvidado vuestra prudencia que el domingo anterior tomé a mi cargo el hablaros en el sermón sobre los dos hijos de que hablaba el evangelio de hoy, pero no pude terminar. Dios nuestro Señor ha querido que, pasada aquella tribulación, os pueda hablar hoy. He de saldar la deuda del sermón, puesto que hay que mantener la deuda del amor. Quiera el Señor que mi poquedad llene los deseos de vuestro anhelo.
El hombre que tuvo dos hijos es Dios que tuvo dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio, y todo aquello que el Señor nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana. Lejana, es decir, hasta olvidarse de su Creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente; gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices.
No es de extrañar que a este despilfarro siguiese el hambre. Reinaba el hambre en aquella región; no hambre de pan visible, sino hambre de la verdad invisible. Impelido por la necesidad, cayó en manos de cierto príncipe de aquella región. En este príncipe ha de verse al diablo, príncipe de los demonios, en cuyo poder caen todos los curiosos, pues toda curiosidad ¡licita no es otra cosa que una pestilente carencia de verdad. Apartado de Dios por el hambre de su inteligencia, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda en que suelen gozarse los demonios. No en vano permitió el Señor a los demonios entrar en la piara de puercos. Aquí se alimentaba de bellotas que no le saciaban. Las bellotas son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que alborotan, pero no nutren, alimento digno para puercos, pero no para hombres; es decir, con las que se gozan los demonios, e incapaces de justificar a los hombres.
Al fin se dio cuenta en qué estado se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y en manos de quién había caído. Y volvió en sí, primero el retorno a sí mismo y luego al Padre. Pues quizá se había dicho: Mi corazón me abandonó (Sal 39,13), por lo cual convenía que ante todo retornase a sí mismo, conociendo de este modo que se hallaba lejos del Padre. Esto mismo reprocha la Sagrada Escritura a ciertos hombres, diciendo: Volved prevaricadores al corazón (Is 46,8). Habiendo retornado a sí mismo, se encontró miserable: Encontré la tribulación y el dolor e invoqué el nombre del Señor (Sal 114,3-4). ;Cuántos mercenarios de mi padre, se dijo, tienen pan de sobra y yo perezco aquí de hambre! ¿Cómo le vino esto a la mente, sino porque ya se anunciaba el nombre de Dios? Es cierto: algunos tenían pan pero no como era debido, y buscaban otra cosa. De ellos se dijo: En verdad os digo que ya recibieron su recompensa (Mt 6,5). A los tales se les debe considerar como mercenarios, no como hijos, pues a ellos señala el Apóstol cuando escribe: Anúnciese a Cristo, no importa si por oportunismo o por la verdad (Flp 1,18). Quiere que se vea en ellos a algunos que son mercenarios porque buscan sus intereses y, anunciando a Cristo, abundan en pan.
Se levantó y retornó. Había permanecido o bien en tierra, o bien con caídas continuas. Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro. Su voz está en el salmo: Conociste de lejos mis pensamientos (Sal 138,3). ¿Cuáles? Los que tuvo en su interior: Diré a mi padre: pequé contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo, hazme como uno de tus mercenarios (Lc 15,13-19). Aunque ya pensaba decirlo, no lo decía aún; con todo, el padre lo oía como si lo estuviera diciendo. A veces se halla uno en medio de una tribulación o una tentación y piensa orar; con el mismo pensamiento reflexiona sobre lo que ha de decir a Dios en la oración, como hijo que por serlo solicita la misericordia del Padre. Y dice en su corazón: «Diré a mi Dios esto y aquello; no temo que al decirle esto, al gemirle así, tapone sus oídos mi Dios». La mayor parte de las veces ya le está oyendo mientras dice esto, pues el mismo pensamiento no se oculta a los ojos de Dios. Cuando él se disponía a orar, estaba ya presente quien iba a estarlo una vez que empezase la oración. Por eso se dice en otro salmo: Dije, declararé al Señor mi delito (Sal 31,5).
Ved cómo llegó a decir algo en su interior; ved su propósito. Y al momento añadió: Y tú perdonaste la impiedad de mi corazón (ib.). ¡Cuán cerca está la misericordia de Dios de quien se confiesa! Dios no está lejos de los contritos de corazón. Así lo tienes escrito: Cerca está el Señor de los que atribularon su corazón (Sal 33,19). Éste ya había atribulado su corazón en la región de la miseria; había retornado a él para quebrantarle. Por soberbia había abandonado su corazón y lleno de ira había retornado a él. Se airó para castigar su propia maldad; había retornado para merecer la bondad del padre. Habló airado, conforme a aquellas palabras: Airaos y no pequéis (Sal 4,5). Todo penitente que se aira contra si mismo, precisamente porque está airado, se castiga. De aquí proceden todos aquellos movimientos propios del penitente que se arrepiente y se duele de verdad.
De aquí el mesarse los cabellos, el ceñirse los cilicios, y los golpes de pecho. Todas estas cosas son, sin duda, indicio de que el hombre se ensaña y se aíra contra sí mismo. Lo que hace expresamente la mano, lo hace internamente la conciencia; se golpea con el pensamiento, se hiere y, para decirlo con verdad, se da muerte. Y dándose muerte ofrece a Dios el sacrificio del espíritu atribulado. Y Dios no desprecia el corazón contrito y humillado (Sal 50,19). Por tanto, angustiando, humillando e hiriendo su corazón le da muerte." (San  Agustín, Sermón 112 A, 1-5. ).
Rafael Pla Calatayud.
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