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sábado, 22 de diciembre de 2018

Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Adviento 23 de diciembre de 2018.


Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Adviento 23 de diciembre de 2018.
El cuarto Domingo de Adviento es sumamente mariano.  Por encima del profeta Isaías, Juan Bautista y José, es María el personaje fundamental del Adviento. Ella es quien esperó como nadie supo esperar la venida del Mesías, pues le llevó en su seno. Ella señala, en la historia de la salvación, el paso de la profecía mesiánica a la realidad evangélica, de la esperanza a la presencia real del Verbo encarnado.
(1. lectura). "El tiempo en que la madre da a luz" El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efrata. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa madre dibujada vagamente por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza del Señor", aquel cuyo "origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura.
 (2. lectura). Jesús a punto de entrar en el mundo (Navidad-Encarnación), expresa sus sentimientos, en oferta gozosa al Padre "Aquí estoy". Son palabras garantizadas por el Espíritu Santo y puestas en boca del Hijo eterno, que se desposa con la humanidad para rescatarla y elevarla: "... me has preparado un cuerpo... Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". Palabras casi idénticas, pero en situaci6n dramática, dirá en Getsemaní, poco antes de aceptar la pasión (Lc 22,42). La Navidad ya encierra la Pascua.
En este domingo María es la gran figura del Adviento para la Iglesia. María, conocedora de la situación de Isabel "se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá". Sale de su tranquilidad y presurosa, va a ayudar a su prima. Ejemplo de servicio, pero sobre todo figura de quien se deja conducir por el Espíritu, para llevar a Cristo a los demás. María modelo de evangelización, portadora del gozo de Dios. Dichosa por su fe; modelo privilegiado de las actitudes que pide el Adviento a la Iglesia. Así se está dispuesto y preparado para recibir a Dios en la Navidad.

La primera lectura tomada del Profeta Miqueas  (Miq. 5, 1-4a) nos habla de Belén como el lugar destinado al nacimiento del Mesías. Nos hallamos en la segunda mitad del s. VII a.C. El profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, anuncia al Mesías que debe venir a salvar a su pueblo. Ambos profetas creen en la salvación que debe llegar a través del linaje de David, y ambos insisten en que la confianza en Yahvé, y no en su propia fuerza o en las alianzas humanas, es lo que salvará a Israel. Pero para Isaías, aristócrata jerosolimitano, la capital tiene una importancia que para Miqueas, hijo de campesinos, no tiene.
EL libro del profeta Miqueas está estructurado según el más clásico estilo profético sobre el doble eje de castigo-promesa de salvación. Este profeta ha denunciado con acritud (ha pasado a la historia como un profeta de la desgracia, cf. Jer 26, 18) dos males que están llevando al pueblo de Dios a la ruina: los cultos paganos y las desigualdades sociales. El profeta se desata en denuestos contra todos: contra el pueblo porque va tras los ídolos; contra los poderosos de la sociedad porque no piensan más que en su propia ganancia y las desigualdades sociales son ya abismales. Por eso Israel tiene que ser deshecho, aniquilado. El profeta sacrifica su soledad ante todos en pro de la verdad de la fe. Pero también hay un aspecto positivo (es nuestro pasaje): el castigo se transforma en llamada a la conversión. Y Dios prepara una renovación profunda en el humilde clan de Efrata en el que se espera un rey mesiánico. Con la necesidad renacen las antiguas esperanzas.
Este Rey se caracteriza por:
1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén;
2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial";
3) serán el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido;
4) en él se manifestará la obra de Dios, que a través de este rey velará por su pueblo;
5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.
Este rey que el profeta anuncia lo imagina para un tiempo muy cercano: los dos versículos que siguen al texto de hoy hablan de que este rey liberará al pueblo del asedio de los asirios.
Un anuncio como éste no se realizó plenamente bajo ningún rey; el Mesías que aquí se dibuja va mucho más allá de la institución monárquica israelita. No siendo  posible señalar el momento histórico en que se cumplen los tiempos mesiánicos del profeta, ni su posibilidad en el futuro el texto nos traslada a la visión de un mundo nuevo, diferente, en el que el Israel histórico se transforma en otro Israel, el de la esperanza. Las palabras de Miqueas rezuman la seguridad de la victoria que se conseguirá como obra de la potencia de Yahvé y de la majestad de su nombre (v 3).

  El  Salmo responsorial de hoy es el 79 : (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19)
El salmo 79 es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta cuándo estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña, suscita, Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece un hombre haciéndole cabeza de Israel y que tu mano proteja, a éste, tu escogido
Lamentación pública en una grave desgracia: invasión militar. El estribillo (oh Dios, restáuranos...) señala el tono, ensanchando cada vez el nombre divino.
VV. 2-3: Invocación y títulos: Israel y José representan aquí el reino septentrional, del cual se citan tres tribus que ocupan la región central de Palestina. Dios es pastor, sobre todo, en el desierto.
Dios pastoreó a Jacob desde su juventud. Las rutas del desierto fueron holladas por el Pastor, guía de Israel. Tras él avanzaba el Pueblo. Si ahora ha ocultado su rostro, el pueblo le apremia a que aparezca nuevamente. Israel acepta de buen grado que su Dios se oculte, pero a condición de que posteriormente resplandezca, porque Dios es el buen Pastor que cuida y vela por su rebaño. Busca la oveja perdida, torna a la descarriada, cura a la herida y sana a la enferma. Han sido congregadas las ovejas dispersas por los montes, en torno a quien afirma ser el Buen Pastor. En él también nosotros hemos hallado al Pastor y guardián de nuestras almas. Dios ha hecho brillar su rostro sobre nosotros y nos salva.
Los querubines son los animales alados que sustentan el trono de Dios; y el resplandor indica la aparición o teofanía.
VV. 15-16: Dios debe actuar, pues se trata de «tu viña que tu diestra plantó, que hiciste vigorosa».
La tradición[1] ha entendido siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus pámpanos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso.[2] La antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia, plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosay se extiende y dilata sobre toda la superficie de la tierra.
Israel es una cepa selecta plantada por Yahvé; es la viña frondosa. Dios mismo la cuidó con mimo: «la entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas» (Is 5,2). El obrero enamorado de su viña tan sólo tiene que esperar la abundante cosecha de uva que sus cuidados merecen. Espera y trabajos de amor perdidos: la viña dará sólo agrazones, asesinatos y lamentos. El primer amor se trueca en celo destructor y purificador. La viña pasará a otros que paguen los frutos a su tiempo (Mt 21,41). Esos otros somos nosotros; es la Iglesia injertada en la vid verdadera, que extiende sus pámpanos de un extremo al otro de la tierra. El nuevo Israel, nacido de esa vid selecta, no puede ser estéril -so pena de que sus sarmientos sean amputados y se sequen-, sino que dará un fruto de sazonada justicia, que es el amor.
V. 19: Aleccionado por el castigo, el pueblo promete la enmienda, es decir, la fidelidad a Dios, para convivir con Él e invocar exclusivamente su nombre y no el de otros dioses.

La segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10) presenta la misión del Mesías 
El fragmento de hoy, se inscribe dentro de la sección de 10,1-18. En 5,9-10 el autor de Hebreos había anunciado tres temas: que Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec, que es sacerdote perfecto y que es causa de eterna salvación para los hombres. En los cc 7-9 ha desarrollado los dos primeros temas. Ahora se centra en el tercero.
Uno de los momentos culminantes de la carta a los Hebreos, que, leído en este último domingo de Adviento, muestra cómo la encarnación del Hijo de Dios incluye su vida entera, la realización del plan del amor de Dios que se manifestará en el amor entregado de Jesús en toda su vida hasta la muerte en cruz. Y a través de esta vida entera a nosotros se nos han abierto las puertas de la vida de Dios.
A partir de un fragmento del salmo 40 (39), el autor muestra que el camino hacia Dios no pasa por la Ley de Israel y sus prescripciones sino por una actuación en la vida (en el "cuerpo") que realice la "voluntad" de Dios, su proyecto de hombre. Jesús es el que es capaz de decir plenamente lo que Dios espera diga el hombre: "Aquí estoy para hacer tu voluntad".
Jesucristo ha realizado "la oblación de su cuerpo", es decir, ha puesto toda su vida en función del proyecto que Dios tenía: ha realizado la vida de Dios (el amor total) en una vida humana.
El sacrificio de Jesús, núcleo de su misterio, consiste en su donación total, personal al Padre. En otros pasajes, Heb dice que Jesucristo «se ofreció él mismo a Dios» o le ofreció un sacrificio «en su propia sangre». «Realizar el designio de Dios» y «ofrecerse a sí mismo» son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz, sino en el sentido más radical de la autodonación de Jesús a Dios con todas sus consecuencias, hasta la donación cruenta de la propia vida.
El autor introduce las palabras de Sal 40 con una expresión iluminadora, que lleva hasta el final de su concepción: Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice» (10,5a). El sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios; pues bien: esta entrega no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida. El sacrificio de Jesús fue toda su vida «en la carne» (5,7), animada toda ella por una absoluta entrega a Dios y, después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz. Es preciso releer toda la carta entendiendo el «sacrificio de Jesús», núcleo explicativo de todo su ser, no como un momento puntual de su vida, sino como el sentido de toda ella, consumada en la cruz. La mentalidad cultual es asumida, pero también transformada y llevada a su cumplimiento. Jesucristo es el "una vez para siempre" de la historia de los hombres.
La utilización del Sal 40, puesto en boca de Jesús para expresar el núcleo de su misterio, puede ser muy aleccionadora para nosotros. Heb no juzga en bloque lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. Encuentra en él muchas «palabras» que anuncian algo nuevo y distinto: un nuevo sacerdote según el orden de Melquisedec (7,11.17), una alianza nueva, interior (8,7-13) y, en la raíz, un sacrificio distinto, el único válido (10,4-10). Es más: estos mismos oráculos desautorizan el sacerdocio levítico, la alianza caduca, los sacrificios de animales. Del complejo conjunto del mundo antiguo, Heb recoge aquellos oráculos proféticos que ve realizados en Cristo y rechaza el culto, incapaz de perdonar el pecado. Sin duda, la luz que le ha permitido entender el mensaje de tales oráculos y el fracaso del culto es su fe en Jesucristo muerto y consumado en Dios. La comprensión del misterio de Jesucristo le ha dado la libertad de condenar lo que era condenable de la antigüedad y, al mismo tiempo, la suprema libertad de aprobar y asumir lo que era bueno.
Este es el sentido de su encarnación. Y así todos los hombres, si se unen a él (= si creen y ponen toda la confianza en él, y si intentan vivir como él), son "santificados", se les abren las puertas de la vida divina.

El evangelio es un texto de San Lucas (Lc. 1, 39-45).
El evangelio de hoy nos sumerge de lleno en el gran acontecimiento de todos los tiempos: la Navidad. "En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá..." (Lc 1, 39). El Evangelio dice con bastante imprecisión: "En aquellos días", sin permitirnos decir cuánto tiempo transcurrió entre el anuncio del ángel y el viaje de
María. Por otro lado, el Evangelio precisa el tiempo que María estuvo con Isabel fuera de su casa: "María permaneció con ella (Isabel) unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc 1,56). La intención del evangelista es hacer comprender que María se quedó con Isabel hasta después del nacimiento de su hijo Juan. Es claro que María volvió a su casa cuando ella misma tenía más de tres meses de embarazo.
Centrándonos en el texto vemos que ya  había comenzado la historia del  amor divino, en el misterio  de la Encarnación. En efecto, en las entrañas de  María, había comenzado a latir un germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías. Como todo hombre que comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, había iniciado su historia en el tiempo. Otro hombre también lo hacía en el seno de otra mujer, Isabel, la  mujer de Zacarías.

Para nuestra vida.
En las lecturas de este cuarto domingo de Adviento, vemos que  ni Belén de Éfrata fue grande por el simple hecho de ser pequeña, sino porque de ella salió el Mesías; ni Isabel y María fueron grandes por ser económica o socialmente pobres, sino por poner su vida enteramente al servicio del Señor; ni Cristo fue grande por ofrecer a Yahvé grandes sacrificios y holocaustos, sino por ofrecer el sacrificio de su voluntad del Padre. Son lecturas que nos llaman a la humildad.
Llegamos al final del Adviento. Hoy, ahora, hemos completado la iluminación del altar con la cuarta vela de nuestra corona. Y surge la reflexión de que es --¿qué está siendo?-- el Adviento para nosotros. Es conveniente  centrar nuestro interés en ver la perfecta secuencia todo el camino litúrgico de la llegada de Jesús. Los textos de este cuarto domingo de Adviento son muy significativos. La profecía de Miqueas sobre Belén ya centra el lugar del nacimiento del Señor. El Salmo habla de que el Señor nos mire y nos salve. Y es que quedan pocas jornadas para el gran acontecimiento de la Navidad y debemos estar preparados. Hemos esperado la llegada del Niño y eso es el Adviento.
El IV domingo pone a María en conexión profunda con el Mesías que viene. En la antífona de comunión se propone el versículo de Mt 1,23 que recoge a Is 7,14: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel". La oración sobre las ofrendas reza: "El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique... estos dones que hemos colocado sobre tu altar". María es la tierra fecunda, que por la acción santificadora del Espíritu Santo, da a luz al mundo, al Dios- con-nosotros. Este IV domingo la contempla como figura culminante del Adviento, en su actitud de donación y fecundidad generosa. María "esperó (a su Hijo) con inefable amor de Madre". María, portadora del Hijo de Dios, lo lleva a casa de Isabel. María es la "bendita... entre las mujeres" y lo que es porque ha "creído". Al final "se cumplirá... lo que... ha dicho el Señor" (evangelio).
También la Iglesia llegará a la Navidad siendo dichosa si acoge a Jesús como María, si cree lo que el Espíritu Santo le comunica en la Palabra y en los signos de los tiempos, si es portadora de Dios (=evangelizadora) y lo comunica con fidelidad y en actitud de servicio

La primera lectura tomada del Profeta Miqueas  (Miq. 5, 1-4a) nos habla de Belén como el lugar destinado al nacimiento del Mesías. Y
"Esto dice el Señor: Pero tú Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel" (Mi 5, 1). Belén, la ciudad de David. Belén de Judá: la ciudad señalada con el dedo de Dios. Perdida en la historia de los patriarcas y renacida luego por ser cuna del rey David, el de palabras encendidas y de nobles sentimientos. El profeta Miqueas contempla extasiado cómo en este pueblo, cuyo nombre significa "Casa del pan", nacerá el Mesías.
El oráculo de la lectura de hoy hace probablemente alusión a la famosa profecía del Emmanuel (Is 7), pronunciada por Isaías unos treinta años antes, pero en lugar de hablar del David rey de Jerusalén habla del David pastor de Belén. Efrata era originariamente el nombre de un clan aliado del de Caleb, que se instaló en la región de Belén y acabó dando el nombre a esta ciudad: "Belén de Efrata". Al morir Raquel, fue sepultada "en el camino de Efrata, o sea en Belén" (Gn 35,19; cf. 48.7). Al casarse los bisabuelos de David, Booz y Rut, la gente del pueblo grita: "Que seas poderoso en Efrata, y famoso en Belén" (Rt 4,11). Js 15,59 habla de "Efrata, que es Belén", al hacer la lista de las ciudades de Judá.
La tradición judeocristiana ha visto constantemente en este oráculo una profecía mesiánica anunciando la venida de un personaje futuro encargado de gobernar a Israel. Sus orígenes son los de la familia real de Judá, ya que, nacido en Belén y pastor del rebaño mesiánico, él dibuja la figura del nuevo David. El evangelio ha visto la realización de esta promesa en el nacimiento del mismo Jesús (cf. Mt 2, 6). Lugares comunes que quieren decir la esperanza siempre nueva de vernos más cerca del día futuro.
Miqueas predice que de Belén de Efrata saldrá «el jefe de Israel» (5,1). Con él llegará a Israel la paz (v 4).
Esta profecía estará muy presente en la historia de Israel, que esperaba su liberación por medio de ese personaje biblico. En tiempos de Jesús la figura del Mesías estaba vista como un jefe político dotado de fuerza sobrehumana que libraría al pueblo judío de su esclavitud. Pero la sabiduría de Dios preveía una libertad no temporal, sino espiritual y eterna. El Mesías que llegó venía a salvar almas y buscar la Gloria futura de los cuerpos. Y para nada pretendía sustituir un imperio por otro.

  El  Salmo responsorial de hoy es el 79 : (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19) expresa un deseo ardiente : "Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve". Por el pecado original con el que nacemos, nacemos como vasijas rotas, inclinadas al pecado, con múltiples ranuras y debilidades.
Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el nuevo Israel sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios. Esa Iglesia universal, cuya sombra quieres que cubra las montañas, que extienda sus sarmientos hasta el mar. Una Iglesia cuyo  mensaje topa con dificultades, su Evangelio, con frecuencia, es adulterado. Pidamos para que Dios ponga sus ojos sobre su Iglesia, que tu mano proteja a los pastores, a los hombres que tú fortaleciste para guiar a tu Iglesia.
Aclamación confiada en el salmo. Con la esperanza de que el Señor venga pronto a restaurar nuestras debilidades y pecados, preparamos, alegres, para el día de la Navidad.
Expresa un deseo ardiente : "Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve". Por el pecado original con el que nacemos, nacemos como vasijas rotas, inclinadas al pecado, con múltiples ranuras y debilidades.
Debemos pedirle a Dios todos los días que nos restaure, es decir, que llene con su gracia las debilidades físicas y morales con las que ya venimos a este mundo. Pedirle a Dios que muestre su poder y que venga a salvarnos. Es esta  una buena petición para este tiempo último de Adviento, ya en vísperas de la Navidad.
Así comenta San Juan Pablo II  este salmo:" El Señor visita su viña 
1. El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.
Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
2. En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales:  por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas.
3. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía:  sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio:  "Dios de los Ejércitos, vuélvete:  mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:  "Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar:  "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19).
            Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar:  esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza"
. (San Juan Pablo II . Audiencia general . Miércoles 10 de abril de 2002).
A Dios debemos pedirle todos los días que nos restaure, es decir, que llene con su gracia las debilidades físicas y morales con las que ya venimos a este mundo. Pedirle a Dios que muestre su poder y que venga a salvarnos. Es esta  una buena petición para este tiempo último de Adviento, ya en vísperas de la Navidad.
Hagamos nuestra la estrofa del salmo: " OH DIOS, RESTÁURANOS, QUE BRILLE TU ROSTRO Y NOS SALVE".

La segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10) presenta la misión del Mesías. El texto se inscribe dentro de la sección de 10,1-18
 En este clima de Adviento, el texto se centra en las palabras "cuando Cristo entró en el mundo", como anticipación de la Encarnación que celebraremos en Navidad. Toda la vida de Jesús es salvífica, desde la Encarnación a la Resurrección; pues toda ella, desde el primer momento, estuvo a disposición de Dios.
El autor pone en labios de Jesús, apenas nacido, las palabras del Sal 40. En el contexto original se trata de un salmo en el que un hombre justo, después de haber experimentado en su vida la salvación de Dios, le da gracias y promete cumplir su voluntad en vez de ofrecerle sacrificios de animales y holocaustos. Pero en la boca de Jesús estas palabras son como el "introito" del sacrificio de su vida que ha de culminar en la cruz. Jesús entra en el mundo bajo el signo de la obediencia al Padre y permanece bajo este signo hasta que todo haya sido cumplido según la voluntad del Padre.
Concisamente explica el autor el sentido de su cita: los sacrificios del A.T. no agradan a Dios y son abolidos definitivamente; en su lugar, Jesús establece el único sacrificio que agrada a Dios y que consiste en cumplir su voluntad.
Participar en el sacrificio de Cristo es siempre y radicalmente cumplir, como él, la voluntad de Dios.
Si Jesús se ha ofrecido de una vez por todas, pues se ha ofrecido sin reservas al Padre, ya no tiene por qué repetir su sacrificio.
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
Y si él se ha ofrecido por todos los hombres, podemos confiar que por su sangre todos hemos sido salvados.
Dios ha consumado su salvación. Como se nos dice y se nos repite varias veces en el fragmento de la carta a los Hebreos, Cristo ofreció de una vez para siempre un sacrificio al Padre, el sacrificio de su propia vida. Ese era el sacrificio que Dios, su Padre, le pedía y con ese sacrificio único del Hijo, el Padre nos libró a todos nosotros de nuestros pecados. El mayor sacrificio que podemos hacer nosotros en nuestra propia vida cristiana es cumplir la voluntad de Dios, nuestro Padre. Si asociamos nuestro sacrificio con el sacrificio de Cristo, nuestro sacrificio tendrá un valor redentor. Eso es lo que hacemos de una manera sacramental y única en el sacrificio de la misa y eso es lo que debemos hacer siempre cuando ofrecemos a Dios algún sacrificio determinado: unir nuestro sacrificio al sacrificio de Cristo.

Hoy el evangelio nos presenta una  escena  entrañable. Nos sumerge de lleno en el gran acontecimiento de todos los tiempos: la Navidad. "En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá..." (Lc 1, 39). El Evangelio dice con bastante imprecisión: "En aquellos días", sin permitirnos decir cuánto tiempo transcurrió entre el anuncio del ángel y el viaje de María. Por otro lado, el Evangelio precisa el tiempo que María estuvo con Isabel fuera de su casa: "María permaneció con ella (Isabel) unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc 1,56). La intención del evangelista es hacer comprender que María se quedó con Isabel hasta después del nacimiento de su hijo Juan. Es claro que María volvió a su casa cuando ella misma tenía más de tres meses de embarazo.
Centrándonos en el texto vemos que ya  había comenzado la historia del  amor divino, en el misterio  de la Encarnación. En efecto, en las entrañas de  María, había comenzado a latir un germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías. Como todo hombre que comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, había iniciado su historia en el tiempo. Otro hombre también lo hacía en el seno de otra mujer, Isabel, la  mujer de Zacarías.
Lucas acentúa la prontitud de María en servir, en ser sierva. El ángel habla del embarazo de Isabel e, inmediatamente María se dirige de prisa a su casa para ayudarla. De Nazaret hasta la casa de Isabel hay una distancia de más de 100 Km., cuatro días de viaje, en las condiciones de aquel tiempo. María empieza a servir y a cumplir su misión a favor del pueblo de Dios.
Isabel representa el Antiguo Testamento que estaba terminando. María representa el Nuevo que está empezando. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en ello el don gratuito de Dios que viene a realizar y a completar la expectativa de la gente. En el encuentro de las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu. La criatura salta de alegría en el seno de Isabel. Esta es la lectura de fe que Isabel hace de las cosas de la vida.
María, sale a nuestro encuentro para que, salgamos de nuestros egoísmos particulares y ofrezcamos nuestro esfuerzo y nuestra ayuda para que, este mundo nuestro, sea un poco más hermano, más pacífico y menos sufriente. ¿Acaso lo tuvo fácil María? ¿E Isabel?
En el caso de María, la emoción y la ternura de la madre que espera ilusionada a su querido hijo ha sido sacralizada, por decirlo así, en la devoción popular que la Iglesia ratificó con su liturgia. En efecto, los días que preceden a la Navidad son los días de la Virgen de la O. ¡Oh!, exclamación gozosa y llena de admiración ante la grandeza de ese Niño que va a nacer, y que a partir del día diecisiete de diciembre, el oficio de Vísperas va repitiendo en sus antífonas al "magníficat", al tiempo que aclama al Mesías como Sabiduría divina, Dios y Jefe de la casa de Israel, Raíz de Jesé y llave de David, Sol naciente y Rey de los pueblos, el Emmanuel prometido y deseado.
Isabel embarazada reconoce la maternidad divina de María. La sensibilidad femenina ha sido capaz de descubrir aquello que estaba oculto.
Isabel dice a María: “¡Bendita eres tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!Hasta hoy, estas palabras forman parte de la oración  más conocida y más rezada en el mundo entero, que es el "Dios te salve María".
¡Bendita Tú entre las mujeres! Fue el grito espontáneo de Isabel a María.
Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!”. Es el elogio de Isabel a María y lo que recuerda Lucas a las comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues la Palabra de Dios tiene la fuerza para realizar todo aquello que nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el seno de la virgen, en el seno de la gente pobre que la acoge con fe.
El encuentro de María con Isabel no ha quedado sólo en Ein Karem. Hoy, aquí y ahora, María se encuentra con nosotros para ayudarnos a descubrir el tesoro de la fe que, por lo que sea, puede estar oscurecido o demasiado escondido.
. Hoy, como entonces, María se ha puesto en camino. Y, en este domingo IV de adviento, nos ayuda a alegrarnos por lo que está por venir; por lo que está por pasar; por lo que, Ella, ha sabido guardar y hacer crecer en las en los entresijos de Madre. Pero ¿cómo alegrar al mundo si, tal vez, nosotros hemos perdido la alegría del acontecimiento por el Nacimiento del Salvador? Recuperemos no sólo la cuna o el pesebre, recuperemos el contenido de la Navidad.
Ojalá la contemplación de estos hechos que precedieron al nacimiento de Jesús introduzca en nuestro corazón, bajo la acción del Espíritu Santo, la misma humildad, la misma sencillez y la misma fe inquebrantable de María. También nosotros, movidos por el Espíritu Santo como Isabel, digámosle "bienaventurada", para que se cumpla su oráculo: "Todas las generaciones me llamarán 'bienaventurada', porque el Poderoso ha hecho cosas grandes por mí" (Lc 1,48-49).
El elogio de Isabel a María: “¡Has creído!” Su marido tuvo problema en creer lo que el ángel le decía. ¿Y yo?.
Viene el Señor, y aunque por lo inesperado que resultó su visita ante una realidad que le aguardaba victorioso y potente, ojala nos sintamos privilegiados para vivir, sentir y celebrar la Navidad como el mejor regalo de Dios a la humanidad.
Vivamos estos días con este gozo, con esta alegría interior, con esto que también Isabel le dice a la Virgen, ”Feliz de Ti por haber creído que se cumplirá”,  también nosotros creamos profundamente en este Dios que viene a cumplir sus promesas en nuestra historia personal.
Colocándome en la posición de María e Isabel: ¿soy capaz de percibir y experimentar la presencia de Dios en las cosas sencillas y comunes de la vida de cada día?
Señor, queremos ser como Isabel  para confiar en tu Amor sabiendo que sólo desde la humildad,  se puede descubrir tus caminos, tus obras.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com


[1] TEODORETO, Interpretatio in psalmos, 79, PG 80. En el mismo sentido la tradición, P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins, París 1959, Serie I (S. Columbano), 79, p. 143: 'quod ipse (Christus) super cherubim residens ecclesiasticam vineam dilatet ac defendat.'; Serie Vl (Casiododro-S. Beda), 79, p. 167: 'Vox prophetae de adventu Christi, et de vineae, id est, Ecclesiae dilatatione.'
[2] Is 11: 1

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