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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Comentario a las lecturas del III Domingo de Adviento. 16 de diciembre de 2018.


Comentario a las lecturas del III Domingo de Adviento. 16 de diciembre de 2018.
Celebramos  en este tercer domingo  la "alegre espera" porque el Señor está en medio de su pueblo y viene a salvarnos. Es el  " domingo gaudete", porque nuestro Dios es un Dios que perdona  y salva, porque es un Dios que nos ama. La alegría del cristiano no se basa en los méritos propios, sino en la gran misericordia del Dios que nos salva. Todos necesitamos reconocernos pecadores y saber pedir todos los días pedir perdón de nuestros pecados al Señor. La tristeza del alma por nuestro pecado y nuestra debilidad nunca debe anular la profunda y consoladora esperanza en la misericordia de Dios. El Señor nos ha concedido un año de gracia, un Año jubilar de Misericordia. El profeta Sofonías como San Pablo a los filipenses,  nos animan hoy a vivir alegres.
El primer domingo de Adviento se nos pedía una esperanza activa, estar despiertos. En el segundo, despejar el camino de todo lo que nos estorba para que el Señor pueda pasar. Hoy se nos pide conversión. El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios.
-La alegría tendría que dar el tono a la celebración de este domingo "Gaudete": la proximidad del Señor (canto de entrada, primera y segunda lecturas) solamente puede despertar alegría en los corazones de los creyentes. Alegría y paz, que significan gozo y plenitud (2. lectura): tal es el Dios que hemos conocido. Una vez más se nos invita a dejar atrás otras representaciones de Dios y a llenarnos del gozo de la salvación.
-Esta alegría nace de dentro, de una fuente inagotable: "El señor tu Dios, en medio de ti" (1. lectura). Es un don que nadie podrá quitarnos (Jn 16, 22). No depende de las situaciones fluctuantes de nuestra vida familiar o de nuestra historia colectiva. Por eso nada puede inquietarnos (2. lectura), nada puede quitarnos aquella paz que habita y llena la punta más fina de nuestro espíritu, allí donde nos reconocemos creyentes. De ahí que la oración, que nos hace penetrar en estas regiones que Dios habita, sea necesaria en toda ocasión, y, sean cuales sean las circunstancias en que nos hallemos, vuelva a reconstruir este tejido interior de equilibrio, de paz y de gozo (2. lectura).

La primera Lectura es de Sofonías (Sof 3,14-18a),la palabra proclamada, nos invita a la confianza alegre. El texto proclamado  recoge casi totalmente la última parte del libro de Sofonías. Anticipando la salvación futura, el profeta entona un himno para celebrarla. El Señor reunirá a todos los elegidos en un mismo pueblo, y ya no habrá más divisiones en Israel (cf. Jr 3, 18).
El libro del profeta Sofonías está motivado por una pregunta vital en un tiempo dramático: ¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con su historia? (cf. Sof 1, 12). La respuesta del profeta se desarrolla en el esquema clásico del hacer profético. Y así, tras el célebre tema del día del Señor, grande y terrible (1, 14-18), como advertencia a judíos y paganos, tras el rechazo de Jerusalén puesta a la misma altura que los extranjeros (3, 1-8), el profeta intuirá la persistencia de la fe en ese "resto" fiel a Dios (2, 1-3), los humildes de la tierra. Y por eso, al final (es nuestro texto), no puede contener un grito de triunfo futuro y de ardiente esperanza.
Sofonías, uno de los doce profetas menores, es quien hoy nos habla. Vivió hacia los años seiscientos cincuenta antes de Cristo, cuando estaba en el poder Josías, rey creyente y piadoso que llevaría a cabo una gran reforma religiosa en su pueblo. La idolatría había germinado como mala hierba en la tierra de Israel: cultos a dioses extranjeros, que eran como una bofetada a Yahvé, un tremendo insulto al Dios vivo, al Dios de Abrahán y de Jacob.
En forma de Himno, se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja exultante" (v. 14).
Los vv 14-18 son un himno jubiloso por la acción de Dios en su nuevo pueblo, el resto de Israel. En el AT el resto es la comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, por tanto, confía en el «nombre de Yahvé» (12). Es el pueblo del Señor que de una manera u otra ha pasado por el crisol del exilio o de la tribulación. Durante la prueba o después de ella han visto que, a pesar de todo, Dios está en medio de su pueblo; se han dado cuenta de que a la infidelidad de los hombres responde Dios con una fidelidad siempre repetida, fruto de su amor; en el AT el amor y la fidelidad de Dios van con frecuencia juntos, como dos caras de una misma moneda.
Fidelidad, proximidad, preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un mismo amor, único e inefable.
El miedo debe ser desterrado: "no temas", "no te acobardes"(vs. 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y corrupción.
Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vs. 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vs. 3-4) queda purificada con la presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y eficaz protección para el pueblo.
La Jerusalén humillada por tiranos (v. 15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v. 20), quienes, purificados, invocarán y servirán al Dios de Israel (vs. 9-10). Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vs. 15-16).
La restauración reúne a los dispersos (v. 19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras..." (vs. 12 ss.). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor (El "se goza y se alegra contigo", "se llena de júbilo": v.17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".
Jerusalén podrá volver a gritar de júbilo. El futuro es un futuro liberado y sin temor. Las amenazas de los imperios extranjeros que constantemente asedian Jerusalén llegará un día en que desaparecerán. Y es que el pueblo habrá vuelto definitivamente a Dios, y Dios estará en medio del pueblo, impidiendo cualquier desgracia.

El interleccional tomado de Isaías (Is, 12,2-3.4bcd.5-6) de este domingo, nos invita a la alegría, una alegría que no se basa en nuestras propias fuerzas ni en nuestros merecimientos, sino en la fuerza y el poder del Señor que nos salva. Porque “nuestra fuerza y nuestro poder es el Señor”.
Gritad jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el santo de Israel”
Así comenta San Juan Pablo II este texto:  
" El júbilo del pueblo redimido 
1. El himno que se acaba de proclamar entra como canto de alegría en la Liturgia de las Laudes. Constituye una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han hecho  célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12, que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados y recibe títulos gloriosos:  "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5).
La figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el signo de una promesa más elevada:  la del rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.
2. Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12, 1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a él:  la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede contar.
El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.
3. Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf. vv. 1-3), que comienza con la invitación a orar:  "Dirás aquel día", domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al Señor:  "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo ylsa", que alude a la "salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina.
Es significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés:  "Mi fuerza y mi canto es el Señor" (Ex 15, 2).
4. La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia, del agua:  "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12, 3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús  le  ofrece  la  posibilidad  de  tener  en  ella  misma una  " uente  de  agua  que salta para la vida eterna" (Jn 4, 14).
Al respecto, san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo:  "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está escrito:  Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp. 272. 75).
Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías:  "Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado "las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), símbolo del poder militar y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá, pero que la anegarían.
5. La segunda estrofa (cf. Is 12, 4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos para cantar:  "dad gracias, invocad, contad, proclamad, tañed, anunciad, gritad".
En el centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus vicisitudes:  "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti  el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también una función misionera:  "Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv. 4-5). La salvación obtenida debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad." (San Juan Pablo II   . Audiencia general .Miércoles 17 de abril de 2002 ).

La segunda lectura tomada de Filipenses (Flp 4,4-7) nos recuerda la importancia de la alegría: "Estad siempre alegres en el Señor". "El Señor está cerca".
El domingo pasado ya comentábamos la buena relación de San Pablo con su comunidad de Filipos, y cómo esto se refleja en la carta que les escribe. Hoy leemos otro fragmento, muy conocido, cuyo inicio en latín ("Gaudete in Domino semper") daba antes nombre a este domingo; este inicio hoy aparece también como antífona de entrada.
El texto tiene un tono exhortativo, homilético, como muchas segundas lecturas (estaría bien, por ejemplo, releerlo después de la comunión), y cada una de las frases es una llamada amable a la manera de vivir cristiana. El motivo de todo es que "el Señor está cerca" y eso hace vivir interiormente con alegría, confianza y paz, y hace que la relación con los demás transmita eso mismo (éste es el sentido de la exhortación "que vuestra mesura la conozca todo el mundo", aunque esta traducción no expresa muy bien todo este sentido: otras biblias traducen "que todo el mundo note lo comprensivos que sois", "que vuestra bondad sea conocida de todos", "que todos os conozcan como personas bondadosas").
San Pablo retoma el tema de la alegría, que era muy importante en el comienzo de la carta. Alegría, paz, serenidad. Tales son los sentimientos que Pablo desea para sus cristianos.
 "El Señor está cerca". No sólo porque viene y está viniendo continuamente, sino porque ya está aquí. Es cuestión de sentirlo y darse cuenta. Lo demás vendrá por añadidura.
Lo dicho a los discípulos de Filipos se repite hoy en la liturgia, por lo que a este tercer domingo de Adviento se le ha llamado tradicionalmente “domino gaudete”, domingo de la alegría. La razón principal que les da el apóstol a los filipenses es que “el Señor está cerca”, refiriéndose a la segunda venida del Señor Jesús. Nosotros referimos esta frase, en primer lugar, a la primera venida, al nacimiento de Jesús en Belén, a la Navidad. Pero, ¡ Dios está viniendo siempre a nuestras vidas, siempre, claro está, que nosotros queramos acogerle en nuestro corazón. Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio) en su  primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las demás cosas aparte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que teme, confía en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría" (S. Juan Crisóstomo, PG. 27 179).

El Evangelio  de San Lucas (Lc 3,10-18). nos sitúa en las  orillas del Jordán con el deseo de aprender las enseñanzas del austero y vibrante de Juan el Bautista para prepararnos nosotros también a su venida y salir a su encuentro con el corazón encendido y limpio.
Es el único texto de los Evangelios donde tenemos una noción más o menos aproximada de cuál fue la predicación concreta de Juan el Bautista (independientemente de que Lucas no lo consigna por motivos biográficos); sabemos que predicaba, y suponemos que su verbo encendía a los oyentes. En este texto de Lucas del domingo de Gaudete asoma un Juan el Bautista que no tiene nada que ver con los gruñidos de un tosco cavernícola, y mucho con el auténtico Nuevo Elías: un verbo brillante, encendido, lleno de esperanza y ya (anticipación que hace al anacronismo propio de un Evangelio y no de una simple biografía) cargado de la manera cristiana de entender el perdón: un nuevo comienzo, en adelante no peques.
Image result for juan bautistaLas gentes van hasta el Bautista con ansias de saber qué es lo que hay que hacer para cuando llegue el Mesías, tan cercano ya que de un momento a otro podrá aparecer."Vinieron también a bautizarse unos publicanos, y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" (Lc 3, 12). La pregunta es muy concreta.  Juan estaba en el desierto de Judea y mucha gente, atraída por su fama de santidad, acudía hasta allí para preguntarle qué debían hacer para salvarse. Él les respondía que fueran generosos y que compartieran lo que tenían con los que no tenían lo necesario para vivir, que no fueran corruptos y que se conformaran con lo que ganaban legalmente y, sobre todo, que esperaran al que había de venir, al Mesías, para ser bautizados no sólo con agua, sino con Espíritu Santo y fuego.
En la primera parte del texto de hoy Lucas ejemplifica de una manera concreta la clase de reforma de vida exigida por Juan. Lo hace sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que a modo de estribillo articula toda la primera parte. La pregunta la formulan la multitud anónima, unos publicanos y unos militares.
Por publicanos se entiende los encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al servicio de Roma, potencia ocupante. Como había que pagar por anticipado la cantidad estipulada por Roma, eso llevaba a los recaudadores a resarcirse no sólo de la cantidad ya depositada, sino también de los gastos causados en el desempeño de la función, más los intereses. Todo esto hacía que el sistema de recaudación de tributos estuviera abierto a toda clase de abusos. La profesión de recaudador de tributos era generalmente considerada como una actividad más bien infamante y poco escrupulosa. Por militares no se entiende miembros de las tropas romanas de ocupación, sino judíos enrolados al servicio de Herodes Antipas.
A la multitud anónima el profeta le pide la distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v. 14).
La segunda parte del texto la forman los v. 15-17, completados con un pequeño comentario del autor en el v. 18. En esta parte sintetiza Lucas la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías. Esta inferioridad está formulada por medio de tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas. El conjunto de estas imágenes le sirve a Lucas para caracterizar al Mesías como el más fuerte.
La imagen jurídica es la expresión "desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene, pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente sin derechos.
Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el infierno.
Para nuestra vida
Desde la antífona de entrada hasta la poscomunión, toda la liturgia de este domingo es una invitación a la alegría y a la fiesta. Este año se lee, además, el texto paulino que contribuyó a dar colorido propio a este  domingo gaudete.
La alegría de la iglesia este domingo va acompañada de la petición insistente de purificación del pecado y de invitación a la mesura. Es en el seno de la comunidad, reunida en la asamblea litúrgica, donde se produce la purificación interior que da paso a la alegría que permite reconocer la presencia del Señor en medio de los suyos. Esta purificación, que se inscribe también en la preparación de la Navidad, anticipa el juicio o bautismo en el Espíritu Santo y el fuego para poder ser hallados como el trigo limpio destinado al granero.
Varias veces aluden las oraciones de este domingo a la preparación de la Navidad. En este aspecto coinciden con la orientación de las ferias de Adviento a partir del 17 de diciembre, las cuales quieren traer el recuerdo de los hechos que precedieron inmediatamente al nacimiento de Cristo, con el fin de intensificar las actitudes ante la venida del Señor.

Hoy continúan teniendo actualidad las palabras del profeta: “El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta" (So 3, 15). Un fuerte guerrero que decide la victoria en el campo de batalla. Dios, como un soldado valiente que nos defiende del enemigo. Cuando todo está perdido, cuando el cielo y la tierra parecen hundirse, Dios nos salva, nos libra de esa horrible y negra esclavitud que nos amenaza en cada encrucijada: la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la pereza, de la carne, del dinero. Toda esclavitud envilece y humilla, rompe las alas para el alto vuelo, degrada, angustia, enferma.
Los nefastos presagios del profeta terminan con palabras de perdón: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a tus enemigos" (So 3, 14 s.). Siempre sucede lo mismo. Parece como si Dios fuera incapaz de castigar de modo definitivo en esta vida. Y así, mientras vivimos, tenemos posibilidad de volver nuestros ojos a Dios y pedir humildemente misericordia, convencidos plenamente de su perdón, de la cancelación total de nuestra deuda... Adviento. Ahora es época propicia para reformar nuestra vida. Tiempo de penitencia, de conversión, de mirar confiados, quizá entre lágrimas de arrepentimiento, hacia nuestro buen Padre Dios.
Fidelidad, proximidad, preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un mismo amor, único e inefable. «Salvaré a la oveja coja y recogeré a la extraviada» dice Dios, el Buen Pastor. Cuando en Mt 5,48 leemos que hemos de ser imitadores del Padre del cielo, tendríamos que afrontar una exigente revisión: ¿cuáles y cómo son nuestras fidelidades? ¿Y nuestras proximidades? (Hemos de hacernos próximos, cercanos, como el buen samaritano).
Dios cambia nuestro miedo irracional -y, si bien se mira, todo miedo es irracional- ("No temas, Sión. No te acobardes", 16) por la audaz actitud característica de los «pobres» de Dios. Pensemos, por ejemplo, en la de un Francisco de Asís, un Carlos de Foucauld y tantos otros que forman el «resto» desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Pero el resto definitivo del pueblo de Israel es solamente Jesús de Nazaret. Sofonías pone como algo típico del resto la humildad y la sencillez, que esperan en el nombre de Yahvé (12).
Es verdad que Dios nos ha dado una luz que brilla en el fondo de nuestro ser, una luz que nos va alumbrando, en ocasiones con un remordimiento, para que hagamos en cada circunstancia lo que es mejor. Sin embargo, la propia conciencia no es siempre la más apropiada para resolver de forma correcta una determinada situación. Puede ocurrir que tengamos la conciencia deformada, o que haya en ella ciertas limitaciones que la coaccionen. Hay que tener presente que la conciencia es norma de conducta cuando es recta y libre, o cuando no le es posible salir del error, o no puede librarse de esa coacción que la determina.
Seamos sinceros y no nos dejemos llevar de una subjetividad exacerbada. Busquemos sin miedo la verdad que nos hará libres, sigamos el camino recto y alcanzaremos la paz y el gozo para nuestra vida y para la de los demás. Busquemos en este tiempo de penitencia y de conversión para buscar momentos de silencio, hagamos el propósito de llevar una dirección espiritual seria y constante. Es esta una práctica que no puede estar sujeta a la moda del momento, un medio clásico y eficiente, recomendado por la sana doctrina de la Iglesia, Sólo si nos preocupamos de verdad por conocer cuál ha de ser nuestra actuación en cada encrucijada, llegaremos a encontrarnos con el .

El  responsorial de hoy es un texto de Isaías. El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor.
La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua.
A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por Jesús,
La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del "Santo de Israel", dar gracias a Dios salvador.
Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia.
La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia.
En esta realidad de vivencia y testimonio estamos inmersos nosotros, cristianos del siglo XXI.

En la segunda lectura, en este domingo de la alegría, San Pablo da a los filipenses una razón para estar alegres y es que “el Señor está cerca”,
¡El Señor está cerca! De estas simples palabras irradia toda la gozosa intimidad del introito y toda la alegría de la liturgia de hoy. El Señor está cerca; no tenemos que esperarle durante miles de años, no tenemos que buscarle en el lejano cielo. Está aquí, está en medio de nosotros. Nuestro Adviento no es la angustiosa espera de la humanidad anterior a Cristo. El Mesías, el Dios Salvador esperado tanto por judíos como paganos, ha venido ya. Dios ha redimido a su pueblo. Y no se ha apartado de él; se halla en medio de su Iglesia.
De su fuerza y amor viven todos los que en El creen. En cada uno de los que participamos de su presencia, crece su vida ardiente e inmortal.
Todos sabemos, y en cada momento lo experimentamos, que "en El vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), que no podemos pronunciar una sola palabra buena, ni concebir ningún pensamiento santo, ni alzar siquiera con fe los ojos al Padre Celestial sin Él, el Cristo vivo y presente en nosotros.
Es cierto que, a la vez, es El "el que viene". Se nos presenta cada día de nuevo en la palabra de su Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un eterno presente. Está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.
 La Iglesia se siente feliz en su presencia, como se siente la esposa en la proximidad del amado. Sobre su ser derrama El paz y suavidad, y ella no tiene que preocuparse de nada más, pues sabe que lo tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. En el primer domingo de Adviento le había ella suplicado: ¡Muéstranos tu amor! Este amor que se compadece de las miserias y debilidades humanas. Hoy da las gracias porque su súplica se ha visto atendida. El amor de Cristo se ha difundido en su Iglesia, en las almas, y se pone de manifiesto al mundo en su plácida alegría, en su agradecimiento para con Dios. El señor está cerca; bajo la forma del amor y la modestia llena a su Iglesia.
Y por la misma razón de que le tiene cerca, de que se siente llena de El, la iglesia tiene derecho a no quedarse sola en su alegría; quiere alegrarse con sus hijos. ¡Alegraos... , el Señor está cerca!. ¡Daos cuenta de la dicha de poder caminar ante El, de poder vivir de El, de tenerle más cerca que nuestro propio cuerpo! Y porque el amor de Cristo está en ella, piensa también en aquellos de quienes el Señor no está cerca. Se compadece de ellos y quisiera poderles aportar la dicha de tal proximidad. Por consiguiente, aconseja a sus hijos: "Que vuestra mesura la conozca todo el mundo." Debemos procurar que la luz de Cristo penetre en las tinieblas del mundo y las disipe. Quien nos vea deberá reconocer, en nuestra despreocupación por las cosas temporales, la proximidad del Señor, de Aquel que todo lo posee y que aleja de los suyos todo cuidado.
La razón de esta alegría es la oración que será escuchada. No son los muchos rezos los que producirán este sentimiento, sino el contacto íntimo y filial con Dios. Sentirse unido con Dios, en sus manos, querido y protegido por El. Esa vivencia, sentida en la oración, producirá una alegría que supera las reales dificultades que tenemos.
Este modo de alegrarse puede parecer espiritualista. Pero si se experimenta, esa objeción desaparece sin más. En una época de alegrías superficiales va siendo hora de vivir de verdad contentos con un gozo que nadie puede quitar. Precisamente porque los cristianos presentamos a menudo poca "cara de salvados" y damos más impresión de tristes, preocupados, deprimidos, es conveniente que nos acordemos y vivamos las profundas motivaciones que tenemos para estar de otra manera.
Los caminos que hay que enderezar para encontrar al Señor que viene, son los caminos de la justicia, de la caridad, del respeto a los otros. Ningún camino excepcional. Pero vuelve una verdad fundamental: el camino hacia Dios pasa obligatoriamente a través del prójimo. La guarda de los mandamientos de la segunda tabla presenta la condición esencial para poderse encontrar frente al "Señor tu Dios, el único" Juan no pretende que los demás se retiren del mundo y lo imiten en su itinerario particularísimo. No les invita a dejar todo y a instalarse en el desierto, como también hicieron los ascetas de Qumrán. Cada uno permanezca en su puesto, continúe haciendo lo que ha hecho hasta hora. Pero de otra manera. Vuelva en buena hora a su oficio. Pero ejercítelo de manera diversa.
Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en lo cotidiano.
Por más que pueda parecer contradictorio, se trata de ir al encuentro de Cristo permaneciendo en el propio puesto. El cambio no está en las cosas y en las situaciones exteriores, sino que se realiza "dentro" .
Existe un modo diverso de ser y de hacer que se concilia con las cosas de cada día. Así como hay una búsqueda de lo extraordinario, que puede ser una forma de evasión, un sustraerse a los duros compromisos concretos.
Nuestra alegría es una alegría espiritual, principalmente interior, pero que se debe reflejar diariamente en nuestro comportamiento exterior. Nos lo dice claramente el apóstol: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo”. Debemos ser personas tranquilas, equilibradas, pacíficas. Las palabras del apóstol son maravillosamente claras: “Y. así, la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. Nosotros, todos los cristianos, debemos hacer siempre alegres, y de una manera especial en este tiempo de Adviento. A ello nos exhortaba el Papa Francisco en la Evangelii gaudium (en español, La alegría del Evangelio) en su  primera exhortación apostólica publicada el 26 de noviembre de 2013 tras el cierre del Año de la Fe.
Vivid siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca. La alegría tiene que ser una de las actitudes cristianas fundamentales: debemos tener una mirada optimista sobre las realidades del mundo y de la vida (que han sido "desencantadas", arrancadas del poder del maligno), sobre el paso del tiempo y el propio destino personal y colectivo (nos acercamos al día del Señor, a aquel día en que Dios será todo en todos). La vida del creyente está llena de gozo interior porque está llena de sentido: es la vida de un hijo del Padre del cielo. ¿Cómo es que con tanta frecuencia no es ésta nuestra tónica vital -la alegría de fondo y no la desmesura superficial- y cómo es que la gente no nos reconoce como personas mesuradas?.

Y, para poder vivir con alegría este tercer domingo de Adviento y toda nuestra vida, no está mal que meditemos con profundidad las palabras de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, en el texto evangélico de hoy. Todo lo que decía Juan a los judíos que acudían a él, podría decírnoslo también hoy a nosotros, los cristianos de este siglo XXI. Ser compasivos y misericordiosos con los necesitados, no ser corruptos y tramposos en nuestras cuentas y en nuestra vida, vivir, en definitiva, según el espíritu de Jesús. Si, pues, queremos vivir el Adviento y la Navidad en comunión con Cristo y con una verdadera alegría cristiana, debemos eliminar de nuestras vidas, ya desde ahora mismo, todo aquello que nos impide vivir alegres, como buenos discípulos de Cristo.
Paz, gozo, oración, no significan pasividad ni evasión de responsabilidades. Nos lo recuerda el bautista con un doble mensaje:
a) "¿Entonces, qué hacemos?" Compartir y no abusar de la propia situación de superioridad. Esta predicación del bautista contiene todo un mensaje ético e incluso social que haríamos bien en aplicar a nuestros oyentes. Porque la "conversión" de corazón que exige el anuncio de la Buena Noticia tiene su traducción en la vida y el comportamiento;
b) Juan anuncia una transformación de fondo: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Pues bien, éste que viene ya "tiene en la mano la horca para aventar su parva". El evangelio contiene una llamada exigente a responder sin excusas ni dilaciones a la oferta de la salvación (véase, con todo, más adelante).
El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios. El bautismo de Juan es una preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco ni llevarle las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud. Pero la auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos trasformados por el Espíritu si vivimos el Evangelio. A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres. A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. También nosotros tenemos que convertirnos ¿Qué te pide a ti el Señor en tu situación concreta?.
En este texto se reúnen en un todo inseparable las dos líneas que motivan la alegría , la del gaudete escatológico futuro: el Señor va a venir de manera definitiva; y la del gaudete de la epifanía navideña: El Señor que viene es el que trae una palabra que hace nuevo todo... y entonces ya no hace falta esperar algo enteramente nuevo.
Los cristianos, los que hemos recibido el bautismo, no el de conversión del Bautista sino el de resurrección de Jesús vivimos ya en una alegría que va hacia adelante, al encuentro del Espíritu, pero empujado desde atrás, por el propio Espíritu.

Resumiendo vemos en las lecturas de hoy tres líneas de reflexión.
* La primera línea la encontramos tanto en el profeta Sofonías como en la carta de Pablo a los Filipenses y es la ALEGRÍA. Alegría porque Dios está con su pueblo (con nosotros) y viene a librarnos de nuestra condena, viene a reinar en nuestras vidas, viene en medio de nosotros como un guerrero que salva. Este sentimiento ha de embargarnos en estos momentos de la historia, cuando se habla tanto del final, del cumplimiento de las profecías mayas, etc., los cristianos hemos de estar llenos de la alegría que procede de un Dios bueno, que nos ama y que quiere nuestra salvación sin importar cuando llegue el fin; haciendo eco y caso de las palabras de Pablo: que no acabe nuestra alegría y que todo el mundo conozca de nuestra mesura.
* La segunda línea, que a la vez es una actitud y un fruto del Espíritu, es la PAZ. Paz que solo llega a nuestros corazones por la acción de Dios en nuestras vidas, paz que llega si perdonamos, si nos perdonamos y podemos seguir caminando hacia el conocimiento pleno de Dios y hacia el cumplimiento de su voluntad. Y, ¿de dónde procede esta paz?, de la alegría que nos embarga como hijos de Dios, lejos de toda preocupación y presentando a Dios nuestras súplicas en todo momento.
* Finalmente, estas dos actitudes nos conducen a la tercera línea: la CONVERSIÓN. Marcada ésta actitud en el mensaje, predicación y testimonio de Juan el Bautista y reflejada fielmente en la pregunta que le hacían cuantos se acercaban a Él: ¿Qué hacemos nosotros? Esta pregunta es, paradójicamente, la respuesta a la invitación que Juan hacía en el desierto: preparen el camino del Señor… Juan exhorta a sus oyentes a un cambio profundo de vida, a una metanoía, a una conversión. Ésta actitud es, finalmente, a la que estamos invitados a vivir en este Adviento del Año Jubilar de la Misericordia.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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