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lunes, 29 de octubre de 2018

Comentarios a las Lecturas del XXX Domingo del Tiempo Ordinario 28 de octubre 2018


Comentarios a las Lecturas del XXX Domingo del Tiempo Ordinario 28 de octubre 2018
Los cuatro domingos marcados por el "camino hacia Jerusalén" hallan hoy su culminación. La referencia topográfica es lo bastante importante para que ninguno de los sinópticos la olvide: Jericó.
El hecho -con variante- es también el mismo: Jesús ilumina al ciego -o ciegos, según Mateo- para que puedan caminar con él hacia Jerusalén.
El leccionario destaca en la perícopa evangélica la plegaria del ciego: "Maestro, que pueda ver". La primera lectura, en cambio, recoge las palabras proféticas que anuncian la obra de Jesús: "Entre ellos hay ciegos y cojos... una gran multitud retorna". Se trata, en efecto, del retorno a la tierra prometida, después del durísimo destierro; se trata de una nueva reunión... "de los confines de la tierra", porque "el Señor ha salvado a su pueblo" (1. lectura). Cierto, "el Señor ha estado grande con nosotros..." (responsorial).

La primera lectura tomada del libro de Jeremías (Jr. 31, 7-9) es una invitación al jubilo y la alegría. El libro de la Consolación del profeta Jeremías es un canto a la esperanza. El pueblo en el exilio recibe el anuncio de que se acerca su liberación: una gran multitud retorna: cojos, ciegos, preñadas y paridas.... El Señor es fiel a su pueblo, es un padre para Israel.
Los capítulos 30 y 31 del libro de Jeremías forman una composición literaria, probablemente redactada por Baruc, discípulo de Jeremías, y en la que el primero recoge palabras de su maestro referentes a la salvación de Israel. Después de la muerte de Assurbanipal (año 631), renace la esperanza de los desterrados al ver que se desmorona el poder de los asirios. Jeremías se hace eco de esta esperanza y anuncia la repatriación de los exiliados del Norte (esto es, del reino de Israel), el restablecimiento de la unidad nacional y la renovación de la Alianza.
Y en el horizonte abierto por esta salvación prometida y esperada, el profeta ve venir ya una gran multitud que peregrina hacia Jerusalén, dando gracias a Dios y celebrando su liberación.
Se comprende que un pueblo desterrado y disperso entienda la salvación en términos de reunión y retorno a la patria querida. Pero el que habla por boca de su profeta dice mucho más. La invitación al gozo por el retorno de Jacob, por la repatriación de los hijos de Jacob, y a cantar las alabanzas de Yahvé es como una "monición litúrgica" dirigida a una asamblea festiva. Todos los congregados en esta asamblea deben saludar con júbilo al pueblo que ha sido salvado y distinguido por Yahvé entre todos los pueblos de la tierra (cfr.Ex 4, 22 y Jer 31, 9). Pero, al celebrar el don que Jacob ha recibido, no deben olvidarse de que ha sido Yavé el que se lo ha concedido.
Enlazando con el himno de la asamblea, Yahvé toma la palabra y confirma su promesa de reunir a los dispersos y conducir a los desterrados, en un segundo éxodo, hacia la tierra que abandonaron. Y porque la palabra de Yahvé es verdadera y no defrauda, el profeta la da por cumplida e invita a la asamblea a celebrar lo que aún está por venir.
El texto de hoy nos sitúa, pues,   ante un himno de alegría, el profeta  invita a todos a unirse a ella. La razón es muy importante: "...el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel" (v. 7).
En los vs. 8-9 Dios, en primera persona, expresa un doble aspecto de la salvación:
a) Por parte de Dios, salvar es "traer del país del norte", "reunir", "conducir", "guiar... por vía llana y sin tropiezos". El Señor vuelve a re-crear a su pueblo como en los tiempos del Éxodo (cfr. Jr. 23, 6s.; Is. 43, 18-21). Dios es como un padre para Israel (v. 9).
b) Para el pueblo, la salvación consiste en un cambio de suerte: la marcha llorosa se trueca en un volver gozoso (v. 9; cfr. Sal. 126. 5s.), la dispersión, en reunión; el llanto en alegría. "... el que esparció a Israel lo reunirá.." (v. 10). Dios ha devuelto a Israel su favor y por eso "...camina a su descanso" (v. 2).
Pero el retorno a la tierra no viene descrito con los rasgos prodigiosos de Is. II: sin hambre y sin sed (Is 43, 20; 48, 21; 49, 10), el Señor allana el camino (Is 43, 19; 49, 11), los ciegos ven, los cojos andan... (Is 35, 5s; 42, 7.16). En Jeremías no ocurre lo mismo: la nueva criatura de Dios, el resto no es un grupo selecto sino una gran multitud de ciegos, preñadas y paridas. Patética procesión de repatriados dirigidos por el Señor; así la salvación no se convierte en un sueño ideal y alienante.
Liberándoles, el Señor sigue creando y continúa fiel a la alianza, incluso les renueva los derechos de primogenitura. Y esta liberación no es fruto, en primera instancia, de la conversión del pueblo sino del gran amor divino hacia Israel.
"Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, alabad y bendecid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel" (Jr 31, 7). En este pasaje la actitud de profeta de los lamentos, se cambia en exclamaciones de gozo. Ante su mirada clarividente de profeta se despliega el espectáculo maravilloso de la Redención. Ese pueblo que ha sido destrozado, ese pueblo que tuvo que abandonar la tierra, y caminar hacia países lejanos bajo el yugo del extranjero, ese pueblo deportado a un exilio deprimente, ha sido salvado, ha recobrado la libertad.
Todo parecía perdido. Como si Dios hubiera desatado totalmente su ira y el castigo fuera el aniquilamiento definitivo. Pero no, Dios no podía olvidarse de su pueblo. Le amaba demasiado. Y a pesar de sus mil traiciones, le perdona, le vuelve a recoger de entre la dispersión en donde vivían y morían...
"Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano que no tropezarán" (Jr 31, 9). Caminar por una ruta retorcida, dura y empinada. Dejando el hogar cada vez más lejos, los rincones que nos vieron crecer, los recuerdos de los momentos decisivos, las alegrías y las penas, la tierra donde la vida propia echó sus raíces y sus ramas, sus flores y sus frutos. Marchar. Teniendo por delante un horizonte desconocido, un paisaje envuelto en el azul difuso de las distancias, con unas personas diferentes, entreviendo situaciones difíciles, con la inquietante duda de lo que se ignora. Una caravana que avanza perezosamente entre cantos de nostalgias, en el silencio de las lágrimas.
Pero Dios los traerá nuevamente hasta nuestra buena tierra. Los guiará entre consuelos. Y las lágrimas se cambiarán en risas, los lamentos en canciones alegres. Dios los devolverá el gozo del corazón. Los colocará junto al torrente de las aguas, los llevará por un camino ancho y llano, en el que no hay posible tropiezo.

El salmo responsorial del salmo 125  (Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6)
R.- EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS, Y ESTAMOS ALEGRES.
Cuando cambia la suerte – Es una acción de gracias pensando en el regreso del destierro, del desierto. El versito 4 nos hace pensar que ha sucedido una nueva desgracia y, entonces, hay que recordar con confianza el retorno del destierro, el regreso desde Babilonia. El recuerdo es primordial en la historia de los pueblos y en la vida personal; hay que sacar fuerza de nuestro pasado, porque nuestro pasado está grávido de la presencia misericordiosa de Dios.
El recuerdo de la liberación es intenso: aquella alegría inesperada se hace presente. En la liberación reveló el Señor su grandeza, de modo que hasta los gentiles pudieron reconocerla; y esta revelación activa es fuente de gozo para el pueblo, incluso en el recuerdo. La experiencia histórica se transforma en la imagen serena de la vida agrícola: sembrar para
Así comentaba Benedicto XVI este salmo: Benedicto XVI: “ 1. Al escuchar las palabras del Salmo 125 da la impresión de ver cómo se desarrolla ante los ojos el acontecimiento que se canta en la segunda parte del Libro de Isaías: el «nuevo éxodo». Es el regreso de Israel desde el exilio de Babilonia a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro, en el año 538 a.C. Entonces se repite la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho, una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (Cf. versículo 4). De este modo, se convertía en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de los débiles y de los oprimidos.
2. El salmo introduce en una atmósfera de júbilo: hay sonrisas, fiesta, por la libertad lograda, de los labios salen cantos de alegría (Cf. versículos 1-2).
La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que salva: «El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
3. El pensamiento se dirige después al pasado, revivido con un escalofrío de miedo y amargura. Queremos prestar atención a la imagen agrícola que utiliza el salmista: « Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (versículo 5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se riega de lágrimas: se siembra con una fatiga que podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso. Pero cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha sido fecundo.
En este versículo del salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede albergar el sufrimiento. Precisamente, como había dicho Jesús en los umbrales de su pasión y muerte: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Juan 12, 24).
4. El horizonte del salmo se abre de este modo a la festiva cosecha, símbolo de la alegría producida por la libertad, por la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Esta oración es, entonces, un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está sumergido en el momento de la prueba, del miedo, de la amenaza exterior y de la opresión interior.
Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz.
Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: «El que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos» (Gálatas 6, 8-9).
5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672/3-735) sobre el salmo 125 en la que comenta las palabras con las que Jesús anunciaba a sus discípulos la tristeza que le esperaba y al mismo tiempo la alegría que surgiría de su aflicción (Cf. Juan 16, 20).
Beda recuerda que «lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando le vieron apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio, condenado, flagelado, ridiculizado, por último crucificado, atravesado por la lanza y sepultado. Gozaban sin embargo quienes amaban al mundo…, cuando condenaban a una muerte vergonzosa a quien les resultaba molesto sólo con verle. Se entristecieron los discípulos por la muerte del Señor, pero, al recibir noticia de su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; al ver después el prodigio de la ascensión, con una alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista Lucas (Cf. Lucas 24,53). Pero estas palabras del Señor se adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que, con razón, ahora lloran y están tristes, pues no pueden ver todavía al que aman y, porque mientras están en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar a través de los cansancios y las luchas al premio. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según dice el salmo. “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” » («Homilías sobre el Evangelio» - «Omelie sul Vangelo», 2,13: Colección de Testos Patrísticos, XC, Roma 1990, pp. 379-380).”
(Benedicto XVI Castel Gandolfo. Audiencia general miércoles, 17 agosto 2005.)

La segunda lectura de la Carta a los hebreos  (Hb. 5, 1-6) nos sitúa ante la figura de Cristo Sumo sacerdote "Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados".
El autor quiere aclarar a sus lectores en qué consiste el sacerdocio de Cristo y cuál es su dignidad. Establecer un paralelismo del sacerdocio de Cristo con el de los sacerdotes del A,. T. sin olvidar que el primero está muy por encima del segundo. Ampliando ideas ya expresadas en el capítulo anterior (vv. 14-16), destaca dos rasgos fundamentales que caracterizaban al servicio del A. T. y que se dan también, pero con mayor perfección, en el sacerdocio de Cristo. Uno es la solidaridad con el pueblo, de donde ha sido tomado el sacerdote y a quien éste ha de representar delante de Dios; otro, la vocación con la que ha de ser llamado por Dios.
El tema de Jesucristo como sacerdote verdadero y mediador único entre Dios y los hombres, que ya apareció el domingo anterior y que es uno de los que con mayor amplitud desarrolla la carta a los Hebreos, nos acompaña hoy y los domingos próximos. Jesucristo se convierte así en el centro del escrito.
En el AT, el sacerdote es el que goza de la proximidad con Dios, el que hace conocer al pueblo cuál es la voluntad del Señor (función que posteriormente asumen los profetas, movidos por el Espíritu) y el que ofrece sacrificios por sus pecados y los de todo el pueblo: el fragmento que leemos se detiene en este tercer aspecto, subrayando la parte humana de los sacerdotes, que experimentan las mismas debilidades que los demás y así, al presentar la ofrenda ante Dios, son solidarios de todos los hombres (cf. segunda lectura del domingo pasado).
Todo esto sirve de punto de partida para poder hablar de Cristo, gran sacerdote, elegido por Dios (de la misma manera que el sacerdocio del AT fue en sus inicios fruto de la elección divina) para ofrecer un único sacrificio que restaurara definitivamente las relaciones de los hombres con Dios.
El texto acaba con una doble cita de salmo. En primer lugar, del salmo 2, que recuerda la elección divina. Después, del salmo 109, que recuerda la figura de Melquisedec, el sacerdote misterioso de origen desconocido que bendijo a Abrahán: Melquisedec es símbolo de la absoluta gratuidad e incondicionalmente de la presencia y elección divina, que va más allá del pueblo y las instituciones de Israel, como explica la misma carta a los Hebreos (cf. cap.7).

Hoy la lectura proclamada del Evangelio de San Marcos  (Mc. 10, 46-52) nos sitúa ante el ciego Bartimeo.
Con el relato de hoy acaba la predicación de Jesucristo por tierras de Palestina. Jesucristo sale de Jericó, a unos 28 km de Jerusalén, y se dispone a hacer su entrada en ella. Y este relato conciso, vivo, esquemático, de la curación del ciego, sintetiza la obra de Jesucristo (cf. Ia profecía de la 1ª lectura) y expresa la actitud del discípulo hacia él.
Resultado de imagen de ciego de jerico personaje biblicoLos gritos del ciego contrastan con el misterio con que todo el evangelio ha envuelto la figura de Jesucristo: ¡sólo los demonios llamaban, habitualmente, con títulos mesiánicos a Jesús! Aquí, en cambio, el ciego reconoce a Jesucristo sin ninguna ambigüedad como el heredero de las promesas hechas por Natán a David de parte de Dios (cf. 2Sam 7,12-16): es la afirmación de Jesús Mesías al término de su vida pública, afirmación que seguidamente será reafirmada por la entrada en Jerusalén . Y esta afirmación va acompañada de la demanda de compasión, actitud fundamental del creyente ante Jesucristo salvador (cf. el "Señor, ten piedad" de la misa).
Jesús va de camino a Jerusalén. Sube por última vez a Jerusalén. Abandonó Galilea y, evitando pasar por tierras de Samaria, marchó por la orilla oriental del Jordán y por la Perea, siguiendo la ruta que pasa por Jericó (cfr. 10, 1). Ya en esta ciudad, que dista unos 30 km de Jerusalén, realiza el último milagro que narran los sinópticos. El texto de Marcos es, también en este caso, el que nos ofrece una narración más viva y cercana a lo acaecido.
Como escena de curación rompe con algo que había sido habitual en los relatos de curación de Marcos: Jesús no aparta al ciego de entre la muchedumbre. Al contrario, es Jesús quien pide a la gente que vaya en busca del ciego.
Más aún, en diálogo público con el ciego, Jesús le pregunta por sus deseos, a los que, públicamente accede. Este diálogo con iniciativa de Jesús es otra novedad en los relatos de curación de Marcos. Gracias a este diálogo Marcos consigue que se nos queden bien grabadas dos frases: ¡Maestro, que pueda ver! ¡Anda, tu fe te ha curado! Pero Marcos no termina el relato con el encargo de guardar silencio, al que también nos tenía habituados.
En lugar de este encargo leemos lo siguiente: Y lo seguía por el camino. Caemos en la cuenta que tras el imperativo ¡anda! se escondía una invitación al seguimiento en el camino, el camino concreto hacia Jerusalén, hacia la cruz y la resurrección. Marcos ha elaborado un relato de visión del camino.
¿ Quién era Bartimeo?. Bartimeo era un pobre ciego que pedía limosna al borde del camino que, procedente de Jerusalén, llega a Jericó. En la sociedad de su tiempo no había seguros sociales, ni ayudas a personas minusválidas o impedidas. Un ciego al que su familia no pudiera ayudarle, estaba obligado a buscarse la vida fuera, a pedir limosna fuera, al borde del camino.
 Un día pasó Jesús cerca de él. Al principio, el ciego sólo percibía el rumor de la gente que pasaba, más bulliciosa que de costumbre. Extrañado ante aquel alboroto preguntó que ocurría: Es Jesús de Nazaret que pasa, le dijeron. Entonces la oscuridad que le envolvía se tornó luminosa y clara por la fuerza de su fe, y lleno de esperanza comenzó a gritar con todas las fuerzas: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí..."
La voz del ciego se alzaba sobre el bullicio de la gente, tanto que era una nota discordante y estridente, molesta para todos. Cállate ya, le decían. Pero él gritaba aún más. Jesús no quiso hacerle esperar y llevado de su inmensa compasión llamó a Bartimeo. Cuando el mendigo escuchó que el Maestro lo llamaba, arrojó su manto, loco de contento, dio un salto y se acercó con dificultad  a Jesús.
Los que marchaban delante del grupo, al oír los gritos del ciego y lo que decía, le mandaron callar (Lc 18, 39). Pero Jesús se detuvo y lo mandó llamar. Bartimeo, aumentada su confianza, se puso de un salto delante de Dios.
La pregunta de Jesús le ofrece la ocasión de expresar claramente cuál es su deseo y cuánta su confianza. Bartimeo llama a Jesús "Rabbuni" ("Maestro mío"), es un título menos frecuente y más honorífico que "Rabbi". También se expresa el gran respeto que le merece aquél a quien ha reconocido como Mesías.
Jesús le concede la gracia que le ha pedido y le dice que su fe le ha curado (cfr. 5, 34). Bartimeo tiene ya luz y camino. Bartimeo no se quedará sentado en las tinieblas, seguirá a Jesús "glorificando a Dios" (Lc 18, 43). La confesión de este ciego, que ha aclamado a Jesús como Hijo de David, ha desvelado públicamente el misterio mesiánico del Profeta de Nazaret. Pronto será todo el pueblo el que aclame a Jesús en Jerusalén y le salude como Mesías, como el que viene en nombre del Señor. Pues ha llegado el momento en el que, si callan los discípulos de Jesús, "gritarán las piedras" (Lc 19, 30).
Hemos oído como Jesús le pregunta a Bartimeo , lo mismo que les preguntó en el evangelio del domingo pasado a los hijos de Zebedeo: "¿Qué quieres que haga por ti?". Pero la actitud del ciego es mucho más auténtica que la de Santiago y Juan. Simplemente quiere curarse, quiere ver. Y Jesús le cura porque tiene mucha fe: "Anda, tu fe te ha curado". El ciego ha puesto de su parte, no se ha resignado a quedarse allí quieto, "dio un salto y se acercó a Jesús".

Para nuestra vida.
El mensaje de las lecturas de hoy es de alegría. El ciego seguía alegre a Jesús por su curación. En la primera lectura, Jeremías profetiza sobre una vuelta feliz a la tierra prometida, guiados por el Señor. Se menciona el camino de cojos y ciegos guiados por Dios. Jesús consumará ese camino devolviendo a los ciegos la vista y el paso firme a los ciegos. Pero el resultado final, el destino definitivo es ese mundo feliz, el Reino de Dios, que ya anuncia Jeremías.

En la primera lectura el profeta  se explaya en exclamaciones de gozo. Ante su mirada clarividente de profeta se despliega el espectáculo maravilloso de la Redención.
Este oráculo se sitúa probablemente en los inicios del ministerio de Jeremías, cuando el reino de Judá aún no ha sido derrotado y sólo se encuentra en el exilio el reino del norte (llamado aquí "Israel" y "Efraín"). Jeremías considera que el reino del norte, destruido por Asiria el año 721 y con sus habitantes deportados, ha sido ya purificado, y por tanto pronto podrán volver a su tierra.
Ese pueblo que ha sido destrozado, ese pueblo que tuvo que abandonar la tierra, y caminar hacia países lejanos bajo el yugo del extranjero, ese pueblo deportado a un exilio deprimente, ese pueblo, el suyo, ha sido salvado, ha recobrado la libertad.
El profeta anuncia, pues, la alegría del retorno, utilizando unos temas que en parte recuperará el salmo que leemos a continuación . Hay que señalar que la caravana de exiliados que el profeta proclama regresando de Asiria (llamada aquí "país del Norte" y "extremo de la tierra") es una caravana en la que tiene un lugar prominente la gente débil ("ciegos, cojos, preñadas y paridas"...): ¡la obra amorosa y salvadora del Dios que se presenta como "un padre para Israel" queda puesta al máximo de relieve mediante la liberación de los más desvalidos! La acción sanadora de Jesucristo en el evangelio será, pues, una realización de estos oráculos proféticos.
Todo parecía perdido. Como si Dios hubiera desatado totalmente su ira y el castigo fuera el aniquilamiento definitivo. Pero no, Dios no podía olvidarse de su pueblo. Le amaba demasiado. Y a pesar de sus mil traiciones, le perdona, le vuelve a recoger de entre la dispersión en donde vivían y morían... Esta realidad palpitante que se sigue repitiendo sin cesar, debe mantenernos en la confianza en el amor de Dios. Nunca es tarde, nunca es mucho, nunca es demasiado. Nada puede apagar nuestra esperanza. Nada ni nadie puede cerrarnos al amor. La capacidad infinita de perdón que tiene Dios, su actitud permanente de brazos abiertos pide y provoca espontáneamente una correspondencia generosa, un sí decidido y constante a cada exigencia de nuestra condición de hijos de Dios.
"Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano que no tropezarán" (Jr 31, 9). Caminar por una ruta retorcida, dura y empinada. Dejando el hogar cada vez más lejos, los rincones que nos vieron crecer, los recuerdos de los momentos decisivos, las alegrías y las penas, la tierra donde la vida propia echó sus raíces y sus ramas, sus flores y sus frutos. Marchar. Teniendo por delante un horizonte desconocido, un paisaje envuelto en el azul difuso de las distancias, con unas personas diferentes, entreviendo situaciones difíciles, con la inquietante duda de lo que se ignora. Una caravana que avanza perezosamente entre cantos de nostalgias, en el silencio de las lágrimas.
Pero Dios los traerá nuevamente hasta nuestra buena tierra. Los guiará entre consuelos. Y las lágrimas se cambiarán en risas, los lamentos en canciones alegres. Dios los devolverá el gozo del corazón. Los colocará junto al torrente de las aguas, los llevará por un camino ancho y llano, en el que no hay posible tropiezo.
La realidad  que describe el profeta Jeremías, se sigue repitiendo sin cesar, debe mantenernos en la confianza en el amor de Dios. Nunca es tarde, nunca es mucho, nunca es demasiado. Nada puede apagar nuestra esperanza. Nada ni nadie puede cerrarnos al amor. La capacidad infinita de perdón que tiene Dios, su actitud permanente de brazos abiertos, pide y provoca espontáneamente una correspondencia generosa, un sí decidido y constante a cada exigencia de nuestra condición de hijos de Dios.
Necesitamos que Dios mire nuestra vida afincada, muchas veces en  destierros estériles. Necesitamos la ayuda del Señor porque caminamos en una tierra extraña y triste. Necesitamos sentir la ayuda del Señor, que este  cercano.
Señor, mira nuestra vida afincada en el destierro, sembrada en este valle de lágrimas. Compadécete de nosotros, de este pueblo que camina doliente por esta tierra extraña y triste. Allana el camino, abre nuevas sendas, deja que nos apoyemos en ti. Estate siempre muy cercano, quédate con nosotros que la tarde se muere y la noche negra nos atemoriza.

El salmo 125  es un canto de alegría para los que volvían del destierro de Babilonia. “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” ¿No es cierto que todos esperamos el desenlace alegre de nuestras cosas, de nuestros problemas? La misericordia del Señor llega siempre. Hemos de esperar y tener confianza. Y es que tenemos un mediador extraordinario ante Dios. Un Sumo Sacerdote puro, sin pecado, tal como nos dice la Carta a los Hebreos. Ese mediador que nos ha devuelto la vista nos dará visión de águila para mejor ordenar nuestra vida y nuestros asuntos.
Nadie puede ponerse en nuestro lugar para "actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra carne, nuestra oración plenamente personal, partiendo de nuestras propias situaciones humanas.
Dios salvador. Dios liberador. ¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor de lo imposible? Los que experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su asombro, les parecía algo fantástico, increíble.
¿Y yo? Tal situación conyugal o familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal pecado incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una vida...
Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos! Es la certeza de que el dueño de la mies está haciendo madurar la cosecha (Marcos 4,26-29).
Dios quiere nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se puede decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos, que supera totalmente nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos marionetas manipuladas por El a distancia. Este salmo es todo un "programa" de trabajo y responsabilidad: "los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la salvación no se hace " ¡sin nosotros! " Los llantos no pueden reemplazar el trabajo de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar en liberación la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece perdido, y en los países de hambre, el sembrador "sacrifica" trigo del cual se priva momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar.
«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».
La vida es como marea que sube y baja, y yo he visto muchas mareas altas y mareas bajas en ritmo incesante a lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando se desbordan «los torrentes del Negueb». Torrentes secos del sur, a los que una súbita lluvia primaveral llenaba de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios cuando toca una tierra seca... o una vida humana.
Toca mi vida, Señor, suelta las corrientes de la gracia, haz que suba la marea y florezca de nuevo mi vida. Y, entretanto, dame fe y paciencia para aguardar tu venida, con la certeza de que llegará el día y los alegres torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb.
Es ley de vida: «Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares». Ahora me toca trabajar y penar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a sonreír y a cantar. En esta vida no hay éxito sin trabajo duro, no hay avance sin esfuerzo penoso. Para ir adelante en la vida, en el trabajo, en el espíritu, tengo que esforzarme, buscar recursos, hacer todo lo que honradamente pueda. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene. Para cosechar hay que sembrar, y para poder cantar hay que llorar.
¿No es mi vida entera un campo que hay que sembrar con lágrimas? No quiero dramatizar mi existencia, pero hay lágrimas de sobra en mi vida para justificar ese pensamiento. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad es labor de héroes. Sueño con que la certeza de la cosecha traiga ya la sonrisa a mi rostro cansado; y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí abajo.
«Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».

En la segunda de la carta  a los hebreos se nos recuerda a los cristianos  que también  estamos llamados a ser corredentores de los pecados del mundo entero y que toda nuestra vida debe ser, además de un sacrificio de alabanza al Padre, un sacrificio de súplica por la redención del mundo.
El autor quiere aclarar a sus lectores en qué consiste el sacerdocio de Cristo y cuál es su dignidad. Establecer un paralelismo del sacerdocio de Cristo con el de los sacerdotes del A,. T. sin olvidar que el primero está muy por encima del segundo. Ampliando ideas ya expresadas en el capítulo anterior (vv. 14-16), destaca dos rasgos fundamentales que caracterizaban al servicio del A. T. y que se dan también, pero con mayor perfección, en el sacerdocio de Cristo. Uno es la solidaridad con el pueblo, de donde ha sido tomado el sacerdote y a quien éste ha de representar delante de Dios; otro, la vocación con la que ha de ser llamado por Dios.
El sacerdote será tanto más idóneo para desempeñar su misión cuanto más comprensivo se muestre con las miserias ajenas. La experiencia de sus propias debilidades, que le envuelven como un vestido, le ayudará a mantener en vivo el recuerdo de su propio origen y a no distanciarse del pueblo. Esto le hará comprensivo. No obstante, su comprensión no deberá ir más allá de lo que vaya la ignorancia y la debilidad de los hombres; pues Dios, que perdona siempre a los débiles y descarriados (Lv 4, 213. 22. 27; 5, 24), resiste a los soberbios y no perdona a los que pecan "con mano alzada" (Num 1, 30s). Estos deben ser excluidos de la El sacerdote del A. T. que era pecador como todos los hombres, ofrecía sacrificios por los pecados del pueblo y por sus propios pecados. La solidaridad con el pueblo era, en cierto sentido, una consecuencia de la complicidad. En cambio, Jesús se hizo solidario con todos los hombres por amor, pues él no cometió pecado y se ofreció a sí mismo por los pecados ajenos. También la última raíz de su comprensión está en ese amor a los hombres que le llevó a hacerse hombre como nosotros, igual en todo, excepto en el pecado.
El otro rasgo que interesa subrayar al autor en el sacerdocio del A. T., es la vocación; pues nadie puede arrogarse el honor de ser sacerdote si no ha sido llamado por Dios. Para ejercer el sacerdocio Dios llamó a Aaron y a sus descendientes (Ex. 28, 1; Lev 8, 2, etc). También Jesús fue llamado por Dios; pero no como Aaron ni en virtud de la vocación de Aarón, ya que no era su descendiente ni de la tribu de Leví. Cuando llegó la plenitud de los tiempo, Dios llamó de una vez por todas a su propio Hijo, nacido de la Virgen María. El autor prueba ambos extremos con sendos textos bíblicos. El primero, esto es, que Jesús es el Hijo de Dios,. Y el segundo, su vocación . La alusión al sacerdocio de Melquisedec ilustra, de una parte, que el sacerdocio de Cristo no está en la línea del sacerdocio de Aarón y, de otra, que Cristo es también rey como Melquisedec. En cualquier caso, el sacerdocio de Cristo aparece como algo único e incomparable. En comparación con el sacerdocio del A. T. es analógico y, en cierto sentido, por contraste. Nadie puede ser sacerdote como lo es Cristo, que es el Mediador insustituible. Sin embargo, aquellos que son sacerdotes en la iglesia deben imitar el sacerdocio de Cristo sobre todo en lo que respecta a la solidaridad con los hombres.
El sumo sacerdote, por supuesto, es Cristo, y, según nos dice el autor de esta carta a los Hebreos, vivió y tuvo que hacer frente a las debilidades humanas; por eso, puede comprender nuestras muchas debilidades y ayudarnos a vencerlas. Además, todos los cristianos, por el bautismo, participamos del sacerdocio de Cristo y deberemos ofrecer dones y sacrificios al Padre para que perdone nuestros pecados y los pecados del mundo. Cristo no pidió al Padre que sacara a sus discípulos del mundo, sino que los librara del mal del mundo. Tener fe cristiana es tener fe en la salvación propia y en la salvación del mundo. Cristo, con su vida, pasión, muerte y resurrección, nos ganó, para todos, esta gracia, la gracia de nuestra propia salvación y la gracia de la salvación del mundo entero. Ofrezcamos nosotros al Padre nuestro deseo y nuestro propósito de ser humildes y entusiastas corredentores con Cristo.

El evangelio con la historia del ciego Bartimeo, nos presenta un texto simbólico: Jericó es la tierra; el ciego, la humanidad irredenta; las gentes que impiden los gritos del ciego, las fuerzas que distraen del cristianismo; el camino a Jerusalén, el camino al mundo celeste.
Una vez más hay que repetir que la debilidad de esta simbología radica en no estar basada en la globalidad de la obra o macrotexto de Marcos. En el caso concreto de la exégesis de este texto, tal vez lo único que se debe salvar de ella es su intuición de que nos hallamos ante un texto simbólico. El resto mejor es olvidarlo.
Desde que Marcos nos ha hecho saber que el Reino de Dios está abierto a todos y que es un camino que pasa por la muerte y la resurrección, desde ese momento ya no necesita envolver en el silencio a la persona y a los milagros de Jesús. Y no lo necesita porque ya no hay lugar para malinterpretar la persona de Jesús y sus acciones. A partir de ese momento Marcos ha centrado su interés en despertar actitudes y comportamientos en consonancia con el Reino de Dios así concebido. Es lo que hemos ido descubriendo los domingos últimos.
El texto actualiza también la vida y la situación de tantos miles de refugiados que se están viendo obligados ahora, en nuestras días, a dejar su patria huyendo del hambre o de una muerte segura por causa de su religión o de su cultura. Quedan al margen de los caminos de la sociedad esperando la ayuda de quienes más tenemos.
El relato del ciego Bartimeo nos sitúa ante nuestra propia realidad. También nosotros somos muchas veces pobres ciegos sentados a la orilla del camino, pordioseando a unos y otros un poco de luz y de amor para nuestra vida oscura y fría. Sumidos como Bartimeo en las tinieblas de nuestro egoísmo o de nuestra sensualidad. Quizá escuchamos el rumor de quienes acompañan a Jesús, pero no aprovechamos su cercanía y seguimos sentados e indolentes, tranquilos en nuestra soledad y apagamiento. Es preciso reaccionar, es necesario recurrir a Jesucristo, nuestro Mesías y Salvador. Gritarle una y otra vez que tenga compasión de nosotros.
Como a Bartimeo, también a nosotros nos llama Cristo para preguntarnos como a Bartimeo: "¿Qué quieres que haga yo por ti?”. Bartimeo no dudó ni un momento en suplicar: "Maestro, que pueda ver". Jesús tampoco retarda su respuesta: "Anda, tu fe te ha curado". Y al instante la oscuridad del ciego se disipa bajo una luz que le permite contemplar extasiado cuanto le rodea, ese espectáculo único que es la vida misma.
Vamos a seguir clamando con la misma plegaria en el fondo de nuestra alma, sin cansarnos jamás: Señor, que yo vea. Señor, que pueda contemplar tu grandeza divina en las mil minucias humanas y materiales que nos circundan, que tu luz mantenga encendido nuestro amor y brillante nuestra esperanza, en medio de esta sociedad donde aún existe demasiada maldad y ceguera.
Ojala  Dios encuentre en nosotros aquella misma fe del ciego Bartimeo, que sepamos reconocerle cuando pasa por el borde del camino de la vida, que le gritemos con insistencia, como Bartimeo, pero sobre todo con su misma fe, que sepamos pedirle no de forma egoísta, sino que con un corazón sencillo le supliquemos que nos devuelva la vista, que nos cure de nuestras cegueras, para así poderle reconocer en cada momento de nuestra vida, y como el ciego Bartimeo le sigamos llenos de alegría.
Resumimos el mensaje de hoy de las lecturas proclamadas.
Experiencia de exilio: La referencia del profeta Jeremías: “Yo os traeré del país del norte”. “Entre ellos hay ciegos”. La imagen del ciego “sentado”, “al borde del camino”, “pidiendo limosna”, revela marginalidad, pobreza y hasta posible tentación de desesperanza.
Actitud de escucha: El ciego está atento: “al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, ten piedad de mí»”. Condición necesaria para salir de la crisis, del hundimiento y no perder la relación posible con Dios.
Conciencia de llamada: “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama”. “Llamadlo”. “Ánimo, levántate, que te llama”. El inicio de toda salvación se funda en la llamada de Dios, que tiene repercusiones físicas y espirituales.
Obediencia a la llamada: El ciego “dio un salto y se acercó a Jesús”. La rapidez y prontitud con la que reacciona, y sobre todo el gesto que señala san Marcos: “soltó el manto”, para decir que abandonaba su identidad anterior, son las claves de la respuesta adecuada.
Don y gracia: “¿Qué quieres que haga por ti?” La pregunta de Jesús es directa, concreta, sin evasión posible, comprometida, abierta. El ciego responde: “Maestro, que pueda ver”. Y el regalo sorprendente de ver, que los exegetas interpretan en sentido teologal como el don de la fe. “Anda, tu fe te ha curado”.
Seguimiento: La consecuencia de todo el proceso es ponerse en camino, ir detrás de Jesús, seguirlo de cerca. “Y lo seguía por el camino”. Además, se halla en un enclave inmediato a la Pasión de Jesús en Jerusalén.
Alegría: La consecuencia de todo el proceso no es otra que la alegría interior y exterior: “Gritad de alegría” (Jer 31, 7). “Al ir iban llorando, llevando la semilla, al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavilla” (Sal 125). Señal de cumplir la voluntad de Dios.
¿Y hoy? ¿a qué nos invita el texto?. Hoy, sencillamente, nos invita a que gritemos: ¡Maestro, que pueda ver! Nos invita a pedir una visión muy concreta: la del camino a Jerusalén, su meta y las actitudes a tener. ¡Que pueda ver ese camino para seguirlo! Esto es a lo que Marcos llama tener fe. Es la fe que hace posible lo imposible, como ya ha dicho el Maestro en 9, 23: Todo es posible para el que tiene fe.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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