Páginas

sábado, 28 de julio de 2018

Comentarios a las Lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario 29 de julio 2018


Comentarios a las  Lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario 29 de julio 2018


 En la primera lectura del 2º Libro de los Reyes (2 Rey. 4, 42-44) El capítulo 4 del segundo libro de los Reyes está dedicado a algunos milagros de Eliseo. Este profeta es presentado como discípulo de Elías y su sucesor como responsable de una comunidad profética junto al Jordán. Elías había sido el gran propulsor de la religión yahvista frente al sincretismo religioso del reino de Samaria y a la gran influencia baálica de entonces. Sólo Yahvé es Dios y no los baales; quien realmente sacia al pueblo con vino, trigo y aceite es Yahvé, el único capaz de saciar el hambre de los suyos.


Los textos que van de 4, 1 a 8, 15 del segundo libro de los Reyes pertenecen al "ciclo de Eliseo" (que continúa en 9, 1-13 y en 13, 14-25). Cuentan, de manera un tanto épica, una serie de milagros realizados por el profeta Eliseo en favor de "los hijos de los profetas" (cfr. 1 Re 20, 35), o en favor de notables israelitas (la Sunamita, 4, 8s), o de extranjeros (Naamán el sirio), o del pueblo entero víctima de la guerra (6, 7-8; 20) o del hambre (como en este relato). Personaje temible (CF 2, 23-25) y taumaturgo popular a la vez. Eliseo es asociado a las hermandades (los "hijos de los profetas") que combaten en tiempo de la monarquía por la pureza de la fe yahvista contra el baalismo ambiente. Probablemente en el seno de estas hermandades fueron conservados, aunque sin rigor cronológico, los recuerdos de gestas maravillosas que veían en Eliseo uno semejante al gran profeta Elías e incluso a Moisés.
El contexto del pasaje es una situación de hambre (4, 38). El pueblo está sufriendo en carne viva las consecuencias de un hambre prolongada. El pan de primicias es el pan hecho con la harina nueva de la cosecha reciente (Lev 23, 17). Era una costumbre el llevar a los hombres de Dios, como signo de sacrificio y consagración a Dios, los primeros frutos del campo.
Además, en la legislación sacerdotal, las primicias son uno de los ingresos del clero (cf Lev 23, 20). Sin embargo, el relato va a adquirir un vuelo nuevo; lo que en principio estaba destinado para el goce de uno solo, por obra de Dios en manos de su profeta, se va a convertir en salud para muchos.
Dios no abandona del todo a su pueblo como lo prueban las vidas de aquellos que han hecho una opción clara por el evangelio y quieren mantenerse en la fidelidad.
"Se los sirvió a la gente". Estos son los verdaderos destinatarios del milagro. El milagro no lo es tanto porque exalta la figura del hombre de Dios, sino porque se hace en favor de los que quieren creer en Dios y necesitan un cauce de expresión de fe. Así es como el prodigio, lo maravilloso y portentoso, queda convertido en milagro, en signo de salvación (cf. evangelio). El prodigio provoca admiración, pero el milagro empuja a la adhesión, a la postura de fe.
El Dios Salvador de Israel se complace en manifestar su fuerza liberadora de las situaciones límite en que se halla el pueblo: ya sea la esclavitud de Egipto, o la esterilidad de sus mujeres, o la opresión de los enemigos, o la enfermedad, o el hambre o la necesidad como en nuestro caso.

El salmo de hoy es el Salmo 144 (Sal 144,10-11. 15-16. 17-18)
El salmo responsorial (144) es una alabanza a la grandeza y la bondad de Dios en favor de sus fieles y de toda la creación. Los versículos seleccionados se centran en la providencia de Dios que sacia el hambre de sus criaturas. La liturgia judía rezaba este salmo diariamente al inicio de la tarde.
Con este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último salmo que tiene como título de David.1
Es un salmo alfabético, es decir, en su texto original hebreo cada versículo inicia por una letra del alfabeto, de modo ordenado.
Estructuralmente el salmo 144 mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión (v. 21).
El texto proclamado corresponde al cuerpo del salmo. El cuerpo del salmo, en sus dos secciones, desarrolla los temas enunciados en la introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La trascendencia divina del Señor se expresa en la avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el autor. Esta redundancia quiere crear, en el lector, la sensación que Dios ultrapasa todo lo que el hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia con la que gobierna a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.
Los versículos 15-16 parecen inspirados en el salmo 103,27 que hemos comentado en otra ocasión y manifiestan la providencia diaria de Dios, imaginado como un campesino que cada día da de comer a sus animales. Da un carácter cercano y simpático a la realeza sublime de Dios, que poco antes había presentado el salmista.

La segunda lectura es de la carta de San Pablo a los Efesios (Ef 4, 1-6) En medio de su prisión, San Pablo vibra apostólicamente. Sus palabras están pletóricas de entusiasmo, llenas de fe, pujantes y optimistas. Si no lo indicara, se pudiera pensar que escribe en circunstancias distintas, más halagüeñas, más placenteras. La razón de todo ese vigor y empuje está en su fe profunda en Dios. Está convencido del poder divino, de su amor infinito, de su grandeza indescriptible, con un optimismo desbordante, con un gozo sin fin.
Esta carta, junto a la que envió a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón, constituye el grupo de las llamadas cartas de la cautividad.  La valentía del Apóstol en predicar el mensaje de Cristo le ha llevado a esta situación humillante y penosa. Pero Pablo no ceja en su empeño y, aunque sea entre cadenas, sigue predicando a Cristo, sigue animando a los cristianos para que vivan como tales.
La carta a los Efesios es menos una carta de circunstancias que una exposición lírica y didáctica de la fe cristiana. En este cap. 4 comienza la segunda parte de la carta (caps. 4-6) que se podría denominar como una "exhortación a los bautizados" para vivir una vida cristiana nueva basada sobre todo en la unidad.
Así, a la discordia (VV. 1-3) que amenaza a la Iglesia, la carta opone las fuentes de la unidad: la presencia del Espíritu que actúa junto con Jesús y el Padre (vv. 4-6).
Los vv. 2-3 son exhortaciones generales, también muy características de la ética paulina que no se mete a detalles porque concede a la conciencia y adultez de los cristianos su justo puesto. Los últimos versos, en cambio, ponderan la unidad de la comunidad, su fundamento. Es un auténtico cántico total de la unidad cristiana. Pero fijémonos en qué consiste esa unidad.
Los vv. 4 al 6 forman una breve aclamación litúrgica con predominio de ritmo ternario. En su origen era probablemente una confesión de fe bautismal, modificada sin duda por el autor de la carta. La insistencia sobre "uno solo, una sola" recuerda un poco el estilo de confesiones de fe israelitas. La influencia de este pasaje sobre el símbolo de Nicea es evidente. El v. 6 se acaba con una doxología inspirada en fórmulas de la corriente estoica. No viene nada mal al creyente el tener quien le recuerde, por medio de la lectura de la Palabra, estas bases de la fe cristiana.
Esta lectura, nos exhorta a como debemos de comportarnos. Dice que sean siempre humildes y amables, comprensivos, sabiendo sobrellevarse los unos a los otros con amor... Sus palabras, no lo olvidemos, se dirigen también a cada uno de nosotros, esperando una respuesta a esa exigencia que nos pone por delante. Si somos cristianos, y lo somos, vamos a luchar por vivir conforme a la vocación que hemos recibido. Sobre todo en esos puntos que San Pablo señalaba: en la sencillez y en la amabilidad, en la comprensión, en el amor mutuo.

 El Evangelio s de San Juan (Jn 6, 1-15). A partir de hoy y durante varios domingos habremos de olvidarnos del evangelio de Marcos y centrarnos en el de Juan. El lugar del que parte Jesús es Jerusalén, en donde ha estado con ocasión de una fiesta judía (Jn. 5, 1). Con anterioridad había estado también allí con ocasión de la Pascua (Jn. 2, 13). La gente le sigue "porque habían visto los signos que hacía con los enfermos". Signo es cualquier cosa, acción o suceso que evoca otra o la representa. Para Juan lo relevante del milagro no está en la acción milagrosa, sino en lo evocado a través de ella. El relato se enmarca en el monte, a ojos vista de la Pascua. El monte con artículo es uno concreto, pero ni el texto ni el contexto lo determinan. A diferencia de Jn. 2, 13, en esta ocasión Jesús no va a Jerusalén para la pascua. Todo lo anterior, vs. 1-4, es ambientación, preparación del relato propiamente dicho. Este arranca de la constatación que hace Jesús de que el gentío está acudiendo a él. Es la misma expresión empleada en Jn 3, 26 por los discípulos del Bautista refiriéndose a Jesús (todos acuden a él) por el narrador en Jn. 4, 30 a propósito de los habitantes de Sicar (acudían a él). La constatación motiva el diálogo con Felipe primero y la intervención de Andrés después. De ambos ha hablado ya Juan
en el cap. 1 y ambos han usado las mismas palabras palabras refiriéndose a Jesús: "Hemos encontrado" (Jn 1, 41-45). Lo sorprendente en el diálogo es la interrupción-aclaración del autor: "Jesús lo decía para ponerlo a prueba, pues bien sabía él lo que iba a hacer". Constatemos de momento esta aclaración del narrador. Luego Jesús manda acomodar al gentío, da gracias a Dios por la comida que van a hacer y, finalizada esta, manda recoger lo sobrante para que nada se pierda. Es la misma expresión empleada por Jesús en Jn. 3, 16 (para que ninguno de los que creen en el Hijo de Dios se pierda), por Caifás en Jn. 11, 50 (conviene que muera uno sólo por el pueblo y no que toda la nación se pierda) y por Jesús en Jn. 17, 12 (ninguno se perdió).
El texto señala como a Jesús "Lo seguía mucha gente, porque había visto los signos que hacía con los enfermos" "Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades)". Hay un éxodo, un paso a través del mar hacia una tierra donde abunda el amor y la generosidad de Dios. Jesús es este nuevo Moisés, que hace a su pueblo capaz de andar y de seguirle en esa travesía.
"Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". Este acontecimiento se realiza cuando se acerca la Pascua, la fiesta que conmemoraba el antiguo éxodo. Aquél es figura de éste. "Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos". Con motivo de la Alianza, Moisés subió al monte dos veces: la primera, acompañado por los notables (Ex 24. 1-2/9/12); la segunda, después de la idolatría del becerro de oro, subió solo (Ex 34. 3). También en este episodio subirá Jesús dos veces al monte: una, al principio, donde aparece acompañado de sus discípulos; la segunda, después del intento de proclamarlo rey, él solo.
El "monte" representa el lugar donde reside la gloria de Dios. Jesús subió al monte. Está en su lugar propio, la esfera divina. Y se sentó allí. Es su actitud permanente. Él es para los hombres el lugar donde la gloria de Dios reside y se manifiesta. "Jesús entonces levantó los ojos y al ver que acudía mucha gente...". Jesús, al otro lado del mar, representa una alternativa, que el evangelista hace presente ahora a los hombres de todo lugar y tiempo que se acercan a Jesús. "...dice a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman estos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer)".
La escena tiene detalles que recuerdan los del Éxodo. Como allí en el desierto, se plantea el problema de la subsistencia, que había sido una tentación para los israelitas, haciéndoles desear la esclavitud de Egipto. La época de Israel en el desierto fue un tiempo en que hubo de demostrar su fidelidad a Dios: el pueblo pone a prueba a Dios, pero, con más frecuencia es Dios quien pone a prueba al pueblo.
En esta situación de éxodo, Jesús pone a prueba a Felipe, el discípulo a quien él mismo ha invitado a seguirlo, y por eso, en cierto modo, prototipo de todos los que él llama. Jesús enfrenta a Felipe y con él, a la comunidad, con la realidad que tiene delante: personas que quieren seguir a Jesús, que quieren verse libres de su pasado... y que no pueden bastarse por sí mismas.
Jesús para poner a prueba a Felipe, a la comunidad, aborda directamente la cuestión del dinero como medio para satisfacer esa necesidad. Es interesante la pregunta de Jesús porque es la pregunta que la comunidad se hace a sí misma: ¿con qué "compraremos" panes para que coman "estos"? No es un diálogo entre Jesús y la comunidad. Es la misma comunidad, en cuyo interior se percibe la presencia de Jesús, la que se pregunta cómo va a solucionar los problemas del mundo.
"Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". El denario, el jornal de un obrero. Doscientos denarios, más de medio año de trabajo, para que a cada uno le toque un pedazo. Ateniéndose a los principios de este mundo, resulta imposible a los discípulos satisfacer la necesidad de la gente. Felipe, que no ve más horizonte, confiesa su impotencia. Para Felipe, el éxodo fracasa. "Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" El lugar donde está el muchacho es donde están los discípulos. Representa, por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús, en su condición de debilidad y su pobreza de medios. Andrés habla de los panes y peces como de algo de lo que puede disponer pero que cree insuficiente.
Por su edad y por su condición, el muchacho, es un débil, física y socialmente. Lo más desproporcionado que pueda encontrarse como solución a la magnitud del problema. El muchacho significa también a la comunidad en cuanto servidora de la multitud: el muchacho de la tienda, la muchacha de servicio. La comunidad se presenta ante el mundo como un grupo socialmente humilde, sin pretensión alguna de poder ni dominio, dedicado al servicio de los hombres. 5+2=7:La totalidad. El alimento es poco, pero es todo lo que tienen.
"... dijo la acción de gracias". Dar gracias a Dios significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él y, como tal, muestra de su amor, y alabarlo por ello. En este caso se le dan gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada por el trabajo del hombre. Al reconocer su origen en Dios, como don suyo, se desprenden de su poseedor humano, el niño-grupo de discípulos, para hacerse propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el prodigio que realiza, consiste precisamente en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos.
Según Andrés, no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no se posee, por haberlo hecho de todos por la acción de gracias, se demuestra que había más que suficiente.
Jesús mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios, con su acción de gracias, los bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que es la humanidad entera. Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo los dones que de él se han recibido. Se convierte este signo en una celebración de la generosidad de Dios a través de su Hijo que, en la comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el sentido profundo de la Eucaristía que, de expresión de amor entre los miembros de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su propio Hijo.
"La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo". Hay quienes piensan en hacerlo rey. Un propósito que está en abierta contradicción con la actitud que él ha adoptado antes, poniéndose a servir a los comensales. La fuente de abundancia que Jesús ha abierto, es el amor de Dios, capaz de multiplicar lo que parece desproporcionado al objetivo. Pero ellos pretenden cambiar su programa mesiánico, hacerlo rey, conferirle el poder que él rechaza.
Ante esta perspectiva, Jesús huye; se aleja de aquellos que pretenden deformar su mesianismo. Se retira solo, como Moisés subió solo al monte después de la traición del pueblo. El monte representa la esfera divina, la gloria y amor de Dios. El paralelo con Moisés muestra la gravedad de lo sucedido. Al intentar hacer de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría cometida por los israelitas en el desierto. Allí quisieron adorar a Dios, pero bajo la imagen que ellos mismos se habían hecho de él. Ahora éstos están dispuestos a reconocer a Jesús, pero según la idea que ellos mismos se han forjado.

Para nuestra vida.
Las lecturas nos recuerdan lo  difícil que es darse, es duro desprenderse sin esperar nada en la tierra, sin buscar ningún interés personal de tipo material. Sobre todo viviendo en un mundo que gira y danza al son del dinero, del placer, de la materia; un mundo que fácilmente se vende al mejor postor. Es poco menos que imposible no sentirse salpicado por la ambición de los de arriba y los de abajo, la sensualidad voluptuosa de los unos y los otros.
Por otra parte está comprobado, con más seriedad que el dato de esos dos tercios de hambrientos que existen , esta contrastado que existen enormes reservas de proteínas en la inmensidad de los mares y océanos, y que todos los recursos de alimentación no están, ni mucho menos, totalmente descubiertos y aprovechados... Sí, a pesar de todo lo que quieren hacernos creer, el Señor es bueno, bondadoso en todas sus acciones. Él no puede querer un crecimiento de población, si no existiera de forma paralela un crecimiento en los recursos.

La primera lectura nos sitúa ante  ante la invitación a compartir. "En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias" (2 R 4, 42) Este hombre de Bal-Salisá trae lo mejor de su cosecha: pan de primicias y trigo reciente. Él sabe que Eliseo es un profeta de Dios, un enviado del Altísimo. Y por eso le honra con lo mejor que tiene. Está convencido de que honrar a un enviado divino, equivale a honrar al mismo Dios, es una buena forma de agradar al Señor, de servirle.
 "El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: Dáselo para que coman" (2 R 4, 43) Y el profeta lo da todo. Para que aquellos pordioseros puedan satisfacer su hambre. Generosidad del que está cerca de ese Dios que es, ante todo, Amor. Corazón grande que se conforma con poco, que se olvida de sí para preocuparse hondamente por los demás. Y este dar y este darse, este amar sin buscar interés alguno, este volcarse hasta quedarse sin nada, es el mejor modo de testimoniar el mensaje amoroso de Dios.

En el salmo de hoy, se nos recuerda y a su vez expresamos en actitud orante la esplendidez del Señor  "...abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente". Habla de que todas las criaturas han de dar las gracias al Señor, le han de bendecir todos sus fieles, proclamar la gloria de su reinado y hablar de sus hazañas. La razón última de esa actitud está en la inmensa bondad de Dios, que cuida de todo ser viviente y le da el sustento a su tiempo.
San Agustín comenta el salmo 144 " Señor, que todas tus obras te confiesen y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra obra suya? ¿No son obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales domésticos, los salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra suya. Pero ¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en las personas de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le confiesan sus obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras suyas. Pero ¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí, confiésenle todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los árboles? Todos son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de confesarle todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de los pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre que oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado. Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente. Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues, de alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras te confiesen? Alábente todas tus obras.
Pero no hemos hecho más que trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En efecto, si no pueden confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser insensible, porque les falta la voz, tampoco podrán alabarle, porque también les falta la voz para hacerlo. Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres jóvenes que caminaban en medio de las llamas inofensivas para ellos a todos los seres, puesto que tuvieron tiempo no sólo para no arder, sino también para alabar a Dios? Pasan revista a todos los seres desde los celestes hasta los terrenos: Bendecidle, cantadle himnos, exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn 3,20.90). Ved como entonan un himno. Con todo, nadie piense que la piedra o el animal mudos tienen mente racional para comprender a Dios. Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente de la verdad. Dios creó y ordenó todas las cosas: a unas les dio sensibilidad, entendimiento e inmortalidad, como a los ángeles; a otras, sensibilidad, entendimiento con mortalidad, como a los hombres; a otras les dio sensibilidad corporal, mas no entendimiento ni inmortalidad, como a las bestias; a otras no les dio ni sensibilidad ni entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los árboles y a las piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a esa alabanza puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van desde la tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal.
Este concatenamiento de la criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo inferior a lo superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás interrumpida, pero acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a Dios. ¿Por qué toda ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y adviertes su hermosura, alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como cierta voz de la muda tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su fecundidad, su vigor, ves cómo concibe la semilla, cómo con frecuencia germina aquello que no se sembró; la observas y esa tu observación es como una pregunta que le haces. Tu investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de admiración, sigues investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su gran hermosura y luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma tal poder, inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí misma, sino que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la voz de su confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la hermosura de este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No me hice a mí misma, sino que me hizo Dios»?
Luego, Señor, que tus obras te confiesen y tus santos te bendigan. Que tus santos contemplen la creación que te confiesa, para que te bendigan ante la confesión de las criaturas. Escucha también la voz de los santos que le bendicen. ¿Qué dicen tus santos cuando te bendicen? Proclaman la gloria de tu reino y anuncian tu poder. ¡Cuán poderoso es Dios que hizo la tierra! ¡Qué poderoso es Dios que llenó la tierra de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que dio a cada animal su propia vida! ¡Qué poderoso es Dios que infundió en el seno de la tierra las diversas semillas, para que germinara tanta variedad de frutales, tanta hermosura de árboles! ¡Qué poderoso es Dios, qué grande es Dios! Tú pregunta, la criatura responderá; y por su respuesta, cual confesión de la criatura, tú, santo de Dios, bendices a Dios y anuncias su poder" .(San Agustín. Comentario al salmo 144,13).

En la segunda lectura  de la Carta de Pablo a los Efesios que se escucha este domingo es un recordatorio y una llamada a vivir en la unidad propia de la vida cristiana. Vivir en 'la unidad y en la paz es la vocación a la que hemos sido llamados a vivir los cristianos. Esta vocación la hemos de poner de manifiesto en nuestro esfuerzo por responder con fidelidad (humildad, amabilidad, comprensión, amor mutuo). Así como la hemos de expresar en la confesión de nuestra fe, de la fe que nace de un solo bautismo y nos hace reconocer a Cristo como único Señor y a Dios como único Padre de todos.
La desunión es una de las cosas que más escandalizan y debemos de esforzarnos porque un día solo haya un rebaño conducido por el Señor Jesús. Esto es lo que deseamos con todo el corazón.
¿A qué tipo de unidad nos exhorta el Apóstol?
Se nos llama a la unidad que el Espíritu Santo desea y hace posible: cristianos unidos con Dios en una relación personal de amor, y unidos los unos a los otros, relaciones de amor Cristo-céntricas.
Esto es clave en nuestro testimonio (v. 1): una comunidad con cualidad sorprendente que testifique el poder de Cristo para reconciliar y unir.
¿Por qué esta unidad es posible?
+En v.4-6, Pablo explica la base de este tipo de unidad. Los cristianos podemos  tener una unidad única, porque tenemos una base única para ello:
Un cuerpo: Por nuestra unión espiritual con Cristo, estamos espiritualmente unidos unos a otros (1 Cor. 12:13; Rom. 12:4,5).
Un bautismo: No el bautismo en agua, sino el bautismo del Espíritu Santo.
Un Espíritu: El mismo Espíritu Santo mora en cada cristiano y el pone el querer y la fuerza para lograr este tipo de unidad.
Una esperanza: Todos esperamos la misma y final solución- la segunda venida de Cristo.
Un Señor: A diferencia del mundo, tenemos un mismo maestro, Jesucristo. Al punto que le seguimos, y caminamos juntos .
Una fe: Porque creemos que la Biblia es verdad, podemos tener la misma visión del mundo (explicación de los problemas y la solución a esto) y los mismos valores.
Expliquemos lo esencial y lo no esencial.
Un Padre: “Todos”. No se refiere a toda la humanidad, sino a todos los creyentes. De acuerdo a Jn. 1:12, Dios nos hace sus hijos cuando recibimos a Cristo. Somos hermanos y hermanas en su familia y ese lazo de hermandad ha sido estampado en nuestros corazones. Dios está personalmente activo enseñando a sus hijos a construir, mantener esta unidad familiar.
Evangelio: No hay verdad estando el hombre aparte de Cristo. Por esta razón es que el hombre apartado de Cristo nunca ha logrado ni lograría unidad. Sólo nos es dado cuando tomamos la decisión de humillarnos ante Dios, admitimos nuestro alejamiento de El y recibimos a Cristo y Su perdón.
¿Cómo se mantiene esta unidad?
Tenemos, entonces, la base y los recursos para la unidad. Pero el imperativo es mantenerla. Se puede perder por una variedad de razones. Vamos a valorarla, construirla y mantenerla. En los v. 2,3 Pablo describe varias actitudes que son necesarias para esto.
Una forma de mantener la unidad es contrastar las actitudes que la rompen con sus opuestos que la realizan y la cuidan.
Humildad - Egoísmo, apariencia social:
Llegar a ser un siervo (Fil. 2:3): En vez de preguntar “¿qué puedo hacer?” , preguntar “¿qué puedo dar”?
Dispuesto a estar con gente que “no son de mi clase” (Ro 12:16), porque somos todos pecadores, salvador por la Gracia de Dios.
Gentileza - Insensibilidad o indiferencia:
Respecto de cómo afecto a otros; falta de dominio propio al tratar con otros.
Cuidado para hablar y actuar de tal modo que no ofenderá, sino que edificará.
Paciencia - Dominio Propio
Dejar que la frustración por el pecado caiga sobre ti, o el poco éxito sobre él resulte en rechazo (por medio de la hostilidad o alejamiento).
Absorbiendo el pecado y escogiendo perdonar, porque es la forma que Dios trata contigo ( 4:32 ).
Corrigiendo cuando es necesario, pero estando ahí con el otro, en vez de condenarle, porque Dios está ahí contigo siempre.
Diligencia - Apatía
Tomar la iniciativa para cortar el problema de raíz y sacar ventaja de las oportunidades para forjar y profundizar los lazos de amor (esto es medicina preventiva).
¿Cómo se llama esto? Lo llamamos amor bíblico(v. 2 b). Este tipo de amor requiere de un poder sobrenatural. Por eso es que necesitamos constantemente pedir a Dios gracia para manifestarlo y para que El abra nuestro carácter para profundizar nuestra capacidad de amar. La oración se vuelve emocionante cuando nos mantenemos pidiendo esto.

El evangelio nos describe una escena de intimidad con el Señor, donde se vive la unidad y el amor compartido. También a nosotros se nos invita a acudir al silencio de la oración para oír la voz de Jesús, para decirle cuán poco le amamos y cuánto quisiéramos amarle.
Aunque el relato evangélico sea de Juan, es bueno recordar qué continuidad tiene con el relato evangélico del domingo pasado.
En aquel, de Marcos, Jesús nos mostraba su solicitud para con los apóstoles después de la primera misión que les había confiado. El Señor, después de escuchar la explicación de los suyos, se los lleva para que reposen con él y para que "estando" con él aprendan a ser pastores. La escena acababa mostrándonos a Jesús instruyendo a la multitud que le seguía "como ovejas sin pastor". En el marco de esta solicitud de Jesús para con todos, el evangelista nos narra la multiplicación de los panes. En el evangelista Marcos, esta solicitud beneficia a la multitud que seguía a Jesús y le escuchaba; y en el evangelista Juan se trata de los que le seguían por los "signos prodigiosos " que hacía. Tanto en un caso como en otro, Jesús vela en favor de los que le siguen, no ofreciéndoles sólo el alimento de su palabra y de los "signos prodigiosos" con que la acompañaba, sino también en todo aquello que afectaba la vida de aquellas personas, para que en nada quedaran desatendidos. De paso, Jesús enseña a los apóstoles a velar por todos como pastores del pueblo que les sería confiado.
Los que van detrás de Jesús en este pasaje, son gente que tiene hambre y camina a la deriva. Hambre de comprensión y de cariño, hambre de verdad y de recta doctrina, hambre de Dios en definitiva. El Señor satisfizo el hambre de aquella multitud multiplicando unos panes y unos peces. Aquel suceso vino a ser un símbolo de ese otro Pan que el Señor nos entrega, el Pan que da la Vida eterna. Jesús vuelve cada día a multiplicar su presencia bienhechora en la celebración Eucarística. Una y otra vez reparte a las multitudes hambrientas el alimento de su Cuerpo sacramentado. Sólo es preciso caminar detrás de Jesús, acudir a su invitación para que participemos, limpia el alma de pecado, en el banquete sagrado de la Eucaristía.
El evangelio de este domingo pone de relieve la importancia del compartir. Jesús contempla a una muchedumbre hambrienta y se preocupa por ella. Primero consulta a los discípulos que le acompañan: Felipe y Andrés. El primero afirma que no tienen dinero para comprar el pan suficiente (Jn 6, 7), el segundo encuentra a un muchacho que tiene poca cosa: cinco panes y dos peces (Jn 6, 8-9) A partir de ahí, Jesús actúa por medio de sus discípulos. Toma el pan, lo bendice y lo reparte. El amor que anima este gesto de Jesús y de la gente que comparte lo poco que tiene, hace posible el milagro.
El problema de la pobreza en el mundo no es precisamente la falta de alimentos, sino la injusta distribución de los mismos. El acaparamiento y la insolidaridad. Y eso nos incluye a todos y a todas. Podemos tener poco, pero, como el muchacho del evangelio ¿hemos aprendido a dar desde nuestra pobreza? ¿O desde nuestra riqueza? El milagro del compartir es que, no solamente alcanza para todos, sino que sobra. Esto se da en el Evangelio y en nuestra vida real de cada día. Cuando todos compartimos, generalmente sobra.
Este gesto nos lleva a la verdadera comunión. El Amor de Dios, revelado en Jesús, nos constituye como un solo cuerpo, así como una sola es nuestra esperanza (Ef 4, 1-6) La vida nueva surge en la periferia, en las personas que el mundo margina y arrincona. Nuestra sensibilidad debe estar abierta y pronta a la dimensión del servicio. Prestar nuestra solidaridad entrañable en favor del necesitado, enfermo, oprimido, excluido…Jesús nos necesita para repetir, cada día, el milagro de un amor renovado, pues el amor es nuestro destino.
Es un detalle importante a tener en cuenta como el evangelio  recuerda que el Señor manda que recojan las sobras, sin especificar que harán con ellas. Pero que no se pierdan. Además de aprovecharlo, nos recuerda que muchos de nuestro tiempo mueren de hambre Ciertamente que el primer mensaje del texto de hoy, nos muestra la capacidad del Maestro para efectuar el milagro de la multiplicación, no debemos ignorarlo. Ahora bien, también, implícitamente, hace referencia a que alguien tiene la pequeña generosidad de dar todo lo poco que tiene, que ya es esplendidez, dicho sea de paso.
Sabemos muy bien que la multiplicación de los panes es un gesto profético que anuncia la entrega de la Eucaristía. En el evangelio de Juan esto se pone de manifiesto incluso en el verbo que el evangelista utiliza para acompañar el gesto de Jesús al tomar los panes. Nos dice: "Dijo la acción de gracias", que es la misma expresión usada en la institución de la Eucaristía.
Otra característica de Juan es lo que podríamos llamar el "protagonismo" de Jesús. Él en persona reparte a la gente el alimento multiplicado que sale de sus manos. En los demás evangelios requiere la ayuda de los apóstoles, que son quienes alargan el alimento a todos. En Juan esta colaboración apostólica aparece más escondida: en el diálogo con Felipe, con quien comparte el interrogante de cómo dar de comer a todos, y en la anotación final que concreta que las sobras del pan de cebada (alimento de los pobres) se recogen doce cestos. Así se sugiere discretamente la presencia de los doce apóstoles. Y esto en un momento en que se hace referencia a la tipología mesiánica de la multiplicación de los panes, el alimento que a todos rehace y del cual sobra. Se trata de lo mismo que sucedió en el gesto de Elíseo al dar de comer a toda la comunidad (cf. lectura primera). También el salmo nos conduce a esa misma perspectiva: El Señor alimenta a todos los que le miran esperanzados y que, al ver satisfecha su esperanza, dice: "Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente".
En la multiplicación de los panes se adivina lo que será la Eucaristía. Es un don de Jesús no sólo para unos cuantos, sino para todos aquellos que le siguen, para todos los que han "escuchado" sus palabras o han "visto" sus obras y en él han puesto su esperanza. Es don que nos proyecta hacia la abundancia de los bienes mesiánicos en el reino futuro inaugurado por Jesús. En el humilde pan de los pobres que en manos de Jesús se convierte en alimento para todos hallamos los mismos indicios que en el agua convertida en el mejor vino y que al final de la fiesta nupcial aporta alegría a todos.

Rafael Pla Calatayud
rafael@betaniajerusalen.com



No hay comentarios:

Publicar un comentario