Páginas

domingo, 20 de mayo de 2018

Comentario a las lecturas del Domingo de Pentecostés 20 de mayo de 2018


Pentecostés es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, miedosos.
La Iglesia celebra hoy la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Es el día de los laicos y de su misión. La Acción Católica es una realidad eclesial creada hace muchos años y que ha facultado la incorporación de los laicos a las tareas de la evangelización de la Iglesia. Pero, obviamente, la jornada está dedicada también a otros muchos movimientos de seglares que trabajan por la extensión del Reino de Dios en inteligencia y cercanía de la Iglesia católica. Todos los laicos que, de una forma u otra, trabajamos en expandir la Palabra de Dios debemos festejar este día y buscar, en lo personal y en lo comunitaria, fórmulas que mejoren la evangelización de nuestra sociedad, tal vez cada vez más alejada del pensamiento de Cristo. Sinceramente, es un día para reflexionar en profundidad sobre todo ello. Y es que, sin duda, Pentecostés es jornada de renovación, gracias al Espíritu que todo lo hace nuevo.
En el catecismo se nos resume lo que es Pentecostés: número 731 "El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu".
Número 732. "En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado..."
Hoy la Iglesia celebra la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Es el día de los laicos y de su misión. La Acción Católica es una benemérita institución creada hace muchos años y que ha facultado la incorporación de los laicos a las tareas de la evangelización de la Iglesia. Pero, obviamente, la jornada está dedicada también a otros muchos movimientos de seglares que trabajan por la extensión del Reino de Dios en inteligencia y cercanía de la Iglesia católica. Todos los laicos que, de una forma u otra, trabajamos en expandir la Palabra de Dios debemos festejar este día y buscar, en lo personal y en lo comunitaria, fórmulas que mejoren la evangelización de nuestra sociedad, tal vez cada vez más alejada del pensamiento de Cristo. Sinceramente, es un día para reflexionar en profundidad sobre todo ello. Y es que, sin duda, Pentecostés es jornada de renovación, gracias al Espíritu que todo lo hace nuevo.

La primera lectura de hechos de los apóstoles (Act 2, 1-11)  da una descripción que utiliza esquemas y elementos de la literatura escatológica. El viento, el fuego, el ruido los utiliza el AT para describir la irrupción súbita de Dios, pero en esta descripción hay algo nuevo. Como en la mañana de la creación, pero en un estadio más avanzado de la historia de la salvación, Dios establece un nuevo principio, una nueva creación.
En el texto hay frecuentes alusiones a la alianza y a la asamblea del Sinaí. Pentecostés se presenta como la inauguración de la nueva alianza entre Dios y su pueblo reunido en asamblea.
San Lucas hace alusión varias veces a la alianza y a la asamblea del desierto. Ya es significativa la conexión entre Ascensión y Pentecostés: es necesario que Cristo "suba" para que el Espíritu sea "dado". Esta idea está tomada del Sal 67/68, 19 (Act 2, 33) que se cantaba en la liturgia judía de Pentecostés, y los targum del judaísmo aplicaban estos versículos a Moisés que "sube" al Sinaí para que "desciendan" la alianza y la ley (Dt 30, 12-13; cf. Jn 16,7).
La fiesta judía de Pentecostés celebraba también el don de la Ley recibida en el Sinaí cincuenta días después de la Pascua. Ahora cincuenta días después de la inmolación de Cristo y de su resurrección se derrama el Espíritu sobre los apóstoles. El primer elemento de esta escena es el viento que en la tradición bíblica indicaba la presencia y la acción de Dios (Gn 1. 2); 2. 7) y era símbolo del Espíritu de Dios (1 R 19. 11s) y lo asume Jesús en Jn 3. 5-8.
Las lenguas de fuego indican también el Espíritu de Dios (Mt 3. 11) o la presencia eficaz de Dios (Ex 3. 2; 19. 18; Is 6. 6; Ez 1. 4). También aquí hay una relación al Sinaí.
El ruido, el viento y la violencia mencionados en el v. 2 son los rasgos característicos de la alianza del Sinaí (Heb 12, 18-19; Ex 19,16). Estas manifestaciones "llenan la casa" del mismo modo que el Sinaí quedó totalmente invadido (Ex 19, 18). El ruido viene del cielo como el que retumba sobre la montaña (Ex 19, 3; Dt 4, 36). Las lenguas de fuego se explica igualmente en el contexto del Sinaí (v. 3). Muchos tárgum imaginaban que la voz que se manifestó en el Sinaí se dividía en siete o setenta lenguas para manifestar el universalismo de su mensaje: la Palabra de Dios ha sido llevada a todas las naciones, aunque sólo Israel la escuchó. Se comprenderá que estas lenguas fueran de fuego, recordando Ex 19, 18 y 24, 27, como Dt 4, 15 y 5, 5, que en la teofanía del Sinaí muestran a Dios hablando en la llama de fuego.
Pentecostés se presenta, pues, a los primeros cristianos como la inauguración de la alianza nueva y la promulgación de una ley que ya no está grabada en la piedra, sino en el Espíritu y la libertad (v. 4; cf. Ez 11, 19; 36, 26). Esta convicción ha contribuido, sin duda, a la redacción imaginativa del descendimiento del Espíritu. Lo esencial, sin embargo, se encuentra más allá de las imágenes: Dios no da sólo una ley, sino también su propio Espíritu.
El v. 4, que anuncia el don del Espíritu, sirve de transición entre las dos partes del relato. Después de haber descrito el descendimiento del Espíritu (vv. 1-3), San Lucas pasa a describir los efectos del carisma de la glosolalia (vv. 5-11). Pero, ¿en qué consistía ese "hablar en lenguas"?, ¿se trataba de sonidos sin sentido para el oído humano, o de varias lenguas que se hablaban simultáneamente? Este carisma se produjo repetidas veces en las comunidades primitivas: en Corinto (1 Cor 12, 30; 13, 1; 14, 2-29), en Cesarea (Act 10, 45-46) y en Éfeso (Act 19, 6). Todos estos testimonios hacen de este fenómeno, un carisma que sirve más para alabar a Dios que para instruir a la asamblea ( v. 11). Se trata, pues, de un "hablar a Dios" que puede sonar de modo extraño a los no iniciados (vv. 12-13) y que sería una lengua extática, manifestación más o menos psicológica que es interpretada como prenda de la futura espiritualización del hombre.
Esta glosolalia toma en San Lucas un matiz personal. El evangelista convierte el fenómeno de "hablar a Dios" extático en un "hablar a los hombres" en varias lenguas. Los vv. 4 y 6, que nos dan esta interpretación, muestran un vocabulario típicamente lucano. La mención de la "multitud" (v. 6: plêthos) es una alusión a la promesa que Dios hizo a Abraham de hacerlo un día padre de una "multitud" (plêthos) de naciones (Gén 17, 4-5; Dt 26, 5).
Ciertamente, las naciones sólo se presentan de un modo simbólico, porque la multitud se compone de judíos que dejaron, provisional o definitivamente, la Diáspora para venir a Jerusalén en peregrinación o para establecerse en esta ciudad (versículos 9-10). La lista de las naciones es bastante heteróclita, la mención de los cretenses y los árabes (v. 11) puede ser de origen posterior y la de Judea (v. 10) está aquí fuera de lugar. Esta lista hace además algunas omisiones importantes (Grecia, Cilicia...). De todas formas, el universo está presente.
El protagonista principal es el Espíritu de Dios, que ha de entenderse como la fuerza y presencia activa del Señor que lleva a cabo la salvación del hombre, inaugurándose así la comunidad de los salvados que hacen visible esta presencia. El Espíritu constituye al grupo de discípulos en testigos ante todos los pueblos. No hay fronteras para la salvación. La dimensión universal es bien clara. No sólo en cuanto destino, deseo o posibilidad, sino como realidad presente. La salvación es posible para todos, y todos pueden entenderla, cada uno con sus propias características, en su propia "lengua".

En el salmo (Sal  103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34), El salmo 103 ( 104 de la numeración hebrea) es, quizá, uno de los salmos más antiguos que contiene el libro de los salmos y uno de los más estudiados por los comentaristas del presente siglo. El salmo canta la grandeza de Dios en las obras maravillosas de la creación.
Es un himno celebrativo que brota de un corazón ardiente de fe que sabe reconocer la presencia del creador en la naturaleza y su providencia en la asistencia que presta a las diferentes criaturas.
Hay otros salmos que comparten con éste la labor de alabar al creador a partir de sus obras: 8, 18 (v.2-7), 28 y 148. Pero este salmo, a diferencia de los demás, hace una presentación amplia y sistemática de las maravillas de la creación, lo que motiva que algún comentarista lo haya situado al lado de Gn 1 y Gn 2, como una tercera relación de la obra creadora de Dios.
Respecto a los orígenes de este salmo, se ha estudiado largamente la posible relación de dependencia entre El himno de Atón del faraón Amenofi IV, hallado en la pared de la tumba de un funcionario real de Tell El-Amarna, en Egipto. No parece que haya habido una dependencia literaria directa, como si el autor del Salmo 103 haya tenido el texto ante sus ojos y haya hecho una simple adaptación yahvista; más bien se acepta un cierto influjo indirecto.
Amenofis IV, llamado también Ankenatón, fue un faraón del siglo XIV a.C. que trasladó la capital egipcia de Tebas en el centro del país a un lugar llamado actualmente El-Amarna, como signo de la nueva religión que quería implantar: el abandono del politeísmo y la creencia en un único Dios, creador del universo, que tenía su representación visible en el disco solar (atón en egipcio). El faraón, casado con la famosa Nefertiti, compuso un largo himno de alabanza al papel creador y benéfico de Atón.
El himno es una glorificación de las obras del Dios-sol en el que destaca su carácter exclusivo, su acción creadora y providencial es universal: crea y diversifica las razas y las lenguas, da vida a todos los países con su luz y con el agua del Nilo y de las lluvias de las montañas. El faraón es el hijo de la divinidad. Dios es trascendente, a pesar de que está presente en toda la creación, no obstante continúa siendo misterioso incluso para sus propios fieles.
Hallamos parecidos entre el himno de Atón y el salmo 103: la mención de los leones y las fieras, el ritmo diario del trabajo humano, el río y las lluvias de los montes, la acción providente de Dios que alimenta a sus criaturas...
En la época de la composición de este himno, había una rica relación diplomática y cultural entre la capital egipcia en El-Amarna y las poblaciones cananeas, como lo evidencia la rica correspondencia conservada en el archivo real. Es, por tanto, verosímil, pensar que el himno pasó del valle del Nilo a Canaán y allí, en el transcurso de los siglos, acabó formando parte de la cultura popular que asimilaron los israelitas.
Años más tarde, un fiel yahvista, quiso componer un himno de alabanza a Dios por la creación, y tomó frases literarias de otras composiciones anteriores, herederas lejanas del himno egipcio.
Podemos dividir esta pieza hímnica en tres partes: v. 1-4 forman la introducción; v.5-30 son el cuerpo del salmo; v.31-35 son la parte final.
Así comenta San Agustín estos versículos: " [v.1]. Luego digamos rodos: Bendice, alma mía, al Señor. Hablemos todos a nuestra alma, porque el alma de todos nosotros, por nuestra única fe, es una sola, y todos nosotros, los que creemos en Cristo, por la unidad de su Cuerpo, somos un solo hombre. Bendiga nuestra alma al Señor por tantos beneficios suyos, por tantas y tan grandes dádivas de su gracia. Estos dones los encontramos en este salmo si ponemos atención, y si, con espíritu valeroso, desechamos, en lo posible, las tinieblas del pensamiento carnal, y el ojo puro de nuestro corazón, y no nos lo impida la vida presente, con sus deseos y ocupaciones, y no nos ciegue la codicia del siglo. Hemos, pues, de oír sus muchos, alegres, llenos de gozo, hermosos y apetecibles dones suyos, que ya veía en espíritu el que compuso este salmo, y con el gozo de su contemplación, lo eructaba, diciendo: Bendice, alma mía, al Señor."
....
3. La tierra está llena de tus criaturas. ¿De qué criaturas tuyas está llena la tierra? De toda clase de árboles y de huertos de frutas, de toda clase de animales y de bestias; y también de toda la multitud del mismo género humano, está llena la tierra de las criaturas de Dios. Lo vemos, lo sabemos, lo leemos, lo reconocemos, lo alabamos, y entre ellos predicamos; y no llegamos a ensalzar tanto como nuestro corazón rebosa ante la presencia de esta gozosa contemplación. Pero de modo especial debemos poner la mirada en aquella criatura de la que dice el Apóstol: Si uno está en Cristo, es una criatura nueva; lo viejo ha pasado; ya veis que todo se ha hecho nuevo7. ¿Qué cosas viejas han pasado? En los gentiles toda la idolatría, y en los mismos judíos toda aquella servidumbre de la ley, todos aquellos sacrificios que prefiguraban el actual sacrificio. La vejez del hombre había llegado al máximo de su apogeo, y vino el que había de renovar su obra, vino el que había de refundir su plata y acuñar de nuevo su efigie, y vemos que la tierra está llena de cristianos que creen en Dios; y que apartándose de sus anteriores inmundicias e idolatrías, desde su antigua esperanza, se pasan ahora a la esperanza del nuevo mundo; y esto sabéis que todavía no es en la realidad, sino que se posee ya en esperanza, y por esta esperanza, precisamente, es por lo que cantamos y decimos: La tierra está llena de tus criaturas. Y no es en la patria donde cantamos esto, no es todavía en el lugar de reposo que se nos promete, no se han todavía reforzado los cerrojos de las puertas de la Jerusalén celeste8; sino que permaneciendo todavía en peregrinación, contemplando todo este mundo, y al ver correr de todas partes a los hombres hacia la fe, temiendo el infierno, despreciando la muerte, amando la vida eterna, y mirando con indiferencia la presente; con un tal espectáculo, rebosantes de alegría, decimos: Está llena la tierra de tus criaturas.
....
[v.30]. Mira también lo que sigue: Enviarás tu espíritu, y serán creados. Quitarás su espíritu, y enviarás el tuyo: Les quitarás su espíritu, ya no tendrán su espíritu. ¿Han quedado, pues, desamparados? Bienaventurados los pobres de espíritu; no han sido, no, abandonados, porque de ellos es el reino de los cielos38. No han querido tener su propio espíritu; y tendrán el espíritu de Dios. Esto es lo que dijo a los futuros mártires: Cuando os arresten y os lleven presos, no os preocupéis de lo que vais a decir, ni de cómo lo diréis, porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros39. No os atribuyáis la fortaleza. Si es la vuestra, dice, y no es la mía, entonces es terquedad, no fortaleza. Les quitarás su espíritu, y desfallecerán, y volverán de nuevo a ser su polvo; enviarás tu espíritu, y serán creados. Somos, en realidad, hechura suya —dijo el Apóstol—, creados para hacer el bien40. De su espíritu hemos recibido la gracia para vivir en la justicia, porque es él quien justifica al impío41. Les quitarás su espíritu, y desfallecerán; envías tu espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra, es decir, con nuevos hombres que confiesen haber sido justificados, y que no son justos por sí mismos, para que la gracia de Dios resida en ellos. Mira cómo han de ser aquéllos por los que se ha renovado la faz de la tierra. Dice Pablo: He trabajado más que todos ellos. ¿Qué dices, Pablo? Mira a ver si has sido tú, o ha sido tu espíritu. No he sido yo —añade—, sino la gracia de Dios conmigo42.
15. [v.31]. ¿Qué hacer, entonces? Puesto que, al retirar el Señor nuestro espíritu, volveremos a ser nuestro polvo, quizá podamos mirar con provecho nuestra debilidad, para recibir su espíritu, y así seamos creados de nuevo. Fíjate en lo que sigue: Sea la gloria del Señor para siempre. No la tuya, ni la mía, no la de éste, o la de aquél otro; sea la gloria del Señor, no por un tiempo, sino eternamente. El Señor se gozará en sus obras. No en las tuyas, como tuyas; ya que tus obras, si son malas, es por tu maldad; y si buenas, es por la gracia de Dios. Se gozará el Señor en sus obras.
....
[v.34]. Que le sean agradables mis palabras; y yo me regocijaré en el Señor. Que le sean agradables mis palabras. ¿Cuáles han de ser las palabras del hombre ante Dios, sino la confesión de los pecados? Confiesa a Dios lo que eres, y habrás hablado con él. Habla con él, practica las buenas obras, y habla. Lavaos, purificaos —dice Isaías—, apartad de la mirada de mis ojos la maldad de vuestras almas, dejad de obrar inicuamente, aprended a obrar el bien, haced justicia al huérfano, defended a la viuda, y luego venid y hablaremos, dice el Señor46. ¿Qué es hablar con Dios? Mostrarte a él que te conoce, para que se muestre él a ti, que lo desconoces. Que le sean agradables mis palabras. Mira lo que le agrada al Señor cuando le hablas: el sacrificio de tu humildad, la contrición de tu corazón, la ofrenda de tu vida como un holocausto; esto le agrada al Señor. Y a ti, ¿qué te es agradable? Y yo me regocijaré en el Señor. Ésta es la conversación recíproca que ya he citado: muéstrate a él que te conoce, y él se muestra a ti que lo desconoces. Lo mismo que a él le es agradable tu confesión, a ti se te hace agradable su gracia. Él se te ha mostrado. ¿Cómo ha sido? Por la Palabra. ¿Qué Palabra? Cristo. Al hablarte a ti, se manifestó a sí mismo. Al enviarte a Cristo, te ha hablado de sí mismo. Oigamos ya claramente a la misma Palabra: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre47. Y yo me regocijaré en el Señor." (San Agustín. Comentario al salmo 103.
https://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/esposizione_salmo_128_testo.htm).

En la segunda lectura Primera carta a los corintios  (1 Cor.  12, 3b-7. 12-13), En todo el capítulo 12 de esta carta Pablo expone la acción del Espíritu en la comunidad y en el individuo cristiano. La primera cosa es la confesión (v.3b). Decir que Jesús es Señor no es algo simplemente doctrinal, aprendido, una observación cualquiera, sino reconocer el señorío de Cristo de forma total, o lo que es lo mismo, confesarlo y creer en El. Lo cual no se hace por propias fuerzas, sino porque el Espíritu permite hacerlo.
La comunidad de Corinto pasa por la tentación del sincretismo: el mundo pagano pretende obtener un "conocimiento" de Dios por medio de trances y de fenómenos extáticos. Pero, como hemos visto en la lectura anterior (Act 2, 1-11), las comunidades cristianas gozan también de ciertos carismas. De ahí el peligro de confundir el conocimiento de Dios por la fe con los signos que lo acompañan.
Este conflicto sobre las manifestaciones más espectaculares de la experiencia de la fe: tenían demasiado éxito el "hablar en lenguas" y los éxtasis, y había demasiada admiración por los fenómenos espectaculares que se daban en las religiones paganas. Y Pablo quiere subrayar qué es lo más importante y dónde se nota si determinadas manifestaciones externas son realmente cristianas.
En este contexto, hoy leemos tres principios básicos de vida y de discernimiento cristianos, que colocan al Espíritu como fundamento al que todo debe referirse. En primer lugar, el punto de verificación de toda realidad cristiana es que conduzca a afirmar y reafirmar la fe: el que afirma y vive la fe, quiere decir que tiene el Espíritu con él.
En los vv. 1-3, Pablo define el criterio para distinguir los verdaderos carismas de los falsos: la fe del beneficiario, puesto que un carisma auténtico deberá contribuir siempre a reforzar la profesión de fe en el Señor Jesucristo (v.3).
Todo lo que hagan los cristianos, sea al nivel que sea (el texto traduce esta diversidad en "dones", "ministerios" y "funciones") proviene de Dios que da, y lo da para el bien común: el Espíritu presente en la comunidad hace que la comunidad genere todo lo que le es necesario; y malo cuando uno tiene un don de estos para sí mismo y no para la comunidad.
Así el segundo criterio de juicio se verifica en la colaboración de los carismas más diversos al único designio de Dios (vv. 4-6). El politeísmo pagano ostentaba carismas muy variados concedidos por dioses diferentes. En la Iglesia, por el contrario, todo se unifica en la vida trinitaria, ya se trate de gracias particulares, de funciones comunitarias o de prodigios maravillosos.
Puesto que un único Dios es la fuente de los carismas, no puede haber oposición entre ellos, del mismo modo que no puede haber competencia entre los beneficiarios. Si existe alguna oposición entre ellos, quiere decir que no provienen del Dios trinitario.
El tercer criterio para discernir los carismas: su mayor o menor capacidad de servir al bien común (v. 7) y a la unidad del cuerpo (vv. 12-13). Los carismas se distribuyen con vistas al bien común: todo cuanto aprovecha sólo a una persona, o no tiene repercusión en la asamblea, habrá que excluirlo de la comunidad, como, por ejemplo, las escenas de éxtasis o embriaguez. Los carismas, además, deben servir para el crecimiento y la vitalidad del cuerpo. Del mismo modo que este aúna a los miembros más diversos, la Iglesia aúna todas las funciones que en ella se realizan, en la unidad del Espíritu que la anima (versículos 12-13).
Así el autor destaca la complementariedad, pero una complementariedad que no es más que la realización diversificada de lo que Jesucristo es, y del cual formamos parte por el don del Espíritu recibido en el bautismo.

Previo al evangelio leemos la Secuencia de Pentecostés.
Esta oración es una de las oraciones más bellas y más devotamente rezadas por todos los cristianos a la largo de los siglos. Rezada con devoción y amor, esta oración nos da paz interior, consuelo y descanso en nuestro siempre difícil caminar por este mundo. Cuando el Espíritu Santo se hace nuestro huésped interior y se apodera de nuestra alma, nos ilumina, nos vivifica y nos fortalece. Sí, como decimos cuando rezamos esta bellísima oración, El Espíritu Santo nos fortalece cuando estamos débiles, nos llena interiormente cuando nos sentimos pobres y vacíos, nos da luz y calor cuando estamos apagados y fríos, nos orienta y sana nuestro corazón desorientado y enfermo, sucio o indómito. Por naturaleza somos egoístas, débiles y tornadizos; si nos dejamos arrastrar por nuestros instintos más primarios, caemos fácilmente en actitudes y comportamientos que son más animales que espirituales. Necesitamos la fuerza del Espíritu, la gracia y el calor de lo alto, para sobreponernos a las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Tenemos que pedir hoy con fervor que el Espíritu Santo se haga dulce huésped de nuestra alma, brisa en las horas de fuego, gozo que enjugue las lágrimas, don en sus dones espléndido. Que sea agua viva que riegue nuestro corazón árido y seco, aliento que vivifique y dé vida a nuestra alma, padre amoroso que, con su amor, guíe y llene nuestro corazón que está siempre inquieto e insatisfecho cuando no descansa en Dios.

El evangelio de hoy es de San Juan (Jn  20, 19-23). El evangelio de hoy fue leído ya el domingo segundo de Pascua, dentro del contexto más amplio del episodio de Tomás. El fragmento de hoy está centrado en el Espíritu como don pascual de Cristo resucitado. La escena se desarrolla, efectivamente, "al anochecer de aquel día", "el primero de la semana" (cf. 20. 1) que, paralelamente al primer día del Génesis, supone el inicio de la nueva creación y de la nueva alianza. Jesús exhala su aliento sobre el grupo de los discípulos y les da su Espíritu del mismo modo que Dios infundió su aliento sobre el primer hombre para darle la vida (cf. Gn 2. 7).
En San  Juan, Pascua y Pentecostés se unen. El mismo día en que Jesús resucita, «el primer día de la semana», infunde sobre sus discípulos el Espíritu Santo. Lo hace con un gesto magnífico: exhalando su aliento sobre ellos. Este soplo recuerda, en primer lugar, el primer soplo de Dios sobre el hombre, y lo llenó de espíritu de vida. Jesús comunica a sus discípulos su aliento, su espíritu, el primer día de la primera semana de la nueva era para la nueva humanidad. Estos discípulos revivieron y quedaron transformados, recreados; empezaron a ser hombres nuevos, superando miedos y tristezas.
La opción que los discípulos han hecho por Jesús les ha granjeado la enemistad de los judíos. La expresión miedo a los judíos es de carácter religioso. No significa miedo al pueblo judío (los discípulos eran judíos), sino miedo a la exclusión de la sinagoga, decisión esta que los guardianes de la Ley de Dios habían tomado contra todo el que reconociera a Jesús como Mesías (ver Jn.9,22). Excluidos de la comunidad creyente, los discípulos de Jesús eran un grupo sin puesto y sin paz.
La presencia de Jesús cambia esta situación de los discípulos. Es el Jesús de siempre, al que habían conocido, con el que habían convivido y por el que habían optado. Jesús les devuelve primero la paz de la que carecían por estar excluidos de la sinagoga. En segundo lugar, Jesús les da un puesto y una razón de ser en el mundo convirtiéndolos en enviados suyos, de la misma manera que él lo había sido antes del Padre. Surge así la comunidad creyente, que se llamará Iglesia para distinguirse de la Sinagoga.
Por otra parte, este aliento de Jesús significa que transmite a los discípulos su propio Espíritu, que es algo suyo y que es el regalo de su Pascua. Ahora los discípulos, animados por el Espíritu, continuarán la obra de Jesús y harán presente a Jesús. Es fácil, porque el Espíritu es el mismo.
El Espíritu Santo es el aliento de Jesús. Lo que respira la Iglesia es el Espíritu de Jesús. Lo que nosotros oramos en el Espíritu es la oración de Jesús. Toda nuestra vida íntima es la vida de Jesús, que el Espíritu nos comunica.
El mismo día de Pascua, el Señor resucitado, rebosante de Espíritu, exhaló su aliento sobre sus discípulos. Un gesto vitalista que recuerda el de la creación. Cristo quiso recrear a sus discípulos desanimados, sin «espíritu de vida»; por eso, sopló sobre ellos el Espíritu vivificador. El Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, resucitaría también a sus discípulos medio muertos.
Y aquellos hombres se llenaron de vida nueva. Fue el primer día de la semana cuando Dios se puso a crear. Este sería el primer día de la nueva creación. Empezaba así la era del Espíritu.
La nueva comunidad se caracteriza por el Espíritu de Jesús y del Padre. En razón de este Espíritu la nueva comunidad encarna la oferta de gracia de Dios a los hombres. Las últimas palabras del texto se pueden parafrasear de la siguiente manera: Vosotros sois a partir de ahora los responsables de la oferta de mi Padre a todos los hombres. De vosotros depende ahora esta oferta.
Los destinatarios de estas palabras no son sólo los doce como a veces se piensa, sino la totalidad de la comunidad. El trasfondo de este texto no es jerárquico, sino comunitario. El sentido de estas palabra es a su vez mucho más amplio y rico que la práctica del actual sacramento de la Penitencia.

Para nuestra vida
Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés.
En sus orígenes, Pentecostés  fue fiesta de la cosecha, de la plenitud y la abundancia.
Muy pronto la fecha se fijó a los cincuenta días de la Pascua, uniéndola al acontecimiento liberador del Éxodo: el Sinaí y la Antigua Alianza.
Cuando en el Nuevo Testamento se pone en marcha el pueblo de la Nueva Alianza, se escogerá, también, la fiesta de Pentecostés.
Cristo sube al cielo y baja el Espíritu Santo; Moisés sube al Sinaí y baja con las tablas de la Ley.
En el Sinaí, la presencia de Dios se manifiesta por medio de las fuerzas de la naturaleza (truenos, relámpagos, densa nube, fuego, temblor de tierra...), en el Pentecostés de la Nueva Alianza, , en el que el Espíritu de Dios también desciende, igualmente hay unas manifestaciones de fuerza de la naturaleza: ruido del cielo, viento recio, lenguas de fuego.
Pentecostés se presenta a los primeros cristianos como la inauguración de la Nueva Alianza y la proclamación de una Ley que ya no está grabada en piedra sino en el corazón.
Llegado el plan de Dios a su plenitud, lo que el pecado había roto en Babel, dividiendo las lenguas, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles, aunque hablen lenguas diversas.
El Espíritu da a su Iglesia el don de las lenguas para que todos los hombres de todos los tiempos, lenguas y culturas puedan escuchar las "maravillas de Dios". 

En la primera lectura, se nos narra la venida del Espíritu Santo en la fiesta judía de Pentecostés. Se nos dice que estaban  todos, es decir el conjunto de los discípulos, todos los que se proclamaban seguidores de Jesús. Por tanto, los dones del Espíritu lo reciben todos los cristianos, no sólo los que han recibido el orden ministerial.
Es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo.
¿No nos dijo Jesús el domingo pasado que bajáramos al valle y no nos quedásemos plantados mirando al cielo? También los discípulos estaban dentro con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. Comparten miedos, ilusiones y el recuerdo de Jesús. El Espíritu se presentó como un vendaval y unas llamas de fuego. El viento y el fuego purifican y transforman. Y entonces..., salieron a predicar, sin miedo, sin utilizar la fuerza, sostenidos en su debilidad por el Espíritu. Cuando la Iglesia se encierra en sí misma por miedo a contaminarse con el mundo, cuando la imagen que da es la de una fortaleza firme, no convence. Se convierte en piedra de escándalo para muchos.
El Espíritu actúa en todo, aunque cada uno reciba un don y una función. A cada carisma o don corresponde un ministerio o servicio. Pero todos somos miembros del cuerpo de Cristo y hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. ¿Reconoces en ti el carisma que has recibido?, ¡sabes cuál es tu misión dentro de la Iglesia! En este momento de la historia más que nunca hay que reconocer la importancia de los ministerios laicales. La Iglesia debe tener una estructura circular y no piramidal.

En el salmo de hoy reconocemos y pedimos la actuación de Dios.  Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. Bendecimos y damos gracias a Dios por el gran don de la creación, por su grandeza.
"Bendice alma mía al Señor ¡Dios mío, qué grande eres!"
Para el que quiera ver, toda la creación habla de la existencia de Dios, sobretodo la creación del hombre, con la capacidad de desarrollar la obra creadora divina.
"Cuántas son tus obras, Señor, la tierra está llena de tus criaturas"
Pero si todo se mantiene es por su aliento de vida; si falta el aliento, falta la vida; sin el creador, sin Dios, no hay aliento, no hay vida, todo aboca a la muerte.
"Le retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo"
El aliento de Dios, su Espíritu, es vida y llena todo de vida ("Señor y dador de Vida"); es el alma de la creación.
"envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra"
La vida de todos los seres, especialmente el hombre, con sus capacidades y sus obras, deben ser un constante canto de acción de gracias y alabanza al creador.
" Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras"
El autor del salmo 103 nos da una lección de mirada creyente y contemplativa sobre el universo. Es cierto que los conocimientos científicos actuales sobrepasan y convierten en ingenua la mentalidad primitiva con que se expresa el autor; sus convicciones de fondo, no obstante, son para nosotros un modelo de fe contemplativa.
Con la contemplación, la naturaleza queda transformada, el mal casi desaparece, el esfuerzo agotador del trabajo humano queda eclipsado por una labor al servicio del plan divino. Detrás de todo lo que existe aparece la mano de Dios que sostiene el océano, da alimento a los ganados, infunde su aliento sobre los animales. Dios es el artífice de todo lo creado, el hombre participa de ello desde la contemplación creyente.

En la segunda lectura, se nos recuerda algo que el catecismo expresa en su numero 683 "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia.
Si Cristo es la Cabeza y los cristianos son el Cuerpo, el Espíritu Santo es el alma, la vida de la Iglesia.
Por la acción del Espíritu Santo es posible la fe, la proclamación de que Jesús es el Señor.
Y el Espíritu Santo distribuye sus dones a los miembros del Cuerpo para que éstos estén sanos y fuertes, para que cada uno cumpla con su función. Sólo así el Cuerpo llevará a cabo su tarea.
Todos los miembros son necesarios, y todos dependen de todos. La diversidad de miembros, de dones y funciones, nos habla de la generosidad del Espíritu.
Esta riqueza pluriforme no puede producir distinciones, antagonismos, creernos poseedores absolutos de la verdad; pues todo don es para la edificación de la Iglesia y para el bien común. Cuando en el ejercicio de un ministerio o una función, no crece el Cuerpo entero, no hay don ni carisma del Espíritu.
Al construir el Cuerpo Místico, la Eucaristía reúne a las mentalidades y carismas más diversos, pero deseosos de colaborar en el amor y la unidad.
La ruptura y la desunión son pecados contra el Espíritu.

Esplendida la secuencia de hoy previa al evangelio. Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Yo creo que deberíamos rezar todos los días esta bella Secuencia de este día de Pentecostés. Sí, debemos pedirle todos los días al Espíritu divino que nos conquiste y nos posea, porque es la única manera que tenemos de vivir como auténticos hombres nuevos, dirigidos por la gracia de Dios.

En el evangelio de hoy , se nos narra como el resucitado se hace presente entre los suyos. Todavía dudosos, Jesús les saluda con la paz y les enseña las manos y el costado.
La alegría expresa que se va fortaleciendo su fe en el resucitado. No hay nada nuevo, se va cumpliendo todo lo que Jesús les había dicho. Ya es hora de comenzar la tarea, la misión; la misma que el Padre le encomendó a él.
 Con todo, necesitan de su empuje; ellos solos no pueden llegar muy lejos.
Se lo había repetido varias veces aquella noche que precedió a la pasión, después de la Cena. No los dejaría ni solos ni huérfanos, les enviaría el Espíritu; Él les acompañaría, les daría fuerzas, les llevaría al conocimiento de la verdad plena.
Y exhaló su aliento sobre ellos y cobraron nueva vida, como en la creación, por el aliento de Dios, cobró vida la figurita de barro.
Una nueva vida que debe llegar a todos los hombres de todos los tiempos y lugares.
En Pentecostés lo decisivo es abrir el corazón. El mayor pecado según la tradición bíblica es vivir con un corazón cerrado y endurecido, un corazón de piedra y no de carne. Quien vive cerrado en sí mismo no puede acoger al Espíritu, que es amor.
Por eso lo decisivo es abrir el corazón:
- Abrir el corazón a la compasión y a la ternura.
- Abrir el corazón a la admiración y a la acción de gracias.
- Abrir el corazón con generosidad y bondad.
- Abrir el corazón a Dios y dejar que él sea dios en nuestra vida.
Necesitamos un corazón nuevo. Y saber mirar a través de él. Y tenerlo transparente. Así, en nuestro rostro y en nuestra sonrisa, nuestros hermanos sabrán que Dios está entre nosotros amando intensamente y que su mayor deseo es que seamos felices viviendo en comunión.
Que ésta sea hoy nuestra primera oración al Espíritu: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y transformado, un corazón compasivo como el de Jesús».
La tradición cristiana considera que la Iglesia nació el día de Pentecostés, porque ese día fue cuando los discípulos de Jesús comenzaron a predicar con fuerza y sin miedo el evangelio que les había predicado el Maestro. Hasta ese día, después de la muerte de Cristo, los discípulos se habían mantenido acobardados, encerrados en una casa, con las puertas y el alma bien cerradas por miedo a los judíos. Fue a partir del día de Pentecostés cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo como motor de sus vidas, que les impulsó a predicar, primero a los judíos y después a los gentiles, el evangelio del Reino, tal como lo habían escuchado de boca del mismo Jesús. Predicaron el evangelio de Jesús con el alma llena de alegría, derramando la paz del Espíritu que habían recibido, y con el alma llena de perdón. Así tenemos que hacer los cristianos de hoy; que se nos note la alegría del Espíritu, la paz de Dios y la capacidad de personar siempre con espíritu cristiano. Es decir, que seamos cristianos valientes, alegres, pacíficos y perdonadores.



Pentecostés va íntimamente unida a la fe, que  es un don singular del Espíritu que nos hace reconocer en Jesús al Señor. La segunda lectura de hoy ha dicho una cosa que nos puede sorprender: "Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu". Claro que materialmente cualquiera puede decir: "Jesús es Señor", pero debemos entenderlo como una profesión de convencimiento y como una profesión que nos lleve a adorar sólo a Jesús y no estar queriendo hacer adulterios en nuestro corazón, reconociendo a Jesús como Señor, pero en cambio viviendo de otros ídolos: el dinero, el aparentar, los materialismos de la tierra. Por eso, “Jesús es Señor” sólo lo puede decir el que tiene fe. Nadie puede decir "Jesús es el único Dios", "Jesús es el Señor" si no ha sido envuelto en el ropaje de la fe que nos da el Espíritu Santo.
Aunque muchas veces olvidado, el Espíritu Santo es el que está animando y alimentando, calladamente, nuestra vida cristiana.
Es el Espíritu Santo el que nos ilumina, el que nos enseña, el que guía a la Iglesia, a sus pastores, a sus miembros para que seamos fieles a Jesucristo a lo largo de la historia.
Es Espíritu Santo nos hace testigos, seguidores de Jesucristo; el Espíritu Santo es el motor, el alma de nuestra vida cristiana.
Si dejamos que actúe en nosotros, es viento recio que sacude nuestra comodidad y nuestra apatía, que remueve una fe instalada en la rutina, que empuja a dar la cara, a anunciar las maravillas de Dios, lo que ha hecho por nosotros, en medio de la gente.
Si dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, es fuego que purifica nuestra vida cristiana, que le quita impurezas y adherencias, que la hace más limpia y transparente. Y es que son esas impurezas y adherencias las que impiden que los demás vean en nosotros el rostro de Cristo, en nuestras palabras, las palabras de Cristo, en nuestros comportamientos los comportamientos de Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien. Tal vez muchos de los que rechazan y persiguen a la Iglesia y a los cristianos es porque no ven en nosotros a Jesucristo.
El Espíritu Santo es comunión en la diversidad; porque las lenguas son muchas y las formas de expresar la fe, también; y porque el Espíritu Santo es uno, la diversidad no nos rompe, sino que nos enriquece. Cuando andamos rotos, divididos, peleándonos, creyéndonos poseedores únicos de la verdad cristiana, es que tenemos encerrado al Espíritu Santo y no le dejamos actuar. Seguimos construyendo la torre de Babel en la confusión de lenguas.
Y cuando tenemos encerrado al Espíritu Santo y no le dejamos actuar, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y sus miembros estamos muertos, pues el Espíritu Santo es alma y vida de este cuerpo, él es "Señor y dador de vida".
Y el Espíritu Santo es aliento de una nueva vida, de una nueva creación, del mundo nuevo que hay que construir; y para comenzar de nuevo, el poder de perdonar los pecados.
Hoy, de una manera especial, necesitamos redescubrir la presencia del Espíritu Santo en nosotros, liberarle, para que nos llene de su fuerza y de su vida en estos tiempos difíciles para fe, en los que los que nos gobiernan quieren borrarla de la sociedad.
Si nos quedamos en denuncias, en críticas, en lamentos, pero nuestra vida cristiana no se revitaliza, el Espíritu Santo sigue encerrado.
El Espíritu Santo nos hace testigos de Jesucristo. Y en esta hora histórica, personal e irrepetible que nos toca vivir, se necesita que los cristianos seamos , con nuestras palabras y nuestros comportamientos, testigos de Jesucristo.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario