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lunes, 26 de marzo de 2018

Comentarios a las lecturas del Domingo de Ramos 25 de marzo de 2018

La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes). En este ciclo B  escuchamos  la Pasión según San Marcos que nos ofrece el testimonio claro de la voluntad salvadora universal de Dios y de su amor representado en el sacrificio y posterior victoria de Cristo Jesús.
Esta lectura en conjunto emociona y deja nuestro espíritu perfectamente preparado para vivir la Semana Santa de la que el Domingo de Ramos es pórtico.
Es difícil no sobrecogerse con el relato de Marcos de la Pasión. Concreto, directo, certero y muy claro. No es posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese drama de Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y aún resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese sufrimiento en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz, Jesús es amor. Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más felices.
Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía. Lo que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de Jesús. El rito comienza con la bendición de los ramos, que deben ser lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso y el pueblo pueda percibirlo sin dificultad.

Hoy la primera lectura,  antes de la bendición de los ramos e inicio de la Eucaristía (Marcos, 11, 1-10)  nos sitúa en el camino que sube desde el Cedrón hasta la puerta de Bethesda .
La cercanía de Jerusalén determina el encargo de Jesús a dos de sus discípulos de traerle un asno que encontrarán dispuesto al respecto. El autor destaca con fuerza la soberanía de Jesús: es él quien en realidad lo dispone todo. Y todo, en efecto, tiene el desarrollo por él previsto. Jesús es el Señor.
Jesús, envía a sus discípulos, y de antemano les anuncia las cosas más mínimas que van a encontrar. "Encontraréis un borrico atado, que nadie... Y si alguno os pregunta..., contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron... Algunos... se preguntaron...; y se lo permitieron".
Para nuestro autor, Jesús es más que un profeta. "El Señor", dicen los discípulos refiriéndose a él, lo cual invita a descubrir una dignidad supereminente.
El selecciona, prevé. Y todo acontece puntualmente. Los dos discípulos traen el asno prefijado y en el que nadie, antes, ha montado. El asno cumple así la condición necesaria para poder ser utilizado en el ámbito religioso y cultual. Las acciones siguientes adquieren el carácter festivo de una entronización; engalanamiento de la cabalgadura y del suelo, gritos de saludo y de aclamación. La duración y el recorrido no han interesado al autor. Sólo el hecho es lo importante.
Unos cuantos versículos más arriba, se ensalzó ya a Jesús como "Hijo de David". Ahora se le aclama como aquél por quien "llega el reino de nuestro padre David", es decir, por quien se cumplen las promesas hechas a David, de un sucesor privilegiado, rey de un reino venidero. Jesús, descendiente de David, realiza por lo tanto las promesas hechas a su antepasado.
Jesús "viene en nombre del Señor". Con él se realiza la salvación. Que se realice efectivamente esta salvación, dada desde ahora en prenda con su presencia, suplican los numerosos testigos. "Hosanna, da la salvación", gritan.
Se ha advertido que el verbo "venir" tiene por sujeto al reino (v. 10) y a Jesús (v. 9). Este notable paralelismo manifiesta que el reino está presente, "viene" en el preciso momento en que Jesús está allí, adonde él mismo "viene".

La primera lectura (Isaías, 50, 4-7). Iniciamos la Semana Santa con la lectura del tercer canto del Siervo. Aparece más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Mañana tras mañana le espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.
La unidad de este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios.
- Como el profeta, el siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).
El está convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que proclama de parte del Señor no es de denuncia profética sino de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica; los profetas pre-exilicos anunciaron el castigo a unos hombres sin conciencia que se enriquecieron a costa de los pobres, pero la situación actual del pueblo es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente (40, 27). Al abatido es necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a; cfr. 40, 28 ss).
- A la vocación e invitación el siervo responde con prontitud (por contraposición a Moisés y Jeremías que se rebelan: Ex. 3; Jr. 1..., la vocación no conlleva la pérdida de la propia personalidad). Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6; en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss).
Los ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con fría calma (v. 6) y es tan testarudo en hacer el bien como los malvados en su maldad; está convencido de que su vida no es un camino de rosas, pero sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.
- El que "dice al abatido una palabra de consuelo" es un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan. Esta fue la suerte que corrió el siervo y también Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre (Jn. 8, 28.40), dio respiro, esperanza... a los agobiados y maltrechos (Mt. 11, 28)... y acabó recibiendo ultrajes: le mesaron la barba, le flagelaron... Y Jesús afrontó, sin vengarse, su pasión entregando sus espaldas a los que le apaleaban (Mc. 15, 19). También él es sabedor de que su Padre le hará justicia (Jn. 8, 29. 50).

  El salmo responsorial Salmo 21 (Sal 21 , 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24) describe el drama del Siervo de Yavé y el drama de la Pasión de Jesús.
Este salmo tiene, en el Antiguo Testamento, un paralelo impresionante, también muy  conocido del pueblo cristiano: el canto del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías  (52,13—53,12). Son dos textos muy afines. 
El texto de Isaías es más bien una profecía mesiánica sobre lo que sufriría el Siervo de  Yahvé para la redención de los hombres. El profeta contempla al Mesías en su aspecto  doliente y redentor. El salmo 21, aun siendo también una profecía mesiánica, expresa la  realidad de un hombre justo, el salmista, que ha vivido en carne propia las amargas  experiencias que describe. 
Leemos en Isaías: "No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que  pudiéramos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y conocedor de  todos los quebrantos, como uno ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, no le  tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros  dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. El  ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas" (/Is/53/02-05).  El salmo 21 se expresa en primera persona. Es el mismo hombre que sufre el que  describe su dolor. Su descripción es algo vivencial, que sufre en carne viva. Algo existencial  que afecta a todo su ser. 
Y lo primero que manifiesta es el sentimiento de ser abandonado de Dios. El silencio de  Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración  no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes". 
El salmista se siente desamparado, como olvidado de Dios. Y esto le hunde en un  abismo de tristeza y de angustia, pero también de esperanza. en esta situación dolorosa y angustiosa, el salmista no ha perdido la confianza  en Dios. El Dios en el que él siempre había creído y en el que siempre había esperado,  continúa siendo el Dios de su vida. A pesar de las tinieblas, espera la luz; a pesar de que  todo parece perdido, él confía en Dios. : 
" Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme ". 
Experimenta la lejanía de Dios, el trauma de la separación de aquel Dios que tanto había  amado, el desengaño de no ser escuchado por aquél que siempre lo había socorrido, como  antes había ayudado a su pueblo. ¿Por qué él será distinto? ¿Por qué Dios no le atiende? 
Juntamente con la angustia del corazón viene la aflicción moral, la humillación  psicológica, los desprecios y las burlas de sus enemigos que le zahieren cínicamente con  sarcasmos. El se considera tan humillado, se siente tan hundido que se tiene como un  gusano despreciable, como nada. 
Y por si fuera poco, el mal físico. Un mal intenso y extendido por todo su cuerpo  consumido por la fiebre, abrasado de sed, con los huesos descoyuntados; se siente como  ajusticiado, con las manos y los pies ligados (o taladrados). En una palabra, se siente  perdido, anonadado. Se ve en las puertas de la muerte. El realismo más expresivo ha  llenado esta descripción, fiel reflejo de un dolor total, abrumador.  Así sufría el salmista. Así sufrió el Siervo de Yahvé, el Mesías. 

La segunda lectura es de la carta a los Filipenses (Fil  2, 6-11) Himno a la Kenosis y la glorificación del Señor de origen probablemente pre paulino; tres estrofas -que a veces se reducen a dos- lo componen:
-Versículos 6 y 7a: dos menciones de Dios: contraposición entre la condición de Dios y la condición de esclavo, y el tema "se anonadó a Sí mismo".
La preexistencia de Cristo. Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.
-Versículos 7bc y 8: dos menciones del hombre, y el tema "se rebajó a Sí mismo". El vaciamiento, se trata de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.
-Versículos 9-11: contraposición entre esclavo y Señor, entre obediente y exaltado. A la exaltación y a la asignación del nombre corresponden, en el v. 9 como en los vv. 10-11, la genuflexión y la confesión. Jesús muere, pero muere tal muerte, la de cruz . Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El conjunto del himno se asemeja a los discursos familiares de Pablo sobre la caridad cristiana, que es olvido de sí mismo, a la manera del Señor (2 Cor. 8, 9; Rom. 15, 1-3).

El  evangelio hoy es el relato de la Pasión. (Marcos, 14, 1-15, 47).El texto  es más breve que los relatos paralelos, el Evangelio de la Pasión en San Marcos se limita a la estructura esencial de los acontecimientos. Eso no obstante, está compuesto por diversos elementos: puede distinguirse, en efecto, una fuente no semítica (14, 1-2, 10-11, 17-21, 26-31, 43-46, 53; 15, 1, 3-5, 15a, 21-24, 26, 29-30, 34-37, 39, 42-46) y una fuente de inspiración semítica y de origen probablemente petrino (14, 3-9, 12-16, 22-25, 32-42, 45-52; 15, 2, 6-14, 15b-20, 25, 27-28, 31-33, 38, 40-41). Las preocupaciones doctrinales de estas dos fuentes afloran con mucha frecuencia. La segunda, por ejemplo, refleja la preocupación por subrayar el aislamiento de Cristo y las burlas y los sarcasmos a los que Cristo corresponde con el silencio.
Tiene un carácter netamente descriptivo en el que resalta la simplicidad y concreción de la catequesis primitiva.
Es una narración de una crudeza a veces desconcertante. No fue un interés biográfico, histórico o edificante el que motivó este relato. Sin embargo Marcos aporta gran cantidad de precisiones históricas. Para él la pasión y la muerte de Jesús no son un mito. Han dejado su huella en la historia, en el tiempo y en un lugar real: el joven que sigue a Jesús después del arresto en Getsemaní (14, 51-52); José de Arimatea (15, 43); Pilato que manda comprobar la muerte de Jesús (15, 44-45).
Los hechos se suceden en un estilo descarnado, se acentúa el carácter dramático y se detiene en pormenores que los otros evangelistas o atenúan u omiten. Así en Getsemaní el miedo, la angustia, la triple petición al Padre para que le libere, el abandono en la cruz. La narración de Marcos extrema la emoción y la tensión. Utiliza las palabras que indican el grado extremo de horror y sufrimiento. Pero esto no le es obstáculo para que, al mismo tiempo, Jesús se dirija al Padre con palabras de ternura y confianza incondicionales: Abbá, Padre.
En el relato de Marcos hay una progresiva acentuación de los títulos mesiánicos: Hijo del hombre, Mesías, Rey de los judíos.
Progresión que culmina en la profesión de fe de un pagano, el centurión: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (15, 19).
El evangelio de Marcos se caracteriza por el secreto y el silencio acerca de Jesús Mesías. Pide secreto e impone silencio a los demonios y a los enfermos curados. Este silencio durante la vida, se convierta en la pasión en soledad total. Nadie le acompaña. Todos le abandonan. Pero a medida que llega la muerte, el silencio y la soledad terminan y es proclamado Hijo de Dios y Mesías.
Jesús, ante el sanedrín, se proclama por primera vez Mesías (14, 62) y por ello es condenado a muerte. Al morir se rasga el velo del templo. Es el judaísmo que, a su manera, reconoce la divinidad de Jesús. La tradición sobre el velo que se rasga ve en este hecho la execración del templo.
Esta imagen de Jesús en su pasión que nos ofrece Marcos, quizá esté más cerca de la sensibilidad y gusto del hombre de hoy. El libro de los Hechos y las Cartas presentan la pasión y la resurrección con fórmulas fijas y esquematizadas. De ellas deducen las enseñanzas soteriológicas y parenéticas. En cambio los evangelios presentan los hechos como relatos biográficos variados y complejos aunque en orden a una doctrina.
El relato de la pasión según Marcos tiene una finalidad claramente teológica. Proclama el acontecimiento central de la redención en orden a creer en la divinidad de Cristo. Nos invita a reflexionar sobre los sentimientos y actitudes de los actores del drama. La actitud de Jesús es de obediencia. Se siente como el realizador de las expectativas mesiánicas mediante el sufrimiento y la muerte como siervo de Yavhé. Esta realidad, tan difícil de comprender para los discípulos durante la vida de Jesús, a la luz de la Pascua pierde su oscuridad. La comunidad primitiva ve en ella el elemento central del misterio de la salvación e hizo de ella, junto con la resurrección, el tema central de la predicación. El relato de la pasión y resurrección que hoy figura al final de las narraciones evangélicas, en realidad constituyó la base y el punto de partida de la primera enseñanza apostólica.
La actitud de los fariseos es una actitud de obstinación. A la auto presentación de Jesús, como príncipes de paz, se contrapone la dureza extrema de los sacerdotes y fariseos que no sólo no acogen al enviado sino que traman su muerte.
El juez-Pilato quiere salvar a Jesús desde una actitud política y sin comprometerse. No consigue su propósito. El pueblo pide la muerte de Jesús. Barrabás queda libre porque en su lugar se crucifica a Jesús. Se concede la vida a Barrabás porque Jesús muere en su lugar. Así nosotros somos llamados a la vida por la muerte de Cristo.

Para nuestra vida.
Estamos en los días de pasión, días de recuerdo hondo que han de llenar nuestros corazones de sentimiento  agradecido ante Cristo, Señor nuestro, que calla y sufre, que camina "Sin gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia".
Domingo de Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de humildad y pobreza, el Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada a veces... Ojalá descubramos tras la humanidad de Cristo, su grandeza majestuosa y le aclamemos, más que con palabras, con la vida misma.
Las lecturas nos han situado ante la realidad del Mesías. ¿En este momento de la historia a qué Mesías esperamos nosotros? Nuestro Misias es el que viene en nombre del Señor para invitarnos a una continuada conversión del corazón y purificación de nuestras conductas. El que ha venido para animarnos a trabajar en el Reino que él ya instauró: un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
Este es el Mesías al que nosotros, en este domingo de Ramos, aclamamos con entusiasmo.
  La celebración de hoy nos abre la puerta al Triduo Pascual, pero también espera de nosotros una respuesta  que es la disponibilidad personal para convertirnos en parte activa de la historia que se nos cuenta en estos días. Y la mejor prueba de que, ciertamente, acompañamos a Jesús es que lo estemos haciendo con nuestros hermanos, con los que más sufren y, también, con aquellos que no buscan o no creen en Jesús. Si nosotros se lo mostramos, aún colgado de la cruz, todos comenzarán a recibir una paz profunda en sus corazones: la Paz de Cristo.
Antes de la bendición de lo ramos e inicio de la Eucaristía leemos un texto de San Marcos (Mc, 11, 1-10)  nos sitúa en el camino que sube desde el Cedrón hasta la puerta de Bethesda . presenta un ambiente festivo y un colorido y una animación grande. Los niños daban gritos de júbilo ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras."Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania..." Jesús acompañado por sus discípulos, se acerca a Jerusalén. La emoción que siempre implica el caminar hacia la Ciudad Santa, tenía en esos momentos unos acentos más profundos. Aquella era la última vez que subirían al Templo en compañía del Maestro. En aquella Pascua el verdadero Cordero pascual sería inmolado como expiación suprema y definitiva por los pecados de todos los hombres.
El peligro era cada vez mayor para Jesús y para los suyos. La oposición de las autoridades judías contra ellos se hacía más intensa por momentos. Sin embargo, el Maestro camina decidido y los suyos le siguen dispuestos a lo que sea, confiados en el poder de Jesús, que se prepara a entrar en Jerusalén aclamado y no a escondidas como un reo.
Así se cumplió la profecía de Zacarías. La ciudad entera se conmovió ante aquel Rey que, sereno y majestuoso, avanzaba cabalgando sobre un borrico, al estilo de los antiguos reyes, aclamado con vítores mesiánicos, celebrado con palmas y ramos de olivo.
El camino que sube desde el Cedrón hasta la puerta de Bethesda presentaba un colorido y una animación nunca vista. Los niños daban gritos de júbilo ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras.
En contraste los grandes, los escribas y los fariseos, se remuerden de envidia y de celos. Ellos, los dirigentes de Israel, los que estaban tramando la perdición de Jesús, tienen que contemplar su triunfo, oír los clamores de aquella gente inculta que confiesan sin pudor que aquel era el Hijo de David, el que venía en el nombre del Señor. Di que esos se callen, se atreven a decir. Si esos callaran -responde Jesús- las piedras me aclamarían.
Después en el relato de la Pasión, escucharemos al pueblo que grita muy enfurecido: ¡Crucifícalo! ¿Qué había pasado para que este pueblo que unos días antes había aclamado a Cristo como Mesías, pidiera ahora su crucifixión? El pueblo se había dejado manipular por las autoridades judías que veían en Jesús a un enemigo declarado de sus hipocresías y ambiciones. Cabe también que muchas de estas personas se sintieran defraudadas porque Jesús de Nazaret no les había resuelto, de manera definitiva, los muchos problemas que les acuciaban a ellos cada día. Habían esperado de aquel profeta al que ellos le habían aclamado como Mesías, que les liberara, con la fuerza de Dios, de todos sus males físicos y materiales y de todos los enemigos del pueblo judío. En cambio, Jesús de Nazaret se había limitado a predicar paz, misericordia y conversión. ¡Amar hasta a los enemigos!
En el Domingo de Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de humildad y pobreza, el Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada a veces... Ojalá descubramos tras la humanidad de Cristo, su grandeza majestuosa y le aclamemos, más que con palabras, con la vida misma.
Nosotros, hoy, también aclamamos a Jesús con entusiasmo. Queremos que su camino,  su estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra. Reconocemos -aunque a veces nos  olvidamos demasiado de ello- que su camino, su estilo, su manera de ser y de vivir, es lo  único que vale la pena.
Nosotros, hoy, sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz.  Sabemos que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán bien  recibidas por los poderes de este mundo, y que le condenarán a muerte, a una muerte  terrible. Nosotros, hoy, al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y nuestras  palmas que le agradecemos este amor suyo, que creemos en su camino, que creemos en  él, que queremos seguirle.
Y, con fe, con toda la fe, afirmamos que de su cruz, de su amor fiel hasta la muerte,  nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos: estos días  en que contemplamos la muerte de Jesús terminan con la Pascua, con la fiesta gozosa de  su resurrección. Porque su amor es más fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado. Con mucha fe, y con muchas ganas de seguir su camino, aclamemos, pues, hoy, a  nuestro Señor Jesús.

En la primera lectura se nos sitúa ante el  SIERVO DE YAHVEH.- "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento" (Is 50, 4). "El Señor, Yahveh, me ha abierto el oído, y yo no he resistido, no me he echado atrás". El profeta contempla absorto la figura del siervo paciente de Yahveh. Sus palabras le atraviesan de parte a parte, su figura extraña y grandiosa le emociona profundamente.
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba " (Is 50, 6). El profeta sigue desgranando su largo lamento: "Despreciado, desecho de la humanidad, varón de dolores, avezado al sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y desestimado. Con todo, eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban... Ha sido traspasado por nuestros pecados, deshecho por nuestras iniquidades; el castigo, el precio de nuestra paz, cae sobre él y a causa de sus llagas hemos sido curados".
"Era maltratado y se doblegaba, y no abría su boca; como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca...". Pero esto no es más que el primer paso hacia el triunfo final, es la batalla sangrienta que hará posible la victoria y la paz luminosa del futuro

La segunda lectura nos describe la cruda realidad por la que atravesó Jesús.
"Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos". Cristo posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad trascendente no se interpreta y vive con vistas al poder, a la grandeza y al dominio. Cristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad gloriosa y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia y expresión de supremacía aplastante (cf. v. 6). Al contrario, él «se despojó», se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil condición humana. La forma (morphe) divina se oculta en Cristo bajo la «forma» (morphe) humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite y la muerte (cf. v. 7).
"Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz".
"Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre."
Teodoreto, que fue obispo de Ciro, en Siria, en el siglo V: «La encarnación de nuestro Salvador representa la más elevada realización de la solicitud divina en favor de los hombres. En efecto, ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol ni la luna, ni los astros ni todo el universo visible e invisible, creado por su palabra o más bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Flp 2,6), reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. Hb 1,3), que existía en el principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,1-3), después de tomar la condición de esclavo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado hombre, se le vio en la tierra, se relacionó con los hombres, cargó con nuestras debilidades y tomó sobre sí nuestras enfermedades» (Discursos sobre la divina Providencia, 10: Collana di testi patristici, LXXV, Roma 1998, pp. 250-251).
Teodoreto de Ciro prosigue su reflexión poniendo de relieve precisamente el estrecho vínculo, que se destaca en el himno de la carta a los Filipenses, entre la encarnación de Jesús y la redención de los hombres. «El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra salvación, dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don de la libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido al género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia, sino que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado de justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya vencida, la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer a aquel que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de la tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la libertad originaria» (ib., pp. 251-252). [San Juan Pablo II, Audiencia general Miércoles 1 de junio de 2005]

En el evangelio hoy se nos propone  leer y meditar íntegra la Pasión de Jesús. El relato de Marcos de la Pasión. es concreto, directo, certero y muy claro. No es posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese drama de Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y aún resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese sufrimiento en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz, Jesús es amor. Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más felices.
Y con esa muestra de paz y de amor que Jesús nos muestra hoy preparémonos de la mejor manera posible para vivir estos días importantes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesús. No perdamos el tiempo. No olvidemos la necesidad de acompañar a Jesús en estas horas ya que decimos que somos buenos amigos de Jesús.
" La meditación de esta Pasión tiene que ponernos ante la exigencia fundamental del evangelio: sólo se "sigue" a Jesús haciendo lo que Él pide.
Pasión de los abandonos y del terrible silencio de Jesús. Pero también Pasión de los tres gritos:
- 1. "¿Eres tú el Mesías, el hijo del Bendito"? ¡"Lo soy!, grita Jesús, rompiendo el secreto sobre su mesianidad y su gloria. Encadenado y humillado, revela finalmente lo inaudito: "Vais a ver cómo el Hijo del hombre toma asiento a la derecha del Todo poderoso, y cómo viene entre las nubes del cielo".
- 2. Aquello no podía aceptarse, en aquel lugar y delante de aquellos sacerdotes, más que como una blasfemia. Pero... ¿y nosotros? ¿Con qué fe lo miramos nosotros, en este momento? Jesús grita en la cruz su confianza: "¡Dios mío, Dios mío!". Y lo hace luchando contra el senti miento más terrible de abandono: "¿Por qué me has abandonado?". Palabra preciosa que ofrece a los que bajan a esos abismos. Si no hubiera llegado hasta allá... ¿sería el 'Emmanuel' prometido, el Dios-con-nosotros? Jesús, contigo puedo gritar en medio del abandono, pero contigo quiero también decir: "¡Dios mío!" donde creía que ya no podía decirlo.
- 3. El tercer grito de esta Pasión es aquél al que nos conduce Marcos desde el comienzo de su evangelio. Decir: "¡Tú eres Dios!" no a aquel que electrizaba a la gente, al que fue transfigurado, sino al condenado en la cruz. Una muerte tal, que el centurión gritó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es el lector (o el oyente) del evangelio el que dice esto al final de esta Pasión. Pero, una vez más: es inútil decirlo, si esto no nos cambia…»" . (P. André Sève<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>, La Pasión del Abandonado),
No olvidemos que Jesús sigue contando con nosotros. "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34). Nos sigue invitando a que no nos olvidemos de nosotros mismos y nos centremos en intentar hacer felices a los demás, en que caminemos por sus caminos y no por los nuestros, en dejar que se cumpla su plan en nosotros. Sólo respondiendo a la llamada que nos hace a cada uno de nosotros descubriremos el verdadero sentido de la muerte de Cristo e iremos preparando el camino para que el Señor resucite en nuestro corazón hasta poder descubrir que la Resurrección convierte el árbol muerto de la Cruz en símbolo de vida para siempre. Solo al final del evangelio Marcos desvela el misterio de la identidad de Jesús, cuando el centurión que estaba junto a la cruz exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. En la muerte de Jesús en la Cruz se nos muestra su fidelidad insobornable a Dios Padre. En la Cruz contemplamos al testigo del amor y la misericordia de Dios. El crucificado es el que ha de guiar nuestros pasos. Optemos por la Cruz de la vida. Optemos por ser sarmientos de la vid verdadera. Olvidémonos de nosotros mismos. Carguemos con nuestras pequeñas cruces…y sigamos su camino.  
¡Feliz Semana Santa, hermanos! La vivamos con intensidad. Acompañemos al Señor que, durante estos días, nos dejará impresionantes lecciones de amor (en palabras y obras) y, sobre todo, preparémonos con alegría desbordante al fruto de la Pascua: su resurrección.
¿Cómo procuraremos que rinda durante el Triduo Sacro? ¿lo echaremos todo a perder desaprovechando la ocasión y marchando a gozar de las vacaciones indiferentes que la sociedad otorga, como disfruta cualquier persona alejada de la Fe?
No olvidemos (y así lo hagamos ver) que es Semana Santa para vivir devociones y no para más vacaciones.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> .- Xacerdote asuncionista francés, el P. André Sève (1913-2001)

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