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domingo, 4 de febrero de 2018

Comentarios a las lecturas del V Domingo del Tiempo Ordinario 4 de febrero 2018


El Tiempo Ordinario no celebra un acontecimiento particular de la vida de Cristo, sino el  mismo misterio de Cristo en su globalidad, principalmente los domingos. Es un período del  año que nos hace vivir de un modo sereno la presencia del Señor Resucitado en medio de  nosotros, el sentido de la comunidad reunida, los valores del domingo, la Eucaristía en sí  misma, la Palabra de Dios que nos va alimentando en nuestra vida de fe...
La figura de Cristo que aparece hoy en el evangelio sigue siendo la del Profeta que nos  ilumina el camino con su Buena Noticia y nos invita a seguir el estilo de su evangelio. Ha  predicado toda la jornada en un pueblo, y le buscan para que siga haciéndolo al día  siguiente: intuyen que en él tienen al verdadero Maestro. Pero él prefiere ir a predicar a  otros pueblos y aldeas: «para eso he venido... y recorrió toda Galilea, predicando en las  sinagogas y expulsando los demonios».
Las lecturas de hoy nos urgen a  la evangelización, a dar a conocer lo que hemos recibido del Señor gratuitamente.  Tanto Cristo como San Pablo se entregan total­mente a ella.

La primera  del libro de Job (Jb 7,1-4.6-7), nos encontramos dentro de la literatura sapiencial. Es obra de sabios. El Rey gobierna y conduce al pueblo a la prosperidad. El Profeta comunica a los fieles las decisiones divinas en un momento dado de la vida del pueblo. El Sacerdote imparte al pueblo la enseñanza de la Thorá y ofrece sacrificios a Dios en favor de su pueblo. El Sabio da el consejo; el sabio estudia, considera, mira atentamente con agudeza a la Historia salví­fica de Israel, medita la palabra de Dios y en consecuencia deduce y esta­blece relaciones. Trata con esto de arrojar luz sobre ciertos misterios y acla­rar ciertos problemas.
El libro de Job busca solución al gran problema de la justicia de Dios. Israel se lo plantea de forma muy aguda desde el destierro. Es el interrogante de una generación que ha perdido el sentido de su existencia histórica. En este libro, Israel, reflexiona sobre el dolor en la vida del hombre desde el plano de la fe en Yavhé.
Los vv. 1-11 forman una unidad literaria que contiene los elementos típicos de toda lamentación. La experiencia ha enseñado a Job que el destino del hombre en este mundo no es la felicidad y el éxito. Compara la vida a un servicio. En general se entiende "un servicio de guerra", pero la imagen del esclavo hace referencia al servicio-esclavitud de los israelitas en Egipto.
Antes de dirigirse a Dios (vs. 7. 21) Job reflexiona y sitúa su existencia en el cuadro general de la vida humana (vs. 1-6) que se compara al servicio militar (peligro muy grande de muerte en aquellos tiempos y muy poca esperanza de recompensa o al trabajo duro de un jornalero que aguarda la hora del salario con ansiedad. Proverbiales estados de miseria en la antiguedad.
"Mis días corren más que la lanzadera...": Una nueva imagen nos describe su vida. Es como una lanzadera que va y viene, hasta que se le termina el hilo. Una imagen que nos sugiere la monotonía del trabajo y también el fin inevitable. Y todavía subraya este juicio negativo sobre la vida, con la constatación de su brevedad: "es un soplo".
A partir del v.7 Job se dirige a Dios. El "recuerda" hace alusión a la Alianza, a la fidelidad entre la criatura y el creador.

E l responsorial es el Salmo 146 (Sal 145, 1-2. 3-4. 5-6 )
R. ALABAD AL SEÑOR, QUE SANA LOS CORAZONES DESTROZADOS
Este salmo, uno de los más hermosos y líricos del salterio, es un canto a la creación de  Dios, a la bondad y providencia divinas con respecto a sus obras y especialmente con  respecto a Jerusalén y el pueblo de Israel, enalteciendo su generosidad y magnanimidad. 
Invitación a la alabanza (v. 1)
El salmo 146 es uno de los varios salmos que comienzan con la aclamación: ¡Aleluya!  (que significa: Alabad al Señor). Invitación a alabar al Señor. A continuación se dirá la  motivación, que se ha entendido de diversas maneras: "que la música es buena", es decir,  adecuada para la alabanza divina, o que es buena y hermosa en sí misma; otras versiones  traducen "porque es bueno" (el Señor). Con todo, parece que el pensamiento original del  autor era hacer mención de la música porque es un medio excelente para la alabanza del  Señor creador y providente, tal vez el más expresivo y comunitario. 
Acción de Dios en Jerusalén, Israel y humildes de corazón (2-6)
Así comenta San Juan Pablo II, este salmo en su Catequesis de Poder y bondad del Señor
" 1. El salmo que se acaba de cantar es la primera parte de una composición que comprende también el salmo siguiente -el 147- y que en el original hebreo ha conservado su unidad. En la antigua traducción griega y en la latina el canto fue dividido en dos salmos distintos.
El salmo comienza con una invitación a alabar a Dios; luego enumera una larga lista de motivos para la alabanza, todos ellos expresados en presente. Se trata de actividades de Dios consideradas como características y siempre actuales; sin embargo, son de muy diversos tipos:  algunas atañen a las intervenciones de Dios en la existencia humana (cf. Sal 146, 3. 6. 11) y en particular en favor de Jerusalén y de Israel (cf. v. 2); otras se refieren a toda la creación (cf. v. 4) y más especialmente a la tierra, con su vegetación, y a los animales (cf. vv. 8-9).
Cuando explica, al final, en quiénes se complace el Señor, el salmo nos invita a una actitud doble:  de temor religioso y de confianza (cf. v. 11). No estamos abandonados a nosotros mismos o a las energías cósmicas, sino que nos encontramos siempre en las manos del Señor para su proyecto de salvación.
2. Después de la festiva invitación a la alabanza (cf. v. 1), el salmo se desarrolla en dos movimientos poéticos y espirituales. En el primero (cf. vv. 2-6) se introduce ante todo la acción histórica de Dios, con la imagen de un constructor que está reconstruyendo Jerusalén, la cual ha recuperado la vida tras el destierro de Babilonia (cf. v. 2). Pero este gran artífice, que es el Señor, se muestra también como un padre que desea sanar las heridas interiores y físicas presentes en su pueblo humillado y oprimido (cf. v. 3).
Demos la palabra a san Agustín, el cual, en la Exposición sobre el salmo 146, que pronunció en Cartago en el año 412, comentando la frase:  "El Señor sana los corazones destrozados", explicaba:  "El que no destroza el corazón no es sanado... ¿Quiénes son los que destrozan el corazón? Los humildes. ¿Y los que no lo destrozan? Los soberbios. En cualquier caso, el corazón destrozado es sanado, y el corazón hinchado de orgullo es humillado. Más aún, probablemente, si es humillado es precisamente para que, una vez destrozado, pueda ser enderezado y así pueda ser curado. (...) "Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas". (...) En otras palabras, sana a los humildes de corazón, a los que confiesan sus culpas, a los que hacen penitencia, a los que se juzgan con severidad para poder experimentar su misericordia. Es a esos a quienes sana. Con todo, la salud perfecta sólo se logrará al final del actual estado mortal, cuando nuestro ser corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y nuestro ser mortal se haya revestido de inmortalidad" (5-8:  Esposizioni sui Salmi, IV, Roma 1977, pp. 772-779).
3. Ahora bien, la obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su pueblo de sus sufrimientos. Él, que rodea de ternura y solicitud a los pobres, se presenta como juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El Señor de la historia no es indiferente ante el atropello de los prepotentes, que se creen los únicos árbitros de las vicisitudes humanas:  Dios humilla hasta el polvo a los que desafían al cielo con su soberbia (cf. 1 S 2, 7-8; Lc 1, 51-53).
Con todo, la acción de Dios no se agota en su señorío sobre la historia; él es igualmente el rey de la creación; el universo entero responde a su llamada de Creador. Él no sólo puede contar el inmenso número de las estrellas; también es capaz de dar a cada una de ellas un nombre, definiendo así su naturaleza y sus características (cf. Sal 146, 4). "  (San Juan Pablo II, Catequesis 25 de julio de 2003)

La segunda lectura: (1 Co 9,16-19. 22-23),  sigue la primera carta de San Pablo a los Corintios.
v. 17: Lit.: "es una carga que se me ha impuesto". La expresión evoca al intendente (cf. 4, 1), que era un esclavo y que no recibía ningún salario por un trabajo que estaba obligado a realizar; Pablo, al contrario, ha aceptado esta situación por su opción evangélica. Por eso, todo el que sigue el camino del evangelio, tiene que estar dispuesto a ceder de su derecho cuando está en juego el bien del hermano. Solamente puede ser entendida una postura así desde la óptica de la fe. De lo contrario resultaría ridículo.
v. 18: Hacemos notar la paradoja que propone Pablo: "el salario es precisamente no recibir ningún salario". Esta actitud se inscribe en la ley del despojo evangélico, necesario para llegar a comprender lo íntimo del reino. Quien no esté dispuesto a servir al evangelio no es verdadero apóstol.
v. 22: Como en 1 Cor 8, 7-13 y 10, 14-33, Pablo pide que cada uno actúe según sus propias convicciones personales, evitando que los fuertes juzguen a los débiles. La clave para interpretar situaciones conflictivas es el amor mutuo, el amor que construye la comunidad. Esa es la medida del avance de fe que tiene una comunidad. Cuando la división por criterios religiosos se instala en la comunidad de creyentes, entonces es cuando se aprecia la debilidad de la fe de esa comunidad. La razón de ser de la fe cristiana es la unidad y la paz.
v. 23: El móvil de toda la actuación apostólica de Pablo es el evangelio. Y esto con una gran intensidad: "para ganar, como sea, a algunos" (v. 22). Paradójicamente, dando es como se recibe. Y el trabajo del apóstol redunda en beneficio propio cuando de ese trabajo se beneficia toda la comunidad. Solamente el que ha comprendido que la fe es dar y darse, es cuando recibe él también el gozo de creer.
El contexto de esta pericopa es el capítulo 9, donde Pablo expone su actuación apostólica personal como modelo para los corintios. Modelo en cuanto renuncia de propios derechos en orden a ayudar a los demás.
En esta parte central del capítulo ofrece las motivaciones profundas de su actividad apostólica. El se dedica a ello no por una pura elección personal, ni tampoco primariamente por una necesidad objetiva por parte de los evangelizadnos, sino por un impulso interior, dado por el Señor y recibido por el Apóstol.
San Pablo vive tan profundamente el misterio de Cristo que no puede callarlo. El dedicarse a predicarlo es el propio premio por el convencimiento y persuasión de que esa actividad es la mejor a que puede dedicarse el hombre, a imitación del propio Señor. Es el servicio a la continuación de lo que Jesús hizo en su vida.
Para ello es condición imprescindible estar traspasado del Señor y de su escala de valores. Así pues, es algo que viene de dentro a fuera y no al revés. No se trata tanto de ganar méritos por medio de la dedicación a un noble ejercicio, ni tampoco que los paganos necesiten imprescindiblemente que algunos vayan a predicarles, sino que el cristiano, convencido del valor del don recibido, siente el impulso de comunicarlo a los otros. Es no guardar el tesoro sólo para uno, sino darlo a conocer a otros, hacerlos participantes de él, dentro de nuestras posibilidades.
Puesto este presupuesto, es lógico que no haya otros condicionamientos distintos de los derivados directamente de la predicación. Por eso el Apóstol explica en los versos 19-23 su libertad en el ejercicio de la predicación. No se siente atado por nada en particular, sino a Cristo. Puede comportarse de la forma más conveniente para ejercitar el apostolado. No se dan prejuicios, comodidades, respetos humanos, etc. Puede renunciar al ejercicio de su misma libertad.

El evangelio de San Marcos (Mc 1, 29-39), nos presenta un dia normal en la vida de Jesús. tengamos en cuenta que el primer capítulo de Marcos describe la evolución espiritual y apostólica de Jesús a lo largo de las primeras semanas de su ministerio. En primer lugar se fue a Judea y al desierto para hacerse discípulo del Bautista (Mc. 1, 9-13). Parece ser que se quedó durante algún tiempo en la escuela de Juan y que no se fue de su lado hasta que le detuvieron (Mc. 1, 14). Jesús será más un rabino ambulante que va al encuentro de las multitudes y de las más miserables de entre ellas: las de Galilea. Jesús se dirige, efectivamente, a Galilea y rompe sus primeras armas en su misma ciudad, Cafarnaún (Mc. 1, 21).
La escena, en la que interviene solamente un número reducido de discípulos, nos ha llegado seguramente a través de la narración de un testigo presencial. Al dejar la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús, acompañado de Santiago y Juan, fue a casa de Simón y Andrés.
Desde la sinagoga, lugar de la voz pública, Jesús se dirige a una casa particular, la de los hermanos Andrés y Simón.
Contemplo a Jesús acompañado de sus cuatro discípulos caminando por la calle y entrando en la casa.
Podemos destacar la acción de Jesús y la de la mujer: Jesús, dándole la mano, la levanta (el verbo es el mismo que se usa para hablar de la resurrección de Jesús). La acción es más que una simple curación, es una acción salvadora. Precisamente por ello, la que ha sido sanada se pone a servir tanto a Jesús como a sus discípulos; al mismo tiempo este servicio indica que la mejora ha sido total.
Parece ser que el éxito está asegurado: continuamente le están llevando enfermos y toda la ciudad pone cerco a su puerta (Mc. 1, 33). Pero Jesús rechaza este éxito tan ambiguo (cf. Mc. 1, 34b) y adopta otra decisión: se irá de la ciudad (v. 38) y recorrerá los pueblos vecinos. El ideal misionero es, pues, el fermento de la vida de este joven rabino y el criterio con que juzga y replantea su actividad.
Jesús toma esta decisión que modifica su género de vida en aras de la voluntad de su Padre, y al contacto prolongado con la oración se despierta su conciencia de rabino (v. 35).
Marcos es el único que subraya la preocupación de Jesús por educar ya a sus discípulos en este estilo de vida misionera ("vámonos a otra parte...": v. 38), fijándoles así una actividad que pocos rabinos de su época fijaban a sus discípulos.
Jesús, en esta jornada simbólica, resumen de lo que hará durante tres años, hace ante todo dos cosas:
enseña... habla... El es el Verbo, la Palabra de Dios.
manifiesta su poder: curaciones, liberaciones...


Para nuestra vida.
En las lecturas de hoy se subraya cual es la voluntad de Dios plasmada en la obra de Jesús:  Jesús escoge una acción concreta. Jesús cura, libera del diablo, pero cree que su misión fundamental es otra: hablar, predicar, anunciar la buena nueva. Las lecturas y particularmente el evangelio, nos ayudan a tener una visión global de la obra de Jesús. La idea que el pueblo tiene del Mesías es errónea. Si Cristo se presenta abiertamente como tal va a haber un mal entendido. Lo van a tomar por un Mesías político. Eso no es Cristo.
La forma de ser de Dios es de por sí misteriosa. Nada extraño que la actitud de Cristo sea misteriosa. Su Reino, a pesar de las aclaraciones, será siempre un misterio. Cristo se mantiene en un discreto misterio.

La primera lectura nos presenta un tema común de estudio y de reflexión,  es la Providencia divina. Dios tiene providencia del pueblo, de cada uno de los hombres. Pero los caminos segui­dos por Dios son intrincados y misteriosos; no son fáciles de entender. El Sa­bio trata, en lo que cabe, de darles explicación. De ahí la sabiduría, el cono­cimiento de los caminos del Señor. Dios ha obrado y ha hablado en la histo­ria del pueblo de Israel. Allí se centra el estudio del Sabio. Surge entonces una visión de Dios, del mundo y del hombre, muy en consonancia con la reve­lación divina. Tanto es así que para nosotros es parte de una misma revela­ción.
El Sabio viene a ser el teólogo de aquel mundo. La visión que el tiene de las cosas parte de la Revelación. Es una sabiduría divina. Se contrapone na­turalmente a la sabiduría de este mundo. Surge así una apreciación peculiar de las cosas. Los juicios que el Sabio emite son válidos, aunque no siempre completos, pues está por venir todavía la Revelación de Cristo. En esta perspectiva deben enjuiciarse sus palabras. Aquí nos encontramos con un caso. Se trata de Job, del proverbial Job.
Job fue en un tiempo rico, dichoso. Vivía un tiempo bendecido por Dios, estimado de los hombres: tenía numerosa familia, abundantes riquezas, mu­chos amigos y estimación de todos. Pero todo eso huyó como una sombra en día de fuerte viento. Ahora se recuesta en un montón de estiércol. Sus hijos han muerto, sus riquezas han desaparecido. La salud lo ha abandonado; con un tejo tiene que raer la podredumbre que le cubre el cuerpo. Debe dejar la sociedad de amigos y conocidos (es la lepra?). Su misma mujer lo desprecia. Y por si fuera poco hasta sus más sensatos amigos -al fin y al cabo son sa­bios- le acusan de pecado; vienen a arrebatarle la seguridad que él tiene de su justicia. ¿ Cabe mayor desgracia ?.
En esta amarga experiencia surge la consideración: ¿ Qué es el hombre ? ¿ Qué es la vida del hombre sobre la tierra ? El texto de Job nos de la res­puesta:
« ¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra,... La vida es soplo…. Un continuo lamento….Una noche de sufrimientos….» Tal es la situación del hombre en este mundo. Es una visión válida, pero no completa y definitiva. ¿Donde encuentra su sen­tido?
La lectura nos presenta  cuál es la situaci6n humana en este mundo. Somos jornaleros, soldados, esclavos,  dedicados al trabajo, muchas veces con «meses baldíos» y «noches de fatiga» que se nos  hacen eternas por el insomnio. También nosotros a veces experimentamos que nuestros  días «se consumen sin esperanza». No son sólo las enfermedades físicas las que nos  agobian, sino también las espirituales y psicológicas. Es un retrato bastante pesimista pero  real de la vida humana. Aunque el salmo responsorial nos ha hecho enmarcar ese retrato  con un tono de confianza: «Alabad al Señor que sana los corazones quebrantados».

Hoy se nos presenta un salmo de alabanza. La alabanza, para ser auténtica, debe tener una mo­tivación. La motivación aquí, tratándose de Dios, son sus acciones. El salmo celebra su bondad para con los hombres: «Sana los corazones destrozados». La experiencia secular de Israel avala el encomio, el canto lo celebra y lo proyecta para el futuro como fundamento real a toda esperanza. La libera­ción de todo mal vendrá por Cristo, que no rehuyó el mal para salvarnos. La definitiva se realizará cuando participemos en plenitud de su gloria.
El salmista considera primero la acción de Dios en favor de Jerusalén: Dios mismo la  está edificando, llevando a ella los deportados de Babilonia. Esta es una anotación  cronológica que permite situar la composición del salmo en la época postexílica, en tiempo  de los profetas Ageo y Zacarías (así lo anota la versión de los Setenta).  Dios, amador del hombre, cura las heridas de la historia, borra los recuerdos de aflicción  y de tristeza, suaviza los traumas que han destruido el corazón, venda las heridas del  pasado y las sana restituyendo vida y juventud. Dios es el autor de la vida y lo que él toca  resplandece de vitalidad y de resurrección. 
Este Señor providente es el que ha creado las estrellas y las conoce a todas por su  nombre: su grandeza no tiene límites y su poder es infinito hermanado con el detalle de  conocer a sus criaturas una por una, a las cuales ha dado él mismo su nombre. El Dios de  la creación es el Dios de las pequeñas cosas. 
Y este mismo Dios es quien se preocupa de los humildes que confían en él, y les ayuda  y favorece. Por el contrario es él quien derroca a los soberbios, aquellos que perjudican a  los otros, que afligen al hombre, que son como una nota discordante en el gran concierto  de la creación. 

En la segunda lectura San Pablo relaciona su libertad-derechos de apóstol con la conducta personal que él observa. Su conducta está determi­nada no por los derechos que posee, sino por la caridad, por el deseo de ga­nar a todos para Cristo. En tanto usa de esos derechos en cuanto ellos le fa­cilitan el camino para llevar a todos a Cristo. Por eso renuncia a ellos libre­mente cuando de algún modo o de otro éstos pueden ofrecer algún impedi­mento a su misión de evangelizador. El título de Apóstol, con el oficio anejo de predicar, le daba entre otros el derecho de ser mantenido por la comuni­dad. Pablo renuncia a ese derecho; él mismo se gana su sustento. Más aún, trata de probar que en él personalmente no llega a ser derecho. El siente una necesidad, una fuerza mayor que le impele a darse totalmente al Evan­gelio.
Esta es su recompensa: darse sin trabas al cumplimiento de su misión. Todo para el Evangelio. De ahí que es débil con el débil, esclavo con todos… Trabaja con sus propias manos… Célibe… Llora con el que llora y ríe con el que ríe…
Así San Pablo exclama: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! ". No espera, ni quiere otra re­compensa que la misma promulgación del Evangelio. Todo son derechos si es para evangelizar. Todo sobra, a todo se renuncia, si impide o está el margen de la evangelización. Evangelizar de todo corazón, con toda el alma, gratui­tamente, sin reclamar derechos, he ahí el deseo de Pablo. Ciertamente es un grandioso Ideal.
San Pablo se ha hecho todo para todos con el fin de que Cristo llegue a to­dos. La norma es el amor. El amor no atiende a derechos, sino a obligacio­nes; no busca ganancias, sino la entrega propia. Pablo se ha dado entera­mente a la salvación de los hombres. El Evangelio es su vida, y su vida, el Evangelio. Todo se enjuicia desde este punto de vista.
Es importante tener en cuenta que para San Pablo vale el principio de que no reclama derechos sino aquellos que me facilitan el camino a una más eficaz predicación del Evangelio; aquellos que facilitan el camino a una entrega total al servicio cristiano de la comunidad.
Como se ve, el derecho no se valora en razón del provecho personal, de la utilidad o comodidad propia, sino en razón de la utilidad cristiana de los de­más. Serán aquellos que facilitan el cumplimiento de las obligaciones. Las obligaciones -en realidad no hay más que una- son amar la obra de Cristo en toda su extensión y profundidad. Se pierde lo personal para ganar lo comu­nitario. Esto es sin duda alguna un ideal.

El evangelio de San Marcos (Mc 1, 29-39), nos presenta un día normal en la vida de Jesús. En el texto el evangelista lo  dedica a presentar diversas dimensiones del misterio de Cristo. Es evidente  que la lectura  de hoy nos habla de Jesús como taumaturgo. Está en Cafarnaún, ha predicado por primera  vez en aquella sinagoga, se hospeda en casa de Pedro y lo primero que hace, al llegar, es  curar a la suegra del apóstol que estaba postrada a causa de unas fiebres. Cristo la toma de la mano y la libera del mal. He ahí, para el cristiano, una imagen de la resurrección. Este gesto de Cristo de tomar la mano y de levantar, recuerda el poder que Cristo tiene de dar la vida. El fiel resucitará en virtud de la acción de Cristo. Recuérdese para ello el gesto de Cristo con la Hija de Jairo y con el hijo de la viuda de Naín.
La caída de la  noche pone fin al descanso sabático. Inmediatamente, se desencadena un movimiento en  todo el pueblo: "le llevaron todos los enfermos y endemoniados... Curó a muchos enfermos  de diversos males y expulsó muchos demonios".
La mayor parte  de su tiempo lo dedicó Jesús a sanar a los enfermos y a liberar a los endemoniados.  Va a ser una constante en la vida pública de Jesús. Permitió que la muchedumbre fracturada por los males del cuerpo y del espíritu fuera el  permanente cortejo que acompañara su presencia por los caminos y ciudades. La actividad taumatúrgica de Jesús fue la expresión más viva de la gran compasión y  solidaridad que su corazón sentía por cada uno de los hombres. Quien se acercaba a Él  recibía la que necesitaba para seguir el camino de la vida.
El evangelio presenta a Jesús sanador, dando la salud, Cristo da la vida, Cristo lanza los demonios. Existe un paralelismo antitético: Diablo-pecado-enfermedad-muerte//Cristo-gracia-salud-vida. Cristo lanza al diablo, causa del pecado y de la muerte; perdona los pecados, sana y da la vida eterna. Cristo ha comenzado ya su obra. Ya ha vencido al Diablo; pero quedan en nosotros todavía como cosa pasajera la enfermedad, debilidad y la muerte. Serán vencidas en último lugar. En tanto, nos toca sobrellevar las molestias de esta debilidad humana hasta el fin. He ahí la descripción de Job. La vida humana puede ser muy molesta. Pero tiene un término. Más aún, tiene un sentido, una vez que Cristo se hizo débil (como por uno de) nosotros. Para nosotros no es problema como lo fue para los antiguos. Esperamos que ama­nezca el Día del Señor. Esperamos que este cuerpo corruptible se cubra de incorrupción. Estamos ahora de paso, como en servicio militar. Después rei­naremos.
Continúa la acción taumatúrgica de Cristo. Los demonios se alejan de su presencia. Cristo es más poderoso que ellos. Pero Cristo les impide ha­blar. Se ha hablado mucho de la actitud de Cristo de velar su propia perso­nalidad.
Cristo predicaba por doquier. Esa es su vocación. Todo lo abandona. Se entrega totalmente a la evangelización.
Es de notar la «oración» de Jesús: sólo , en el descampado. La réplica de Cristo «vamos a otra parte»: contrasta con las palabras de Simón: «Todos te buscan».
Jesús da gran importancia a la  oración dentro del plan de evangelización. El mismo se retira a orar. Orar en Jesús, tal como aparece en los Evangelios, es una actitud, algo habitual como predicar o respirar. Algo necesario y ordinario que emana de su postura ante la vida. Ver a Jesús que se retira a orar es la mejor incitación a la oración. Comprender algo la vida de Jesús, su actitud ante Dios, las cosas y los hombres, es una llamada a la oración. La oración en Jesús es como una necesidad y como un clima que envuelve su vida y su tarea. Es algo que Jesús hace sin el menor alarde. Se retira a orar al monte o al despoblado. Al amanecer o por la noche.
Jesús necesitaba orar en los momentos decisivos de su vida y su misión. No vamos a pensar que la oración de Jesús era algo así como una farsa porque, como era Dios, no necesitaba ver las cosas claras ni fuerza para afrontarlas. Y que lo hacía únicamente para darnos ejemplo. No, no es así. Jesús es hombre también y necesita la oración como se puede ver en todas las páginas del Evangelio.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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