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domingo, 29 de enero de 2017

Comentario a las lecturas del IV Domingo del Tiempo Ordinario 29 de enero de 2017 .

Comentario a las lecturas del IV Domingo del Tiempo Ordinario 29 de enero de 2017

Introducidos ya en el tiempo litúrgico llamado "ordinario", vemos cómo Jesús crece, habla y se sienta enseñando como un Maestro . Nos va presentando aspectos prácticos para nuestra  vida de  cristianos, esta ya  no queda reducida a un figurar como acompañantes de Jesús (ni tan siquiera imitadores) sino conscientes de lo que dice y de los efectos que produce el “pertenecer” a esa  gran comunidad donde resuena  el programa y las palabras de Jesús.
En la primera lectura (Sof 2,3; 3,12-13), vemos como Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa.
Una idea dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El profeta Sofonías vivió tiempos difíciles, en los que los gobernantes oprimían a los más débiles. El profeta le dice al pueblo que no se desanime, porque el Señor les va a auxiliar. Ellos, el pueblo, deben confiar en el Señor, pero sabiendo que confiar en el Señor supone y exige vivir según una determinada ética, defendiendo siempre la justicia, la bondad y la verdad. El hombre ha de rendir cuenta a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo. Al final, un resto de Israel se salvará (2,7.9;3,13); Sofonìas cierra su obra como otros muchos profetas, con un oráculo de restauración. 
El profeta ha perdido toda esperanza en la conversión de la clase dirigente, de los dignatarios y sacerdotes de Judá. Por eso la catástrofe nacional es inevitable, pero "quizás" exista aún la posibilidad de que "los pobres de la tierra", el pueblo llano y humilde, pueda escapar sano y salvo cuando llegue el día de "la cólera de Yavé". Por eso la exhortación del profeta se dirige a este pueblo, no a la clase dirigente. La salvación de los pobres depende mucho de la capacidad que tengan para reaccionar y superar el desaliento que padecen. Sofonías les invita a "buscar a Yavé" con todas sus fuerzas y a desear la justicia. Ellos son los mejor dispuestos para buscar a Yavé y su justicia. Vivamente les recomienda que recuperen el "ánimo y busquen" ellos mismos, en vez de dejarse llevar por el desaliento y por los que desalientan con su conducta al pueblo.
Mientras la literatura sapiencial bíblica tiende a considerar la pobreza como el resultado de la pereza, los profetas ven en los pobres a los oprimidos y en la pobreza de éstos la consecuencia de la injusta riqueza de los ricos. Para Sofonías los "humildes de la tierra" son los justos, pero también la ínfima clase social constituida por los jornaleros del campo. La posibilidad que tienen los pobres de salvarse se anuncia ahora como promesa de Dios que ha de cumplirse. El pueblo pobre y humilde será el "resto de Israel" (cfr. Mi 2,12) y el heredero de todas las promesas. Los pobres de la tierra, desposeídos de la riqueza y el poder, tendrán ocasión de poner toda su confianza en Dios. Y se apartarán de toda falsa autosuficiencia y la vana pretensión de apoyarse en el prestigio de una sabiduría extranjera; tampoco confiarán en alianzas políticas con las grandes potencias. Dios será su único y verdadero refugio.
El hombre debe prepararse para el día del juicio del Señor (Dies/Irae) en el que se va a pedir cuentas para castigar. En 2,1-3, el heraldo se dirige a dos grupos muy diversos: "el pueblo despreciable" que va a ser aniquilado y el "pueblo humilde" que buscando la justicia busca a Dios.
En los vv. 3,9-20 se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja exultante" (v.14). El miedo debe ser desterrado: "no temas, no te acobardes" (vs. 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y de corrupción. La Jerusalén humillada por tiranos (v.15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v.20) quienes, unificados, invocarán y servirán al Dios del Israel (vs. 9-10). Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vs. 15-16).
La Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vs. 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vs.3-4) queda purificada con la presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y de protección eficaz para el pueblo (vs. 15-16; cfr.Ez. 48,35;Zac.8,23).
La restauración reúne a los dispersos (v.19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras..." (vs. 12 s). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor: El "se goza, se alegra contigo, se llena de júbilo" (v.17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".

El responsorial de hoy (Sal 145,7-10), es el mismo que se nos proclamó en el del III domingo de adviento.
Es un "himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad a Dios".
El salmista canta el amor de Dios en una enumeración de obras divinas  festivas. Dios
-Que ha creado los cielos
-Que mantiene su fidelidad
-Que hace justicia a los oprimidos...
-Que da el pan a los hambrientos...
-Que libera a los prisioneros...
-Que abre los ojos a los ciegos...
-Que endereza a los encorvados...
-Que ama a los justos...
-Que guarda a los peregrinos...
El salmo como alabanza comunitaria, tiene varias partes. La primera se exprese en singular (vv. 1-2). La exhortación que sigue termina con una bendición (vv. 3-5). Continúa y finaliza con una confesión de fe colectiva a cargo de la asamblea (vv. 6-10), esta última parte es la que viene en el responsorial de hoy.
La estrofa que repetimos entre los versículos del salmo nos sitúa ante la realidad de los pobres. Los pobres, entre los que podemos incluir a los que lloran, y a los humildes, son esta categoría de personas desvalidas, conscientes de que solos no pueden salir de su situación y que no quieren salir de ella a base del poder y la fuerza. De hecho, algunos autores afirman que se podría explicar el término "humildes" diciendo "no-violentos". Son aquellos que tienen a Dios por rey, según la expresión de Isaías y del salmo que hemos leído. La "justicia" va más allá de lo que entendemos normalmente por justicia. Es la relación correcta con Dios, con los demás y con el mundo. Practicar la justicia es hacer la voluntad de Dios, que a menudo se contrapone a los deseos humanos, lo que provoca la persecución para los que quieren ser justos.
Así comentó San Juan Pablo II este salmo 145: 1. El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana:  alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara:  "El Señor reina eternamente" (v. 10).
De ello se sigue una verdad consoladora:  no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad.
Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. Así, el hombre se encuentra ante una  opción  radical  entre  dos  posibilidades opuestas:  por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo:  "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145, 4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza:  "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40):  esto es lo que dirá entonces el Señor.
5. Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.
El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice:  "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía:  "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527). (San Juan Pablo II. Audiencia del Miércoles 02 de julio del 2002).

En la segunda Lectura : 1 Cor 1,26-31 San Pablo invita a los corintios a tomar conciencia de lo que sucede en su propia comunidad y aprendan así a descubrir lo que es verdaderamente importante para responder a la llamada de Dios.
Corinto era una ciudad que, en aquella época pasaba del medio millón de habitantes, dos terceras partes de los cuales eran esclavos. La comunidad cristiana, que ya debía contar algunos centenares de miembros, también estaba formada mayoritariamente por esclavos y personas de clase baja. De esta situación de hecho, que Pablo recuerda al inicio del fragmento, el apóstol deduce afirmaciones de principio. La elección de cada cristiano es una decisión personal de Dios. De aquí que "a los ojos del mundo" sorprenda la clase de gente que conforma la comunidad cristiana. De hecho, Pablo parte de aquella corriente profética del Antiguo Testamento según la cual Dios invierte los valores de los hombres: el Señor no se complace en el poder y la fuerza, sino en la humildad y el servicio.
La única riqueza, el único motivo de gloria es Jesucristo, que ha sido dado por Dios gratuitamente. Así, pues, citando libremente el texto de Jeremías, Pablo afirma que el status social de la mayoría debe servir para comprender que sólo pueden gloriarse en el Señor.
La experiencia de la fe que tiene esta comunidad confirma lo que había dicho Jesús: que los pobres son los evangelizados y que de ellos es el Reino de Dios. Pues Dios se complace en elegir a los pobres, a los ignorantes, a los humildes, para que en medio de la debilidad y de la ignorancia resplandezca la fuerza y la sabiduría divinas. Y esto lo pueden comprobar ellos mismos con tal de fijarse en los que asisten a sus asambleas. La descripción que hace Pablo de la comunidad cristiana de Corinto coincide con la que se hace de otras comunidades cristianas en los Hechos.
-"Fijaos en vuestra asamblea...": En continuidad con el tema de la sabiduría de la cruz, Pablo hace caer en la cuenta a los corintios de que su misma situación social y cultural es demostrativa de los caminos inauditos de Dios. La ciudad de Corinto, como ciudad portuaria y de tráfico comercial, tenía una gran proporción de esclavos en su población. Su primera comunidad cristiana no podía ser muy diferente a sus habitantes.
-"...lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios": Dios invierte los criterios y proyectos humanos. Ha llamado a la fe a aquellos que no pertenecían al pueblo escogido, a los gentiles; y todavía de entre los gentiles, a aquellos que contaban poco en la sociedad. Ponía así en evidencia la vaciedad de aquellos que confían en sus solas propias fuerzas y, al mismo tiempo, ponía de manifiesto que sus criterios son los de la pura misericordia.
-"Por él vosotros sois en Cristo Jesús...": Los corintios, de no ser nada, han pasado a ser una nueva creación en Cristo. Han obtenido la sabiduría, la justicia, la santidad y la redención: todo el conjunto de las aspiraciones de los griegos y de los judíos. Jesucristo crucificado es la expresión máxima de la sabiduría de Dios; es al mismo tiempo el cumplimiento fiel de las promesas por las que Dios manifiesta su justicia; es el paso hacia la resurrección que posibilita el don del Espíritu de santificación; y, finalmente, es la muerte liberadora de la esclavitud del hombre.
Así comenta San Agustín esta lectura: "A veces los hombres se causan un gran daño a sí mismos, mientras temen ofender a los demás. Mucha es la influencia de los buenos amigos para el bien y de los malos para el mal. Por ello el Señor, con el fin de que despreciemos las amistades de los poderosos con vistas a nuestra salvación, no quiso elegir primero a senadores, sino a pescadores. ¡Gran misericordia la del autor! Sabía, en efecto, que si elegía a un senador, iba a decir: «Ha sido elegida mi dignidad». Si hubiera elegido primero a un rico, hubiese dicho: «Ha sido elegida mi riqueza». Si hubiese elegido antes al emperador, hubiese dicho: «Ha sido elegido mi poder». Si el elegido hubiese sido un orador, hubiese dicho: «Ha sido elegida mi elocuencia». Si el elegido hubiese sido un filósofo, hubiera dicho: «ha sido elegida mi sabiduría». «Está gente soberbia -dijo el Señor- puede sufrir una pequeña dilación; está muy hinchada». Hay diferencia entre la magnitud y la hinchazón; una y otra cosa son algo grande, pero no algo igualmente sano.
«Sufran dilación -dijo- estos soberbios; han de ser sanados con algo sólido. Dame en primer lugar este pescador. Tú, pobre, ven y sígueme; nada tienes, nada sabes, sígueme. Sígueme tú, pobre ignorante. Nada hay en ti que se asuste, pero hay mucho para ser llenado». A tan amplia fuente ha de llevarse el vaso vacío. Dejó sus redes el pescador, recibió la gracia el pecador y se convirtió en divino orador. He aquí lo que hizo el Señor, de quien dice el Apóstol: Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; eligió también lo despreciable del mundo y lo que no es como si fuera, para anular lo que es (1 Cor 1,27-28). Y ahora se leen las palabras de los pescadores y se doblega la cerviz de los oradores. Desaparezcan, pues, de en medio los vientos vacíos; desaparezca de en medio el humo que a medida que se eleva se esfuma; despréciense totalmente en bien de la salvación." ( San Agustín. Sermón 87,12).

El evangelio de hoy ( Mt 5,1-12a), nos presenta el  Sermón de la Montaña, que  es considerado  como la Carta Magna del Reino de Dios. San Mateo, el evangelista del Reino, nos presenta este largo discurso del Señor al principio de su ministerio público, como un exordio en el que se recogen los principales puntos del mensaje de Cristo. Es cierto que en él se entremezclan diferentes temas, pero en todos ellos hay un espíritu común, un mismo latido de sencillez y de humildad, de alegría y de paz.
Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no enunció condiciones para entrar en el Reino. Más bien: proclamó a la manera profética que determinadas situaciones desgraciadas (las más típicas habitualmente consideradas en el estilo profético) habían por fin provocado la atención benevolente de Dios, que sin tardar y gratuitamente iba a hacer llegar su Reino.
En primer lugar se señala una actitud inicial básica que se convierte en exigencia para llegar al Reino de Dios. El que adopta esa actitud es ya "dichoso", pues hay para él una promesa. En la primera y en la última bienaventuranza la promesa es expresamente el Reino de los Cielos, en las otras se trata de la misma realidad considerada bajo diversos aspectos.
El versículo inicial, que da cuenta de la presencia de la gente y de los discípulos, ya había quedado preparado el domingo pasado con la invitación al seguimiento y con la actividad por toda Galilea. En la montaña y en postura docente, a semejanza de los rabinos rodeados de discípulos. Para el marco Mateo sigue sirviéndose del cliché del Éxodo: presenta a Jesús en la montaña a semejanza de Moisés, a quien Jesús da sentido y cumplimiento.
-"...al ver Jesús al gentío, subió a la montaña...": Desde la montaña, como desde un nuevo Sinaí, Jesús proclama ante las multitudes y no sólo para el grupo restringido de los discípulos, la nueva ley del Reino, convocando al pueblo de la Nueva Alianza. La bienaventuranza o felicidad proclamada es escatológica, pero también presente ya de una manera latente en quienes viven según el programa del Reino; sólo por la fe puede percibirse.
-"Dichosos los pobres en el espíritu...": La primera y la última bienaventuranza enmarcan el conjunto de las otras seis (tres referidas a situaciones de sufrimiento y tres referidas a actitudes en bien del hombre). La primera es una invitación a optar por la condición de pobre. El término "en el espíritu" no es ningún intento de aguar su fuerza social: indica que se trata de una pobreza que abraza lo más profundo de la persona y que, por tanto, no se puede reducir a una situación sociológica fruto de la necesidad ni a un sentimiento de desprendimiento de carácter interior. Contra la idolatría del poder del dinero se trata de una opción fundamental por Dios. De aquí que la promesa sea la entrada en el Reino, en el ámbito de la realeza única de Dios.
-"Dichosos los que lloran...": Las tres bienaventuranzas siguientes hablan de situaciones de sufrimiento fruto de la opresión y de la injusticia. Los términos para expresarlo provienen del AT: los que lloran (los oprimidos) reciben la recompensa del consuelo de la liberación ; los humildes, los sufridos, (los desposeídos de la tierra), la alegría de poseer el país; y los que tienen hambre y sed de realización de la justicia de Dios, verán cumplidos su deseo con el establecimiento del Reino.
-"Dichosos los misericordiosos...": Las otras tres bienaventuranzas hablan de las actitudes activas de la compasión, de la misericordia y de la pureza de corazón que son el indicativo de una conducta sincera hacia los demás y ante Dios, y de la creación de situaciones de paz como anticipación del Reino mesiánico y definitivo en el que todos serán hijos de un mismo Padre.
-"Dichosos los perseguidos...": La última de las bienaventuranzas tiene estrecha relación con la primera. La opción contra el poder y el dinero, contra la idolatría, provoca la persecución. Pero este fracaso de los discípulos en el mundo es también prenda de felicidad. Comparten la misma suerte de los profetas y del mismo Jesús, indica de que están en el camino que conduce a la verdadera felicidad de la vida del Reino.
Para nuestra vida
En la primera lectura vemos como al profeta Sofonías le tocaron años difíciles. Israel y sus jefes iban tras alianzas con Egipto que garantizasen su seguridad contra Asiria. El rey de Judea, Amón, fue asesinado por unos oficiales partidarios de la alianza con Egipto. Josías, que tiene entonces ocho años, sube al trono. Es en esa época cuando profetiza Sofonías.
Sofonías anuncia un día terrible, "el día del Señor”, para aquellos que no confían en Dios y sí en tratados políticos. Por eso, para que la desgracia no se abata sobre ellos, llama a los "humildes" a la conversión. Los humildes se oponen, en Sofonías, a todos los que encuentran su fuerza en ellos mismos: los dignatarios, los ricos, los que no les importa Dios. Pero el profeta habla claro: la única actitud posible para mantenerse es "buscar a Dios su justicia". Buscad la justicia, buscad la moderación, quizá así podáis libraros el día del juicio de Dios. Sofonías mira a esos que son humildes, a esos que pasan desapercibidos, a esos que no suenan, esos que no brillan. Ellos serán los que se verán libres el día de la ira del Señor.
Es muy duro ser pobre y humilde en nuestro mundo; los soberbios, arrogantes y mentirosos están mejor vistos. Los últimos suelen triunfar, mientras que a los primeros se les deja de lado: no ocupan cargos importantes, ni van de etiqueta por la vida. Muchas veces su sinceridad les hace perder la confianza de sus jefes, perdiendo sus puestos incluso en la misma Iglesia de Dios. En el hombre no deben confiar, pero sí en Dios ya que éste acoge lo humilde y necio del mundo para confundir a los prepotentes y arrogantes. Este es el mensaje de Sofonías, de Pablo y del Evangelio.
Dirigiéndose a los humildes, a los sencillos que cumplen la ley de Dios sin ostentación, sin aparato externo, hombres que buscan la justicia haciéndola una realidad en sus propias vidas, Sofonías destaca lo que importa,  lo único necesario. Vivir cara a Dios, buscar en la vida sólo una cosa, hacer su justicia, cumplir su voluntad. Sin añorar el aplauso de los hombres, sin pretender su beneplácito, sin intentar obtener sus alabanzas. Hacer lo que hay que hacer, sencillamente, continuamente. Esperando del Señor la recompensa. Al fin y al cabo Él es el único que sabe pagar, el único que sabe apreciar justamente nuestro esfuerzo.
Una vez más brota del mensaje profético la promesa de una liberación, la esperanza de una restauración que reúna en un pueblo nuevo a todos los hijos de Dios, dispersos por los mil rincones de la tierra. Ese pueblo nuevo resurgirá con la llegada de Cristo. Él, como otro Moisés, librará a los suyos del peso de la esclavitud.

En la segunda lectura vemos como en tiempos de san Pablo, la mayoría de los cristianos que acudían a la asamblea eucarística eran de condición social baja. San Pablo les dice que pongan su confianza en el Señor, porque todo lo bueno que tienen es un don de Dios.
En nuestras asambleas eucarísticas, hoy día, hay personas de todas las clases sociales. Lo que nos diría hoy a nosotros san Pablo es que todos nos comportemos como hermanos, intentando vivir en auténtica fraternidad cristiana. Que consideremos la vida y todo cuanto tenemos como un regalo de Dios y que pongamos todo, incluidas nuestras vidas, al servicio del evangelio. Somos obreros de Dios y todos debemos trabajar con humildad para que el reino de Dios pueda hacerse realidad entre nosotros, tal como lo hizo, mientras vivió entre nosotros, Jesús de Nazaret, nuestro Maestro, nuestro Guía, nuestro Salvador. Y, si nos gloriamos de algo, que nos gloriemos en el Señor.
La valoración que Pablo hace de la comunidad contrasta con la preocupación, hoy frecuente, de buscar hombres de valía personal para dar tono a las asambleas eclesiales. A juzgar por las palabras de Pablo, la comunidad de Corinto no estaba formada por hombres de grandes cualidades intelectuales o de una especial procedencia social. Pero el Apóstol, siguiendo el hilo de su razonamiento, da de ella una valoración definitiva y evangélica: Dios «eligió lo plebeyo del mundo... para anular a lo que existe» (v 28). El canto y la esperanza de los pobres que hacen descansar su existencia en la iniciativa de Dios, actitud constante en la Escritura, es para san Pablo la señal más clara de la elección que Dios hace cuando, por su palabra, se acerca a los hombres.

San Mateo nos presenta  el sermón del monte, en el se nos proclaman las Bienaventuranzas , esto produce siempre inquietudes , porque parece imposible vivir así y compartir la claridad de Cristo al pronunciarlas con toda rotundidad.
Sin embargo, es un ideal por el que tenemos que luchar, sabiendo que en ese esfuerzo contamos con la ayuda divina.. Todos queremos ser felices y merece la pena esforzarnos por encontrar la felicidad en lo que Dios nos dice que nos la garantizará . Dice San Agustín:“No puede encontrarse, en efecto, quien no quiera ser feliz. Pero ¡ojalá que los hombres que tan vivamente desean la recompensa no rehusaran la tarea que conduce a ella! ¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: «Vas a ser feliz»? Mas ha de oír también de buen grado lo que se dice a continuación: «Si esto hicieres». No se rehúya el combate si se ama el premio. Enardézcase el ánimo a ejecutar alegremente la tarea ante la recomendación de la recompensa. Lo que queremos, lo que deseamos, lo que pedimos vendrá después. Lo que se nos ordena hacer con vistas a lo que vendrá después, hemos de realizarlo ahora”. (San Agustín, Sermón 53, 1-6).
Ante  las bienaventuranzas, lo primero que hay que decir es que son palabras que Jesús dirige  no sólo a los discípulos sino también a las muchedumbres que, como se dice al final del Sermón, escuchaban con admiración las palabras del Rabí de Nazaret. Esto significa, en contra de lo que algunos opinan, que el Señor se dirige a todos, cuando nos pide esa santidad y perfección que suponen las bienaventuranzas. Es decir, todos estamos llamados a ser santos. Aunque la santidad que a cada uno nos pide el Señor no tiene las mismas características, sí tiene las mismas exigencias de un gran y profundo amor.
De la santidad nos decía el Papa Francisco en la Audiencia general del  miércoles 2 de octubre de 2013:  "Dios te dice: no tener miedo de la santidad, no tener miedo de apuntar alto, de dejarse amar y purificar por Dios, no tener miedo de dejarse guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar de la santidad de Dios. Todo cristiano esta llamado a la santidad (cfr Cost. dogm. Lumen gentium, 39-42); y la santidad no consiste primero en el hacer cosas extraordinarias, sino en el dejar actuar a Dios. Y el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, de hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo. Hay una célebre frase del escritor francés Léon Bloy; en los últimos momentos de su vida decía: "Hay una sola tristeza en la vida, la de no ser santos". No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos todos este camino. ¿Queremos ser santos? El Señor nos espera a todos, con los brazos abiertos; nos espera para acompañarnos en el camino de la santidad. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor... pidamos este don a Dios en la oración, para nosotros y para los otros." (Papa Francisco celebra la Audiencia general del  miércoles 2 de octubre de 2013).
En las bienaventuranzas se plasman los contenidos de  la obra de santidad que Dios quiere hacer - y hace- y valora  en  cada ser humano, es verdad que contando siempre con nuestra colaboración.  Jesús en el monte dio y nos dio un mensaje dirigido directamente a nuestro corazón, expresando aquello que Dios valora en la vida del ser humano.  Pero no es fácil ese convencimiento que inunda de luz el enigmático mensaje de las bienaventuranzas. Hemos de orar mucho y pedir que nuestro corazón y entendimiento se abran a la eficacia vivificadora de la Palabra de Dios.
Sería un error escuchar las bienaventuranzas como un mensaje imposible, como una cuestión que, tal vez, pueda cumplirse en la vida futura o que, por otra parte, es una utopía de imposible realización. Podemos observar su existencia y sus efectos en la vida cotidiana, en personas que tenemos cercanas.
Todo el contenido de las bienaventuranzas se convierte en realidad. Esa realidad ya viene anunciada en la primera lectura. Sofonías profetiza la obra de Dios, Jesús da plenitud a esa obra al proclamar las bienaventuranzas.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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