Las lecturas de este
domingo tienen una clara conexión con nuestro deseo de crecer en la fe y con
nuestra vida eclesial y con la labor pastoral. Son de vital importancia para
que madure la semilla de la fe que Dios ha plantado en nuestra vida. El tema nuclear
de hoy es la Fe, Fe que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra, nos
lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios, a
través de su Iglesia, nos propone para creer. Esa Fe tiene diversas e
indispensables consecuencias para nuestra vida espiritual.
La primera lectura parte de los
grandes interrogantes desde el sufrimiento y la desgracia! .Presenta al creyente que “vive por
su fe”, permanece a la escucha de la palabra de Dios: “Escucharemos tu voz,
Señor”, dice el Salmo. También en este domingo se aviva en nosotros “el fuego
de la gracia de Dios”, su Espíritu “que habita en nosotros”, nos recuerda que es necesario actualizar siempre la gracia y la misión
recibida!
(2ª Lectura). Desde el evangelio se nos impulsa a tomarnos en serio la fe,
viviendo y amando como Jesús nos ha mandado, como “pobres siervos que han hecho
lo que tenían que hacer”).Nos recuerda evangelio lo
importante y trascendental que es la fe para el hombre. Concluye con una
parábola en la que nos enseña que habiendo hecho lo que el Señor nos pide,
hemos hecho lo que teníamos que hacer
La primera lectura es del Profeta
Habacuc (Hab 1,
2-3; 2, 2-4). Es una lectura
reconstruida sobre el texto del profeta en la que aparece primeramente una
lamentación, una queja por la opresión y la violación del derecho en Judá. Habacuc es un profeta
de los siglos VII-VI a. C. Pero es un profeta que no habla al pueblo, sino que
habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que ven sus ojos. Así es todo
el libro. ¿Hay respuestas para el hombre de Dios que quiere defender los
valores radicales de la vida? La respuesta de Dios, según la experiencia
teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que, quien sepa
mantenerse fiel en medio de la injusticia y la violación de los derechos,
vivirá. La promesa de vida es la síntesis más completa de toda la predicación
del profeta. Es una promesa a Israel, pero es una promesa que incumbe a todos
los hombres: el mal nunca se apoderará de la historia definitivamente.
Habacuc es un profeta
que ha detectado la catástrofe final, pero que, a diferencia de Nahúm, ha
contemplado también la aurora de un porvenir más feliz (escribe hacia los años
625-612).
De la totalidad del
relato en forma de diálogo de 1,2-2,4, el texto presentado recoge la queja del
profeta (1,2-4) y la respuesta de Dios 2,1-4.
"¿Hasta cuándo...
por qué...?" Las fórmulas son comunes, pero no tópicas. A través de la
situación concreta del profeta que ha de contemplar desgracias, trabajos, violencias,
catástrofes, luchas y con- tiendas sin que Dios dé muestras de percatarse de su
situación, que es la de su pueblo, como si fuera impotente o distraído sólo
sabe repetir: ¿por qué... hasta cuándo...? Es el interrogante que brota de la
experiencia del mal humano cuando no aceptamos vivencialmente la respuesta de
la fe dando sentido al dolor.
El profeta espera, con
ansiedad, la respuesta divina ya que el cambio de poder político no ha sido una
respuesta válida; los nuevos amos han instaurado una nueva era de violencias.
El problema, ¿tiene alguna solución? Habacuc no lo sabe, pero adopta la postura
de confianza en un Dios, juez justo, que castiga toda forma de opresión.
"El arrogante tiene un alma torcida; el inocente, por fiarse, vivirá"
(v.4).
La confianza de
Habacuc es en todo caso aleccionadora: a pesar de lo bien que viven los
orgullosos idólatras del poder, su camino lleva a la muerte, mientras que el
justo vivirá si se mantiene fiel al pacto de la alianza. Aleccionador, porque
Habacuc desconoce toda idea de resurrección o de inmortalidad. No recomienda,
pues, vivir bien para adquirir el premio de la vida eterna. Para él sólo merece
el nombre de vida la que se lleva de acuerdo con la impronta que ha infundido
Dios creador y legislador en las criaturas. Amar a Dios y sentirse amado por
él. Este es el premio de Habacuc.
El responsorial es el salmo 94 (Sal
94, 1-2. 6-7. 8-9) . Este salmo era
utilizado por los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza. Encontramos en este
canto una especie de evocación del ritual utilizado. Los levitas, organizadores
del culto en el Templo, invitan a la asamblea a participar activamente en la
celebración: "venid, aclamad, gritad... entrad, prosternaos"...
El salmo, nos recuerda
que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un
pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha
pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud,
para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no
hacer y nos señala el camino a seguir.
Si uno escucha su voz
-dice el salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es
decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso.
Dios le hace sentir su
voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más
profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no
se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre
que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario
le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En
realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón.." (GS 16).
¿Qué tenemos que hacer
cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la
escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa
adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. "Ojalá
escuchéis hoy su voz"
Enseguida después de
estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el corazón". Se
puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar
su voz. El corazón duro no se deja plasmar.
A veces no se trata ni
siquiera de mala voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio
de muchas otras voces que resuenan dentro. Muchas veces el corazón está
contaminado de demasiados ruidos ensordecedores: son inclinaciones desordenadas
que conducen al pecado, la mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de
Dios, las modas, los "slogan" publicitarios.
Nunca tengo que
olvidar que Dios está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí para
descubrir la voz de Dios.
Espléndidamente lo expone
San Agustín en sus confesiones: " ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y
tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera
te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no
existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y
ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y
deseé con ansia la paz que procede de ti." (San Agusán Del libro de las Confesiones de
san Agustín, obispo. Libro 7, 10. 18, 27).
¿Cómo afinar la
sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones
de percibir las sugerencias de esa voz?
Aprenderemos a
reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a
conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo
puede pedir con la oración.
Esto requiere una gran
rapidez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle
sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación,
cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha
confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades
que encontramos.
La segunda lectura es de la segunda carta del Apóstol San
Pablo a Timoteo (Tim 1, 6-8. 13-14). Por
segunda vez Pablo dirige una Carta a su discípulo Timoteo. En el texto se ponen
de manifiesto los elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido
el encargo de Pablo para dirigir una comunidad cristiana. Se habla del don de
Dios que ha recibido, y que nos es un don para temer, sino para luchar con
fuerza y energía por los valores del evangelio frente a este mundo. Defender
los valores morales en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para
quien es responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”.
Ese depósito, no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el
Evangelio de Jesucristo liberador. Es eso lo que hay que defender con energía
frente a otros evangelios mundanos que no liberan.
En la pericopa que hoy
leemos San Pablo le recomienda a Timoteo tres virtudes pastorales:
*Mantener vivo lo
recibido: “Reaviva la gracia de Dios que reside en ti por la imposición de mis
manos”. La gracia ministerial, don de Dios, exige nuestra respuesta y
cooperación. Puede entibiarse y perder dinamismo, inquietud, esfuerzo, celo,
unción.
*Valentía :
Consecuencia de la tibieza es el miedo y retraimiento. Pablo quiere que Timoteo
fiando en la fuerza de Dios, haga honor a su elección: “No nos dio Dios
espíritu de encogimiento, sino de fortaleza, de caridad, de amonestación” (v.7).
Nunca debe Timoteo ruborizarse de dar testimonio de Jesús; ni que ello le
comporte ser perseguido y encadenado como Pablo (v.8).
*Fidelidad a lo
recibido como doctrina: Mucho insiste Pablo en este deber pastoral de la
fidelidad. La Doctrina de la fe es un sagrado “Depósito”: El “Depósito” de la
verdad revelada. Este tesoro debe ser aceptado con amor y gratitud; y debe ser
guardado con diligencia y fidelidad. Timoteo lo ha recibido de Pablo, como
Pablo lo recibió del mismo Cristo y de la Tradición de la Iglesia. Timoteo debe
en su predicación y conducta transmitirlo íntegro y puro: “Toma como pauta
directriz las sanas enseñanzas que de mí oíste y vive conforme a la fe y
caridad cristiana” (v.13). El Espíritu Santo asiste a los ministros de la Iglesia
para garantizar esta fidelidad: “Guarda el valioso depósito con la ayuda del
Espíritu Santo que mora en nosotros” (v.14).
El Evangelio según San Lucas (Lc 17, 5-10) es un
conjunto literario con dos partes:
1) el diálogo sobre la
petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación
con un pequeño grano de mostaza;
2) la parábola del siervo inútil.
Lo primero que debemos
considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda
medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos
fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida
en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su
evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de
mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad en la
que puede encerrarse, sin duda, el fiarse verdaderamente de Dios.
La fe que mueve
montañas debe cambiar muchas cosas. La comparación del que, por la fe, arranca
una morera o un sicómoro y lo planta en el mar, da que pensar. Un sicómoro no
puede crecer en el mar. En realidad es un símbolo de Israel y este no es un
pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad que tiene, como la de
la higuera que protege con su sombra, es como un reto: son árboles de secano,
de estío, protectores… pero no pueden estar en el mar, se
pudrirían. Es un
imposible, como un “imposible” es el misterio de la fe, de la confianza en
Dios. Cuando todo está perdido, cuando lo imposible nos avasalla, “confiar en
Dios” pone en entredicho una religiosidad de oropel, de cosas, de ritos, de
ceremonias, de purificación. La fe es algo del corazón, donde está la sede de
lo mejor y de lo peor en la Biblia. Por ello, tener fe, confianza (emunah), y pensar que una morera puede ser trasladada al
mar y crecer allí es poner en entredicho la religión vacía. Sin la fe, la
religión no lleva a ninguna parte. Y muy frecuentemente sucede que se tiene
“una religión”, pero en ella no habita la fe.
La parábola conocida como del “siervo inútil”
no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que
acepta simplemente en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo
que llega cansado del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la
conciencia de haber cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación
social. ¿Qué sentido puede tener esto en el planteamiento de la fe y la
recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que
el patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta
lectura.
Se parte de la
costumbre de aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer
era servir (se usa el verbo diakoneô), porque era su
oficio, y el amo ser servido.
Las exigencias del
servicio de Jesús son radicales. Y, sobre todo, centradas en Él. Se le sirve a
Él sirviendo a los hermanos. Él se encargará de repartir los premios como se ha
encargado de repartir los trabajos. Vivir de verdad pendiente de su Señor es la
más profunda alegría de sus siervos–amigos y hombres de confianza (Jn
15,14-15). Jesús les reveló que ya no serían siervos sino amigos suyos porque
participaban de todos los decretos recibidos del Padre. En un mundo, como el
nuestro, en que todo se mide por transacciones de todo género, estas palabras
parecen escandalosas. Y sin embargo siguen siendo vigentes. Hoy también los
discípulos de Jesús han de estar en estado de servicio permanente. Esta es la
novedad de Jesús entonces y ahora.
Para nuestra vida.
En la primera lectura dentro de la predicación de los
profetas, Habacuc aporta una doctrina nueva: se atreve a pedir a Dios cuentas
de su gobierno del mundo. Ciertamente, Judá ha pecado, pero ¿por qué Dios, que es
santo, que tiene ojos demasiado puros para ver el mal, escoge a los caldeos
bárbaros para ejercer su venganza? ¿Por qué ha de castigar al malo otro peor
que él? ¿Por qué parece que Dios ayudase al triunfo de la fuerza injusta?... Es
el problema del mal, planteado en el plano de las naciones. El escándalo de
Habacuc es también el de muchos modernos.
La lectura presenta un
hecho repetido en la historia humana y es que el hombre de todas las edades
espera una respuesta divina, ¿por qué siempre sale conculcado el derecho? ¿por
qué siempre los grandes perdedores son los pobres e inocentes? El cambio de
poder político nunca suele solucionar el problema: los indigentes, pobres...
siempre cargan con la peor parte. Además con el triunfo nace la arrogancia, la
prepotencia y hacen de su fuerza su Dios. Y ante el altar de este Dios todo el
mundo debe humillarse. No admiten réplica ni oposición. La injusticia nunca puede
derrocarse con las armas de fuerza, del querer imponer una ideología del tipo que
sea
A veces las
circunstancias de nuestra vida, circunstancias difíciles, nos pueden hacer
pensar que el Señor está lejos o, inclusive, que Dios no existe, o que no nos
escucha. La Lectura del Profeta Habacuc nos enseña a esperar el momento
del Señor. El Señor siempre está presente con el auxilio de su Gracia,
aunque en algunos momentos no lo sintamos. En los momentos difíciles de nuestra
vida sepamos esperar el momento del Señor con una Fe paciente, perseverante y
confiada en los planes de Dios... y, sobre todo, en el tiempo de Dios.
La segunda lectura nos recuerda que Dios nos ha dado un
espíritu de energía, amor y buen juicio. El autor refleja la necesidad de avivar los
ministerios a fin de cumplir la tarea con fidelidad. Fueron momentos nada
fáciles. La persecución sangrienta y la aparición de graves síntomas de
descomposición por la presencia de los gnósticos, que ya Pablo hubo de afrontar
en sus cartas a los Corintios. Los encargados de velar por la integridad de la
fe de los seguidores de Jesús deben estar siempre alerta y atentos ante las
dificultades. Para ello recibieron una gracia y fuerza especial. Es el momento
de avivarla, porque la llevan dentro. Todos los que han recibido algún
ministerio en servicio de los hermanos en la Iglesia están expuestos a los
mismos peligros y deben reavivar la gracia recibida de manera constante y
diligente. Por eso esta lectura se debe proclamar constantemente en la Iglesia,
porque siempre será necesaria. Y se puede extender a todos los creyentes y
discípulos de Jesús hoy la gracia recibida en el bautismo, sigue viva y hay que
actualizarla movidos por la responsabilidad y la confianza. Sigue viva y eficaz
en medio de vosotros para testimoniar la verdad del Evangelio en este mundo
nuestro.
El evangelio nos recuerda que los apóstoles son sabedores
de las dificultades que conlleva la decisión de seguir a Jesús. ¡Cuán difícil es
abrirse a la fe! ¿No se nos antoja que cada día resultará más difícil abrirse a
la fe en medio de un mundo en rápida evolución? ¿Es ésta toda la verdad? Las
dificultades son grandes, pero Dios es el Otro que está mucho más allá y mucho
más cercano a la vez; trascendente y en la intimidad del hombre. Un Dios
desconocido y que el hombre necesita. La fe siempre ha de ser una respuesta
libre para que sea auténticamente humana.
Jesús,
en el tema de la fe, más que cantidad, exige calidad de fe, que es lo que
encierra la intencionadamente exagerada sentencia gráfica: Si tuvierais fe como un granito de
mostaza, diriais a esa morera: arráncate de raíz y
plántate en el mar, y os obedecería (Lc
17,6). En esta expresión de frase hecha, Jesús nos pide: Más calidad, más
revitalización de nuestra de fe mortecina, más purificación, más valentía para dar testimonio de nuestro Señor
(2Tim 1,8), pero sobre todo más humildad, menos fe interesada y más fe
agradecida, reconociendo con el evangelio que somos siervos inútiles (17,10) y pobres. Sea,
pues, nuestra jaculatoria frecuente la de los Apóstoles: Señor, auméntanos la fe, la
fe de calidad. Y Pidámosla a través de santa María, “icono perfecto de la fe”,
como concluye el Papa Francisco en su Encíclica Lumen Fidei.
Jesús quería partir de
la experiencia cotidiana del servicio, para mostrar al final algo inusual: por
ello, la vida cristiana no se puede plantear con afán de recompensa; no podemos
servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos conseguir, sino que debemos
hacernos un planteamiento de gracia. El buen discípulo se fía de Jesús y de su
Dios. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente
de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello.
Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de que Dios nos
sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que tengamos que
presentar méritos; sin que sea un salario que se nos paga, sino por pura
gracia, por puro amor. Así es como Lucas ha entendido este conjunto en que pone
en conexión el diálogo sobre la fe con la parábola del siervo
(que no es inútil). Con Dios no vale do ut des, sino lo que cuenta es abrirse a
Él como lo que somos y con lo que somos… y se nos invita, por gracia, a
sentarnos a su mesa, lo que no ocurre precisamente en las relaciones sociales
de este mundo de clases.
Somos unos pobres
siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer. Esta breve parábola de Jesús,
para iluminar la actitud constante de servicio, ha sido hábilmente elegida e
introducida en el programa para el discipulado. Jesús conocía muy bien las
dificultades para realizar un servicio que fuera semejante al suyo. No
olvidemos que en tiempos de Jesús la comprensión que se tenía de un discípulo (talmid), primera etapa del aprendizaje hacia la madurez y
pleno dominio de la doctrina de los sabios, es que aprende de su maestro no
sólo las palabras o doctrina sino también y, de manera muy especial, sus gestos
y actitudes. Jesús utiliza este esquema general y lo aplica a sus discípulos
transformándolo: exige la dedicación total a su persona en el seguimiento y
esto era una innovación en su tiempo. Ningún rabino podía exigir eso de sus
discípulos. El servicio a los demás, por tanto, tiene los mismos rasgos que el
servicio prestado por Jesús. Y el desarrollo de los acontecimientos mostrará
que ese servicio conduce hasta el don de la propia vida, como lo hizo el
Maestro. Los discípulos de Jesús han de estar en total disponibilidad para dar
y servir. Y Jesús subraya que el servidor que cumple su misión no debe esperar
nada a cambio.
En nuestra conclusión
presentamos unas preguntas:
El justo vivirá por la
fe... ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que
realmente orienta mi vida? ¿Soy en verdad una persona "de fe"?
-¿He hecho lo que
tenía que hacer? ¿O creo que se me debe agradecer lo que he hecho? ¿Tengo
simplicidad de corazón, o necesito continuamente estar recibiendo alabanzas o
gratitud de los demás?
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