"Señor, que yo te
conozca a Ti que me conoces. Que yo te conozca como soy conocido por Ti".
Encontró, después de una larga búsqueda, la verdad y, con la verdad, encontró
la felicidad: "La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. El
encuentro con Dios es la felicidad misma". (San Agustín).
¿Qué es lo que Dios
espera de mí? ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? -¿Buscamos a Dios de verdad?. ¿Anhelamos
su sabiduría?. ¿Se nota, no solo de palabra, que el Señor es
nuestra riqueza?. Comprender el designio de Dios.
Dios como refugio, el cambio que supone
la vida cristiana de recibir a todos como hermanos, la exigencia de renuncia de
la propia vida cristiana para ser discípulos de Jesús, las condiciones del seguimiento.
Todas estas preguntas y realidades resonarán hoy en las
lecturas propuestas.
La primera lectura es
del Libro de la Sabiduría ( Sab 9,13-18), nos
presenta a la Sabiduría auténtica como que es el mismo Espíritu de Dios, es
Dios mismo. La razón es de los hombres, la sabiduría es de Dios y ¡qué difícil
es para nuestra pobre razón conocer los designios de Dios, si Dios no nos da su
santo Espíritu! Ante el misterio de Dios, el hombre debe proceder siempre con
humildad y reconocimiento de nuestros límites.
Los designios de Dios solo los podrá conocer
el hombre con ayuda del Espíritu Santo. Así es. Así fue. Y así seguirá. Sin la
ayuda permanente del Espíritu es imposible conocer lo que Dios quiere de
nosotros. Es verdad que Jesús "fue la imagen del Dios invisible" y
nos enseñó a reconocer el amor desbordante del Padre hacia sus criaturas. Pero
eso mismo, sin la ayuda del Espíritu, no nos llegaría, no lo entenderíamos.
Muchas de las especulaciones "cientificistas" que hacen algunos
respecto a la figura de Cristo, o en torno a la presencia de Dios en la
creación, y que se pierden por caminos de adivinanzas o de conjeturas
interminables, se deben a la ausencia del Espíritu. Cuando el Espíritu Santo
está en nosotros todo llega fluidamente y con una profundidad que no procede de
nosotros mismos. Pretender llegar al "fondo" de Dios cerrándose al
Espíritu es –casi—una pérdida de tiempo. Eso no quiere decir que no tengan
mérito los esfuerzos de personas que, sin recibir al Espíritu, buscan a Dios.
El contenido del texto que leemos hoy en el Libro de la Sabiduría nos demuestra
que eso ya lo sabían muchas generaciones antes del nacimiento de Cristo.
"¿Qué hombre
comprende el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere...?" (Sb
9, 13).
Los planes de Dios, sus intenciones, sus pensamientos están ocultos a los
hombres. Los deseos, las motivaciones humanas son más o menos previsibles.
Muchas veces sabemos lo que nuestro interlocutor piensa con sólo mirarle a los
ojos. Sabemos qué es lo que desea, qué es lo que está buscando. Con Dios no
ocurre lo mismo. Él se escapa a nuestras previsiones, está por encima de nuestros
cálculos. Y a menudo nos sorprende su forma de actuar, nos extraña quizá su
pasividad, su prolongado silencio. Y nos preguntamos, inútilmente, el porqué de
las cosas. Hoy nos dice el sabio inspirado por Dios: Los pensamientos de los
mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo
es el lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente del que medita...
Por eso ante Dios sólo nos queda en ocasiones el silencio por respuesta, la
aceptación rendida de cuanto Él quiere disponer. Conscientes de que sus planes
son siempre justos e inapelables. Contentos al pensar que, además de
inteligente como nadie, Dios es sobre todo amor.
"Pues, ¿quién
rastreara las cosas del cielo, quien conocerá tu designio?" (Sb 9, 17). Los planes de Dios están
escondidos para los hombres, el Señor puede mostrarlos con el fulgor de tu luz,
esa luz que luce en las tinieblas y que las tinieblas no sofocaron, esa luz
verdadera que, con su venida a este mundo ilumina a todo hombre. La luz, nos ha
penetrado, sembrando el gozo y la alegría en nuestros corazones, porque sabemos
lo que buscas, lo que intentas desde el principio de los tiempos. Salvar a los
hombres, a todos. Esa es la voluntad del Señor, su deseo de universal
salvación. Y para que esa redención no fuera como una limosna que nos
humillase, permite que podamos cooperar a nuestra propia salvación, conquistar
con nuestro pequeño esfuerzo, sostenido por tu gracia, ese Reino maravilloso
que él ha venido a proclamar.
El responsorial es el salmo 89
(Sal 89,3-6.12-17). Volvemos a presentar el comentario hecho el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. 31 de julio de 2016.
Decíamos que este es uno de los llamados salmos reales. Estos salmos tienen dos modalidades: algunos salmos que hablan sobre el rey
de Israel y otros que muestran la realeza divina. La tradición de ambos grupos
de salmos es davídica en el sentido de que se apoya tanto en la elección divina
del Rey David como en la promesa que Yahveh le hizo sobre la perpetuidad de su
dinastía. Inicialmente usados para la consagración de reyes o para ceremonias
reales, con la caída de la monarquía son reutilizados en sentido mesiánico. Los
más representativos son el Salmo 2, el 45, el 89 y el 110 (para los
directamente relacionados con la dinastía davídica).
En este salmo, un himno al Señor rey del universo (vs. 1-18) y una
evocación de las promesas hechas a David y a su descendencia (vs. 19-37) sirven
de base para una súplica en favor del rey (vs. 38-52). El salmo fue compuesto
probablemente hacia fines de la época de los reyes, cuando el creciente poderío
de Babilonia se había convertido en una grave amenaza para el reino de Judá.
El hombre de la Biblia en ningún instante cubre sus ojos con disfraces, ni
intenta ocultarnos la vieja sabiduría sobre la fugacidad de la vida y la
relatividad de las cosas. Al contrario, lo sentimos impresionado por la
condición efímera de la existencia humana, y frecuentemente se nos presenta
agobiado, por no decir abrumado, por el peso de la contingencia.
"Señor, Tú has sido nuestro
refugio de generación en generación".
El salmista se presenta en el escenario, y de entrada, comienza por
levantar la cabeza y extender la mirada hacia atrás por encima de los
horizontes y los siglos pasados buscando un centro de gravedad que ponga una
cierta estabilidad en el vaivén inestable de las generaciones humanas. En
efecto, necesitábamos una roca porque las generaciones subían y bajaban como
las olas, y la vida era un perpetuo movimiento como las entrañas del mar.
Y, por encima de las estaciones y vaivenes, el Señor estuvo con nosotros,
como una constelación sosegada sobre las olas. El estaba -estuvo-- en el fondo
de nuestros pensamientos como testigo, en el fondo de nuestros sueños como
confidente; y, desde el fondo de los recuerdos, ya casi olvidados, apenas
conseguimos rescatarlo a El como un ser familiar con
el típico encanto de un antiquísimo compañero con quien compartimos los
peligros y las alegrías. Nuestro refugio de generación en generación.
En medio de ese remolino de contrastes en que se mueve el salmista, la
impresión, entre tantas impresiones, que más vigorosamente resalta el salmo 89
es la de la caducidad de la realidad humana y, en general, de toda la realidad,
frente a la consistencia de Dios. Todo, en el salmo, está en una mezcla
confusa: las leyes biológicas junto a las iras divinas, el vacío, el silencio,
el olvido.
"Mil años en tu presencia
son un ayer que pasó,
una vela nocturna... "(Sal 89,4)
son un ayer que pasó,
una vela nocturna... "(Sal 89,4)
"Enséñanos a calcular nuestros
años
para que adquiramos un corazón sensato "(v.12).
para que adquiramos un corazón sensato "(v.12).
El Señor nos enseña a «contar nuestros días» para que, aceptándolos con
sano realismo, «entre la sabiduría en
nuestro corazón» (v. 12).
Sabiduría de corazón. ¿En qué consiste ella? En «conocer mi fin» y «la
medida de mis años» para comprender «lo caduco que soy», y en «calcular
nuestros años» para, de esta manera, adquirir un «corazón sensato». He ahí la
fuente y el camino de la sabiduría.
Corazón sensato es el de aquel hombre que tiene una visión objetiva sobre
todo su entorno, dispone en su mente de la medida de las cosas y sabe aplicar,
cuando corresponde, la ley de la proporcionalidad. Por lo demás, es capaz de
hacer una correcta distinción entre lo verdadero y lo ficticio, entre la
apariencia y la realidad. En suma, sabe que la verdad consiste en saber que
todo lo humano es caduco.
"Por la mañana sácianos de tu misericordiay toda nuestra vida será alegría y júbilo"
(v. 14)
Pasó la tempestad, las nubes se alejaron, y de nuevo brilla el sol. Hemos
buscado al salmista y lo hemos encontrado acorralado por la muerte, asfixiado
entre dos nadas, hostigado por los rayos divinos, verdaderamente en el ojo de
la tempestad.
Todas las verdades, proclamadas fragorosamente en la primera parte del
salmo, siguen y seguirán en pie, pero la Misericordia es capaz de cualquier
metamorfosis: capaz de transfigurar el polvo en risa, el lamento en danza y la
muerte misma en una fiesta. ¿El problema? Uno sólo: «saciarse de Misericordia».
Cuando el hombre despierta por la mañana, y abre los ojos, y deja entrar
por la ventana de la fe el sol de la Misericordia, y ésta consigue inundar
todas las estancias interiores y todos los espacios hasta la saciedad total,
entonces no hay en la tierra idioma humano que sea capaz de describirnos esta
metamorfosis universal: como por arte de magia el viento se lo llevó todo, la
cólera divina, y las culpas, y el polvo, y la muerte, y la caducidad, y el
miedo, y el humo, y la sombra, como papelitos se llevó todo el viento, y la
vida y la tierra entera se entregaron frenéticamente a una danza general en que
todo es alegría y júbilo (v. 14).
Las cosas de Dios no son para ser entendidas intelectualmente sino para ser
vividas, y cuando se viven, todo comienza a entenderse. El secreto está,
reiteramos, en saciarse, verbo eminentemente vital, casi vegetativo. Dios es
banquete; hay que «comerlo» (experimentarlo) y llega la saciedad. Dios es vino;
hay que «beberlo», y viene la embriaguez en que todas las cosas saltan de su
quicio y, en milagrosas transfiguraciones, lo caduco se transforma en lo
eterno, la tristeza en alegría, el luto en danza.
Dios hace estos prodigios, no el Dios de la venganza, que ya «murió» sobre
el monte de las bienaventuranzas, sino el Dios de las Misericordias, el
verdadero Dios, Aquel que nos reveló Jesús.
Después de beber este «vino», los días y los años que se abren ante
nuestros ojos estarán colmados de alegría (v. 15). Y el salmo acaba con una
estrofa en que una esperanza invencible llena por completo y guarda nuestro
futuro. Lo diré con la traducción de la Biblia de Jerusalén:
"Aparezca tu obra ante tus
siervos
y tu esplendor sobre tus hijos.
y tu esplendor sobre tus hijos.
La dulzura del Señor sea con
nosotros.
Confirma tú la acción de nuestras manos" (vv. 16-17).
Confirma tú la acción de nuestras manos" (vv. 16-17).
En la
segunda lectura carta
a Filemón (Flm 9b-10.12-17) , San Pablo pide
clemencia por el esclavo Onésimo, fugado de su casa y, posteriormente, reunido
con el Apóstol. San Pablo nos va a dar siempre esa aproximación insuperable a
la realidad de su tiempo sin dejar de dar mensajes válidos para todas las
épocas. La esclavitud era un "sistema de producción" dentro de la
economía de ese tiempo. Sin duda, esa mano de obra barata y fiel había ayudado
a construir imperios. Hombres, mujeres y niños constituían parte del botín de
las guerras y pasaban a ser utilizados por los vencedores. En el Antiguo
Testamento aparecen las deportaciones que sufrió el pueblo judío. Egipto,
Babilonia son destinos de esclavitud. San Pablo pide hermandad entre esclavo y
amo y, sorpresivamente, no pide la liberación de Onésimo. Pero es que el
respeto por la ley civil del Apóstol es lo que dio marcha a su largo camino.
San Pablo pone en
práctica las exigencias del evangelio de Jesús. Por la aceptación del evangelio
y merced al bautismo, el esclavo tampoco es ya simplemente esclavo, ya no es un
objeto sin derechos perteneciente a su propietario, de modo que éste pueda
hacer lo que le plazca, sino que es un liberto del Señor, un hermano en Cristo.
La relación de amo respecto a su esclavo ha quedado modificada. La llamada de
Cristo acarrea una transformación radical de las relaciones: el esclavo se
convierte en un liberto de Cristo y el libre se hace esclavo de Cristo. Onésimo
quiere decir "útil". No habrá ya entre los hombres una relación de
"utilidad" sino de "fraternidad. Esta libertad gracias a Cristo
es la solución dada por el cristianismo primitivo al problema de la esclavitud.
San Pablo manifiesta que merced al evangelio se produce una nueva relación del
hombre para con Dios, y ella crea a su vez una nueva relación respecto a los
demás hombres, cuyo determinante es el amor.
El Evangelio de este domingo de San Lucas (Lc
14,25-33),, se encuentra dentro de
la sección de Lucas -iniciada en 9,51- que nos presenta a Jesús en viaje hacia
Jerusalén. El
texto está formado por dos comparaciones enmarcadas por tres frases de Jesús
sobre el discipulado.
En los vv. 25-26,
Jesús explica que ser su discípulo no significa simplemente caminar detrás de
Él. Por esta razón, al ver que tantos lo siguen, se voltea y explica que para
poder ser su seguidor de verdad, hay que preferirlo a Él por sobre todos. El
amor que pide Jesús para sí es mayor que los lazos familiares más profundos,
como el padre, la madre, los hijos o hermanos. Como ya había hecho en 9,57-62,
el Señor enseña que solo poniéndolo a Él en el centro de nuestro corazón,
prefiriéndolo incluso a la propia vida, podemos ser sus seguidores.
El v. 27, nos indica
que para seguir a Jesús, es necesario cargar con la propia cruz. Del mismo modo
que Él camina sin dudar hacia Jerusalén para entregar su vida (cf. Lc 9,51), quien quiere seguirlo debe hacer de su existencia
un camino de entrega y servicio, y no de comodidad.
Al final del texto, en
el v. 33, Jesús deja ver que tampoco puede ser discípulo suyo quien no renuncia
a todo lo que tiene, es decir, a los bienes materiales que posee. Nuestro
pasaje nos enseña así que el Señor debe ser preferido a todos y a todo.
Es de notar que las
tres frases sobre el discipulado que hemos leído no son consejos para seguir
mejor a Jesús, sino condiciones sin las cuales es imposible seguirlo (en las
tres ocasiones se repite la expresión “no puede ser mi discípulo”). De este
modo, el Evangelio nos invita a revisar nuestra escala de valores y prioridades
para asegurarnos que Jesús esté siempre en el lugar más alto.
Jesús advierte de la
absoluta necesidad de discernir antes de tomar una decisión tan importante:
“¿Quién de vosotros, en efecto, si quiere construir una torre, no se sienta
primero a calcular los gastos...? Y ¿qué rey, si quiere presentar batalla a
otro rey, no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para
hacer frente...?” (los vv. 27-32). Los dos ejemplos propuestos sirven para
demostrar que la decisión no puede hacerse a la ligera. Los medios humanos con
que se puede contar son del todo insuficientes para acometer la construcción
del reino de Dios y para afrontar las dificultades humanamente insuperables que
se derivan de ello. La única escapatoria inteligente de este callejón sin
salida es sopesar la gravedad de la situación, renunciando a contar
exclusivamente con los propios medios. Solamente así se podrá hacer la
experiencia del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para la construcción
del Reino.
Para nuestra vida.
El libro de la
Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que tiene conocer el
designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será necesario para ello
recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo para adecuar nuestra
vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús. Necesitamos ir contra
corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide el evangelio y a la
que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto que en el evangelio se
nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es tanto el comienzo del
camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a lo que debemos tender,
si queremos seguir a Jesús. Tal vez no lleguemos nunca a vivir con esa
radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a ello, por más
que nos encontremos a años luz de esa utopía.
En su Carta a Filemón,
Pablo nos brinda una consecuencia concreta del seguimiento, y las necesarias
renuncias a los propios bienes. Por haber abrazado la propuesta del evangelio,
Onésimo ha dejado de ser un esclavo para ser un hermano de Filemón. Mediando la
caridad y la buena voluntad de éste, quizá también se convierta en colaborador
del apóstol que se encuentra encarcelado.
Hoy el evangelio es
tremendamente exigente. Jesús se presenta a sí mismo como el centro de su
mensaje, Él mismo es el Reino que predica. Por eso, pide una adhesión sin
reservas a su Persona con términos como jamás se atrevió a usar hombre
alguno:“ Si alguno viene a
mí y no me ama más que a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a
sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo
mío”.
Por la primera
("si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre,
a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no
puede ser discípulo mío"), el discípulo debe estar dispuesto a
subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Jesús pide
una renuncia total, para
que nuestra entrega a Él sea también total, quiere dejar muy claras las
condiciones para ser discípulo suyo: como Él es libre ante su familia y ante el
ambiente social, así, sus discípulos deben vivir esa libertad y estar
dispuestos a renunciar a todo: familia, riquezas, trabajo y al propio egoísmo.
Ciertamente Jesús no nos está invitando a odiar o a despreciar a la familia. Ni
a suicidarnos, cuando dice que tenemos que renunciar incluso a nosotros mismos.
Nos está diciendo que tenemos que saber distinguir entre lo importante, lo
absoluto, que es Dios mismo, y lo menos importante. Ya sabemos que el Señor
quiere que amemos a los nuestros. El amor a los hijos, el amor fraterno, el
amor conyugal son santos, pero el amor de Dios que los sostiene y anima debe
ser mayor todavía en cada uno de nosotros. Si en el propósito de instaurar el
reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta
impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia.
Jesús y su plan de crear una sociedad alternativa al sistema mundano están por
encima de los lazos de familia.
Por la segunda
("quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser
discípulo mío"), no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se
decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva
frecuentemente la persecución por parte de la sociedad, persecución que hay que
aceptar y sobrellevar conscientemente como consecuencia del seguimiento. Por
eso es necesario no precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que
podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una
buena planificación para calcular los materiales de que disponemos, o del rey
que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus
posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.
La tercera condición
("todo aquel que no renuncia a todo
lo que tiene no puede ser discípulo mío")
parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan
de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que
parece estar por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene.
Se trata, sin duda, de una formulación extrema, paradigmática, que hay que
entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que
tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que
unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para
sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno,
cuando alguien lo necesita para vivir. Sólo desde el desprendimiento se puede
hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo
desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, luchando por
erradicar la injusticia de la tierra.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario