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viernes, 1 de julio de 2016

Comentarios a las lecturas del Domingo XIV del Tiempo Ordinario 3 de julio de 2016.

Comentarios a las lecturas del Domingo XIV del Tiempo Ordinario 3 de julio de 2016

Dios nos llama a ser testigos humildes de la ternura y consuelo de Dios y poseídos de la fuerza del Espíritu que viene en ayuda de la debilidad humana
 Las lecturas de hoy nos muestran la diferencia entre los que aceptan el mensaje de Dios y los que lo rechazan. El profeta Isaías ofrece paz, concordia y felicidad para los últimos tiempos. En su profecía de hoy nos presenta a una Jerusalén como centro de un gran acontecimiento pacífico y feliz. San Pablo en el final la Epístola a los Gálatas narra, también, otro final en una concreción de toda su doctrina. El Apóstol solo se enorgullece de la Cruz de Cristo y de su efecto en él mismo y en el resto de los fieles. La comunión de Pablo con Jesús hace que presuma, incluso, de llevar sus marcas. El Evangelio contiene uno de los episodios más interesantes de la narración de la Buena Noticia. Manda a setenta y dos a evangelizar.

En la primera lectura, del profeta Isaías (Is 66,10-14c), es una invitación a la alegría, fruto característico de la salvación. Debemos alegrarnos porque es grande la «gloria» (salvación) de Jerusalén, su paz; porque Dios la consuela como una madre a su hijo. La presencia de Yahvé, causa de tanta alegría, tiene repercusiones incluso en el mundo físico.
Se nos proclama la paz y bondad que Dios dará a su pueblo si son fieles a la Alianza, pero ellos son responsables si se alejan de Dios. He aquí, dice el Señor, que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río, la gloria de las naciones como un torrente desbordado. Dios llenará de consuelo a cuantos se encuentren en el recinto de la Iglesia. Como cuando a uno le consuela su madre, dice el Señor, así os consolaré yo a vosotros. Como consuela una madre. No pudo el Señor buscar una comparación más entrañable, más cercana al corazón huérfano del hombre. Como una madre, de la misma forma, con la misma ternura, con el mismo cariño.
La alegría del pueblo de Israel cuando contempla su renacer después de todas las amarguras del destierro la muestra el tercer Isaías con la figura del parto y los hijos recién nacidos que necesitan de la madre para mamar de sus pechos y recibir sus consuelos, los llevaran en sus brazos y sobre las rodillas los acariciarán. Están en la mano del Señor y como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo.        
La figura de Dios Madre es muy querida para los profetas. Sin duda la experiencia familiar del padre, de la madre y de los hijos, es quizás la más admirable y comprensible para todos, cuando se quiere hablar del amor de Dios.
Cuando la Biblia habla de Dios Padre, ciertamente no está determinando el género masculino de la divinidad. Es cierto que esta denominación y esta traducción están condicionadas sociológicamente y sancionadas por una sociedad de carácter varonil. Pero, realmente, a Dios no se le quiere concebir simplemente como a un varón. Sobre todo en los profetas, Dios presenta rasgos femeninos maternales. La noción de Padre aplicada a Dios, debe interpretarse simbólica­mente. Padre es un símbolo patriarcal -con rasgos maternales-, de una realidad transhumana y transexual que es la primera y la última de todas.
Esa ternura del amor de Dios queda expresada de manera inigua­lable en la figura de la madre: ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Is 49,15).
            Como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo (Is 66,13).
  Realmente el pueblo se sentía hijo de Yahveh. Desde la primera experiencia salvífica de Dios en la salida de Egipto, el Señor ordenó a Moisés decir al Faraón: Así dice el Señor. Israel es mi hijo primogénito, y yo te ordeno que dejes salir a mi hijo para que me sirva (Ex 4,23). Y esa seguridad que la experiencia de Dios-Padre daba a los israelitas no les permitía sentirse huérfanos porque, si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá (Sal 27, 10).

El responsorial de hoy es el salmo 65 ( Sal 65,1-7.16.20) . Esplendida la estrofa del salmo de hoy: "Aclamad al Señor, tierra entera"  
Se trata de un salmo cuya primera parte es un himno de alabanza y luego, a partir del versículo 13 continúa con una acción de gracias.
Los motivos de la alabanza son el poder soberano de Dios en favor de la humanidad, los prodigios que vivió el pueblo a la salida de Egipto, el paso del Mar Rojo y como se fueron rindiendo los enemigos.
Se invita a todos los pueblos a alabar al Señor, ya no por las acciones pasadas sino por los beneficios a la comunidad del salmista que se convierten entonces en motivos para la acción de gracias, peligros y pruebas ante las cuales la comunidad acude al Señor quien los escucha.
Todo el salmo es una invitación a los oyentes: la tierra entera, el pueblo de Israel, y los fieles a Dios, para alabar al Señor y dar gracias, porque Dios nos salva y nos protege aunque nos haga pasar por fuertes pruebas.

En la segunda lectura  de la carta a los Gálatas: Gál 6,14-18 San Pablo se gloria solamente en la cruz de Jesucristo. ¿Para qué ser bien vistos por los humano si no puedo gloriarme en la cruz de Cristo?.
En la despedida de su carta a los Gálatas, Pablo de manera muy sintética reafirma dos de sus temas preferidos. La salvación no se da por la ley, y el hombre en Cristo es una nueva criatura.
La circuncisión era una muestra clara del cumplimiento de la Ley, pero Pablo les dice a los Gálatas que la salvación no proviene de la ley sino de Cristo. Y se apoya en la Cruz, signo de ignominia para los romanos, los paganos y los judíos, que ahora es el signo de la victoria y de la salvación, y por eso Pablo se gloría en ella, como también todos los cristianos, porque de ella brota la vida.
Circuncidarse o no circuncidarse no es lo importante. Lo importante es renacer como nueva criatura. El mundo de la ley ha muerto. Ya no hay diferencia entre judíos y paganos. Ya no hay circuncisos e incircuncisos, lo único que cuenta es el hombre nuevo, el hombre que es capaz de superar la tragedia del pecado y realizar el proceso de la resurrección de Jesús, para vivir como un hombre nuevo.
Somos criaturas nuevas. Pablo da ejemplo del cristiano que sabe que la cosa más importante y clave en la vida es Jesucristo. Todas las otras cosas del mundo merecen, en comparación, indiferencia. Al rechazar el evangelio nos engañamos a nosotros mismos. No es Dios quien nos condena, somos nosotros mismos. Por eso, en la sociedad de hoy, los cristianos tienen que estar preparados para no dejarse engañar por los que rechazan el evangelio.

           
En el evangelio de hoy (Lc 10,1-12.17-20 ), nos encontramos con un completo relato de envío e invitación a dar a conocer el evangelio.  Por segunda vez en el evangelio de Lucas, Jesús envía a sus discípulos a la misión. Ahora la época de la cosecha ha llegado y es necesario muchos obreros para recoger la mies; son setenta y dos, un número que evoca la traducción de los Setenta en Génesis 10, en donde aparecen setenta y dos naciones paganas. Jesús va camino hacia Jerusalén, el camino que debe ser modelo del camino de la Iglesia futura. Salen de dos en dos para que el testimonio tenga valor jurídico según la ley judía (cfr. Dt 17,6; 19,15).
La misión no será fácil debe llevarse a cabo en medio de la pobreza, sin alforjas ni provisiones. La misión es urgente y nada puede estorbarla, por eso no pueden detenerse a saludar durante el camino; tampoco los discípulos deben forzar a nadie para que los escuchen pero sí es el deber anunciar la proximidad del Reino.
Este modelo de evangelización es siempre actual. Ciertamente es una tarea difícil si se quiere ser fieles al evangelio de Jesús. Muchas veces por una falsa comprensión de la inculturación se hacen concesiones que van contra la esencia del evangelio.
Cuando los discípulos regresan de la misión están llenos de alegría. Hay una expresión que merece un poco de atención: Hasta los demonios se nos someten en tu nombre. ¿Qué significado tienen los demonios? Una breve explicación del término se dará al final.
Jesús manifiesta su alegría porque se han vencido las fuerzas del mal, porque él rechaza cualquier forma de dominio, y exhorta a sus discípulos a no vanagloriarse por las cosas de este mundo. Lo importante es tener el nombre inscrito en el cielo, es decir participar de las exigencias del Reino y vivir de acuerdo con ellas. (cfr. Ex 32,32).
Hay otro motivo de alegría para bendecir la Padre. Sus discípulos son una muestra de que el Reino se revela a los sencillos y humildes. No son los conocimientos lo que permite la experiencia del Reino. Es esa experiencia de Dios por medio del contacto íntimo con Jesús y su seguimiento.


Para nuestra vida.
El tema la semana pasada fue la vocación: Jesús nos llama a todos a dejar atrás el pecado y seguirle.
Hoy el tema es la misión: Jesús envía a los suyos a anunciar que está cerca el Reino de Dios. Cuando hablamos del Reino de Dios no es algo abstracto sino muy real y presente: es la presencia y cercanía de Dios a nuestra vida cotidiana. Dios que nos ama, quiere estar cerca de nuestra vida.
Jesús envía y para que los enviados no vayan con las “manos vacías”, les da su PAZ para que la ofrezcan y la dejen a cuantos les aceptan; les pide que curen a los enfermos como signo y presencia del Reino.
Algunos siempre piensan que “eso del Reino” es algo “espiritual”, que afecta “al más allá”. No es así en Jesús: el Reino se hace presente en formas tangibles y concretas: salud, bienestar, cercanía, solidaridad, fraternidad…
Esta es la Buena Noticia.
Sigamos el texto evangélico. Las palabras de Jesús " La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies",   siguen teniendo vigencia hoy. También hoy es mucha la mies y pocos los obreros. Todos los discípulos de Jesús tenemos vocación misionera, es decir, que estamos llamados a predicar y anunciar el evangelio de Jesús, es algo evidente para todos los cristianos.
Hay que reconocer que en el mundo que vivimos es mucha la tarea y escaso el número de los que son responsables, con seriedad, en esta tarea de anunciar el evangelio y con ello colaborar con la obra de Dios de transformar el mundo. De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, para que despierte la conciencia dormida de tantos como se dicen cristianos.
Importantes los consejos de Jesús para realizar esta tarea; "Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias… Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. No caigamos en la tentación de querer imponer nuestro cristianismo por la fuerza, o con prepotencia u ostentación, o con orgullo. Debemos mostrarnos siempre ante los demás con mansedumbre, con humildad, con deseo de servir, no de dominar. Jesucristo, cuando, después de su resurrección, se presentaba a sus discípulos, lo primero que les decía era: “la paz esté con vosotros”. Seamos nosotros, como seguidores de Jesús, hombres de paz, pacíficos y pacificadores. Ya decía san Francisco de Sales que se atraían más moscas con una gota de miel, que con cien barriles de vinagre. La frase de Jesús: “Como corderos en medio de lobos”, debemos aplicárnosla a nosotros mismos, antes que pensar que todos los demás son lobos.
En el texto del evangelio vemos la reacción de los  setenta y dos enviados. Volvieron contentos y dijeron: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Más de una vez nos ha invadido este tipo de alegría. Jesús nos dice: "No estéis alegres porque se os sometan los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo". Es un buen aliento para cuando nos sentimos fracasados. No debemos olvidarnos nunca de que somos "instrumento" en sus manos. Evangelizar no es la tarea exclusiva de los pastores del pueblo de Dios, ni monopolio de los misioneros de vanguardia. Toda la comunidad eclesial es misionera siempre y en todo lugar. Evangelizar es su misión y su dicha. Con tal de que estemos evangelizados nosotros mismos, todos los cristianos podemos y debemos ser evangelizadores, pues por los sacramentos de la vida cristiana participamos de la misión profética de Cristo. Hoy, más que de conquista se habla experiencia y de testimonio. Es este testimonio de los cristianos lo que mejor puede llamar la atención del hombre de hoy, harto de propaganda, palabrería y falsos mesianismos. Hoy como ayer, lo que más necesita es el evangelio vivido. Es verdad que hemos de emplear todos los medios a nuestro alcance para difundir la fe, con tal que se avengan con las instrucciones de Jesús en el evangelio de hoy: pobreza y solidaridad, y no avasallamiento y poder.
Nuestra misión, hoy como en los tiempos de Jesús,  es ser mensajeros de la paz y la alegría. Los auténticos seguidores de Jesús seremos capaces de, en su nombre, lograr la transformación de la vida de las personas y de las realidades sociales en las que vivimos. El Evangelio no es intimismo, no es buscar el solo bienestar interior sino que es una llamada a salir de nosotros mismos para llevar a los demás la alegría que tenemos en el corazón. Es una propuesta maravillosa, que no se impone por la fuerza.
A estas alturas de la reflexión una pregunta: ¿Te sientes enviado por Jesús?.No olvidemos que nos envía con la fuerza del espíritu.
"Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo". 
¡Cuántas serpientes y escorpiones en nuestro mundo, destruyéndonos impunemente!: Los demonios de la lujuria, de todo tipo de adicción, de la mentira, el robo, la violencia...  todos los pecados son serpientes y escorpiones.  ¡Si creyéramos en el poder de Jesús para liberarnos y ayudar a liberar a nuestros hermanos!
No hay razón de temer. Es Jesús quien nos envía con el poder de su Espíritu que nos acompaña siempre. El nos corrige, enseña y protege en el camino. ¡Demos pues el paso de fe!

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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