Comentario a lecturas del Domingo XVI del Tiempo Ordinario 17 de julio de 2016
En este domingo dos ideas
son hilo conductor de las lecturas: la hospitalidad y a la atención a Dios.
Atender a Dios, no es
desvivirse por Él, sino escuchar su Palabra y ponerla en
práctica.
La hospitalidad de Abraham, que corre a atender a sus
huéspedes, contrasta con la hospitalidad en la casa de Marta y María.
En esta Cristo pone el énfasis, en su Palabra,
más que en la laboriosidad de la atención.
No quiere decir
que la acción no sea importante, sino que ésta debe ser sustentada por la
escucha de la Palabra.
El envío
misionero se produce tras alimentarnos de la Palabra y el Pan.
Es Cristo, quien nos ofrece su Iglesia como
lugar de encuentro.
Es Él quien nos invita a su tienda, en el
Salmo tenemos las actitudes para acercarnos y estar en intimidad con Ël.
En la primera lectura del libro del Génesis (Gen 18,1-10a) , se narra
con sencillez y calor humano la acogida que Abrahán, dispensa al mismo Dios. “Alzó la vista y vio tres
hombres en pie, frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro..." (Gn 18, 2). Abrahán está sentado a la
puerta de su tienda. Hace calor dentro y la brisa fresca de la tarde invita a
sentarse al aire libre. La añosa encina de Mambré
aumenta, con el rumor de sus hojas, la sensación de bienestar, el aire sereno
que llena de
calma y de paz el espíritu del viejo patriarca. Por el sendero
pasan tres caminantes. Abrahán se levanta y sale a su encuentro: Venid, traeré
agua para vuestros pies, pan para vuestra hambre, sombra de mi encina para
vuestro sol ardiente, brisa de atardecer para vuestro calor del mediodía...
Hospitalidad patriarcal, acogida amable para el que va de camino,
Abrahán despliega en su honor todas
las delicadezas de la hospitalidad proverbial en los hombres del desierto. La
narración alcanza su punto culminante en la promesa. Abrahán y Sara eran dos
ancianos, pero Abrahán había esperado contra toda esperanza. El nacimiento de
Isaac vendría a demostrar que la esperanza de Abrahán en su amigo fiel no iba a
ser defraudada.
Hoy el responsorial son 5 versiculos del salmo14 : (Sal 14,2-5) tambien nos habla de la hospitalidad, del hospedaje. "Señor, ¿quién puede
hospedarse en tu tienda?"
El salmo 14 servía a los israelitas
que se disponían a subir en peregrinación a Jerusalén para examinarse sobre si
eran o no dignos de acercarse al templo del Señor; ante la pregunta de los
peregrinos: ¿Quién
puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?, los
sacerdotes respondían recordando las condiciones requeridas para ofrecer a Dios
un culto que le sea agradable. En el nuevo Testamento Jesús promulga para sus
seguidores una doctrina muy parecida a la de este salmo: «Si, cuando vas a
poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene
quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-24).
Los estudiosos de la
Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de
hoy, como parte de una "liturgia de ingreso". Por una parte, se
plantea la pregunta: "Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y
habitar en tu monte santo?" (Sal 14, 1). Por otra, se enumeran las
cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la "tienda",
es decir, al templo situado en el "monte santo" de Sión. Las
cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los
compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).
El salmo 14 exige la
purificación de la conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a
la justicia y al prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el
espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida,
oración y compromiso existencial, adoración y justicia social.
El salmista concluye señalando
que quien actúa del modo que indica "nunca fallará" (Sal 14, 5). San
Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta así esta afirmación final del salmo,
relacionándola con la imagen inicial de la tienda del templo de Sión. " «Quien obra de acuerdo con estos preceptos,
se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los
preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más
íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria.
Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y
así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la
Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo»
(PL 9, 308).
La segunda lectura
es como el domingo anterior de la carta a los colosenses: (Col 1,24-28). En el fragmento de hoy vemos
como el servicio al evangelio, es para Pablo causa de grandes padecimientos.
Todo esto son "los dolores de Cristo", lo que faltaba todavía y ahora
completa el apóstol en su propia carne. Pablo no se refiere a la pasión
redentora de Cristo en su sentido más estricto, ya que la muerte en la cruz es
más que suficiente para nuestra redención del pecado, y Jesús no tiene que
volver a morir. Pero la salvación realizada en Cristo ha de ser anunciada y, en
este sentido, las tribulaciones que van unidas a la predicación del evangelio
pertenecen a los "dolores de Cristo" o por la causa de Cristo. Jesús
cargó ya, durante su vida, con estas tribulaciones propias de su misión. Pablo,
a pesar de todas las dificultades, continúa fiel a la misión de anunciar a
todos el mensaje completo. Él está en la cárcel, pero "el evangelio no
está encadenado". Sus cartas llegan a donde no puede llegar fisicamente. Su servicio es también, e inseparablemente, un
servicio a la iglesia. Es "ministro de la Iglesia", no una dignidad
dentro de su escalafón, sino un servidor de la comunidad de los creyentes.
El evangelio continua
siendo de San San Lucas: (Lc
10,38-42 ) Continuamos con el viaje de Jesús emprendido en
9,51, viaje que está sembrado de encuentros singulares, entre ellos el de un
doctor de la ley (10,25-37), (lo recordábamos el pasado domingo) que precede al
encuentro con Marta y María (vv. 38-42). Ante todo, pues, el doctor de la Ley
hace una pregunta a Jesús, lo cual propicia al lector ocasión para descubrir
cómo se consigue la vida eterna, que es la intimidad con el Padre. En Jesús, el
Padre se ha acercado a los hombres mostrando de manera evidente su paternidad.
La expresión que Jesús dirige al doctor de la Ley y al lector, al final del
encuentro, es crucial: “Vete y haz tú lo mismo” (v.37). Hacerse próximo,
acercarse a los otros como ha hecho Jesús, nos hace instrumentos para mostrar
de manera viva el amor misericordioso del Padre.
Después
de este encuentro con un experto de la Ley mientras iba de camino, Jesús entra
en un poblado y es acogido por sus amigos Marta y María. Jesús no es sólo el
primer enviado del Padre, sino también el que, por ser Él la Palabra única del
Padre, reúne a los hombres, en nuestro caso los miembros de la familia de
Betania.
Aquí, el
relato de San Lucas es al mismo tiempo un hecho real y algo ideal. Empieza con
la acogida por parte de Marta (v.38), y después presenta a María en la actitud
propia del discípulo, sentada a los pies de Jesús y atenta a escuchar su
Palabra. Esta actitud de María resulta extraordinaria, porque en el judaísmo
del tiempo de Jesús no estaba permitido a una mujer asistir a la escuela de un
maestro. Hasta aquí vemos un cuadro armonioso: la acogida de Marta y la escucha
de María. Pero la acogida de Marta se convertirá en breve en un súper
activismo: la mujer está “tensa”, dividida por las múltiples ocupaciones; está
tan ocupada que no consigue abastecer las múltiples ocupaciones domésticas. La
gran cantidad de actividades, comprensible por tratarse de un huésped singular,
sin embargo resulta desproporcionada, hasta el punto de impedirle vivir lo
esencial justo en el momento en que Jesús se presenta en su casa. Su preocupación
es legítima, pero pronto se convierte en ansia, un estado de ánimo no
conveniente para acoger a un amigo.
Es
verdad que hay muchos servicios que llevar a cabo, como la acogida y atención a
las necesidades de los demás, es aún más cierto que lo que es insustituible es
la escucha de la Palabra.
Jesús quiere decir a Marta que no
se moleste demasiado, que cualquier cosa es suficiente para comer, que ha ido a
verles y a hablar con sus amigos del reinado de Dios, y esto es lo que importa
de verdad.
Para
nuestra vida.
La primera
lectura nos plantea la realidad de la hospitalidad.
Para
los pueblos nómadas la hospitalidad era una ley sagrada. Una persona que
caminaba horas y horas por el desierto, árido y seco, lo que necesitaba al
llegar a la tienda de una familia hospitalaria era agua para lavarse y leche y
comida para reponer fuerzas. El patriarca Abrahán, el amigo de Dios y nuestro
padre en la fe, era una persona hospitalaria, que amaba a su prójimo y le ayudaba
siempre que podía. Nosotros debemos intentar imitar al patriarca Abrahán,
siendo personas hospitalarias, en el tiempo real y en las circunstancias reales
en las que nosotros y nuestro prójimo vive hoy.
¿Cómo
hacerlo? No hay una respuesta única, que valga para todos los casos. Pero yo
creo que una palabra clave, que no debemos olvidar nunca, es la palabra
“acoger”. “Acoger”, hoy, es, sobre todo, escuchar y ayudar al prójimo que se
acerca a nosotros pidiendo ayuda. Escucharle siempre y ayudarle también, cada
uno como mejor sepa y pueda, discerniendo, con caridad cristiana, lo que de
verdad podemos y no podemos hacer. Hoy, desgraciadamente, es mucho más difícil
que en tiempos del patriarca Abrahán saber cómo y de qué manera debemos
practicar la preciosa virtud de la hospitalidad. Porque nuestro mundo es mucho
más complicado y abunda desgraciadamente la trampa y el engaño.
Que
cada uno discierna con sinceridad y realismo lo que puede y lo que no puede, ni
debe, hacer.
Hoy también pasan, delante de nosotros, muchos
que vienen de lejos, el aire cansado y el corazón triste y solo.
Que
sepamos abrir la puerta, practicar la hospitalidad, la acogida cordial de los
antiguos patriarcas.
"Añadió uno: Cuando vuelva a verte, dentro
del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo...” (Gn
18, 10)
A veces se repite el hecho, que hoy se
nos narra. Después de haber ejercido la hospitalidad con una persona
desconocida y necesitada, resultó que se trataba del rey, o del mismo Dios.
A
cambio de esta generosidad, de ese sacrificio de compartir el pan y el techo,
se recibe un don infinitamente mayor, algo que se anhela, algo que llena de
ilusión y de alegría el corazón. En el caso de Abrahán, éste recibe la promesa
de que Sara, su vieja y amada esposa, tendrá un hijo. Su esterilidad y su vejez
no serán obstáculos para que les nazca un niño, ese hijo nacido de la libre que
tanto habían añorado.
No
siempre se da el milagro de que caiga la tosca apariencia tras la que, sin
duda, se esconde el Señor. Y ocurre así porque recibir al Señor no es eso lo
más importante. Lo que realmente tiene valor es que uno sea capaz de abrir el
corazón, de hacer sitio en su casa a quien lo necesita.
No
olvidemos que el verdadero milagro, lo que Dios valora y premia con su
bendición, a quien, por amor a Dios, abre la puerta de casa a quien está muy
lejos de la suya.
El
responsorial de hoy enumera los once compromisos, para tener una vida sanada
espiritualmente. el contenido del salmo
puede constituir la base de un
examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras
culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración
litúrgica.
Los tres primeros
compromisos son de índole general y expresan una opción ética: seguir el camino
de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la
sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14, 2).
Siguen tres deberes que
podríamos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia de nuestra
lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar
a los que viven a nuestro lado cada día (cf. v. 3).
Viene luego la exigencia
de una clara toma de posición en el ámbito social: considerar despreciable al
impío y honrar a los que temen al Señor.
Por último, se enumeran
los últimos tres preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a la palabra
dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas
para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días
es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por
último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso
que es preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo (cf. v. 5).
A veces nos resulta difícil llegar a lo que el Señor espera, por
eso no está de más la oración, al estilo de la siguiente: " Señor Dios
nuestro, que proclamas bienaventurado a quien toma parte en la mesa de tu
Reino; te damos gracias porque hoy nos has permitido, una vez más, hospedarnos
en tu tienda y habitar en tu monte santo; porque nos has hecho ciudadanos de
los santos y familiares tuyos. Concédenos que nuestras obras sean un claro
testimonio de nuestra ciudadanía. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén" .
La segunda lectura nos plantea una realidad
propia de la vida cristiana: Sufrir por los demás, para salvar a los demás,
como hizo Cristo.
No se trata de sufrir por sufrir, sino de sufrir para colaborar con Cristo en
la salvación del mundo. El mundo, las personas que vivimos en este mundo, no es
el mundo que Dios quiere; Dios quiere un mundo mejor. Cada vez que, en el Padre
Nuestro, pedimos a Dios que venga a nosotros su reino, lo que le pedimos es que
nuestro mundo sea un mundo en el que de verdad pueda reinar Dios. Esto es algo
muy difícil de alcanzar, pero los cristianos debemos trabajar cada día para
alcanzarlo, o, al menos, para acercarnos un poco más al ideal. Trabajemos,
pues, de palabra y de obra, para que el reino de Dios se acerque un poco más
cada día a nuestro mundo, al mundo en el que nosotros, en cada caso concreto,
vivimos.
Hermoso y claro mensaje el que nos deja hoy el
evangelio, la relación entre el servicio y la escucha.
El
servicio de acogida es muy positivo, pero a veces se estropea por el estado ansioso con
que lo realiza. El evangelista nos deja claro que no hay contradicción entre la
diaconía de la mesa y la de la Palabra, pero pretende presentar el servicio en
relación con la escucha. Marta, al no haber relacionado la actitud espiritual
del servicio con la de la escucha, se siente abandonada por su hermana y en vez
de dialogar con María se queja al Maestro. Atrapada en su soledad, se enfada
con Jesús que parece permanecer indiferente ante su problema (“¿No te importa…?”)
y con la hermana (“que me ha dejado sola en el trabajo”).
Vemos
con que delicadeza Jesús no le reprocha ni la crítica, pero busca ayudar a
Marta a recuperar lo que es esencial en aquel momento: escuchar al maestro. La
invita a escoger la parte única y prioritaria que María ha escogido
espontáneamente.
El
episodio nos alerta sobre un peligro siempre frecuente en nuestra vida
cristiana: los afanes, el ansia y el activismo pueden apartar de la comunión
con Cristo y con la comunidad. El peligro aparece de manera muy sutil, porque
con frecuencia las preocupaciones materiales que se realizan con ansia las
consideramos una forma de servicio.
Lo que
preocupa a San Lucas es que en nuestras
comunidades no se descuide la prioridad que hay que dar a la Palabra de Dios y
a su escucha. Es necesario que, antes de servir a los otros, los familiares y
la comunidad eclesial sean servidos por Cristo con su Palabra de gracia. Cuando
estamos inmersos en las tareas cuotidianas, como Marta, olvidamos que el Señor
quiere cuidar de nosotros. Por el contrario, es necesario poner en manos de
Jesús y de Dios todas nuestras preocupaciones.
Acción y contemplación no son dos
modelos distintos de vida religiosa, aunque tradicionalmente las hayamos
considerado así. Toda persona religiosa debe ser persona religiosamente activa
y contemplativa, dependiendo de momentos y circunstancias distintas.
Tanto los
contemplativos como los que se dedican a la actividad son necesarios. La
contemplación lleva a la acción y la acción se sustenta en la contemplación.
Ahí está el ejemplo de las misioneras de la caridad de la madre Teresa de
Calcuta.
Que en estos
días de descanso incrementemos nuestro tiempo de contemplación de la naturaleza,
de la palabra proclamada, la misma presencia eucarística y de todo lo que llene
nuestro espíritu, pero también no olvidando nuestro servicio de atención, hospitalidad
y acogida del hermano necesitado de nuestra atención y ayuda.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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