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viernes, 24 de junio de 2016

Comentario a las Lecturas del Domingo XIII del Tiempo Ordinario 26 de junio de 2016

A la luz de la Palabra proclamada, somos invitados a examinar y actualizar la vocación que hemos recibido. Como bautizados, retomar el reto que supone la llamada que Jesús nos hace, comprender el alcance, contenido y proyección de la misión que se encierra en ella.
En la llamada va implícito dejar de lado todo aquello que impide actuar con la radical entrega que Jesús propone. En el seguimiento es fundamental el don de la libertad para llevar a cabo la misión encomendada. También las lecturas dejan claro de dónde y quien nos protegerá, de donde viene nuestra fortaleza.

Primera Lectura : 1 Re 19,16b.19-21 Elías se marchó y encontró a Eliseo… Elías pasó a su lado y le echó el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías le dijo: ve y vuelve; ¿quién te lo impide? La disposición de Eliseo para seguir la vocación de profeta a la que Dios, por medio del profeta Elías, le llamaba, era una disposición radical, tal como demostró después durante toda su vida. Renunció a seguir viviendo con sus padres y a todas sus posesiones materiales, incluidos los bueyes con los que estaba arando. El amor a los padres era un deber sagrado para todo judío;

algunas frases de Jesús que pueden dar a entender lo contrario, como alguna frase de las que hemos leído en el evangelio de este domingo, debemos entenderlas en un contexto distinto y no deben entenderse literalmente, sino fijándonos en el mensaje que quieren dar, el mensaje de la radicalidad y de anteponer la predicación del reino de Dios y el cumplimiento de su voluntad a todo lo demás. Porque todo lo demás se nos dará por añadidura.
La misión del profeta pasa de Elías a Eliseo. Este es un pobre labrador, pero en medio de su humildad siente la llamada del Señor, a través de un mediador: Elías impone su manto sobre Eliseo para significar que le transfiere la misión profética. Es como una imposición de manos: el vestido era considerado como parte de la persona que lo vestía. Por lo tanto, el gesto de Elías significa que Eliseo participa desde este momento del espíritu de Elías.

El responsorial de hoy es el salmo 15 (Sal 15,1-2.5-11),Destaca una petición a Dios y expresa nuestra actitud. "Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti".
Esta composición es una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche, presente en su mente a su Dios y ansía y espera perpetuar esta intimidad espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.
El salmista no quiere tomar parte en los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su copa (v. 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión territorial, porque su parte o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto, por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y el mismo Israel es la heredad de Yahvé.
El salmista expresa la alegría de sentirse privilegiado  de poder tener como heredad suya al propio Yahvé, el cual garantiza su lote, es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (v. 6). Ahora el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes para determinar la hijuela de cada miembro de la familia. Él ha sido afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.
Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su conciencia le instruye de noche, cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina sobre él. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz de Dios reflejada en su conciencia.
Consecuencia de esta meditación profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a Yahvé, al que tiene siempre ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está su seguridad inconmovible: no vacilaré (v. 8). Yahvé está siempre a su derecha, protegiéndole contra todo peligro.
En los  vv. 9-11 expresa el sentimiento de seguridad bajo la protección de Yahvé, esta hace que el justo este lleno de una alegría que penetra todo su ser: el corazón, las entrañas y la carne. Esta triplicidad de términos resalta la gran alegría que embarga al salmista al sentirse bajo la protección divina. Con Él descansa sereno, porque podrá hacer frente a todos los peligros.
Movido de esta confianza, el salmista espera que su Dios no le dejará ir al seol, o región subterránea donde están los difuntos. Espera que su Dios protector le libre del peligro de muerte, de ver la fosa. Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y seol son dos términos paralelos para designar la muerte.
El salmista expresa su esperanza de librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida (v. 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, saciándole de gozo en su presencia y de alegría a su diestra. En sus ansias de felicidad, el salmista aspira a convivir para siempre con su Dios.


La segunda lectura esta tomada de la carta a los gálatas (Gál 4,31-5,1.13-18).
 La primera frase que leemos viene a ser como un resumen del mensaje de la carta. Cristo no sólo nos ha liberado de la esclavitud de la Ley y del pecado, sino que nos quiere libres, nos ha colocado en un estado de libertad.
 Algunos gálatas querían volver al yugo de la Ley, a la esclavitud.
La mayor parte de los versículos corresponden al l cap. 5 que constituye la conclusión de la carta. Los versículos comienzan enunciando el resultado de la actuación de Cristo: liberación para vivir en libertad.
Liberación se contrapone a sometimiento y libertad a esclavitud.
En el contexto global de la carta se establecen los siguientes procesos:
* ley - sometimiento - esclavitud;
* fe - liberación - libertad.
La ley, va acorralando al  hombre en un cerco asfixiante de remordimientos y complejos de culpabilidad que terminan por destruirlo. Liberación de la ley quiere decir liberación de todo ese proceso aniquilador que la ley desencadena.
Esta es la liberación aportada por Cristo; su resultado es la pura alegría de vivir sin cercos asfixiantes. Libertad frente a la ley, libertad de la autodestrucción provocada por la ley. Esta es la llamada que Dios hace al cristiano (v. 13a).
Esta libertad está expuesta a profundos malentendidos y abusos (v.13b). Es el  propio hombre en cuanto es carnal, es decir, en cuanto es legalista, en cuanto es egoísta.
Deseos de la carne, egoísmo y ley reflejan la misma e idéntica condición humana (cfr. vs. 13, 16 y 18). La expresión "deseos de la carne" no tiene un sentido de concupiscencia sexual.
El auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del amor (vs. 13c-14). La realidad de la libertad se da en la vinculación amorosa a los otros. Libertad es ponerse a disposición y dejar disponer de sí. Los deseos de la carne, es decir, el egoísmo, el servirse a sí mismo, llevan a morderse y devorarse mutuamente (v. 15); llevan a la misma destrucción a la que conduce la ley. Homo homini lupus. El amor auténtico, en cambio, es liberación del propio yo y se desarrolla sirviendo a los demás.
Para perseverar en la libertad del amor es necesaria  la guía y la fuerza del Espíritu (vs. 16-18). Este Espíritu no es un poder dado con la existencia, sino el poder de Cristo mismo venido con Cristo sobre la existencia; es la presencia poderosa de Cristo que irrumpe en nosotros y se interioriza en nuestra intimidad. Para que este Espíritu se imponga a la carne  es necesario abrimos a él. Es entonces cuando dejamos de estar bajo el dominio de la ley y empezamos a ser libres.
El mensaje es claro, hay que dejarse guiar por el Espíritu, que es el principio de filiación y, por tanto, de fraternidad, y no dejarse llevar por la carne, que significa todo aquello que hay en el hombre que se opone a Dios. La lucha entre Espíritu y carne no es entre "espíritu" y "cuerpo", sino entre lo que Dios quiere y lo que va contra ese querer, que a veces son cosas muy "espirituales". El que se deja conducir por el Espíritu no se enorgullecerá de haber cumplido la Ley o de ir contra ella. Será libre, será hijo de Dios.

El evangelio de san Lucas ( Lc 9,51-62) nos presenta a  Jesús consciente de que se acercaba el momento de la manifestación de su mesianismo ante Israel y ante el mundo entero: la hora de su inmolación como víctima expiatoria en favor de los hombres. Por eso no duda ni por un momento en dirigirse hacia Jerusalén. Allí tendría lugar la última escena del drama, allí derramaría su propia sangre, hasta la última gota. Su decisión anima a sus discípulos, que le siguen hacia el lugar de su muerte.
Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Jesús se volvió y les regañó. En varios pasajes de la Biblia podemos leer frases en las que judíos piadosos le piden a Yahvé que extermine a sus enemigos y que acabe con ellos. La intención primera, claro está, es que los enemigos se conviertan e Israel pueda ser el auténtico trono y reino de Dios. Hoy, en este relato evangélico, según san Lucas, los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, le piden a su Maestro que les permita mandar fuego del cielo contra los Samaritanos por no haberles permitido a ellos alojarse en su territorio, por el simple hecho de que se dirigían hacia la ciudad enemiga de Samaria, Jerusalén. Jesús les regaña y no accede a su petición.
La vocación en el seguimiento de Jesús exige radicalidad: “el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios”. No es necesario pensar que los que hemos sido llamados a la vocación religiosa tengamos que ser necesariamente mejores personas que los demás. Es verdad que el seguimiento de la vocación religiosa exige radicalidad, es decir, exige renunciar a muchas satisfacciones y exigencias que se encuentran en la vida familiar, al desapego del dinero y de otras ambiciones del mundo, pero también es verdad que las personas que hemos seguido la vocación religiosa tenemos ciertas ventajas, espirituales y sociales, que no se encuentran en la vida familiar, tal como hoy se vive generalmente. Los casos de los que hoy nos habla el evangelio son de personas que no se atrevieron a aceptar la radicalidad del seguimiento que Jesús les exigía.


Para nuestra vida
En la primera lectura vemos como Dios se acerca al hombre cuando éste trabaja en lo cotidiano de cada día. El trabajo es el lugar de encuentro más adecuado entre Dios y el hombre.
El  trabajo es  parte de la naturaleza del hombre, con todas sus grandezas y con toda su miseria. Y en ese lugar, Dios se hace presente.

El salmo nos presenta una esplendida manifestación de  la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, pues sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los verdaderos príncipes y señores de la tierra.

La segunda lectura nos presenta los problemas de los  gálatas  que han vuelto a encerrarse en preocupaciones religiosas estériles pues lo que cada uno quiere únicamente es evitar los reproches de Dios, y eso tiene mucho de egoísmo. El celo por la ley o la posesión del Espíritu mal entendida conducen al orgullo, a la enemistad y a la envidia, conducen a devorarse mutuamente.
Dios llamó a los gálatas, por medio de la predicación de Pablo, a ser libres, a salir del mundo antiguo de la Ley y del pecado, para vivir en la nueva creación de Dios. Pero la libertad puede ser mal entendida si no se tiene en cuenta el amor, del cual nace. Precisamente porque es fruto del amor, la libertad verdadera lleva al servicio de los hermanos, lleva a "amar al prójimo como a ti mismo". Este es el criterio perpetuo para saber si vivimos de verdad la libertad que Cristo nos ha ganado y nos ha dado.
La reflexión paulina nos sirve para nuestra vida cristiana. El que tiene el Espíritu de Cristo no se preocupa por no pecar, sino por amar. Lo que a Dios le importa es que salgamos de nuestros pequeños problemas para que nos anime su Espíritu. Es lo que dice ahora Pablo. El creyente realmente libre es el que se considera "esclavo" de Cristo. Esa es la manera de "tener fe" en la vida diaria: solucionar todo pensando que soy de Cristo y estoy al servicio de mis hermanos. De ahí nacen alegría y paz. Espíritu y carne no son dos partes del hombre, sino sólo dos orientaciones divergentes de toda persona.

En el evangelio contemplamos a unos discípulos que perdieron el miedo a quienes acechaban al Maestro y nos enseñaron con su actitud cuál ha de ser la nuestra en los momentos de la prueba. El evangelista narra luego el paso de Jesús hacia la Ciudad Santa. Por el camino irían ocurriendo diversos sucesos que darían pie al Maestro para enseñar a sus discípulos. La luz divina resplandece en sus palabras e ilumina aquellos senderos con la paz, la comprensión y el aliento. Otras veces sus palabras son de reproche. En esta ocasión los hijos del Trueno querían arrasar aquel poblado samaritano con fuego venido de lo alto. Jesús se apena y les recrimina porque todavía no han entendido cuál es el espíritu que ha de animar a un seguidor suyo.
El Evangelio nos interpela, ante la cólera y la indignación en nuestro interior, los deseos de justicia implacable, los sentimientos del odio y el rencor, el afán de venganza
En los diálogos que se nos presentan de Jesús con gentes que quieren seguirle, parece muy radical en su planteamientos al no dejar que uno entierre a su padre o que otro ni siquiera pueda despedirse de su familia. Ese radicalismo podría parecer que estaba en contra de la libertad personal de cada uno. No es así. La "petición fuerte" sorprende y trae, sin duda, un camino de reflexión. Y ahí es donde todo se hace grande, porque una misión que ni siquiera permite seguir unos legítimos compromisos familiares da idea de su enorme dimensión. Y, también, obliga al análisis personal, porque no se puede aceptar nada que lleve una petición tan importantes, si no es mediante la reflexión y la decisión personal.

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