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sábado, 4 de junio de 2016

Comentario a las lecturas del Domingo X del Tiempo Ordinario 5 de junio de 2016

Las lecturas de hoy nos recuerdan un hecho repetido desde los albores de la humanidad hasta hoy :Dios  visita a su pueblo. y lo hace dando y proveyendo la vida.
Así las lecturas de hoy son un canto a la vida. Dios quiere la vida, por eso devuelve la respiración al hijo de la viuda que había hospedado en su casa al profeta Elías. Jesús se enfrenta a la muerte y la vence. El hijo de la viuda de Naín vuelve a la vida. Es un reto, el de vencer a la muerte, al que Cristo no se ha resistido nunca. No en vano, Él dijo que había venido para que los hombres tuvieran vida y la tuvieran abundantemente.
La primera lectura  tomada del 1º libro de Reyes (1 Re 17,17-24 ) nos cuenta el problema de la viuda de Sarepta, que veía morirse a su hijo. El profeta Elías actúa también lleno de compasión y cura al hijo de la señora de la casa.
La historia de la viuda de Sarepta (1Re. 17,7-24) es una historia que ilustra la paradoja de la vocación cristiana de dar de lo que no se tiene, ser fecundo desde la propia esterilidad, y todavía más: dar amorosa acogida a partir del propio desamparo.
Según parece este hijo es todo lo que tiene esta pobre viuda y es fácil imaginar que su muerte significa para ella una soledad absoluta, un despojo de lo más suyo. En este sentido, su cuestionamiento a Elías asume un fuerte tono de lamentación: ¿Es que has venido a mí para hacer morir a mi hijo?... (17,18b). En la muerte del hijo están representados otros clamores que sufren las mujeres de nuestros pueblos; pienso en las madres solteras que deben dar sus hijos en adopción por no tener como alimentarlos, o en aquellas que no tienen los recursos para proteger la salud de sus hijos y familiares enfermos. Porque también, muchas veces, el amor que no se acaba tiene que soportar que al acabarse el pan se acabe también la vida.
Pero la resurrección tiene la última palabra y ésta tiene que ver con un modo solidario de entender la vida: el profeta que ha recibido el sustento del pan de manos de la viuda, ahora se dispone a actuar y a pedir la intervención de Dios (17,19ss). Quien se ha sabido hospedado en la casa y en el corazón de otro está llamado a velar por la vida de quien lo ha recibido. Porque ya ha dejado de ser un extraño para pasar a ser un huésped, en cierto modo alguien que forma parte de la casa. Hospitalidad, solidaridad y custodia de la vida, son los nuevos nombres de una Iglesia que quiere caminar con todos los excluidos y darles acogida. Como la mujer de Sarepta, estamos invitados a recibir y alimentar a Cristo en los más necesitados.
El responsorial es el salmo 29 (Sal 29,2.4.5-6.11-12a-13b ) El salmo 29 pertenece a la categoría de salmos individuales de acción de gracias. La ocasión pudo ser un peligro grave, posiblemente una enfermedad mortal, de la que escapó el salmista. Éste expresa su experiencia recurriendo a otros lugares bíblicos, sobre todo proféticos. La mayor parte de los textos bíblicos están en relación con el pueblo de Dios. Por lo cual la experiencia personal del salmista es valedera para todo el pueblo: refleja el destino de Sión.
Canto de acción de gracias individual atribuido a David, al rey Ezequías o a un pobre que ha pasado por la experiencia de una enfermedad grave que casi le ha llevado a la tumba (cf. Is 38,10-20). Para otros, se trata de la experiencia de un fiel particular que se ha convertido, posteriormente, en experiencia de todo el pueblo. El salmista evoca el pasado y da gracias a Dios por haber superado el peligro. El texto entrelaza expresiones de alabanza y de súplica con notables términos antitéticos, sostenidos con el paso de lo simbólico a lo histórico. La estructura del salmo subraya cuatro momentos,  a saber: enfermedad, súplica, liberación y acción de gracias.
- vv. 2.4: El salmista prorrumpe en un himno de acción de gracias al sentirse libre de un peligro inminente de muerte. Con ello se habrían alegrado sus enemigos, pues hubieran deducido de su desaparición que Yahvé no era ya su protector. El salmista se siente tan próximo a la muerte, supone, que ha visitado ya su alma la región tenebrosa del seol, donde están las sombras de los muertos. Por ello ahora se siente como resucitado de entre los que bajan a la fosa o sepulcro. Se daba ya por difunto, pero la intervención divina le devolvió la vida.
- vv. 5-6: Radiante de alegría por la recuperación de la salud, el salmista invita a los piadosos, a los fieles del Señor, que saben apreciar los secretos caminos de la Providencia en la vida de los justos, a entonar un himno de acción de gracias en honor del santo recuerdo o nombre de Yahvé, es decir, sus proezas y favores extraordinarios. Y el salmista concreta en qué consiste el santo recuerdo o la huella del Dios santísimo en la vida: su providencia se guía por las exigencias de su justicia y de su misericordia; pero en su proceder prevalece siempre la benevolencia, pues mientras su cólera dura un instante para castigar justamente las transgresiones, su bondad tiene un efecto permanente durante toda la vida (v. 6).
- vv. 11.12-13: Postrado y abandonado a sus fuerzas, el salmista clama ansioso a Yahvé para que tenga piedad de él. Y su argumentación en favor de su liberación de la muerte está en consonancia con la mentalidad viejo-testamentaria, cuando aún no había luces sobre la vida en ultratumba al lado de Dios. En realidad, la muerte del salmista no reporta ningún provecho o ganancia a Dios, pues, convertido en polvo, no podrá alabarle ni cantar su fidelidad con los justos.
 El salmista pide ansiosamente a su Dios que le escuche y le salve de la situación de peligro en que se halla de descender a la fosa o sepulcro.
La segunda lectura es  de la carta a los gálatas  (Gal 1,11-19 ) En ella, son importantes las  palabras de San Pablo "Os notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo". para entender y valorar en su justa medida todo el pensamiento y el mensaje paulino. San Pablo no conoció personalmente a Jesús y su conversión al cristianismo no fue fruto de la predicación directa de ninguno de los apóstoles, sino de “una revelación de Jesucristo”. Esta revelación de Jesucristo es la que da Pablo una seguridad inquebrantable y una fe en el Mesías que le dará fuerza y valentía para predicar y vivir esta fe, sin desanimarse, hasta el final de su vida. Él se considera auténtico apóstol de Jesucristo, porque sabe que habla en su nombre y por inspiración divina. Él se considera como el rostro y la palabra de Jesús; por eso llegará a decir que es realmente Cristo el que vive en él.
  El evangelio  sigue el ciclo lucano  (Lc 7,11-17 ) En esta capitulo 7, Jesús se nos muestra como salvador poderoso. Su poder de sanar y de salvar tiene una amplitud ilimitada: otorga su favor a un pagano (7,1-10), resucita a un muerto (7,11-17), se revela como el salvador prometido de los enfermos y de los pecadores (7,18-35). Hoy se nos ha proclamado el segundo de estos signos. Naím estaba situada en el camino que partiendo del lago de Genesaret y pasando al pie del Tabor por la llanura de Esdrelón, conducía a Samaria. Naím era sólo una pequeña aldea, aunque Lucas habla de una ciudad. A la entrada de la ciudad se encuentran dos comitivas, la que va encabezada por el dispensador de vida, y la comitiva que va precedida de la muerte.
El difunto era hijo único de su madre, la cual era viuda. E1 marido y el hijo habían muerto prematuramente, y la muerte prematura era considerada como castigo por el pecado. El hijo facilitaba la vida a la madre. En él tenía protección legal, sustento, consuelo. La magnitud de la desgracia halla misericordia en la gran multitud de la ciudad que la acompañaba. Podían consolarla, pero nadie podía socorrerla.
Jesús se sintió lleno de compasión. Él mismo predica y trae la misericordia de Dios con los que se lamentan y lloran. Dios toma posesión de su reino mediante su misericordia con los oprimidos.
El cadáver yace en el féretro, envuelta en un lienzo. El gesto de tocar el féretro, como escribe Lucas conforme a la concepción griega, es para los que lo llevan una señal para que se paren. Jesús llama al joven difunto, como si todavía viviera. Su llamada infunde vida. «Dios da vida a los muertos, y a la misma nada llama a la existencia» (Rom 4,17). Con su palabra poderosa es Jesús «autor de la vida» (Act 3,15).
El joven vive, se incorpora y comienza a hablar. Jesús lo entrega a su madre. La resurrección de los muertos es prueba de su poder y de su misericordia. El poder está al servicio de la misericordia. Poder y misericordia son signos del tiempo de salvación. Por sus entrañas misericordiosas visita Dios a su pueblo para iluminar a los que yacen en tinieblas y sombras de muerte (1,78s).
Lo entregó a su madre. Así se dice también en el libro de los Reyes (IRe 17,23), que cuenta cómo Elías resucitó al hijo difunto de la viuda de Sarepta. Jesús es profeta, como Elías, pero aventaja a Elías. Jesús resucita a los muertos con su palabra poderosa; Elías con oraciones y prolijos esfuerzos.
En Jesús se hizo patente el poder de Dios. La manifestación de Dios suscita temor. El temor y asombro por la acción poderosa de Dios es comienzo de la glorificaci6n de Dios. La glorificación de Dios por los testigos proclama dos acontecimientos salvíficos: a) ha surgido un gran profeta. Dios interviene decisivamente en la historia; Jesús es, en efecto, un gran profeta. b) Dios ha visitado benignamente a su pueblo. Ahora se realiza lo que había anunciado proféticamente en su himno el padre del Bautista: «Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (1,68s).
Para nuestra vida
El relato de la primera lectura destaca varios aspectos importantes para nuestra vida como creyentes:
 “¡Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad!”. Con esta palabra se dirige una pobre viuda al profeta Elías. Ella le había ofrecido hospitalidad y él devuelve la vida al hijo de aquella extranjera de las tierras de Sarepta (1 Re 17.24). 
En primer lugar nos dice que la voz de Dios es eficaz en todas partes, que él se muestra misericordioso también con los paganos y que el gran signo de Dios es la promoción y la defensa de la vida humana.
la viuda de Sarepta tiene una concepción equivocada de Dios y su justicia, puesto que atribuye la muerte de su hijo a sus propios pecados. Pero el profeta no trata de adoctrinarla con discursos o lecciones. Son los gestos de misericordia los que mueven el corazón a confesar la fe.
Esta mujer pagana no está atada a los estereotipos habituales propios de la época. Tiene la grandeza de ánimo suficiente para reconocer en su huésped a un profeta. Y en el profeta acepta al Dios del profeta. En medio de un mundo de paganos se nos sugiere que ella no se avergüenza de su fe.
Como Elías, hombre de Dios, estamos llamados a proclamar ante tantas situaciones de muerte, particularmente las sufridas por las mujeres: ¡Mira, tu hijo vive! (17,23).
El responsorial de hoy nos sitúa ante la fragilidad de la vida humana. ¿Cómo vivir hoy en concreto nuestras horas de oscuridad y de sufrimiento? Repensado en la hora de Jesús, para ser verdaderos creyentes, queda una sola respuesta a esta pregunta. «El Señor dice: Ha llegado la hora. Este decir ha llegado no es apenas un reconocerla desde fuera: la reconozco como si la viera en un espejo. La expresión ha llegado la hora se presenta así mucho más participada: es un modo de asumirla, de vivir para esa hora, de reconocerla y hacérsela propia. Porque hay un tiempo cronológico, y es el de los momentos que discurren, y hay un tiempo humano. El tiempo es humano, es decir, está lleno, lo vivimos, se vuelve historia humana, en la medida en que, precisamente, no podemos decir que los minutos discurren, sino que los vivimos, les damos un contenido, los asumimos. ¿Y cómo los asumimos? Como Jesucristo, que dice: Padre, ha llegado la hora. Asumir la hora como él significa, para nosotros, asumirla con el sentido del Padre, es decir, con el sentido del amor misericordioso de Dios, que es anterior" (G. Moioli).
A todos nosotros, los creyentes, nos espera un desafio a la luz del mensaje que Jesús nos dio con su Palabra de salvación y especialmente con su vida: la esperanza hemos de ponerla sólo en Dios, que puede realizar todo bien para la humanidad, pero él espera también la colaboración del hombre para convertir esta tierra, donde vivimos, en el punto de encuentro entre Dios y los hombres. Escribe Juan Crisóstomo: «Tengamos en nuestros espíritus la ciudad de la Jerusalén celestial, donde reside el Hijo de Dios resucitado; contemplémosla sin pausa, teniendo siempre ante los ojos sus bellezas. Es la capital del rey de los siglos, donde todo es inmutable, donde no pasa nada, donde todas las bellezas son incorruptibles. Contemplémosla para volvernos cada día más afectuosos con nuestros hermanos y heredar así el Reino de los Cielos».
En la segunda lectura proclamada hoy , San Pablo da cuenta los orígenes de su propia misión a los cristianos de Galacia. Es una misión que no nace de su voluntad, sino de la gracia de Dios, que le envía a anunciar el Evangelio. Un Evangelio que no es aprendido de los hombres, sino revelado por Jesucristo (Gal 1, 11-19).
El relato del evangelio tiene una estrecha relación con la primera lectura. Dos personajes se encuentran en una situación similar. Dos viudas que pierden a sus únicos hijos y dos desenlaces similares: el hacer revivir a los jóvenes. En el evangelio de hoy, Jesús se nos muestra lleno de compasión y de misericordia hacia una mujer viuda que ha perdido a su hijo (Lc 7, 11-17).
La viuda de Naín no tiene un esposo que la cuide y proteja en una sociedad controlada por los varones.
Le quedaba sólo un hijo, pero también acaba de morir. La mujer no dice nada. Sólo llora su dolor. ¿Qué será de ella? El encuentro con Jesús ha sido inesperado y es impresionante lo que en él ocurre. Jesús la miró, se conmovió y le dijo:  No llores”. Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad y se conmueve hasta las entrañas. Su abatimiento le llega hasta dentro. La reacción de Jesús es inmediata: “No llores”. No puede ver a nadie llorando.
Necesita intervenir. Por eso resucita al hijo y se “lo entrega a su madre” para que deje de llorar.
Ya no estará sola.
Jesús se limita a decirle a la mujer “No llores”. El mismo Maldonado comenta que otras muchas personas le habrían dirigido palabras semejantes. Pero Jesús “le deja entrever de alguna manera la esperanza de que su hijo resucitaría”.
Jesús tocó el féretro, con lo cual quedaba legalmente impuro según declaraba la Ley (Lev 21,1). Pero para él es más impotante el ejercicio de la misericordia que la preservación de la pureza legal. Él es el Señor de la ley porque es el Señor del amor. 
Jesús devuelve la vida al joven muerto en el pueblecito de Naím. Pero no se la devuelve por el simple tacto del féretro, que solo tiene por finalidad detener el cortejo, sino por la palabra de vida que sale de sus labios.
“Joven, a tí te lo digo, levántate”. Jesús invita a nuestros jóvenes a levantarse para vivir una fe valiente y gozosa, aun a contracorriente de las opiniones e imposiciones.

“Joven, a tí te lo digo, levántate”. Jesús invita a hombres y mujeres, creyentes o no, a levantarse para vivir una esperanza generosa y activa, buscando la fraternidad y la justicia.
 “Joven, a tí te lo digo, levántate”. Jesús nos invita a todos, especialmente a los cristianos, a levantarnos para vivir en el amor y para dar testimonio de la misericordia. 
Cada día los cristianos tenemos que divulgar la gran noticia de que "Dios libera y salva". La fama de Jesús se extendió por toda Palestina y por la región circunvecina. El que ha escuchado la palabra de Dios la propaga. La palabra acerca de Jesús tiende a llenar el mundo.
Nos hemos encontrado con la madre viuda. La muerte de su hijo es, en realidad, su propia muerte: ella será, a lo sumo, sujeto de compasión y de limosna, pero desde ahora carece de identidad; sin su hijo varón no es nadie. Por eso, la atención de San Lucas no se centra en el milagro físico, sino en la viuda. Cuando recalca al final "y se lo entregó a su madre", Lucas no quiere indicar simplemente un delicado gesto humanitario de Jesús; su intencionalidad es más profunda: Jesús restituye y hace posible la identidad personal que los ordenamientos humanos imposibilitan y a veces niegan.
El relato no desea detenerse en lo prodigioso de la acción de Jesús. Quiere que veamos en Él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida capaz de salvar, incluso, de la muerte. Es la compasión de Dios lo que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión y la misericordia como el estilo de vida propio de quienes seguimos a Jesús. La hemos de rescatar para ponerla en el centro de nuestro compromiso con el mandato de Jesús:
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca.
Desde los centros de poder, se tiene en cuenta todo antes que el sufrimiento de las víctimas.
Se funciona como si no hubiera gente doliente ni perdedora. Desde las comunidades de Jesús se ha de escuchar un grito de indignación absoluta:
El sufrimiento de la gente inocente ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como normal, pues es inaceptable para Dios.
Los creyentes estamos llamados a vivir en y para  el Reino de Dios, el nuevo ordenamiento humano que Jesús trae de parte de Dios. Dios libera y salva, esta es la gran noticia que tenemos que experimentar y difundir nosotros por todo el mundo. Por eso cantamos con el Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
 

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