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viernes, 15 de abril de 2016

Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Pascua. 17 de abril de 2016.

Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Pascua 17 de abril de 2016

A los primeros Domingos pascuales, centrados en las apariciones, sucede en todos los ciclos el Domingo dedicado al Buen Pastor. Porque este título se verifica sólo en el Cristo que ha dado la vida por las ovejas y éste sólo es el Resucitado.
Destaquemos expresiones significativas en la pericona de este año C. Las ovejas
"escuchan" su voz (de Jesús), no sólo oyen sino atienden con interés y acogen la Palabra sembrada en el corazón. Jesús "conoce" a las ovejas, da la Vida eterna. Nadie podrá arrebatar las ovejas de las manos de Jesús, porque se las ha dado el Padre, que todo lo puede, con el que Jesús es "Uno", "Yo y el Padre somos uno".
En el IV Domingo de Pascua, se nos invita a contemplar dos dimensiones de una misma realidad, como es la vocación. La Conferencia Episcopal Española ha acordado que en ese domingo “del Buen Pastor”, en el que tiene lugar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, se celebre también la Jornada de Vocaciones Nativas, de la que es responsable la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol. Llama la atención, especialmente, el lema común escogido para esta “doble” Jornada: “Te mira con pasión”. Como puede verse en el cartel correspondiente, se juega aquí con un —también— doble sentido, en el que las dos últimas palabras se transforman en una sola, “com-pasión”, que nos sumerge inmediatamente en el Año de la Misericordia que estamos viviendo.
Oremos al Dueño de la mies para que envíe obreros a su Iglesia, también a la que va naciendo y consolidándose en los ámbitos geográficos de la misión. Y que los jóvenes que en esas comunidades nacientes experimentan la mirada y la llamada de Jesús para ser sacerdotes, religiosos o religiosas cuenten con nuestra ayuda espiritual y económica, en esta Jornada y en todo momento.
Dios no quiere vocaciones que fomenten la desunión, ni personas que se crean el centro del universo. El Espíritu sopla donde quiere y a quien quiere. Eso está claro. Y será la influencia del Espíritu la que nos ayude a cumplir y entender mejor las palabras que acaba de decirnos nuestro único pastor.

La primera lectura del Libro de los Hechos (Hch 13,14.43-52), es uno de los textos fundamentales para conocer la apertura del mensaje evangélico a todas las gentes. . Es una escena que se repetirá con frecuencia. Pablo y Bernabé son dos de los muchos que cruzaron tierras y mares para sembrar la semilla de Dios. Todo el mundo de entonces se iba iluminando con ese puñado de ideas sencillas que Cristo había sembrado a voleo en un rincón del Oriente Medio.
Aquellos primeros misioneros entran en la sinagoga y toman asiento entre la multitud. La sinagoga era el lugar donde se reunían los judíos y los paganos prosélitos del judaísmo para oír la palabra de Dios. Después de leer el texto sagrado, alguno de los asistentes se levantaba para comentar lo que acababa de leer. Pablo y Bernabé se levantarán muchas veces para hablar de Cristo. Partiendo de las Escrituras, ellos mostraron que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador del mundo. La gente buena y sencilla escucha y acepta el mensaje. La fe brotaba, la luz de Cristo llenaba de claridad y de esperanza la vida de los hombres.
Vemos  también  cómo se produce el rechazo de la comunidad judía. Aquellos judíos, los hijos de Israel, que habían recibido las promesas, los herederos de la fe de Abrahán, el pueblo elegido, mimado hasta la saciedad por Dios; ellos, los judíos precisamente, van a poner las mayores trabas al crecimiento de la naciente Iglesia. Perseguían a los apóstoles de ciudad en ciudad, los calumniaban, soliviantaban a las autoridades y al pueblo contra ellos, contra los que predicaban a Cristo, los que hablaban de perdón y de paz.
San Pablo va a ir a otros que lo aceptan. La hostilidad de los judíos pone aún más de relieve la valentía y constancia de los apóstoles y descubre las dos actitudes que pueden adoptarse ante el Evangelio: los judíos lo rechazan y se quedan con sus prejuicios, los gentiles lo aceptan y alcanzan la "vida eterna". Es verdad que también entre los gentiles Pablo encontrará dificultades… Pero la enseñanza del texto es que no debe haber un monopolio del mensaje evangélico, no se puede encorsetar la Palabra en formas concretas predeterminadas por tradiciones que pueden ser superadas por la dinámica del evangelio.

El responsorial de hoy es el salmo 99  (Sal 99,2.3.5). Se presenta como un himno doxológico destinado a la entronización del Señor. La tradición judía dio a este canto de alabanza el título de «salmo para la tóda'», esto es, para el sacrificio de acción de gracias en el canto litúrgico. Se cantaba cuando el pueblo entraba en el templo para las grandes celebraciones litúrgicas.
La estructura del himno es simple:
– vv. 2-3: invitación a la alabanza dirigida a Israel y a toda la tierra, porque Dios es su creador y pastor;
– vv. 4-5: invitación a que los fieles que desfilan en procesión se asocien a la alabanza por la fidelidad del Dios de la alianza.
El breve himno litúrgico de alabanza y de acción de gracias, en su sencillez, presenta tanto las palabras de la revelación bíblica comunes a los salmos de alabanza -a saber: alegría, pueblo, rebaño, nombre del Señor, bondad, misericordia, fidelidad- como los verbos empleados para el culto de Israel: aclamar, servir, reconocer; entrar (por las puertas del templo), alabar, bendecir. La comunidad israelita está invitada a alabar y dar gracias a Dios con el canto de procesión litúrgica en el templo. Ante todo, es común la alegría entre el pueblo, que experimenta la bondad del Señor presente en la vida cotidiana de sus fieles.
La composición del himno se mueve de forma dinámica de lo universal a lo particular. Se pasa de la «tierra», donde vive el hombre, al «pueblo-rebaño» que habita en su «país-redil», para presentar, a continuación, el «templo» donde reside el Señor, centinela vigilante del pueblo. Por otra parte, la atención se dirige a la historia de la salvación que Dios ha trazado con su pueblo, mostrando su presencia providente. Dios formó y eligió a Israel, en el pasado, como criatura predilecta: «Él nos hizo» (v 3a); en el presente, Dios acompaña la vida de la comunidad como a su rebaño e Israel profesa su pertenencia a Dios: «Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (v 3b); en el futuro, la bondad misericordiosa del Señor se manifestará a las naciones que le serán fieles y confiarán sólo en él: «Su fidelidad por todas las edades» (v 5).
El salmista concluye su alabanza al Señor con algunos mandatos que ponen de relieve la firmeza de su fe, la alegría y el entusiasmo religioso: aclamad, servid, entrad en su presencia, sabed, alabad, bendecid (vv. 2-5). Estas benévolas incitaciones brotan de su experiencia de comunión con Dios, y a esta misma experiencia quiere conducir a su comunidad y hacer que permanezca en ella, a fin de que participe de su misma alegría y viva de la misma fe en el Señor.
San Juan Pablo II tiene varios comentarios a este salmo. Nos fijamos en el siguiente, tomado de su Catequesis  en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre 2001 : " 1. La tradición de Israel ha atribuido al himno de alabanza que se acaba de proclamar el título de "Salmo para la todáh", es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo cual se adapta bien para entonarlo en las Laudes de la mañana. En los pocos versículos de este himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos, que su uso por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente provechoso.
2. Está, ante todo, la exhortación apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del Salmo y a los que se unen indicaciones de orden cultual:  "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre" (vv. 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar en el área sagrada del templo a través de puertas y atrios (cf. Sal 14, 1; 23, 3. 7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría.
Es una especie de hilo constante de alabanza que no se rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene el ánimo del creyente.
3. Quisiera reservar una segunda y breve nota al comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a toda la tierra a aclamar al Señor (cf. v. 1). Ciertamente, el Salmo fijará luego su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la alabanza es universal, como sucede a menudo en el Salterio, en particular en los así llamados "himnos al Señor, rey" (cf. Sal 95-98). El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas:  él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad" (Sal 95, 10. 13).
4. Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En efecto, en el centro de la alabanza que el salmista pone en nuestros labios hay una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones:  el Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es  bueno, su misericordia es eterna  y  su fidelidad no tiene fin (cf. vv. 3-5).
5. Tenemos, ante todo, una renovada confesión de fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del Decálogo:  "Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Ex 20, 2. 3). Y como se repite a menudo en la Biblia:  "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro" (Dt 4, 39). Se proclama después la fe en el Dios creador, fuente del ser y de la vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así llamada "fórmula del pacto", de la certeza que Israel tiene de la elección divina:  "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (v. 3). Es una certeza que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas conduce a las praderas eternas del cielo (cf. 1 P 2, 25).
6. Después de la proclamación de Dios uno, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por nuestro Salmo prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas con frecuencia en el Salterio:  la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo que no se romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río fangoso de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias.
Y esta confianza se transforma en canto, al que a veces las palabras ya no bastan, como observa san Agustín:  "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el Salmo:  "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor" (San Juan Pablo II. Catequesis  en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre 2001).

La segunda lectura  tomada del Apocalipsis ( Ap 7,9.14b-17), es  continuación de la visión de San Juan, se nos explica la multitud de personas de todas las partes del mundo que han llegado después de sufrir el martirio y allí son "colmados" de toda felicidad". La visión del autor del Apocalipsis es optimista: hace que las miradas de los cristianos de su época -y de la nuestra- se dirijan al cielo, donde ya está gozando de Dios "una muchedumbre inmensa, de toda nación y lengua".
Estos bienaventurados participan de la victoria de Cristo, "vestidos de vestiduras blancas y con palmas en sus manos", y están "de pie delante del trono de Dios y del Cordero", cantando alabanzas y con acceso a las "fuentes del agua de la vida". Ya para ellos todo es gloria y alegría: "y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos".
Somos ovejas del "Cordero de Dios" y después de aceptar las penas, dolores y amarguras de esta vida, iremos a disfrutar en el cielo. Aquí también ya estamos llamados a vivir rasgos de esta resurrección.
De la palabra proclamada nos viene a nuestro tiempo, un mensaje de confianza "Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero…Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos...".  Las palabras del Apocalipsis van dirigidas a una comunidad que estaba sufriendo persecución y muerte a causa de su fe. Habla de los mártires que ya estaban en el cielo, después de haber lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero.
Estamos en tiempo de Pascua de Resurrección y debemos creer firmemente que también nosotros resucitaremos en los brazos de Dios si somos fieles a nuestro Maestro y Buen Pastor.

En el evangelio tomado de san Juan  ( Jn 10,27-30) vemos como San Juan recordaba con emoción cómo Jesús hablaba de su rebaño, su pequeña grey por la que daría su vida derramando hasta la última gota de su sangre: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano...”. Juan había escuchado al Maestro como quien bebía sus palabras.
El pastor y las ovejas es una imagen clásica en la literatura bíblica. Muchos profetas se sirvieron de ella cuando quisieron hablar de las relaciones entre Dios y su Pueblo. Es una imagen cotidiana en una economía agrícola y ganadera. Las ovejas representan a los seguidores de Jesús, el Buen Pastor, que da su vida por ellas. El Papa Francisco nos ha dicho que los “pastores tienen que oler a oveja”, es decir tienen que estar en medio del pueblo, compartir sus sufrimientos y sus gozos. El auténtico pastor “conoce a sus ovejas” y les da vida.
 “Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”, dice Jesús. Lo primero que tenemos que hacer es escuchar la Palabra de Dios, para después hacer la vida en nosotros y seguir a Jesús. El seguimiento de Jesús comporta un comportamiento consecuente con el Evangelio. El seguimiento es la norma de moralidad para el cristiano. A este respecto escribe San Agustín: “¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros el que falten, lejos de su misericordia el que no los haga nacer y otorgue! En efecto, si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo”.
Para nuestra vida.
  De la primera lectura nos viene un mensaje de fidelidad al evangelio. Pablo y Bernabé, como todos los demás discípulos y apóstoles del Maestro, quisieron cumplir el mandato de Jesús, de predicar el evangelio hasta el extremo de la tierra. Sufrieron muchas persecuciones y fatigas a causa de su predicación, pero nunca desistieron y fueron capaces de sufrir y hasta de dar su vida antes que renunciar al cumplimiento del mandato del Señor. Cuando nosotros tengamos algún problema o contradicción por causa de nuestro comportamiento y de nuestro proceder cristiano, acordémonos de los apóstoles y primeros discípulos de Jesús, porque sabemos que ser ovejas del Buen Pastor, Jesús, supone, por nuestra parte, decisión, entrega y sacrificio.

El salmo de hoy sintoniza plenamente con las enseñanzas del papa Francisco. Alegría. Júbilo. Gozo. Nuestra época necesita más que cualquier otra, la alegría; estando como está amenazada por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En otro tiempo, el hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar, las de su familia, de su región, máxime las de la nación... Hoy, por la información que recibimos de todas partes, llevamos el universo entero sobre los hombros. De allí la melancolía y la desesperación, que se apodera de muchos de nuestros contemporáneos.
¡Dios, plenitud del "ser", y de la "alegría". La única razón que nos dan de esta inmensa "todah", es que Dios es Dios, y que El nos ha hecho! ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera gracia, primera Alianza... universal!
Hoy recibimos los "siete imperativos" de este salmo: "¡Aclamad... Servid a Dios con alegría! Id hacia El con cantos de alegría... Reconoced que El es Dios... Id hacia su casa dando gracias... Entrad en su morada cantando... Bendecid su nombre... Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es eterno!"
Toda época ha tenido veleidades "de universalismo", experimentando confusamente que "cada" hombre es sagrado, y una especie de realización de "la humanidad". A menudo esta visión universal ha tomado, desgraciadamente, el rostro odioso de la "dominación". Se ha pretendido anexionar a los demás a sí mismo, para explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar.           Y el deseo de "convertir" a los otros no estaba siempre exento de este instinto de superioridad, aun hablando de "catolicidad"... Cuando no se hacía otra cosa que imponer a otras culturas nuestra manera de pensar y de orar. Aún hoy día estamos lejos de habernos liberado de este "imperialismo" que unificaría la tierra entera "por la fuerza". No obstante progresa un movimiento que busca la unificación de la humanidad "por unanimidad", en la que cada uno se asocia libremente a un proyecto humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en este sentido en el corazón del mundo?
La proclamación del Evangelio no tiene nada de propaganda o de publicidad: es una invitación, una proposición. ¡Venid! ¡Id hacia el Señor! "Todos los hombres, toda la tierra".
La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Y quienes ya lo han "reconocido", ¡están invitados a dar gracias, a estar felices, a gritarlo, para que se oiga! Nietzche reprochaba a los cristianos la "cara triste" cuando el domingo salían de las iglesias. ¿Tienen nuestras liturgias un rostro de júbilo, de alegría? ¿Dan, nuestras vidas de cristianos, la imagen de hombres y mujeres felices de su Dios?

  De la lectura del apocalipsis, nos viene un mensaje de confianza para actuar en tiempos difíciles movidos por la esperanza en la Resurrección. Nuestra actuar no es fácil, porque las potencias de este mundo tiran de nuestro cuerpo y nos incitan a vivir cómodamente aquí en la tierra. Pero si queremos ser buenas ovejas del Buen Pastor debemos saber que nuestra patria definitiva es el cielo, porque allí está él y hasta allí queremos seguirle. Ante el sufrimiento y el dolor sepamos que Dios siempre enjugará las lágrimas de nuestros ojos, si seguimos al Maestro, a nuestro Buen Pastor, hasta el final. Allí, en el cielo, ya no pasaremos hambre ni sed, sufrimiento, ni dolor, porque el primer mundo ya habrá pasado.

En el evangelio San Juan  nos invita a nosotros - cristianos del siglo XXI- a escuchar de la misma forma, como el escucho a Jesús , a que hagamos vida de nuestra vida la enseñanza  de Jesucristo. Sólo así alcanzaremos la vida que nunca termina, seremos copartícipes de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, nos remontaremos hasta las cimas de la más alta gloria que ningún hombre puede alcanzar, la cumbre misma de Dios. "Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño".
Sintamos la alegría de ser  miembro del rebaño, porque Jesús es  el Pastor. El es  la raíz de nuestra unidad. Al depender de él, buscamos refugio en él, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de su cayado. Mi lealtad a Jesús se traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de Jesús, Pastor. Amo a los demás, porque le amo a Él. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a su lado.
Jesús asume la alegoría del pastor y el rebaño, con la que expresan los profetas la relación de Dios con su pueblo, para significar su relación con la comunidad. Él es el Pastor encarnado, en todo semejante a sus ovejas menos en el pecado (Hb 4,15). "Padre santo, protege a los que me has confiado" (Jn 17,11). Con esta alegoría, Jesús quiere comunicarnos el mensaje de que su proyecto es la comunidad. Y quiere poner de manifiesto cuales son sus relaciones con cada miembro y cuales han de ser nuestros comportamientos dentro de ella. En este tiempo de Pascua, la palabra de Dios pone de relieve que Jesús es el pastor que vive, que sigue estando en medio de los
suyos, siendo vínculo de unidad, creando comunión en ella. Jesús no es el hombre-Dios que realizó su aventura y pasó a la historia. Él sigue siendo el "único" Pastor de su comunidad a la que alimenta con su palabra y con su cuerpo. Ha constituido a algunos como servidores de sus hermanos que guían y animan a la comunidad "en su nombre" y siempre en referencia a él. Con su palabra y con los hechos, Jesús deja bien claro cual es su intención: "Le dio pena porque eran como ovejas dispersas sin pastor" (Me 6,34). "Tengo otras ovejas que no son de este redil; tengo que atraerlas para que escuchen mi voz y haya un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).
En el momento culminante de la última cena oró ardientemente: "Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea" (Jn 17,23).
Pero Jesús pone todavía más de manifiesto cual es su proyecto con los hechos. Ya al comienzo de su ministerio de profeta itinerante reúne a sus discípulos para que convivieran como amigos. Con algunos convive como en familia.
Los discípulos entendieron bien el mensaje de Jesús, después de la desbandada de su pasión y muerte, al reencontrarse con él resucitado, se congregan de nuevo para convivir como hermanos. "En el grupo de los creyentes, escribe Lucas, todos tenían un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32).
Éste es el único cristianismo posible: el cristianismo comunitario. Ch. Peguy lo decía muy gráfica y ardientemente: "Ésta es nuestra religión: aceptar la fraternidad, vivir la fraternidad". Uno no es cristiano por tener tal nivel de virtud o espiritualidad, sino por estar ensamblado en la familia de Dios. El cristiano es el que tiende la mano, el que hace cadena con los demás hermanos.
La Iglesia es la "mesa familiar" en la que todos comen de la misma sopera. Y Dios preside la comida paternalmente.
Él nos tomó la delantera en el amor.
Ya en el siglo IV se hizo famoso un dicho de san Cipriano, haciendo un juego de palabras latinas decía: "Ullus christianus, nullus christianus". Traducido significa: "Un solo cristiano no es ningún cristiano". Es decir, un cristiano en solitario es unimposible. Es como una abeja sola; no puede existir; se muere inexorablemente. Afirma rotundamente el Vaticano II: "Dios ha querido salvar a los hombres en comunidad". Más claro, imposible.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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