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sábado, 9 de abril de 2016

Comentarios a las lecturas del III Domingo de Pascua 10 de abril de 2016.

Comentarios a las lecturas del III Domingo de Pascua 10 de abril de 2016.

Vamos pasando los días de la Pascua: la alegría y la sorpresa vive entre todos nosotros. Jesús Resucitado nos ayuda a vivir llenos de amor y esperanza, pero para obtener esos frutos hay que meterse dentro, muy dentro, de lo que allí ocurría como si estuviéramos presentes.

En la primera lectura del Libro de los hechos de los Apóstoles (Hch 5,27b-32.40b-41). nos muestra a un San Pedro fortalecido, ya después de Pentecostés, sin miedo alguno, cumpliendo su “Señor, Tú sabes que te amo”, entregándose a los designios divinos y realizando su misión de Pastor, respondiendo al jefe religioso de los judíos, el Sumo Sacerdote, que presidía el Sanedrín, organismo máximo de justicia civil y de asuntos religiosos en Israel.
" Pedro y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Este es un principio universal que nos parece evidente a todas las personas religiosas, pero no es fácil saber en cada momento discernir cuándo lo que nos manda Dios es distinto de lo que nos mandan los hombres. Lo que los apóstoles estaban haciendo cuando les encarcelaron era predicar el evangelio de Jesús y la buena nueva de la salvación. Ese era el mandato que Jesús les había dado antes de ascender a los cielos: id al mundo entero y predicad el evangelio.
Una vez más están frente al Sanedrín, ante el Tribunal Supremo de justicia de Israel. Y no será la última. Ya lo había dicho el Señor: "Os llevarán a los tribunales por mi nombre. No temáis, no penséis qué habéis de contestar. Yo estaré muy cerca, el Espíritu contestará por vosotros".
Es claro, se ve palpablemente que estos hombres tienen una nueva fuerza desconocida, no hay manera de hacerlos callar. Y hablan, nada menos de que Jesús de Nazaret ha resucitado, de que es el Mesías prometido por los profetas, de que han crucificado al que había de venir, al Cristo de Dios, al Ungido, al Rey de Israel. Estas palabras sacuden sus conciencias dormidas. Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Creyeron que aquel duro castigo sería suficiente para callarlos, una mordaza para sus bocas. Pero se equivocaron. Los Apóstoles, azotados y doloridos, caminaban, sin embargo, contentos, rebosantes de gozo por haber sufrido aquello por amor de Cristo.

Hoy el responsorial es el salmo 29 (Sal 29,2.4-6.11-13). salmo de acción de gracias "Te ensalzaré; Señor, porque me has librado" . Dios siempre salva a los que confían en él, aunque a veces permita la persecución, y hasta la muerte, de los que le aman. Seguro que todos nosotros tenemos experiencia de algunos momentos en los que el Señor nos ha librado de algún peligro, físicos y espirituales. El salmo hoy nos invita a una  profunda acción de gracias  elevada a Dios desde el corazón de quien reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es el sentimiento es el que resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones. Esta actitud de gratitud se expresa en una serie de contrastes que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
Así al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa».

En la segunda lectura  del libro del Apocalipsis ( Ap 5,11-14) continuamos escuchando la «revelación» que tuvo S. Juan en Patmos y que fue motivada por las condiciones adversas por las que estaban pasando los cristianos del Asia Menor. El culto imperial, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones extraordinarias en el de Domiciano, amenazando con sumergir a todas las cristiandades del Asia. Los cristianos se opusieron valientemente a dicho culto, por cuyo motivo, Domiciano desencadenó una cruenta persecución. El A. es, pues, un libro de consolación dirigido a las cristiandades perseguidas por el poder civil.
Tiene como finalidad animar a los fieles y exhortarles a permanecer firmes en la fe, pone ante sus ojos la perspectiva del triunfo definitivo de Cristo sobre todos los poderes del mal. Les inculca reiteradamente la paciencia en las persecuciones y les anima a oponerse valientemente a la recepción de la «señal» de la Bestia - el poder imperial -, y a no reconocer su carácter divino. El triunfo de Cristo llegará pronto y los cristianos verán tiempos mejores. Los himnos de alabanza que entonan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como la respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los Emperadores. También S. Juan quiere inculcar a las Iglesias la vigilancia celosa y fiel de la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.
En el fragmento de hoy, contemplamos al Cordero, aparece aquí como imagen del siervo de Yahvé y, por extensión, imagen del Jesús Pascual.
La escena que nos describe incluye a Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación. Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13). En esta doxologνa de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al

Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este, oeste. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo.

San Pablo, hablándonos del anonadamiento de Cristo y de su obediencia hasta la muerte de cruz, nos dice que Jesucristo recibió, por este motivo, del Padre la dignidad más grande: fue constituido Señor, de suerte que ante El han de doblar la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos. Y todo ello para gloria de Dios Padre.

Continuamos con el evangelista san Juan (Jn 21,1-19). El capítulo 21 del Evangelio según San Juan está cargado de simbolismo. La escena de la pesca es muy semejante a la que Lucas narra en el capítulo 5 de su evangelio. La diferencia es que ahora Jesús es el Señor resucitado.
Habían estado toda la noche rastreando el lago, sin conseguir nada. Las luces del alba descendían desde las colinas cuando divisaron en la orilla la figura de un hombre. Les pregunta a lo lejos si han cogido algo, y al contestarle que no, les dice que vuelvan a echar las redes hacia la derecha de la barca. Como un último intento, aquellos pescadores le hacen caso... Entonces, un enjambre de peces aletea dentro de las redes, cargadas como nunca. Juan mira hacia la orilla y reconoce gozoso que al Maestro.
Pedro, el que por tres veces le negó, no duda ni por un momento en ir a su encuentro. Él sabía que el Señor le amaba más que lo suficiente para perdonarle su pecado. Esa era la diferencia respecto de Judas. Éste huyó de Jesús, no creyó posible el perdón para su traición. Pedro es cierto que lloró amargamente su pecado. Pero sabía que el Maestro le volvería a perdonar. Quien le había enseñado a perdonar siete veces siete, bien podría perdonarle a él. Y no se equivocó. El Señor le acoge con el mismo cariño de siempre, le mira con la misma profunda mirada, con la misma comprensión de antes.
Lo que quizá no imaginaba Pedro es que el perdón de Jesús iba a ser tan grande, que todo sería lo mismo que antes. Lo lógico hubiera sido que el primer puesto lo ocupara otro que lo mereciera más que él, otro que al menos no hubiera renegado de su Maestro hasta jurar que no le conocía. Sin embargo, Jesús le vuelve a encomendar el cuidado de su rebaño, le entrega otra vez el poder de regir a su Iglesia, la misión excelsa de ser su vicario en la tierra, el que haga sus veces cuando él se marche a los cielos. Al mismo tiempo le profetiza las dificultades que ese papel entraña. Llegará el momento en que le perseguirán y el encarcelarán, le calumniarán y le maltratarán, lo llevarán maniatado adonde él no quisiera ir, le crucificarán en una de las colinas de Roma.
Fijémonos en el comentario que hace San Agustín a este relato de la pesca milagrosa: "Centrad vuestra atención ahora en la otra pesca, la que se ha leído hoy. Tuvo lugar después de la resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de nuestra resurrección. Echad -les dijo- las redes a la derecha5. Ahora, pues, se ocupa sólo del número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el Señor anunció que vendría en compañía de los ángeles y que en su presencia se congregarían todos los pueblos. Él los separará como el pastor separa las ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda. A las ovejas dirá: Venid, recibid el reino; a los cabritos: Id al fuego eterno6. Echad las redes a la derecha: como si dijera: «Ya he resucitado; quiero mostrar cómo será la Iglesia al final de los tiempos. Echad las redes a la derecha». Echaron las redes a la derecha y no podían subirlas a la barca debido a la cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad, pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a diferencia de la otra, que no precisa número. En el tiempo presente, antes de que llegue la resurrección y la separación de buenos y malos, se cumple lo que dice el profeta: Hice el anuncio y
hablé.¿ Qué significa eso? He echado las redes. ¿Y qué pasó? Se multiplicaron por encima del número7. Hay un número, y los hay que exceden del número. El número se refiere a los santos que han de reinar con Cristo; los que exceden el número pueden entrar ahora en la Iglesia, pero no en el reino de los cielos.
3. Por ello, os exhorto a que os liberéis del mundo presente, que es malo. Por ello os amonesto: quienes queréis vivir no imitéis a los malos cristianos. No digáis: «¿Cómo? ¿No está bautizado fulano que se embriaga? ¿Cómo? ¿No está bautizado aquel que tiene concubinas? ¿No está bautizado aquel otro que comete fraudes a diario? ¿No está bautizado el otro que consulta a los astrólogos?». Los que ahora queráis ser grano, entonces os encontraréis en el muelo; pero los que queráis ser paja os encontraréis en la gran parva, mas para ser presa de un gran fuego.
3. ¿Entonces, pues? Arrastraron -dice- las redes hasta la orilla8. Pedro arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el evangelio. Cuando oyes hablar de orilla, piensa en el límite del mar, y cuando escuchas «límite del mar», entiende el fin del mundo presente. En la primera pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se amontonaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla. Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la derecha y mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron -dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de ser tan grandes, no se rompió la red9. Serán grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán grandes. ¿Quiénes son grandes? Lee las palabras del Señor en el evangelio y encontrarás quiénes lo son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No vine a abrogar la ley y los profetas, sino a cumplirla" . (San Agustín. Sermón 251. La pesca milagrosa).

Para nuestra vida
la primera lectura es un testimonio de fidelidad en el anuncio del evangelio. La Iglesia desde el principio aparece como signo de contradicción, por eso es perseguida. El anuncio valiente del Evangelio puede acarrear persecución por parte de los poderes de este mundo, pero está claro que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Si la Iglesia se acomodase a este mundo perdería el sentido de su ser. Sólo si presenta con valentía el anuncio gozoso y liberador del Evangelio se identificará con el Cordero Pascual, Jesucristo muerto y resucitado que se entrega por nosotros. Los testimonios de los mártires de hoy son impresionantes. Cristianos asesinados en Pakistán, Siria, Irán, La India. Ellos son testigos auténticos de Cristo resucitado. Pidamos por ellos para que se mantengan firmes en la fe y dejen de ser perseguidos por llevar el nombre de cristianos. Viendo nuestra realidad actual hemos de reconocer que nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.
El salmo de hoy nos invita a una continua acción de gracias a Dios, su acción  es siempre muy superior a nuestros merecimientos. Demos hoy cada uno de nosotros gracias a Dios por todos aquellos momentos en los que nos hemos sentido librados de algún peligro por el Señor.

La segunda lectura tomada del Apocalipsis, nos recuerda que en este tiempo de Pascua, nuestra actitud debe ser de alabanza,  nosotros también debemos de albar a Jesús, el cordero pascual, de quien ha nacido la Iglesia de la que todos nosotros formamos parte. Tratemos de ser nosotros mansos y humildes como nuestro Jesús, y rindámosle el homenaje de nuestra devoción y de nuestro amor.

En el evangelio nos hemos encontrado con que los discípulos de Jesús se habían pasado la noche en el lago bregando como expertos pescadores que eran y no habían pescado nada, pero cuando se dejan guiar por el Maestro recogen tal cantidad de peces que las redes se rompían.  El evangelista san Juan da a este relato de la pesca milagrosa una intención teológica que va bastante más allá de lo que es puramente hecho histórico, a nosotros nos sirve ya que lo que quiere decir a sus lectores el evangelista es  que si la Iglesia cristiana no se deja guiar por Jesús pierde eficacia y autenticidad y puede llegar a ser más que signo del reino de Dios, contra-signo. El vencedor de la muerte dice a sus discípulos "echad la red". Los siete discípulos representan a toda la Iglesia, que debe dar testimonio de su fe; los 153 peces quizá simbolicen el número de naciones conocidas entonces, porque a todos se les anuncia la Buena Noticia. La cercanía de Cristo es necesaria para la Iglesia en general, y para cada uno de nosotros en particular y de cada uno de los grupos y comunidades cristianas que formamos el conjunto de la Iglesia cristiana. Cuanto más apartados vivamos del evangelio de Jesús, más contra-signo de su reino seremos y no podremos ni nosotros mismos considerarnos Iglesia nacida de Jesús.
El evangelio nos sitúa ante uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes de pastoral hemos empleado tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios. Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el tiempo  de Dios es distinto al nuestro. Nuestras horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una obediencia y confianza absoluta en el Padre. Toda la pesca no está alcance de nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar hasta el fondo de los mismos: las personas.
Fijémonos hoy en los apóstoles, ellos como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el resucitado, el panorama cambió. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale en los momentos más amargos de fracaso, tristeza y  dolor.
Hagamos un responsable  examen de conciencia sobre este punto, cada uno de nosotros en particular y cada uno de los grupos y comunidades que formamos el conjunto de lo que llamamos Iglesia .
¿Podemos hoy nosotros, cristianos  en siglo XXI, decirle al Señor que sí lo amamos, que sí nos entregamos a El y a su Voluntad ... sea cual fuere? ¿Sea que nos quiera hacer pastores o que nos quiera hacer ovejas fieles? ¿Sea que dejemos aquel pecado al que estamos apegados y que no nos deja libres para seguirle ... sea que le sigamos con esa cruz que nos es pesada porque no la hemos abrazado como El abrazó la suya?
¿Podremos responderle como Pedro: tres veces, sí te amo, Señor? ¿Nos entristecemos como Pedro por tantas veces que hemos entristecido a Jesús? ¿Tememos que nuestro sí no sea tan seguro, porque podríamos repetir los pecados ya confesados? ¿Tenemos miedo de prometer como Pedro que nunca negaría al Señor y que estaba dispuesto a morir con El, y no cumplir?
Puede ser, porque sabemos que nuestro sí de hoy no es garantía segura, pues somos débiles, pero confiando en la gracia divina y realmente queriendo ser fieles a Dios, la guerra está ganada, aunque perdamos una que otra batalla, en la lucha contra el pecado.
Y recordemos que el Señor no espera que seamos impecables sino que, confiados en El, pongamos todo nuestro deseo y volvamos a El cada vez que perdamos una batalla contra el pecado, acogiéndonos a su Misericordia Infinita en el Sacramento de la Confesión.
Sobre todo, tengamos muy en cuenta que, en la lucha contra las tentaciones, no podemos confiar en nosotros mismos. Nos puede suceder como a Pedro. En realidad, no podemos confiar en nosotros mismos para nada. Siempre orar, pero más que nunca en la tentación. “El que ora se salva y el que no ora se condena” (San Alfonso María de Ligorio).


Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org


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