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viernes, 11 de marzo de 2016

Comentario a las lecturas del V Domingo de Cuaresma 13 de marzo de 2016

Comentario a las Lecturas del V Domingo de Cuaresma 13 de marzo de 2016

A punto de iniciar la Semana Santa, el próximo Domingo es Ramos, tres lecturas de  hoy tienen un común denominador: lo nuevo. En la primera el profeta, de una forma poética, nos narra el nuevo éxodo, la nueva liberación. En la segunda, San Pablo, se confronta de tal manera con el descubrimiento de Cristo (algo totalmente nuevo) que todo lo demás lo estima basura. Y, para que no falte nada en esa triple nota de acorde mayor, el Evangelio nos presenta a un Jesús que lejos de condenar renueva, recupera la vida de una mujer pecadora.
La primera lectura  es de Isaías (Is 43,16-21) En este libro, llamado “libro de la consolación”, Isaías dice a los judíos de su tiempo que este segundo éxodo no va a ser como el antiguo, cuando salieron de Egipto. Será algo totalmente nuevo: van a tener agua abundante en el desierto y no serán atacados por las bestias del campo.
Mirar con añoranza el pasado, -recordando sólo lo bueno-,  olvidando lo malo que hubo es un hecho  generalizado en la condición humana. Lo contrario que pasa con el mirar el presente. En él se suele ver sólo lo desagradable, lo negativo, sin vislumbrar lo mucho bueno que sin duda tiene el tiempo que nos tocó vivir. Y con esa actitud se fomenta la desilusión, la desesperanza, se impide la objetividad para juzgar, se origina la impotencia para afrontar el futuro. las palabras del profeta nos marcan un camino distinto: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43, 18-19).
La liberación de los desterrados no vendrá de Ciro el persa, sino de Dios del éxodo y de los manantiales. El Dios capaz de sacar agua de la roca y hacer ríos en el desierto. Así que vale la pena recordar y mirar al pasado, pero éste no agota a Dios. ¿Cuál es la novedad que anuncia el profeta? La novedad es la gracia que nos transforma y "nos ayuda para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo" (Oración Colecta).

El responsorial de hoy es el salmo (Sal 125,1-6) Es un bello poema donde se refleja la situación moral de los repatriados de la cautividad babilónica, los cuales, de un lado, están gozosos al ver que se han cumplido las profecías del Señor sobre el final del exilio, pero al mismo tiempo sufren grandes penalidades y ansían que la nación recupere su plenitud política y económica, como en los tiempos antiguos. Los vaticinios proféticos hablaban de una reconstrucción gloriosa, pero la realidad es mucho más modesta; y, por ello, las almas justas que vivían de las promesas mesiánicas esperaban el cumplimiento de los anuncios de los profetas.
El retorno de la cautividad resultó tan insólito, que los que asistían al espectáculo no creían lo que veían, como si fuera un sueño. El júbilo popular fue grande al ver llegar las caravanas después del decreto de retorno firmado por Ciro, conquistador de Babilonia (538 a. C.). Los mismos paganos estaban admirados del cumplimiento de los antiguos oráculos sobre el retorno de los exilados. El Señor había cumplido sus promesas. El salmista se suma a esta admiración por las magnificencias de su Dios; “El Señor hizo por ellos grandes cosas! ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos alegres!”,  pero desea que se cumplan las antiguas promesas de restauración plena.
Con bellas metáforas anuncia la futura transformación de la nación israelita: “¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb!”, Los torrentes del Negueb están secos en verano y se llenan de agua en el otoño con las primeras lluvias impetuosas, así la nación israelita recuperará su plena vitalidad nacional; y como los que siembran lo hacen con no pocas penalidades, pero sus trabajos son compensados con la recolección de las ricas gavillas, así los israelitas ahora trabajan penosamente en la reconstrucción de la nación, pero al fin verán alegres coronada su obra y sentirán la íntima satisfacción del “sembrador” que recoge su mies, que le compensa de los trabajos de siembra. “El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas”.

La segunda lectura de san Pablo a los filipenses ( Flp 3,8-14) . A la comunidad de Filipos, en el norte de Grecia, habían comenzado a llegar cristianos judaizantes que perturbaban la paz. Pablo entra en polémica contra los que él denomina "enemigos de la cruz". Posiblemente esgrimían títulos de apostolado para justificar su predicación. Pablo adopta una actitud apologética respecto a su propia persona. Flp 3,1-6 contiene los títulos con los que Pablo se justifica frente a sus adversarios: hebreo, circuncidado, fariseo, perseguidor de la Iglesia, irreprensible en la observancia de la Ley. El v. 7 sirve de transición: todo ello lo estima pérdida por Cristo.
Los vv. 8-14 se centran en el cambio de valores que ha supuesto su encuentro con el Resucitado. Pablo se entretiene presentando su experiencia vocacional en clave atlética. Su vocación marca una trayectoria interior de "mi justicia" a la "fe de Cristo" que le proporciona la "justicia que viene de Dios".
San Pablo nos da su testimonio personal: Dios no nos salva por el simple cumplimiento de los preceptos de la ley de Moisés, sino por la ley de Cristo, que es la ley del amor a Dios y al prójimo. Este descubrimiento transformó totalmente su vida: "Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe".
Si antes se glorió de ser un hijo de la Ley y de su propia justicia, ahora todo esto le parece basura.
Para Pablo no hay otra justicia que la que viene de Dios como una gracia para todos los creyentes. En esta justicia está la salvación y no en las obras de la Ley. San Pablo  señala los puntos principales de su doctrina: El hombre se justifica al recibir la justicia que viene de Dios, abriéndose por la fe a esta justicia.
Pablo espera recibir, como fruto de esta justificación por la fe, un "conocimiento" de Cristo. No se trata aquí de un conocimiento meramente teórico, sino de una experiencia profunda y de una comunión de vida con el Señor resucitado. Muerte y resurrección son momentos inseparables tanto en la vida de Cristo como en la de sus discípulos. El encuentro con Cristo en el camino de Damasco y el camino operado en la vida de Pablo, es ciertamente ya un premio; sobre todo es premio el haber sido elegido y tomado por el Señor para su servicio. De todo esto tiene Pablo clara conciencia y es para él como una prenda de lo que todavía confía en alcanzar.
Pero mientras tanto lo verdaderamente importante es seguir adelante en la carrera. El corredor que vuelve atrás su mirada para ver sus éxitos o fracasos no está en lo que hace; el corredor debe tener los ojos puestos en la meta; así Pablo tiene los ojos puestos en Cristo y los oídos a Dios que le llama desde lo alto. El amor de Cristo le urge y Pablo corre como un atleta.
Jesucristo, el Señor resucitado ya ha alcanzado a Pablo; por eso ahora Pablo, en respuesta al Señor, tiene que procurar dar alcance a Cristo.
En todo el párrafo aparece un Pablo seducido totalmente por Cristo, en cuya comparación nada importa. Es uno de los momentos en que más claramente aparece la seducción que Cristo ha tenido sobre Pablo, en todos los planos de la existencia de Apóstol. Es un ejemplo de lo que debe significar Cristo para todo cristiano. No sólo para Pablo de Tarso.

El evangelio es de San Juan  (Jn 8,1-11) En el se nos presenta a los letrados y los fariseos que tratan de comprometer a Jesús. Así ponen a la mujer adúltera  en medio del corro acusándola ante Jesús y todos los presentes. Si perdona, va contra la ley judía; si aprueba la condena de muerte, se contradice a sí mismo y va contra la autoridad romana, la única capaz de condenar a muerte. Jesús les dice que comience a tirar la primera piedra el que de ellos se encuentre sin pecado.
Jesús, se inclina en silencio hacia el suelo. Cuando le insisten para que se pronuncie, se incorpora e invita a que quien no tenga pecado tire la primera piedra. Luego vuelve a inclinarse y continúa escribiendo con el dedo en la tierra. No sabemos qué es lo que escribía. Quizá lo único que pretendía era dar tiempo para suscitar la reflexión y hacerles caer en su incongruencia. Jesús les invita al examen personal de conciencia para que reconozcan también la hipocresía social que condena a la mujer. Desenmascarados, van saliendo de uno en uno,  hasta dejar sola a la adúltera frente a Jesús.
Es muy hermosa la escena y es muy notable la posición general de Jesús. Desde su pretendido ensimismamiento hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer. Cuando todos se habían ido y quedó Jesús con sus discípulos y la mujer en medio del corro. Jesús se levantó de nuevo para pronunciar ahora una palabra de misericordia. No disculpa ciertamente la acción que ha cometido esta mujer, pero hace valer para ella la gracia y no el rigor de la justicia. Jesús  consigue que una adúltera no sea condenada por otros pecadores.
El texto es perfectamente inteligible en clave de hijo mayor e hijo menor de la parábola de Lucas del domingo pasado. Tanto uno como otro tienen algo en que cambiar, los que cumplen la Ley de Dios y los que no la cumplen. Más aún, los que la cumplen no tienen ningún derecho a recriminar ni a condenar a los que no la cumplen. La palabra y la mirada tierna y misericordiosa de Jesús es la que salva y levanta a la mujer pecadora de su postración.

Para nuestra vida.
Ya desde la primera lectura se nos invita a descubrir y esperar  algo nuevo. Es una llamada a esperar lo nuevos que nos ofrece Dios.
No es de cristianos vivir de recuerdos, pasarse la vida suspirando por lo que pasó, encerrado en un pasado que ya no existe. Hay que mirar con ilusión nuestra propia época, tratando de mejorarla, luchando para que haya más justicia, más amor, más paz. Es lo que Dios pone en nuestras manos, el talento que ahora tenemos que negociar hasta conseguir el máximo rendimiento. El pasado no es más que eso, pasado. Lo que realmente nos pertenece es el presente, de esto es de lo que tenemos que responder ante Dios. Lo pasado ya no tiene remedio, mientras que lo que ocurre ahora es susceptible de hacerse bien. Es señal de vejez el mirar atrás. De esa vejez caduca y decadente que afecta no sólo al cuerpo, sino también al espíritu. Esa es la peor forma de llegar a viejo, ese vivir del pasado, ese sentirse desfasado en el presente, ese no mirar con esperanza y con serenidad al futuro.
La salida de Egipto con el camino por el desierto, simboliza nuestra vida   del pecado. En cambio el perdón divino nos da una vida nueva que irrumpe impetuosa en  nuestra actitud de anhelo del pasado. Estamos llamados a vivir la nueva criatura, la creada según Dios, en justicia y santidad .
Sólo en la medida en que estemos dispuestos a recibir la presencia de Dios en nuestra vida, será posible olvidarse de lo que queda atrás y lanzarse a lo que está por delante, como nos recuerda San Pablo en la Carta a los Filipenses. Las liberaciones históricas del pasado son garantía de la intervención presente. La liberación presente continúa y profundiza las del pasado.

La segunda lectura nos recuerda la novedad de la " ley de Cristo" , la ley del amor, ¿cambia y transforma realmente nuestra vida? Sólo si esto es así, podremos también nosotros decir con el salmo responsorial: “el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
No olvidemos que siendo la "justificación" una gracia de Dios, no quedamos reducidos a una situación de mera pasividad. Pues el hecho de haber sido agraciados con la justicia que viene de Dios es el fundamento de un imperativo ético y la condición de su posible cumplimiento: Radicalmente justificados por la gracia de Dios, podemos y debemos hacer obras de justicia verdadera hasta alcanzar la plena salvación. De ahí que San Pablo haga suyo el consejo que hace a los Filipenses: "Trabajar con temor y temblor en la propia salvación". San Pablo tiene conciencia de que aún está en camino para conseguir la meta y el ideal de todo cristiano. En ese camino nos encontramos nosotros mientas peregrinamos en este mundo.
Conocer a Cristo, ganar a Cristo, existir en Cristo, comulgar en sus padecimientos, morir su muerte, conocer y participar la fuerza de su resurrección: esto es la vida cristiana. Hay distintos niveles y grados. ¡Pero qué profundidades se pueden conseguir en este bucear en Cristo! Pablo se propone como ejemplo: él fue alcanzado por Cristo cuando corría en otra dirección; ahora es él quien pretende alcanzar a Cristo, "corriendo hacia la meta, lanzándose hacia adelante". Como el atleta, siempre en tensión progresiva. La vida cristiana es esencialmente camino, carrera y progreso. Una exigencia atlética: liberarse de peso excesivo y cargas inútiles: todo es estorbo y "basura", en comparación con el premio.

El evangelio es una gran lección para cuantos nos erigimos a veces en jueces de los demás. Con qué facilidad sometemos la conducta ajena a nuestro propio juicio. Olvidamos que el Señor nos ha dicho que no juzguemos y no seremos juzgados, y que con la misma medida con que midamos a los demás, seremos nosotros medidos. Nos resulta más fácil ser fiscales que no defensores, tendemos a resaltar las circunstancias agravantes y a olvidar las atenuantes.
Hoy día seguimos condenando, somos jueces implacables de los demás. Los males, decimos, son muchos, pero los culpables son los otros, o las estructuras... No queremos reconocer que todos somos corresponsables, por acción o por omisión, del mal y de la injusticia que sufre nuestro mundo. Esto se llama hipocresía. Trasladamos a la conducta del prójimo nuestra propia malicia y hacemos realidad aquello de que se cree el ladrón que todos son de su condición. La llamada del Señor -en este tiempo de conversión- es  a rectificar, a ser benévolos a la hora de juzgar; dentro de lo posible abstengámonos de hacerlo, dejemos que sea Dios quien emita su justo juicio y seamos misericordiosos para que el Señor lo sea con nosotros, que falta nos hace.
No olvidemos que sólo el Señor es capaz de reconstruir a la persona por dentro para convertirla en nueva criatura. Sólo Jesús puede cambiar la orientación de nuestra vida para que podamos cantar con el salmo de hoy que "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org






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