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martes, 29 de marzo de 2016

Comentario a las lecturas de la Solemne Vigilia Pascual 26-27 de marzo de 2016

Comentario a las lecturas de la Solemne Vigilia Pascual 26-27 de marzo de 2016

 Durante el Sábado Santo la iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos, y se abstiene absolutamente del sacrificio de la Misa, quedando desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia se inauguren los gozos de la Pascua.
La noche de la Vigilia Pascual es la noche central de la comunidad cristiana. Es noche de vela ante el tránsito del mundo viejo al nuevo, de la esclavitud a la libertad, de la desesperación a la esperanza y de la muerte a la vida. Cristo, primogénito de entre los muertos, es la primicia del reino. Se celebra el fundamento de nuestra fe, según atestigua san Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Ha resucitado y lo proclamamos con el solemne “aleluya”.
San Lucas nos dice que el nuevo día comienza con los «aromas», llevados por las mujeres al alba con prontitud y esperanza. Para creer en el Resucitado es necesario salir de uno mismo hacia los otros, hacia el Otro, con los aromas del afecto, del encuentro gratuito, de la búsqueda profunda. La búsqueda de los vivientes y de Cristo vivo exige compañía compartida, camino emprendido, manos llenas de caridad y esperanza activa.
Tiene la vigilia un claro carácter bautismal: era el momento del bautismo y es para los bautizados el momento de renovar las promesa del bautismo. Es como momento de reiniciar nuestra fe y nuestra condición de cristianos.
El bautismo es pasar de la oscuridad a la luz, por eso previa al rito bautismal es la bendición del fuego que produce calor y luz y se proclama la luz de Cristo, significado en el cirio pascual. Y tras este rito la proclamación solemne de la Pascua, recordando la historia de la salvación, que luego se hace más explícita en las lecturas.

[Lecturas del Antiguo Testamento]
Dios hizo un pacto de comunión con la creación y con Adán y Eva. Esa alianza fue rota y Dios trató siempre de recomponerla, aunque el pecado haya sido muy grave. Apiadado por el clamor del pueblo oprimido en Egipto, lo liberó y selló una alianza en el Sinaí, con Moisés. Por muchos siglos, el Señor Dios siempre buscó que haya reconciliación entre él y sus hijos. Ese es el mensaje de los profetas.
Dios nos llama amorosamente a la existencia, pues quiere que vivamos con Él eternamente. Más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan quienes le pertenecen. A pesar de nuestros pecados, Dios jamás ha dejado de amarnos; Él



envió a su propio Hijo para que nos liberara de la esclavitud del pecado mediante su Misterio Pascual. En el Bautismo, simbolizado en el paso del mar Rojo, entra un pueblo pecador y sale un pueblo libre que camina hacia la posesión de los bienes definitivos. Esa salvación será nuestra no sólo en la medida en que depositemos nuestra fe en Cristo, el Enviado del Padre. Abraham nos da ejemplo de cómo debe ser la fe de quien acepte depositar su vida y su confianza totalmente en Dios. Sólo creyéndole a Dios Él podrá cumplir en nosotros sus promesas de salvación. Reconocemos que somos pecadores y frágiles; por eso buscamos al Señor para que sea Él quien nos santifique y nos salve, pues Aquel que no recuerda ya nuestros pecados, es el Único que puede hacer que seamos santos como Él es Santo. Por eso hagamos nuestra la voluntad de Dios; dejémonos conducir por Él; que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros, sino que nos transforme porque seamos capaces de escuchar la Palabra de Dios y de ponerla en práctica. Entonces, Dios que nos ama, no por nosotros, sino por Sí mismo y por su Nombre Santo, muchas veces profanado por nosotros ante las naciones, llevará adelante su obra de salvación para levantarse victorioso sobre sus enemigos y rescatarnos del pecado y de la muerte, y llevarnos sanos y salvos a su Reino Celestial. A nuestro Dios y Padre sea dado tono honor y toda gloria ahora y siempre, en Jesucristo, su Hijo nuestro Señor.
La historia de la humanidad que escucharemos es ese salir constante de Dios para estar con su Pueblo, aunque este haya pecado.

Primera lectura: Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno
Salmo 104(103), 1-2a. 5-6. 10. 12-14ab. 24. 35 

Segunda lectura: Génesis 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18
 El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
 Salmo 16(15), 5. 8-11

Tercera lectura: Éxodo 14, 15-15, 1:
 Los israelitas en medio del mar a pie enjuto

Cuarta lectura: Isaías 54, 5-14
Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor 
 Salmo 30(29), 2. 4-6. 11-12a. 13b

Quinta lectura: Isaías 55, 1-11:
Venid a mí, y viviréis; sellare con vosotros alianza perpetua
 Salmo Is 12, 2-6

Sexta lectura: Baruc 3, 9-15. 32-4, 4
 Caminad a la claridad del resplandor del Señor
 Salmo 19(18), 8-11

Séptima lectura: Ezequiel 36, 16-28:
Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo
 Salmo 42(41), 3. 5bcd; 42, 3-4

Epístola: Romanos 6, 3-11 El apóstol Pablo nos recuerda que fuimos crucificados con Cristo, para resucitar como él.
El Señor Jesús cargó sobre sí el pecado de la humanidad para hacer morir al pecado de una vez para siempre; y al resucitar vive ahora para Dios. Ni el pecado, ni la muerte tienen ya dominio sobre Él. Quien vive íntimamente unido a Jesucristo participa de su Victoria sobre el pecado y la muerte. Quien vive pecando no puede decir que en verdad está en comunión de vida con Cristo. Mediante el Bautismo y la fe nosotros hemos sido incorporados a Cristo para ser sepultados con Él muriendo al pecado; pero también para resucitar con Él por la gloria del Padre para llevar una vida nueva. Quienes ya estamos bautizados renovemos nuestro compromiso de fe en Cristo, y reiniciemos nuestro camino de compromiso con Él para manifestarnos como hijos de Dios, con una vida que realmente demuestre que estamos revestidos de Cristo, amando a Dios como a nuestro Padre y amando a nuestro prójimo como a hermano nuestro. *Vivamos, pues, como criaturas nuevas en Cristo Jesús.
*Vivamos la vida nueva que nos da el Bautismo, rompamos la vieja historia de muerte para hacer una nueva historia con la vida de Cristo resucitado.
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más

Salmo 118(117), 1-2. 16-17. 22-23. Este  canto de acción de gracias celebra una victoria de Israel, en la que se puso de manifiesto una vez más el amor del Señor hacia su Pueblo (vs. 1-4) y su invencible poder (vs. 15-16).
En esa liturgia de acción de gracias, la función principal corresponde al rey, que describe la acción salvadora de Dios en primera persona del singular (vs. 5-14, 17-18, 21), mostrando así su condición de representante y portavoz de todo el Pueblo.
La liturgia cristiana confirió a este Salmo un significado “pascual” , y lo utiliza para cantar la victoria de Cristo.
Según testimonio de los tres evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo 21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los “viñadores homicidas”: “la piedra que desecharon los constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!”.

Evangelio: Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Las lecturas que nos ofrece esta Vigilia resumen la Historia de la Salvación.
Comienzan con el relato de la creación porque en la resurrección de Jesús se recrea la humanidad, y con ella el cielo y la tierra son cielos nuevos tierra nueva, como proclama Ezequiel en la profecía que recoge esta vigilia. Se nos recuerda la Pascua judía, la salida hacia la libertad, no más esclavitud, tras pasar Dios por los hogares de los judíos. En la nueva Pascua, la cristiana, el Dios que pasó por nuestra historia, como un hombre más, sometido a la tiranía humana, que le llevó a la muerte aparece libre de los lazos de la muerte, gozando de vida plena y abriéndonos a nosotros a esa vida.
Es el relato de Lucas. Lucas habla de mujeres y conocidos que siguen de lejos el momento de la muerte de Jesús. Es el único evangelista que no ofrece el nombre de las mujeres en el Gólgota. Sí lo ofrece en el momento de descubrir el sepulcro vacío. El signo de la resurrección. Las mujeres, a pesar de ser las únicas de entre los discípulos que han seguido -si bien «a distancia»- los últimos acontecimientos, siguen ancladas en la institución de la Ley y van a tributar culto a un muerto, como en toda religión. Sin saberlo, «el primer día de la semana, de madrugada», cuando el precepto del reposo ya no estaba en vigor, con la chispa de luz de la pequeña fe que les quedaba, «fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado» (24,1).
 Durante la Pascua judía y el día anterior, de preparativos, el cuerpo de Jesús había reposado en el sepulcro, ajeno totalmente a los innumerables sacrificios de corderos y a los interminables ritos pascuales. Pasadas las fiestas, las mujeres van al sepulcro con la intención de embalsamar a un difunto y se encuentran con que la losa (no mencionada con anterioridad) que separaba la región de los vivos de la región de los muertos y confería definitividad a la muerte estaba ya corrida (24,2), señal de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. De momento, esto les pasa inadvertido. Entran y no encuentran el cuerpo de Jesús (24,3). Hasta aquí la experiencia es negativa, en cuanto que contradice sus convicciones.
Pero sobre todo son las mujeres quienes escuchan la noticia, la gran noticia, que comunican los dos hombres de vestidos refulgentes. No busquéis entre los muertos al que vive. ¡Ha resucitado! Ellas la comunicarán a los apóstoles. Son las primeras testigos del triunfo del Crucificado: apóstoles de los apóstoles. Fueron testigos que se expusieron al desprecio de ellos, juzgaban deliraban.
Proclamamos hoy el final feliz de los duros acontecimientos que celebramos en los dos días previos.
Jesús, tras proclamar el amor como lo esencial de la vida, habiendo amado a los suyos hasta el máximo, jueves santo, abandonado de éstos, condenado por otros acabó su vida en la cruz, viernes santo. Mantuvo su amor a los hombres y la fidelidad al Padre hasta el último momento. Ese amor, más fuerte que la muerte, le llevó a la resurrección. Al triunfar el amor triunfa el ser humano en la plenitud de su ser. Jesús vive definitivamente en el ámbito del amor pleno. Y lo derrama entre nosotros, porque su resurrección no le aparta de nuestra historia.

Para nuestra vida.
En esta noche caemos en la cuenta de que, nuestro paso por este mundo además de ser un paseo (como decía Juan XXIII) es una oportunidad que Dios nos da para optar por Él o por el sin sentido, por Él o por el diablo. Dios, movido siempre por la misericordia de su ser Padre desea y quiere el júbilo ahora y en el después de nuestra vida. ¿Por qué algunos sólo piensan, o pensamos, que sólo vale el hoy y damos la espalda al mañana que nos aguarda?
-Bendita sea esta noche en la que se proclama que, entre todas las criaturas, es el ser humano lo más importante.
-Bendita sea esta noche en la que, en medio de este desierto que es el vivir, se nos recuerda que existe una tierra prometida, un final feliz, una ciudad con un nombre: el cielo
-Bendita sea esta noche en la que, el Señor, establece un pacto definitivo con la humanidad. Ya no irá a su deriva y, lo que es peor, no marchará desbocada hacia el precipicio: Jesucristo ha sido el freno a tanta injusticia, dominio de la muerte y rivalidad entre hermanos.
-Bendita sea esta noche en que, la luz, nos hace pensar y soñar en un cielo nuevo. No cesarán los llantos pero, más allá del sollozo, Dios saldrá a nuestro encuentro. Posiblemente seguirán los mismos problemas de ayer pero, con la resurrección como horizonte, seremos más fuertes para llevar la cruz sobre nuestro hombro.
Después de haber escuchado la Historia de la Salvación llegamos a entender que todo estaba pergeñado desde antiguo. Que los profetas no se equivocaron. Que, el Bautista, acertó de lleno cuando se sintió poco y nada al lado del que iba a dinamitar, con su Resurrección, todos los sepulcros cerrados de la humanidad.
Dios, desde el principio de la Creación, se involucró de lleno para alcanzarnos un Paraíso definitivo y, con su Hijo Jesús, muerto para y por nosotros en plena juventud, nos lo posibilita de nuevo: ¡Marcharemos a una vida totalmente nueva! ¡Resucitaremos! ¡Volveremos a vernos! ¡Disfrutaremos de una eternidad, sin más necesidad para ser felices, que el estar frente a Dios!
¿Qué hacer nosotros? San Pablo nos lo dice: morir al pecado y abrirnos a la vida. Desterrar de nosotros la muerte, lo que nos degrada como seres humanos, lo que nos separa de Cristo, lo que no está de acuerdo con el Evangelio, vivir para Dios: Vosotros consideraros muertos al pecado y vivos para Dios. Para el Dios autor de la Vida, que le dio a Cristo la vida plena. Y, como las mujeres, proclamar el acontecimiento central de la historia y de nuestra vida.
El salmo 118 nos invita a una acción de gracias activa.
Demos gracias a nuestro Dios y Padre, pues a pesar de que nosotros somos los responsables de la muerte de Cristo, ha tenido misericordia de nosotros.
La muerte del Señor se ha convertido para nosotros en fuente de perdón, de reconciliación y de salvación eterna. Dios sea bendito por siempre.
Por eso, quienes hemos sido hechos beneficiarios de la Salvación, que Dios ofrece a la humanidad entera, proclamemos al mundo entero esta Buena Noticia de Salvación, para que todos vuelvan al Señor y se salven, y podamos así, ya desde ahora, llevar una vida santa y agradable a Dios, iniciando desde este vida nuestro camino en el Reino de Dios, hasta lograr, por gracia del mismo Dios, su posesión definitiva.
No olvidemos que, sólo la misericordia de Dios y luego la nuestra, es capaz de darnos vida abundante y con nosotros ofrecerla luego a los demás.
Que así sea y podamos desearnos con sinceridad unos a otros:
¡Felices Pascuas!-

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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