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sábado, 25 de julio de 2015

Comentarios a las lecturas en la Solemnidad de Santiago Apostol 25 de julio de 2015.



En esta fiesta del Santo Patrón, caemos en la cuenta de aquello que, el domingo pasado, el evangelio nos señalaba: “Estamos como ovejas sin pastor”. Y por qué no decirlo; a veces sin Patrón. Es más fácil doblegar una sociedad sin “patrón” que con él. Es mucho más manejable un pueblo “sin patrón” que sin su protección.

La grandeza de Santiago Apóstol (su vida, testimonio, predicación y llegada a nuestra tierra) sólo se entiende desde una convicción: él también tuvo su “patrón” y no fue otro que el Evangelio. Nada ni nadie se lo quitó. Poco le importó que fuera comprendido o entendido, atendido o ensalzado, reverenciado o –incluso si ahora viniera de nuevo- que los regidores no le llevasen ofrendas. Lo esencial para él era lleva a cabo su obra: Cristo no podía quedarse en el círculo de aquellas primeras tierras que él piso. Su pasión, muerte y resurrección merecían otro trato (mucho más que flores): exigía vida, sangre y constancia.

El apóstol Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio (s. I). 

Etimológicamente Santiago = Dios, recompensara, es de origen hebreo

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; hijo de Zebedeo. El y su hermano Juan fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar en el lago Genesaret.

Recibieron de Cristo el nombre "Boanerges", significando hijos del trueno, por su impetuosidad.

En los evangelios se relata que Santiago tuvo que ver con el milagro de la hija de Jairo. Fue uno de los tres Apóstoles testigos de la Transfiguración y luego Jesús le invitó, también con Pedro y Juan, a compartir mas de cerca Su oración en el Monte de los Olivos.

Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva. Según una antigua tradición, Santiago el Mayor se fue a España. Primero a Galicia, donde estableció una comunidad cristiana, y luego a la cuidad romana de Cesar Augusto, hoy conocida como Zaragoza. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como los "Siete Convertidos de Zaragoza". Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa ciudad, aparición conocida como la Virgen del Pilar. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la evangelización de España. 

En los Hechos de los Apóstoles descubrimos fue el primer apóstol martirizado. Murió asesinado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Según una leyenda, su acusador se arrepintió antes que mataran a Santiago por lo que también fue decapitado. Santiago es conocido como "el Mayor", distinguiéndolo del otro Apóstol, Santiago el Menor.

La tradición también relata que los discípulos de Santiago recogieron su cuerpo y lo trasladaron a Galicia (extremo norte-oeste de España). Su restos mortales están en la basílica edificada en su honor en Santiago de Compostela.

Con estas premisas comenzamos nuestra breve reflexión en la fiesta de Santiago Apóstol.

La primera lectura del Libro de los Hechos (Act. 4, 35; 5, 12.27-33; 12,2). En ella encontramos una idea clave “Ser testigos”. Los apóstoles comprendieron desde la experiencia que había supuesto en sus vidas el contacto, el contagio con Jesús, que no podían callar, que no podían guardarse el tesoro. Ellos sabían de peligros y dificultades, habían visto morir al Maestro, ya habían visto morir a Juan Bautista, a Esteban, pero la fuerza que les empujaba era mayor, y así entendieron que dar testimonio de Jesús era darse como Él, hasta el final. Fueron auténticamente “mártires”, testigos de Cristo. Los apóstoles fueron convocados por el Sanedrín, por dar testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacer muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Esto lo hacían todos los apóstoles, no sólo el apóstol Santiago. Además, el que replica al sumo sacerdote es Pedro, no Santiago. Fue la respuesta de Pedro lo que exasperó a los miembros del Sanedrín y la razón por la que decidieron acabar con los apóstoles. A Santiago le mataron para que así los otros apóstoles, por miedo o precaución, dejaran de predicar la resurrección de Jesús. Dice, además, el texto sagrado que “viendo que a los judíos les había agradado la ejecución de Santiago, encarcelaron después a Pedro”. Sea como fuere, o por lo que fuere, lo cierto es que Santiago fue el primero de los apóstoles en sufrir el martirio, hacia el año 44 de nuestra era.

El salmo de hoy (Sal. 66)  es una exclamación e invitación a la alabanza a Dios.  OH DIOS, QUE TE ALABEN LOS PUEBLOS, QUE TODOS LOS PUEBLOS TE ALABEN.

La segunda lectura de esta Fiesta de Santiago Apóstol (2 Cor.  4, 7-15). San Pablo lo sabe por propia experiencia y así se lo dice a los Corintios. Llevar la muerte de Cristo en el cuerpo es sufrir como Cristo sufrió, “para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro propio cuerpo”.
San Pablo escribe con cierta amarga ironía. Dice que los apóstoles son como un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Añade que, para algunos son necios, débiles, despreciados, perseguidos... Era verdad todo eso, visto desde la perspectiva de los paganos, de los que no tenían fe. Era incomprensible, y hoy ocurre lo mismo, que uno se entregue a Dios sin esperar nada en este mundo, aunque seguros de ser premiados con creces tras la muerte.
Este pasaje termina hablando de que el Apóstol con su predicación abnegada, con su oración constante y confiada, les ha engendrado a una vida nueva. Es una afirmación que suena a presunción quizá, pero no lo es ya que se trata de una realidad. .

El evangelio de San Mateo (Mt. 20, 20- 28)  nos relata la escena de la madre de los hermanos Zebedeo. El contraste entre el interés y criterios terrenales y los planes de Dios y criterios del Evangelio.
La madre de los Zebedeos había educado a sus hijos para ser los primeros en todo: “ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Ella estaba segura de sus hijos y sabía que ellos no le iban a defraudar al maestro. Y no le defraudaron, pero no en la manera y circunstancias en las que ella se había figurado. Porque la doctrina y el mensaje de Cristo, en materia de honores y precedencias, tenía un contenido muy distinto. “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. Lo bueno es que el apóstol Santiago supo ser también el primero en servir y en hacerse esclavo de los demás, por amor a Cristo. La sangre de los mártires, diría después tertuliano, es semilla de nuevos cristianos. Y de la sangre de nuestro apóstol Santiago nacieron a lo largo de los siglos millones de cristianos en nuestra católica España. Lo que importa es servir a Jesucristo. No importa ocupar los primeros o los últimos puestos en la tarea de la evangelización. Lo que importa es estar dispuesto a beber el cáliz con El.

Para nuestra vida
Como el apóstol Santiago, sepamos sembrar la semilla del amor de Dios e indicar el Camino de Cristo con nuestro deseo de comunicar y expresar nuestra fe a cuántos nos rodean. Sin imposiciones pero con convencimiento. Sin violencia pero con constancia. Sin timidez y con persuasión. Sin miedo y conscientes de que, el anuncio de Jesucristo, implica y trae consigo incomprensión, enojo, traición y hasta sufrimiento.
No olvidemos que, uno de los pilares fundamentales de la primera evangelización que nos trajo Santiago Apóstol, fue precisamente el que a nosotros nos falta y más nos hace falta: el testimonio de la fe.
Unámonos a las alabanzas a Dios a la que nos invita el salmo de hoy. OH DIOS, QUE TE ALABEN LOS PUEBLOS, QUE TODOS LOS PUEBLOS TE ALABEN
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.
Mas que pensar en los premios, lo que importa de verdad es servir como Jesús, amar como Jesús y entregarnos como El a la misión de transformar este mundo y anunciar su mensaje de Amor. Ahora como entonces, hay tarea, y la necesidad de la “eficacia” no deja lugar a los intereses particulares, a los primeros puestos, a los lugares de honor. Ser cristiano es mucho más que un título. Venimos a ser y a servir, y somos fuertes porque Él ha puesto su mirada de amor en cada uno de nosotros para que seamos sal de la tierra y luz del mundo. Somos vasijas de barro, pero con un gran regalo, con un gran tesoro en nuestro interior. La vasija puede estropearse, tal vez el calor, y la dificultad hasta la resquebraje, puede que los golpes del camino rompan cualquier esquinilla, pero tenemos que recordar que somos portadores de algo grande, ser testigos, de aquel que ha dado la vida por nosotros.





Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org

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