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sábado, 4 de julio de 2015

Comentarios a las lecturas del XIV Domingo del Tiempo Ordinario. 5 de julio de 2015

Dispuestos a caminar por el itinerario que Dios nos marca.
La primera lectura ( Ez. 2, 2-5 ), nos narra el encuentro de Dios con el profeta.. "En aquellos días el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía..." (Ez 2, 2). El profeta  estaba viviendo en el exilio, entre los deportados que estaban junto al río Quebar. Allí fue arrebatado en éxtasis. De pronto una fuerza interior le impulsa a ponerse de pie. Es algo que le domina, que le puede. Y se pone de pie, o lo que es lo mismo se dispone a marchar, a emprender el camino. Esa es la actitud que el profeta ha de tener ante la llamada de Dios. Una actitud de dinamismo, de lucha, de caminante, de peregrino.
Ezequiel es investido de una gran responsabilidad: predicar la palabra de Dios a un pueblo de dura cerviz que no quiere escucharla. La experiencia de la presencia de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el espíritu lo levanta y lo mantiene en pie. El hombre recupera su verticalidad con la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios es fuerte", va a necesitar toda esa fortaleza divina para cumplir su difícil misión. Pero antes necesita recibir el mensaje, digerirlo, asimilar todas las palabras que Dios quiere decir a su pueblo: Dios le ofrece un libro en el que están escritas, y Ezequiel lo come. Si nos alimentáramos nosotros de la palabra de Dios el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún viven los profetas. El Señor sabe que no es fácil la misión que encomienda a su profeta. Por eso le desengaña claramente de cualquier ilusión sobre futuros éxitos. Pues el pueblo al que va a ser enviado es un pueblo de cabeza dura y rebelde, su historia es una cadena de falsedades e infidelidades al pacto con el que está unido a Yahvé. Sin embargo, estamos acostumbrados a creer que un profeta es alguien que adivina el futuro.
No es fácil la labor del profeta, pues muchas veces es incomprendido y perseguido. Los falsos profetas se dejan alagar por el éxito o el poder. Son aquellos que dicen a los poderosos lo que quieren oír. El verdadero profeta es aquél que dice palabras que escuecen, no busca la fama ni el éxito, ni los honores, sino sólo quiere ser fiel a la palabra que ha recibido de Dios. Profeta es el que denuncia la injusticia y el pecado, es el que anuncia la buena noticia. Dios presta su apoyo a Ezequiel y le dice que no se desanime, pues al final se cumplirán sus palabras. Ezequiel es el profeta de la esperanza. Todos reconocerán que “hubo un profeta en medio de ellos”. Sin embargo, el éxito de la misión no es asunto del profeta y no debe preocuparle. Además, Dios le garantiza que todos tendrán que oírlo y, hagan o no hagan caso, todo el mundo sabrá que hay un profeta. Nadie puede reducir al silencio la palabra de Dios.
A lo largo de toda la Historia de los hombres, Dios ha enviado a sus mensajeros, sus profetas, los hombres que hablan en su nombre, sus pregoneros, sus portavoces. De un modo o de otro, también hoy nos llega el eco de sus voces, el contenido de su mensaje. La respuesta será variada. "Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos" (Ez 2,5).
Pero este pueblo es rebelde y no quiere hacer caso. Es cierto que habrá quienes oigan el mensaje de Dios y lo vivan. Esos se salvarán, serán felices aquí en la tierra y allá en el Cielo. Los otros no. Los que no oyen la palabra de Dios, o los que la oyen y no la ponen en práctica, esos serán unos desgraciados. Y no podrán excusarse, no podrán decir que no hubo profetas en su tiempo.

En el salmo responsorial de hoy (Sal 122), se nos recuerda la obra de la misericordia de dios en nosotros.
R.- NUESTROS OJOS ESTÁN EN EL SEÑOR, ESPERANDO SU MISERICORDIA.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

 En la segunda lectura (2 Cor. 12, 7b-10 ), San Pablo habla por propia experiencia de la fortaleza que viene de Cristo. Ante las dificultades y propia debilidad San Pablo no sólo no se acobarda, sino que se crece ante las dificultades. Y todo lo hace por Cristo y con Cristo, dejando que sea el mismo Cristo el que actúe en él y por él.
San Pablo repite varias veces los términos “gloriarse” y “debilidad” (καυχήσομαι / ἀσθενείαις): “¿Hay que gloriarse?: sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor! (2 Cor, 12, 1); “De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, solo me gloriaré de mis debilidades. Aunque, si quisiera gloriarme, no me comportaría como un necio, diría la pura verdad” (2 Cor, 12, 5-6); “‘Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor, 12, 9-10). ¿Qué debilidades son estas? ¿Es real que son los pecados? Es improbable, una vez que en este misma epístola cuando él habla del “pecado” utilizando otros términos: ἁμαρτίαν / προημαρτηκότων.
¿De qué debilidades se gloría San Pablo?

San Agustín nos dice que nadie puede gloriarse del mal pues esto no es gloria sino miseria.

"Señor, yo me creía que era algo por mí solo, me juzgaba autosuficiente por mí, sin caer en la cuenta de que Tú me regías, hasta cuando te apartaste de mí, y entonces caí en mí, y vi y reconocí que eras Tú quien me socorría; que si caí fue por mi culpa, y si me levanté fue por ti. Me has abierto los ojos, luz divina, me has levantado y me has iluminado; y he visto que la vida del hombre sobre la tierra es una prueba, y que ninguna carne puede gloriarse ante ti, ni se justifica ningún viviente, porque todo bien, grande o pequeño, es don tuyo, y nuestro no es sino lo malo. ¿De qué pues podrá gloriarse toda carne?, ¿acaso del mal? Pero eso no es gloria sino miseria. ¿Podrá gloriarse de algún bien, aunque sea ajeno? Pero todo bien es tuyo, Señor, y tuya es la gloria". (San Agustín. Soliloquio del alma a Dios, 15)

y Santo Tomás de Aquino nos recuerda que la flaqueza es materia de la virtud.

" Y esta expresión: “la fuerza se perfecciona en la flaqueza” se puede entender de dos maneras: materialmente u ocasionalmente. Si se entiende materialmente, el sentido es éste: la fuerza se perfecciona en la flaqueza, esto es, la flaqueza es la materia de la virtud que se ha de ejercer. Y primeramente de la humildad, como arriba se dijo; y luego de la paciencia (La prueba de la fe produce la paciencia: Sant. 1, 3); tercero, de la templanza, porque por la flaqueza se debilita el fomes y se hace uno moderado.
Y si se entiende ocasionalmente, entonces la fuerza se perfecciona en la flaqueza, o sea, es la ocasión de alcanzar la virtud perfecta, porque sabiéndose débil el hombre, más se esfuerza por resistir, y por el hecho de resistir y luchar se hace más esforzado, y consiguientemente más fuerte" . (Santo Tomás de Aquino. Comentario a la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios, lec. 3: 2 Cor 12, 7-10)

En el evangelio de hoy  (Mc. 6, 1-6), Jesús vuelve a Nazaret, su tierra, por haber vivido allí después de volver de Egipto. Rincón risueño y escondido de Galilea, escenario y marco de su vida oculta.
Jesús asiste al rito de la sinagoga y comienza a hablar, haciendo uso del derecho a intervenir que tenía cualquiera de los asistentes. Sus palabras trascienden sabiduría, fuerza y luz para quienes le escuchan con buenas disposiciones. En cambio, para quienes oyen con espíritu crítico, esas mismas palabras provocaron la desconfianza y hasta el escándalo. ¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?
Lo primero que hay que aclarar es que estos hermanos que se nombran aquí, así como en otros pasajes evangélicos, no se pueden entender como hermanos propiamente dichos. María, en efecto, sólo tuvo un hijo, y éste por obra y gracia del Espíritu Santo. Es decir, Santa María fue siempre virgen. Según el modo de hablar de los semitas se llamaban hermanos también a los parientes más o menos cercanos, como podían ser los primos.
La extrañeza y el posterior rechazo de sus paisanos basándose en el origen humilde y conocido de Jesús tiene en Marcos  un cierto tono de insulto. Le piden que haga en su pueblo los milagros realizados en otros lugares. El milagro se encuentra principalmente en la interpretación de un hecho como acción salvadora de Dios. Sin la fe de los testigos de una curación no puede haber milagro. En este caso, los actos de Jesús no fueron leídos desde una óptica de fe, y el milagro no fue posible. Jesús comentó amargamente: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”. Esta frase se ha convertido en proverbial: nadie es profeta en su tierra. Pero esto es sólo una curiosidad. El pasaje evangélico nos lanza también una advertencia implícita que podemos resumir así: ¡atentos a no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido, Jesús vuelve a su patria cada vez que su Evangelio es anunciado en los países que fueron, en un tiempo, la cuna del cristianismo.
El rechazo de los habitantes de Nazaret nos ha de poner en guardia, para no dejarnos llevar del espíritu crítico cuando escuchamos a quien nos habla en nombre de Dios. Detrás de las apariencias de la palabra humana hay que descubrir el brillo de la palabra divina. Ojalá podamos decir con Santa Teresa que jamás escuchamos un sermón sin sacar provecho para nuestra alma.

Para nuestra vida.
Cierto que ordinariamente la gracia de Dios se reducirá a menudo a una suave atracción que nos nace de pronto muy dentro. Pero tu respuesta ha de ser la misma: Ponerte de pie, disponerte a caminar por el itinerario que Dios te va a marcar. Consciente de que el primer enemigo eres tú mismo, cuando eres comodón, egoísta, soberbio, ambicioso. Has de luchar esas malas inclinaciones interiores que a veces te dominan. Decídete, Dios pasa, ponte en pie.
No debes olvidar que Dios sigue enviando a sus profetas. Son los que siguen cogiendo la antorcha que un día Cristo entregara a los suyos... Lo contrario sería injusto por parte de Dios. Es como si se cerrara en un profundo silencio, ausente de nuestras vidas, desinteresado por nuestros problemas, indiferente ante nuestra salvación.
En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda lo que tenemos que hacer los cristianos de todos los tiempos: no creernos nosotros los protagonistas del evangelio, sino dejar que sea Dios el que actúe en nosotros y a través de nosotros. El buen predicador no busca nunca su propia gloria, sino la gloria de Dios en todo lo que hace y dice. Esto es lo que quiere decirnos san Pablo, en esta carta, cuando afirma: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
En el evangelio hoy, Jesús como judío piadoso y cumplidor que era, acude a la sinagoga el día del sábado que según la ley mosaica era sagrado. La Iglesia, desde el principio de su historia, sustituyó el sábado por el primer día de la semana, que comenzó a llamarse domingo, precisamente por ser el día del Señor, Dominus en latín. Con su conducta Jesús nos da ejemplo para que también nosotros santifiquemos ese día dedicado a Dios y no el que a cada uno le parezca oportuno.
El episodio del Evangelio nos enseña algo importante. Jesús nos deja libres; propone, no impone sus dones. Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se abandonó a amenazas e invectivas. Dios tiene mucho más respeto de nuestra libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: “Tengo miedo de Jesús que pasa”. Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté dispuesto a acogerle.

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