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sábado, 9 de mayo de 2015

Comentario a las Lecturas del VI Domingo de Pascua. 10 de mayo de 2015.

Comentario a las Lecturas del VI Domingo de Pascua. 10 de mayo de 2015

En este VI Domingo de Pascua se celebra  la Pascua del Enfermo, que es el final de un itinerario que se inició el pasado 11 de febrero con la celebración de la  Jornada Mundial del Enfermo. La Campaña del Enfermo 2015 se centra en la recuperación de una mirada contemplativa hacia la persona doliente bajo el lema “Otra mirada es posible con un corazón nuevo”, invitación que nos hace el Papa a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud. La Iglesia española se acerca tradicionalmente en este domingo, en el seno de sus comunidades parroquiales, al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales de la sanidad.
En este domingo en muchas parroquias, se administrará el sacramento de la Unción de Enfermos a todos aquellos enfermos que deseen recibirlo.

La primera lectura  (Hech. 10, 25-26,34-35,44-48),  nos sitúa ante la profecía de universalidad de la salvación, del mismo Cristo: “Vendrán de Oriente y de Occidente, para sentarse en la mesa de los hijos de Abrahán, de los hijos de Dios”. Es uno de los momentos primeros en los que esa profecía maravillosa se cumple. Los judíos pensaban que sólo los descendientes de Abrahán podían participar en los bienes que Dios daba a los hombres. Sólo ellos eran hijos del Altísimo. Pero esa cortedad de miras se cambia de modo insospechado, para dar cabida en las moradas eternas de Dios a todos los hombres, paganos o no, de la tierra. También con esta mentalidad estaban los mismos apóstoles.
Cornelio era centurión de la cohorte itálica, una de las más prestigiosas del imperio romano. Hombre profundamente religioso que temía al Señor y que "hacía muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios". Un pagano que sentía en lo más íntimo de su alma la necesidad de amar y dar culto al verdadero Dios...
En efecto, Pedro, el primero de todos ellos, se va a oponer a la admisión de los gentiles de un modo casi instintivo. Él seguía pensando que no debía de entrar tan siquiera en la casa de un pagano, convencido de que ese acto le manchaba, le dejaba impuro ante Dios... Pero el Espíritu, la gran fuerza que mueve a la Iglesia, le empuja a vencer sus escrúpulos de judío observante. Y entra en casa de Cornelio. Y descubre atónito la buena disposición de aquel soldado romano, sus sinceros deseos de encontrar el verdadero camino.
Pedro responde a esa actitud de humilde adoración, con una frase que invita al encuentro. "Levántate que yo también soy hombre". Es un encuentro imborrable, un primer e importante paso para la difusión universal del Evangelio del amor y de la verdad. Gracias a esto, el evangelio se expandió, y en lejanas tierras escucharon un día la proclamación del mensaje cristiano. y hoy nosotros podemos disfrutar y vivir desde la realidad evangélica.
Al ver Pedro la de fe de aquel puñado de paganos, se siente conmovido. Descubre en los hechos la magnanimidad grandiosa de Dios, su corazón grande, inmenso, tan lleno de amor y de deseos de salvación. En él no hay acepción de personas, no hay clases sociales, no hay favoritismos, no hay injusticias. Las puertas de su casa, la Iglesia Santa, están abiertas de par en par para todos los hombres que acepten, lealmente, su mensaje de liberación.

Hoy el Salmo (salmo 97), es un canto entusiasta, que ha sabido mostrar espléndidamente el sentido de la alabanza y dar su motivación, en un alarde de experiencia divina y de sentido profético. Nos introduce en la escuela de alabanza en la cual se inspiró el mismo Magníficat de María, y que nos enseña a todos el sentido de exultación, de admiración, de esperanza y alegría frente a las obras de Dios, de su providencia, de su salvación.
Como tantas veces, si el salmista logró componer un himno tan perfecto y que tan profundamente expresa sus sentimientos religiosos, cuánto más profundamente lo pueden comprender y hacer suyo los cristianos, nosotros que hemos visto la realización completa del plan de Dios, de su venida a nuestro mundo, que hemos visto su "victoria" en la redención del hombre, triunfando sobre el pecado y la muerte, resucitando e inaugurando las nuevas realidades de su reino entre los hombres. A partir de entonces, la misma historia de los hombres se ha dividido en dos, como para indicar con este elemento profano que realmente Dios ha venido a regir la tierra y a darle los cauces para una nueva etapa de vida.
El campo de la fe del cristiano es mucho más vasto, mucho más claro y mucho más grandioso que el campo de la fe del salmista. Por esto nuestra alabanza debería ser todavía más intensa, más auténtica y más sentida.
El salmo de hoy es un buen ejemplo para un ejercicio de admiración y de alabanza frente a las maravillas de Dios, que culminan en el centro de la fe cristiana, la vida y la obra de Cristo Jesús, Rey de la paz y Rey del universo.

La segunda lectura (1ª carta de San Juan, 4,7-10),  continua en su línea de la actitud del amor: "Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Estas frases del apóstol san Juan están dichas en el mismo sentido que tenían las frases que dijo el apóstol Pedro.
Ya estamos viendo desde domingos anteriores, como la Primera Carta del Apóstol San Juan es un canto al Amor de Dios. El amor es de Dios, nos dice, y por eso debemos amarnos unos a otros. Quien no ama no conoce a Dios. En el texto de este domingo encontramos la expresión "Dios es Amor", Más adelante nos dirá que tenemos que permanecer en el amor para permanecer en Dios. Coincide con el consejo de Jesús en el evangelio de hoy: "permaneced en mi amor".

Hoy el evangelio (Juan 15, 9- 17), nos presenta una declaración de amor. Señor nos dice hoy: "Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo... Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...". Palabras que fueron, y son, una realidad viva y gozosa; palabras que resuenan ahora con la misma fuerza de la vez primera que se pronunciaron, con la misma intensidad, con la misma urgencia. Pablo expresa con vigor esa incidencia del amor de Dios en el alma y exclama: La caridad de Cristo nos urge. Sí, también a ti y a mí nos urge con su impulso arrollador el amor divino. No olvidemos que el amor es cosa de dos. Dios nos ama con toda la grandeza infinita de su corazón. Sin embargo, la criatura (el hombre-obra excelsa de Dios) puede quedarse insensible al requerimiento divino, puede decir que no, o lo que es peor puede responder que sí a medias, sin que esas palabras de correspondencia pasen de sus labios, sin decir que sí con el corazón, con las obras. Jesús nos urge insistente: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Está claro, no basta decir que se ama a Dios, hay que demostrarlo con una vida coherente y fiel al querer divino.
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Claras y esplendidas las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. 
Dar la vida es dar toda la persona humana, lo que hay de más íntimo en el hombre  y de más valor en él. Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, nos amó hasta el extremo. Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. Él aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo. Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor, ofrece su vida a su Padre por medio del Espíritu Santo para reparar nuestra desobediencia.

Para nuestra vida
Seguimos bajo la luz de la Pascua contemplamos  a Jesús que abre su corazón a los apóstoles, en la intimidad del Cenáculo. Como para el evangelista San Juan, aquellas palabras han de adquirir para nosotros una dimensión nueva y profunda después de que Cristo ha resucitado. Su victoria de entonces, preludio de la victoria final y definitiva, confiere a nuestro entendimiento una perspectiva nueva y luminosa para comprender lo que el Maestro dijo y nos dice. El triunfo de Jesús fortalece además nuestra voluntad, enciende la ilusión y el entusiasmo de ser fiel a Jesucristo hasta la muerte, para recibir luego la corona de la vida.
En las lecturas de hoy se nos habla del amor cristiano. El amor cristiano "Agape", es un amor gratuito y entregado, que no consiste en la posesión del otro, sino en la entrega desinteresada y en el sacrificio por el otro, Agapé es, en primer lugar, un amor originario, que no nace en respuesta a otro amor previo. No es un amor de correspondencia. El amor del Padre es gratuito, Él es la fuente primordial del amor: "Él nos amó primero”. La mejor noticia que el hombre ha recibido es que Dios le ama personalmente. Su amor está por encima de la justicia.
Es un amor apasionado, que perdona, que acude en persona en busca de la oveja perdida. Jesús ha perpetuado el acto de entrega en la institución de la Eucaristía.
¡Cómo cambiaria el mundo y nuestra Iglesia, si cuidáramos más este amor!. Pues a ello nos invitan hoy las lecturas.
Las reflexiones sobre el amor se completan hoy con otra reflexión importante, el de la evangelización sin interponer obstáculos ni fronteras. Esta invitación-reflexión es importante para nuestra vida eclesial, demasiadas veces centrada en cuestiones internas.
El salmo es un cantico que nos invita a la alegria y al agradecimiento al Señor.
EI Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia
Seguimos la reflexión de Carlos G. Vallés " Creo en tu victoria, Señor, como si ya hubiera llegado, y lucho por ella en el campo de batalla como si aun hubiera que ganarla con tu poder y mi esfuerzo a tu lado. Esa es la paradoja de mi vida: tensión a veces, y certeza siempre. Tú has proclamado tu victoria ante el mundo entero, y yo creo en tu palabra con confianza absoluta, contra todo ataque y toda duda. Tu eres el Señor, y tuya es la victoria. Sin embargo, Señor, tu tan anunciada victoria no se deja ver todavía, y mi fe está a prueba. Ese es mi tormento.
Proclamo la victoria con los labios y lucho con las manos para que venga. Celebro el triunfo y me esfuerzo por que suceda. Creo en el futuro y y vivo feliz mi presente. Me regocijo cuando pienso en el ultimo día y me echo a temblar cuando me enfrento a la tarea del día de hoy. Sé que pertenezco a un ejército victorioso, que al final, acabará por derrotar a toda oposición y conquistar todo el mundo; pero caigo en el campo de batalla con sangre en el cuerpo y desencanto en el alma. Soy soldado herido de un ejército triunfador. Mío es el triunfo y mías las heridas. Piensa en mí, Señor, cuando anuncies tus victorias.
Robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que pueda proclamarla con los labios.
Entre tanto, gozo viendo en sueño y profecía la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Entonces todos lo verán y todos entenderán; la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor. Ese día es ya mío, Señor, en fe y esperanza". (CARLOS G. VALLÉS. Busco tu rostro. Orar los Salmos).

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

1 comentario:

  1. Robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que pueda proclamarla con los labios.

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