Páginas

lunes, 4 de mayo de 2015

Comentario a las lecturas del V Domingo de Pascua 3 de mayo de 2015.

Comentario a las lecturas del V Domingo de Pascua 3 de mayo de 2015

En la primera lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch, 9, 26-31)  Se nos habla de San Pablo. San Pablo había sido uno de los más tenaces perseguidores de la Iglesia de Cristo. Hacía poco que marchó hacia Damasco "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor", con cartas para la Sinagoga, dispuesto a encadenar a los que creían en Cristo, tanto hombres como mujeres.
Pero ese Cristo que él perseguía se le cruzó en el camino y Pablo cayó a tierra, deslumbrado por el fulgor del Señor. Y cuando comprendió que era el Mesías prometido por los profetas, cuando supo que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos, Pablo se entrega totalmente, emprende el camino que Dios le señalaba. Un camino con una dirección contraria a la que él traía. Y toda la fuerza de su personalidad la pone al servicio de ese Jesús que le ha derrumbado. Pablo es un hombre auténtico, consecuente con sus principios, enemigo de las medias tintas, audaz y decidido. Ejemplo y estímulo para nuestra vida de cristianos a medias, para nuestro querer y no querer, para esta falta de compromiso serio y eficaz de quienes decimos creer.
"Entonces Bernabé lo tomó consigo y lo llevó a los apóstoles; y les refirió cómo en el camino Saulo había visto al Señor, que le había hablado..." (Hch 9, 27) No le creían. Era imposible que aquel terrible perseguidor quisiera ahora vivir entre los cristianos, que fuera verdad que se había convertido. Fue preciso que Bernabé, uno de los predicadores de más categoría, intercediera presentándolo a los mismos Apóstoles. Y a pesar de ello Pablo tendrá que sufrir durante toda su vida el recuerdo, siempre vivo en sus detractores, de sus pecados pasados. Siempre será un sospechoso, una presa fácil para la calumnia y la maledicencia. Y sus enemigos se empeñan en mantener la mala fama de su actuación anterior.
Saulo se quedó con ellos (con los discípulos) y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. El Pablo cristiano es el Saulo judío purificado de muchas creencias y comportamientos incompatibles con la vida de Cristo. Como se nos dice en el libro de los Hechos, los judíos más celosos de la ley judía no perdonaron nunca esta conversión de Pablo al cristianismo y, por eso, “se propusieron suprimirlo”.

En el Salmo responsorial, proclamamos hoy los últimos versos del salmo 21 que son muy apropiados para este tiempo de Pascua que estamos viviendo, hablan del gozo y alegría por la intervención del Señor en nuestras vidas, pero también el salmo 21 refleja proféticamente los momentos duros de la Pasión del Señor, que todavía está muy cercana en nuestros recuerdos. Son muchos los salmos que expresan primero la angustia para acabar con la alegría de sentir la mano amable del Señor Dios.
Veamos el salmo de hoy.
EL SEÑOR ES MI ALABANZA EN LA GRAN ASAMBLEA.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que le buscan:
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al señor
hasta de los confines de la tierra;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postraran las cenizas de la tumba,
ante él se inclinaran los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablaran del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

San Juan en la segunda lectura de hoy nos dice  (Primera carta del apóstol San Juan 3, 18-24) : que cuando estamos unidos a Cristo damos fruto de buenas obras. Amar no de palabra o de boca, sino de verdad y con obras. ¿De qué obras está hablando? De guardar sus mandamientos y de amarnos unos a los otros, tal como nos lo mandó. Entonces experimentaremos que Él permanece en nosotros. Por tanto, permanecer en Cristo no es sólo estar muchas horas en la capilla contemplándole. Es, sobre todo, contemplar el rostro de Dios en el hermano que sufre. Como dice San Agustín, "que cada uno examine su obra y vea si brota del manantial del amor y si los ramos de las buenas obras germinan de la raíz del amor". Hay personas que sufren mucho en este mundo, padres que ven como sus hijos se tuercen, esposos traicionados, pobres que no tienen nada que comer, inmigrantes que no acaban de encontrar un trabajo digno, personas que sufren el aguijón de la enfermedad, pero sin embargo, mantienen siempre la confianza en Dios. ¿Cuál es su secreto? Si examinamos su vida descubriremos la causa de su paz interior: están unidos a Dios.
Ya lo decía San Juan la semana pasada: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
Y si somos hijos de dios, hay que vivir como tales.
La primera condición para vivir así es romper con el pecado ya que "todo el que peca ni le ha visto ni le ha conocido" (3,6b); la segunda condición es guardar los mandamientos, sobre todo el del amor.
El amor a los hermanos hecho vida, gestos concretos, nos permite reconocer la presencia permanente de Dios en nosotros. Dios deja de ser un ser abstracto y lejano para hacerse el Dios cercano.
No podemos separar a Dios y al hombre en nuestro amor y entrega. El mandamiento va en esa dirección: "Y este es su mandamiento que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó" (3,23).
Creer en Jesucristo es creer que el Padre ama, en él, a todos los hombres; pero también es estar dispuestos a imitar a Cristo en el amor, la renuncia y la obediencia al Padre.
Vivir los mandamientos es vivir en Dios y ser, por el amor, signos de su presencia en el mundo, gracias a la fuerza de su Espíritu en nosotros.

El evangelio de hoy tomado de San Juan  (Jn. 15, 1-8) forma parte del segundo discurso de Jesús, que siguió a la Última Cena.
El tema de la vid estaba muy presente en el Antiguo Testamento: había cepas que daban buenos frutos y las que daban agrazones; había cepas bien seleccionadas y plantadas; también se habla de la viña, definiendo con esa imagen al pueblo de Dios, a la Tierra Prometida; no faltaba la figura del viñador, entre ellos los que no cuidaban de la viña.
Jesús, en el Nuevo Testamento, también utilizaría varias veces estas imágenes e, igualmente, las aplicaba al pueblo de Dios y a los jefes del mismo.
En el texto de hoy, una excepción, él mismo se compara con la vid: "Yo soy la vid" y a los suyos con los sarmientos "... y vosotros los sarmientos".
Después de tanta vid con malos frutos, ha llegado la vid verdadera, la de los buenos frutos, la de la fidelidad, la del vino nuevo del cumplimiento de los planes del Padre.
Y en él, todos los suyos, como sarmientos que se alimentan de la misma vid. Para dar frutos hay que estar unidos a la vid, pues separados de ella no se sirve más que para el fuego.
Ser discípulo es estar injertado en Cristo, y recibir su vida.
Y lo que el Padre quiere es que todo el que esté unido al Hijo dé fruto abundante.
El texto evangélico nos habla de la gran importancia de estar unidos a Cristo "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí -nos dice Jesús-, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí". La comparación y la enseñanza que se desprende no pueden ser más claras. El que no vive unido al Señor es un hombre frustrado, incapaz de hacer nada que realmente sirva.
"A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto". La viña que no se poda, se asilvestra y termina por no dar buen fruto, sólo agrazones. Así nos pasa a las personas humanas: si no podamos nuestros brotes malos, nuestras malas inclinaciones, y si no resistimos con valentía las muchas tentaciones que nos da la vida, terminamos convertidos en personas espiritualmente secas, en simples esclavos de nuestras pasiones. Tenemos que podarnos corporalmente, en la comida y en la bebida, en el ejercicio y en el descanso, y tenemos que podarnos psicológica y espiritualmente, en pensamientos, palabras y obras. Somos sarmientos de la cepa que es Cristo y si no podamos todo lo que sea incompatible con Cristo, nos secamos espiritualmente y terminamos alejados de Dios. Para poder vivir en comunión con Cristo necesitamos purificar diariamente nuestro interior y comportarnos exteriormente de tal manera que nuestro comportamiento sea parecido al comportamiento de Cristo, salvando, naturalmente, las muchas distancias personales, de tiempo y espacio, que inevitablemente existirán siempre entre nosotros y Cristo. Podar, en este caso, significa lo mismo que purificar y sabemos que toda nuestra vida ha de ser un ejercicio continuado de purificación, porque venimos ya a este mundo con inclinaciones y tendencias originalmente malas y pecaminosas. En el evangelio se nos dice que intentemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, y sin un ejercicio continuado de poda y purificación, nunca podremos acercarnos a este ideal, porque no podremos dar fruto abundante de buenas obras.

Para nuestra vida.
Admirable es hoy el ejemplo de San pablo. Convertido por la gracia del Señor, se ve situado en un ambiente de desconfianza y persecución. Quien fue perseguidor de los cristianos, se ve perseguido por sus antiguos correligionarios, dentro de la desconfianza lógica de los cristianos a quienes perseguía no hacia mucho. Pero al Pablo cristiano no le asustaban ni las persecuciones, ni la misma muerte, porque su único objetivo era identificarse con Cristo y, si Cristo estaba con él, todo lo demás lo consideraba sin importancia. Su único objetivo, como decimos, era identificarse con Cristo, hasta poder llegar a decir: “ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”. Este ejemplo de Pablo debe animar hoy a muchos cristianos a permanecer fieles a su fe, en medio de las muchas dificultades y peligros que están sufriendo. En la dificultad se prueba la verdadera fe.
Lo más difícil , la conversión ya se había realizado. Cierto que es difícil que los hombres cambien. Pero lo que para el hombre es imposible, para Dios no lo es. Por eso el hombre más perverso puede acabar siendo un santo.
Demasiadas veces surgen dudas y desconfianzas entre nosotros. Señor, danos la humildad suficiente para no juzgar mal a nadie. Para no desconfiar de los que, habiendo sido antes pecadores, ahora quieren dejar de serlo. Que no pongamos zancadillas a los que quieren caminar hacia Dios, persuadidos de tu poder ilimitado para cambiar al hombre y de tu amor incansable por él.
En la segunda lectura de hoy San Juan nos previene, "Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras…".  En esto conocemos que permanece Dios en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Es seguro que si amamos de verdad a Cristo, de verdad y con obras, tenemos su Espíritu, daremos buenos frutos y cumpliremos sus mandamientos, amándonos unos a otros tal como él nos mandó. Dios nos habla a través de nuestra conciencia y, si tenemos fino el oído interior, sabremos en cada momento lo que Dios quiere de nosotros. El que ama de verdad, como Cristo nos amó, puede vivir seguro de que Dios le ama y de que el Espíritu de Cristo habita en él. Todo esto es fácil decirlo, pero es muy difícil hacerlo; amar de verdad exige un continuo esfuerzo de purificación de nuestro egoísmo, de constante poda interior. Sólo los esforzados alcanzarán el reino de los cielos. Esforcémonos nosotros cada día, hagamos poda interior, para ser siempre sarmientos vivos de la cepa que es Cristo. En esto, como en muchas otras cosas, tanto san Pablo, como san Juan y los demás apóstoles, fueron maravillosos ejemplos de fidelidad a Cristo para nosotros.
¿Cómo podremos dar los frutos de la vida en Cristo?.
Clara es la enseñanza que emana del Evangelio de hoy. Jesús es la vid, nosotros los sarmientos y el Padre es el labrador. Quiere decirnos con estas palabras que no podemos subsistir como cristianos alejados de Él, que es nuestra vida. Tenemos experiencia de momentos en los que hemos intentado vivir sin contar con Dios, hemos creído que podíamos conseguirlo todo con nuestras fuerzas, pero algo nos ha devuelto a la realidad. Sin El no somos nada... Es el orgullo y la vanidad lo que nos lleva a pensar que estamos por encima de todo y no hay nada que se nos resista. Somos necios e insensatos...Si cortamos el contacto con la fuente, nuestra vida de fe y nuestro entusiasmo se secan. Los sarmientos, es decir nosotros, necesitamos su presencia provechosa. Así los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos. De la misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es de provecho para los discípulos, no para Cristo; porque, arrancando un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, mientras que el sarmiento cortado no puede tener vida sin la raíz".

No hay comentarios:

Publicar un comentario