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sábado, 11 de abril de 2015

Comentario a las lecturas del I Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor. 5 de abril de 2015.



La Vigilia es, siempre, una gran fiesta de luz y de oración. Hoy, sin embargo, esta “Misa del Día” nos ha podido parecer una celebración más como las otras misas de otros días. Las lecturas son muchas menos que en la Vigilia, y aunque destaca poderosísimamente el bello texto de la Secuencia, pues parece como si quedaran atrás esos relatos completos de la Pasión, como el Domingo de Ramos o el Jueves Santo, a las diez lecturas con sus correspondientes salmos de esta noche.
La celebración  de hoy tiene la importancia de abrir un tiempo de nuestro quehacer de cristianos: el Tiempo Pascual. Este tiempo no refleja otra cosa que aquel periodo de cincuenta días en los que Jesús dio sus últimas enseñanzas a los discípulos. Les preparaba para algo más definitivo que era la llegada del Espíritu Santo.
Presentamos el himno propio de Laudes  y que tambien es la secuencia  de hoy entre la segunda lectura y el evangelio. En este tiempo de pascua, es un buen  marco de la actitud orante del cristiano. Actitud en la que nos ayudará la palabra de Dios proclamada en este tiempo litúrgico.

"Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya".
Himno de Laudes. Propio del tiempo de Pascua.

La primera lectura del Libro de los Hechos de los apóstoles (Act, 10, 34 a.37-43), nos narra los acontecimientos más significativos de la vida de Jesús, lo hace en clave desde la experiencia de la resurrección: "... a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo..." (Hch 10, 38) La unción y el poder son propios del Rey de Israel. Jesús es por ello el nuevo Rey de la casa de David. En Jesús la unción ha sido diversa a los reyes anteriores y el final muy distinto. Cuando todo parecía haber terminado, entonces era cuando todo empezaba. Los apóstoles pensaron la muerte vergonzosa en la cruz, era el final. Les parecía que este final del crucificado habia sido el final del proyecto mesiánico de quien se presentó como Hijo y enviado de Dios. Pero no era así, El crucificado es el vencedor de la  muerte, exaltado sobre toda la creación, dueño y Señor del universo. Rey de reyes, alfa y omega, principio y fin. Jesucristo ayer y hoy y para siempre, como recordábamos anoche en la vigilia.
¿Qué hizo Jesús?. "...que pasó haciendo el bien..." (Hch 10, 38). Jesús pasó por los caminos terrenales llenando de paz y de alegría. Una nueva realidad eterna se inicia con Él. La muerte y el pecado habían ensombrecido el horizonte del hombre, sembrando en su corazón la angustia y el temor, la incertidumbre ante el más allá. Nos llenaba de zozobra la idea de un final definitivo, el hundirnos en las sombras y el silencio para siempre. Una realidad que ilumina  la separación de nuestros seres queridos. Pasamos del temor pensar que todo terminaba en una fosa, quedando sólo la espera muda y fría de un cuerpo muerto a la esperanza de sentirnos involucrados en la nueva realidad del Resucitado.

El salmo responsorial de hoy nos invita a reconocer el tiempo de gracia en el que estamos sumergidos (Salmo 117).
R.- ESTE ES EL DÍA QUE ACTUÓ EL SEÑOR: SEA NUESTRA ALEGRÍA Y NUESTRO GOZO (O, ALELUYA)
"Dad gracias al Señor...” Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su mise-discordia. Gracias al Padre bueno que tan a menudo perdona nuestras infidelidades, nuestras faltas y pecados. Tanto hemos recibido, tanta comprensión y tanto cariño nos ha mostrado que bien podemos afirmar sin la menor duda que es bueno, que eterna es su misericordia hacia esta nuestra "eterna" debilidad y malicia.
"La diestra del Señor es poderosa , la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor...". Esta exclamación esperanzadora hemos de hacerla nuestra y afirmar gozosos que también nosotros viviremos para proclamar el poder imponente del Altísimo, su amor inefable. Y así, aunque el peso de nuestros pecados nos llene de pesar y de temor, tengamos una gran fe en Jesús que ha triunfado, y nos hace triunfar a nosotros, sobre la muerte y sobre el pecado.
"Este es el día en que actuó el Señor" Han pasado los días tristes de la Pasión, están lejos ya los momentos amargos del Getsemaní y de la flagelación.. Este es el día en que actuó el Señor, el día en que rompió para siempre las cadenas de la muerte, cuando removió la losa de granito que tapaba la tumba, cuando arrancó de las garras de Satanás a su víctima -el hombre-, el pecado y la muerte ya no tendrán poder sobre el ser humano, criatura preferida del creador: "Y creó Dios al hombre a su imagen y semejanza. Hombre y mujer los creó".

La segunda lectura (Colosenses, 3,1-4),  nos proclama la nueva realidad de los creyentes por y desde la Resurrección de Cristo: "Ya que habéis resucitado con Cristo...” Cristo ha resucitado. Un hecho histórico que se mantiene en vigencia en su autenticidad, a pesar de los múltiples ataques que ha venido recibiendo a lo largo de todos los siglos. Ya desde el principio, cuando apenas si se había realizado el prodigio inefable de la victoria de Cristo sobre la muerte. Cuando los soldados comunican la noticia, surge pronto la mentira y la falsificación de la noticia.
Cristo ha resucitado. Y nosotros, los que creemos en Él y le amamos, también hemos resucitado. Hemos despertado del sueño de la muerte que es la vida humana dominada por el pecado, hemos comenzado, aunque parcialmente aún, la grandiosa aventura de vivir la vida misma de Dios, la vida que dura siempre. Y por eso hemos de vivir proyectados hacia lo alto, peregrinos en la tierra, pero aspirando a las cumbres del cielo.
"Porque habéis muerto…" La tierra ha de ser para nosotros, el lugar donde estamos llamados a vivir la realidad de los cielos nuevos... Parece una paradoja, una contradicción, un absurdo. San Pablo nos habla de haber resucitado y a renglón seguido nos dice que hemos muerto. Y añade que nuestra vida está en Cristo escondida en Dios. Y cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos, juntamente con Él, en la gloria.

El Evangelio de hoy (Juan, 20, 1-9 ) es un esplendido relato en el conjunto de los relatos evangélicos. El apóstol Juan, protagonista del relato de hoy, lo guardaba en su memoria, ya que sería escrito muchos años, muchos años después, por él mismo, según la
tradición. Pedro y Juan han escuchado a María Magdalena y salen corriendo hacia el sepulcro. Llega Juan antes. Corría más, era más joven. Pero no entra, tal vez por algún tipo de temor, o más probablemente por respeto a la jerarquía ya declarada y admitida de Pedro. Describe el evangelista la escena y la posición –vendas y sudario—de los elementos que había en la gruta.
Y vio y creyó”. Esa es la cuestión nuclear : la Resurrección como ingrediente total del afianzamiento de la fe en Cristo, como Hijo de Dios es lo que nos expresa Juan en su evangelio de hoy.

Para nuestra vida.
Como se dice, "la vida continua". Y podemos comprobar que después del triunfo de Jesucristo, la vida de un cristiano no siempre está marcada por la experiencia del  resucitado. Pero para el que cree en Cristo la muerte no es más que un mal sueño, una pesadilla, unas lágrimas y suspiros, quizás, que dan paso a la esperanza y a la paz.
La primera lectura sitúa la escena de los discípulos  mucho tiempo después de la Resurrección. El Espíritu ya ha llegado y Pedro sale  a predicar. Eso todavía no era posible en la mañana del primer día de la Semana, del Domingo en que resucitó el Señor, la primera lectura de hoy marca el final importante de este Tiempo Pascual que iniciamos hoy. La muerte en Cruz de Jesús, sirvió, por supuesto, para la redención de nuestras culpas, pero sin la Resurrección la fuerza de la Redención no se hubiera visto. Guardemos una alegre reverencia ante estos grandes misterios que se nos han presentado en estos días. Se nos invita a contemplar las escenas  narradas con los ojos del corazón, y abrirnos más de par en par a la fe en el Señor Jesús.
Meditemos sobre ellas y esperemos: la gloria de Jesús un día llegará a nosotros mismos, a nuestros cuerpos el día de la Resurrección de todos, pero mientras tanto la vida de resucitados esta llamada a hacerse presente en nuestro caminar y además a dar testimonio de la misma.
Un anuncio inunda este tiempo pascual: "Jesús ha resucitado, y con Él resucitaremos todos". Así  lo creemos y así es. Si no lo fuera, nuestra fe sería algo vacío, nuestra vida tremendamente desgraciada, algo sin sentido. Pero no, Cristo ha resucitado y ha sido ensalzado hasta la diestra del Padre, donde está para interceder por nosotros. Por eso hay que alegrarse hasta cantar de gozo en este tiempo pascual, dejar cauce libre a la alegría.

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