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sábado, 21 de marzo de 2015

Comentarios a lecturas del V Domingo de Cuaresma 22 de marzo de 2015

Los contenidos de las lecturas litúrgicas de estos días, son un adelanto del Triduo, en nuestro camino hacia la Pascua.

En la primera lectura (Jeremias, 31, 31-34),se anuncia la Alianza del Señor con su pueblo. “Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Por boca del profeta Jeremías el Señor anuncia a su pueblo una Alianza nueva, que no consistirá en leyes escritas, como la alianza que hizo el Señor con Noé, Abrahán, Moisés, David…
"He aquí que vienen días -dice Yahvé- en que yo concluiré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”. Israel y Judá. Los dos reinos, al norte y al sur, que constituían el pueblo elegido de Dios. Y que eran figura y tipo del pueblo definitivo que con Cristo se constituiría, la Iglesia católica en donde tendrían cabida los verdaderos hijos de Abrahán, los nacidos no de la sangre ni de la voluntad de varón, sino de Dios, los regenerados por las aguas del Bautismo.
Aquel pueblo había despreciado al Señor que le libertó. Había roto el pacto, la alianza santa. Dios había permanecido siempre fiel, siempre leal a lo convenido. Y ahora, cuando la alianza ha sido rota, Yahvé sigue deseando restablecerla. Pero entonces será de manera distinta, mucho más estable, eterna.
Esta nueva alianza será una alianza vivida y sentida dentro del corazón, cada uno oirá la voz del Señor en su propia conciencia. Una ley escrita en el corazón, A esto debemos aspirar todos nosotros, a oír la voz de Dios en el interior de nuestro propio corazón. No serán las leyes escritas las que nos moverán al cumplimiento de la ley y a hacer la voluntad de Dios, sino el convencimiento y el sentimiento interior de nuestra filiación divina, de nuestra relación directa con nuestro Padre Dios.

En el salmo de hoy (salmo 50), Dios oye las súplicas del pecador arrepentido que pide: OH, DIOS CREA EN MI UN CORAZÓN PURO

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.-

Oh, Dios crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes dentro lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.-

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
La breve segunda lectura (Hebreos,5,7-9), nos describe la realidad salvadora de Cristo. Como salvó en el tiempo propicio de la historia y como nos salva. .”Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen, en autor de salvación eterna. Cristo nos enseñó con su propia vida que el camino que nos lleva hasta el Padre es, muchas veces, un camino de sufrimiento aceptado con amor. No amamos cualquier sufrimiento, amamos sólo el sufrimiento redentor, el sufrimiento que es camino necesario para la salvación, y lo aceptamos por amor.
El Evangelio de este domingo (Juan, 12, 20-33), nos acerca la verdadera figura de Jesucristo. Siendo Hijo de Dios, le aguarda la cruz, el sufrimiento, la muerte. Como cualquier espíritu, también la suyo, se siente agitado, preocupado, turbado por los próximos acontecimientos de la Pascua.
El Evangelio nos acerca al momento crucial en el que Jesús subió al patíbulo de la Cruz para vencer con su vida a la muerte, para vivificar muriendo a los que estábamos muertos para Dios.
Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre; es decir, ha llegado el momento crucial en el que el Hijo de Dios hecho hombre llegue al culmen de su gloria, a la suprema victoria sobre las fuerzas del mal. Pero antes era precisa su inmolación, la sumisión humilde y serena a los planes divinos. Antes de la floración de las granadas espigas era necesario que la siembra se realizara; era preciso que el grano de trigo cayera en tierra y se deshiciera lentamente entre la tierra. Con estas imágenes Jesús nos está trazando todo un programa de vida; ocultarse y desaparecer, perder la vida para ganarla, quemarnos en silencio para ser luz y calor de este nuestro mundo tan oscuro y tan frío.
"El que quiera servirme que me siga y donde esté yo allí estará también mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará". Jesús nos abre un camino, sus palabras indican con claridad y con fuerza un itinerario a seguir, si realmente queremos alcanzar el glorioso destino que nos ha reservado.

Nos vamos acercando a la Pascua que es un tiempo de gran alegría. Pero antes aparece la tristeza de la muerte de Jesús en un hecho aparentemente inexplicable y cruel. Jesús, en su condición humana, como nosotros, habla en el Evangelio de San Juan de que tiene el "alma agitada", pero tiene que cumplir con su misión. Insistimos en que resulta muy difícil la comprensión completa del sacrificio de Jesús. Sus mismos discípulos no entendían que quien había venido a liberar a Israel tuviera que morir, en un tremendo fracaso personal y humano.
Lo proclamado en la primera lectura, esta llamado a realizarse en cada uno de nosotros se repite la historia. Hay una alianza por la que Dios se nos entrega generosamente, y por propia iniciativa, como nuestro protector y Padre. Y una serie de infidelidades van rompiendo esos lazos de amistad... Es necesario tomar conciencia de esta situación en este tiempo propicio para convertir nuestro corazón hacia Dios. Corregir nuestros errores y restablecer de nuevo la alianza que nos une con Dios. El mejor modo de hacerlo es con un corazón contrito y humilde.
Expresión de esta actitud es el salmo de hoy. Dios oye las súplicas del pecador arrepentido que pide en el salmo 50 le conceda "un corazón nuevo". Hemos de confiar siempre en la misericordia y la bondad de Dios que es compasivo y borra nuestras culpas.
La Carta a los Hebreos nos recuerda, para que no perdamos el ánimo, que al mismo Señor le pasó algo semejante. Se retorció de dolor y clamó, hizo de tripas corazón, como se dice vulgarmente, y su triunfo se convirtió en fuente de salvación para todos los que vivimos sometidos, unidos, hermanados a Él.
El evangelio de hoy es un buen ejemplo de nuestra vida. Lo que Jesús dice es una amigable advertencia previa para los que desean entrar en contacto con Él. Una enseñanza para que los transitorios fracasos no nos hundan, ni depriman demasiado. Un poco sí, no hay que olvidarlo. Pero no oculta su estado de ánimo. Su gran turbación Jesús, teme, aunque reconozca la necesidad de pasar por el mal trago que se le avecina.
¿Cuál es el resumen de nuestra vida? ¿Servimos o nos servimos? ¿Amamos o nos dejamos amar? ¿Salimos al encuentro o preferimos que sean los demás los que nos rescaten?
En estos últimos días cuaresmales, pidamos al Señor que renueve nuestros corazones. Es un momento propicio para volver nuestros ojos y ver dónde nos tenemos que emplear más a fondo. La cruz del Señor merece, por nuestra parte, un esfuerzo: hay que atraer al Señor el corazón de la humanidad. ¿Cómo? Sirviendo y, además, haciéndolo con alegría y con amor.

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