La
liturgia de la Iglesia pone en la misa de hoy el relato completo de la Pasión
de Nuestro Señor Jesucristo para que no haya duda sobre lo que celebramos hoy.
Por eso, la liturgia tiene una lectura de júbilo, asociada a la procesión de
Ramos y el relato íntegro de la Pasión. En este ciclo B escuchamos la Pasión según San Marcos que nos ofrece el
testimonio claro de la voluntad salvadora universal de Dios y de su amor
representado en el sacrificio y posterior victoria de Cristo Jesús. Esta
lectura en conjunto emociona y deja nuestro espíritu perfectamente preparado
para vivir la Semana Santa de la que el Domingo de Ramos es pórtico.
Hoy
la primera lectura, antes de la
bendición de lo ramos e inicio de la Eucaristía
(Marcos, 11, 1-10) nos sitúa en el camino que sube desde el Cedrón
hasta la puerta de Bethesda . presenta un ambiente
festivo y un colorido y una animación grande. Los niños daban gritos de júbilo
ante el joven y entrañable Rabí de Nazaret que tanto cariño les había
demostrado, la gente del pueblo le sale a su encuentro y echa sus mantos sobre
el sendero, para que aquel Rey insólito avanzara sobre una vereda de alfombras."Se
acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania..."
Jesús acompañado por sus discípulos, se acerca a Jerusalén. La
emoción que siempre implica el caminar hacia la Ciudad Santa, tenía en esos
momentos unos acentos más profundos. Aquella era la última vez que subirían al
Templo en compañía del Maestro. En aquella Pascua el verdadero Cordero pascual
sería inmolado como expiación suprema y definitiva por los pecados de todos los
hombres.
El
peligro era cada vez mayor para Jesús y para los suyos. La oposición de las
autoridades judías contra ellos se hacía más intensa por momentos. Sin embargo,
el Maestro camina decidido y los suyos le siguen dispuestos a lo que sea,
confiados en el poder de Jesús, que se prepara a entrar en Jerusalén aclamado y
no a escondidas como un reo.
Así
se cumplió la profecía de Zacarías. La ciudad entera se conmovió ante aquel Rey
que, sereno y majestuoso, avanzaba cabalgando sobre un borrico, al estilo de
los antiguos reyes, aclamado con vítores mesiánicos, celebrado con palmas y
ramos de olivo.
Hoy
también escucharemos al mismo pueblo , después en el relato de la Pasión, que
gritará muy pronto, enfurecido: ¡Crucifícalo! ¿Qué había pasado para que este pueblo
que unos días antes había aclamado a Cristo como Mesías, pidiera ahora su
crucifixión? El pueblo se había dejado manipular por las autoridades judías que
veían en Jesús a un enemigo declarado de sus hipocresías y ambiciones. Cabe
también que muchas de estas personas se sintieran defraudadas porque Jesús de
Nazaret no les había resuelto, de manera definitiva, los muchos problemas que
les acuciaban a ellos cada día. Habían esperado de aquel profeta al que ellos
le habían aclamado como Mesías, que les liberara, con la fuerza de Dios, de
todos sus males físicos y materiales y de todos los enemigos del pueblo judío.
En cambio, Jesús de Nazaret se había limitado a predicar paz, misericordia y
conversión. ¡Amar hasta a los enemigos!
La primera lectura (Isaías, 50, 4-7) nos sitúa ante el SIERVO DE YAHVEH.- "Mi Señor me ha dado
una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento"
(Is 50, 4). "El
Señor, Yahveh, me ha abierto el oído, y yo no he
resistido, no me he echado atrás". El profeta contempla absorto la figura
del siervo paciente de Yahveh.
Sus palabras le atraviesan de parte a parte, su figura extraña y grandiosa le
emociona profundamente.
"Ofrecí
la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba " (Is 50, 6). El profeta sigue desgranando su largo lamento:
"Despreciado, desecho de la humanidad, varón de dolores, avezado al
sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y
desestimado. Con todo, eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros
dolores los que le pesaban... Ha sido traspasado por nuestros pecados, deshecho
por nuestras iniquidades; el castigo, el precio de nuestra paz, cae sobre él y
a causa de sus llagas hemos sido curados".
"Era
maltratado y se doblegaba, y no abría su boca; como cordero llevado al
matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la
boca...". Pero esto no es más que el primer paso hacia el triunfo final,
es la batalla sangrienta que hará posible la victoria y la paz luminosa del
futuro
El salmo responsorial (Salmo 21),
describe el drama del Siervo de Yavé y el drama de la Pasión de Jesús.
DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS
ABANDONADO?
Al verme, se
burlan de mí,
hacen
visajes, menean la cabeza:
Acudió al
Señor, que lo ponga a salvo;
que lo
libre, si tanto lo quiere.
Me acorrala
una jauría de mastines,
me cerca una
banda de malhechores;
me taladran
las manos y los pies,
puedo contar
mis huesos.
Se reparten
mi ropa,
echan a
suertes mi túnica.
Pero tú,
Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía,
ven corriendo a ayudarme.
La segunda lectura (Filipenses,
2, 6-11) nos describe la cruda realidad por la que atravesó Jesús.
"Cristo,
a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos". Cristo
posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad
trascendente no se interpreta y vive con vistas al poder, a la grandeza y al
dominio. Cristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad gloriosa y su poder
como instrumento de triunfo, signo de distancia y expresión de supremacía
aplastante (cf. v. 6). Al contrario, él «se despojó», se vació a sí mismo,
sumergiéndose sin reservas en la miserable y débil condición humana. La forma (morphe)
divina se oculta en Cristo bajo la «forma» (morphe)
humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza,
el límite y la muerte (cf. v. 7).
"Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz".
"Por eso
Dios lo levantó sobre todo y le concedió el
"Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda lengua
proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre."
Teodoreto, que fue obispo de Ciro, en
Siria, en el siglo V: «La encarnación de nuestro Salvador representa la más
elevada realización de la solicitud divina en favor de los hombres. En efecto,
ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol ni la luna, ni los
astros ni todo el universo visible e invisible, creado por su palabra o más
bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican su
inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que
subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Flp 2,6),
reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. Hb
1,3), que existía en el principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual
fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,1-3), después de tomar la condición de
esclavo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado
hombre, se le vio en la tierra, se relacionó con los hombres, cargó con
nuestras debilidades y tomó sobre sí nuestras enfermedades» (Discursos sobre la divina
Providencia, 10: Collana di testi
patristici, LXXV, Roma 1998, pp.
250-251).
Teodoreto de Ciro prosigue su reflexión
poniendo de relieve precisamente el estrecho vínculo, que se destaca en el
himno de la carta a
los Filipenses, entre la encarnación de Jesús y la redención de los
hombres. «El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra salvación,
dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don de la
libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido al
género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia, sino
que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado de
justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya vencida,
la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer a aquel
que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de la
tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la libertad
originaria» (ib., pp.
251-252). [San Juan Pablo II, Audiencia general Miércoles 1 de junio de 2005]
El
lugar del evangelio hoy lo ocupa el relato de la Pasión. (Marcos, 14, 1-15, 47). Se nos propone leer y meditar íntegra la Pasión de Jesús. El relato
de Marcos de la Pasión. es concreto, directo, certero y muy claro. No es
posible desviar la atención de lo que está ocurriendo. Y ese drama de
Jerusalén, aunque sepamos que trajo nuestra salvación, todavía duele y aún
resulta difícil admitir el sufrimiento de Cristo. Resuena el eco de ese
sufrimiento en toda la Historia universal. Y fue por nosotros. Jesús es paz,
Jesús es amor. Jesús supo vivir el dolor para que todos nosotros fuésemos más
felices.
Y
con esa muestra de paz y de amor que Jesús nos muestra hoy preparémonos de la
mejor manera posible para vivir estos días importantes de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor Jesús. No perdamos el tiempo. No olvidemos la
necesidad de acompañar a Jesús en estas horas ya que decimos que somos buenos
amigos de Jesús.
Estamos
en los días de pasión, días de recuerdo hondo que han de llenar nuestros
corazones de sentimiento agradecido ante
Cristo, Señor nuestro, que calla y sufre, que camina "Sin gracia ni
belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia".
Domingo
de Ramos, Jesús vuelve a pasar ante nosotros con aires de humildad y pobreza,
el Señor se nos hace presente en la Iglesia, tan humillada a veces... Ojalá
descubramos tras la humanidad de Cristo, su grandeza majestuosa y le aclamemos,
más que con palabras, con la vida misma.
Las lecturas nos han situado ante la realidad del Mesías. ¿En este
momento de la historia a qué Mesías esperamos nosotros?
Nuestro Misias es el que viene en nombre del Señor para invitarnos a una
continuada conversión del corazón y purificación de nuestras conductas. El que
ha venido para animarnos a trabajar en el Reino que él ya instauró: un reino de
verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
Este es el Mesías al que nosotros, en
este domingo de Ramos, aclamamos con entusiasmo.
La celebración de hoy nos abre la
puerta al Triduo Pascual, pero también espera de nosotros una respuesta que es la disponibilidad personal para
convertirnos en parte activa de la historia que se nos cuenta en estos días. Y
la mejor prueba de que, ciertamente, acompañamos a Jesús es que lo estemos
haciendo con nuestros hermanos, con los que más sufren y, también, con aquellos
que no buscan o no creen en Jesús. Si nosotros se lo mostramos, aún colgado de
la cruz, todos comenzarán a recibir una paz profunda en sus corazones: la Paz
de Cristo.<
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