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sábado, 17 de enero de 2015

Comentarios a las lecturas del II Domingo del T. O. 18 de enero de 2015.

Comentarios a las lecturas del II Domingo del T. O. 18 de enero de 2015
Hoy la Iglesia nos invita a celebrar el Día de las Migraciones, con un lema que encaja perfectamente con la invitación a encontrarnos con Dios en los demás: “Salgamos al encuentro… abramos puertas”. ¿Qué nos estará queriendo decir Dios con todo esto? Habrá que afinar el oído, escuchar su voz, y no confundirla con voces humanas racistas y xenófobas, que nos impiden reconocer en estos hermanos y hermanas una oportunidad de encuentro, de abrir puertas, de entablar nuevas relaciones, de aprender unos de otros, de convivir en paz y armonía.

En la primera lectura (Libro primero de Samuel, 3, 3b-10. 19 ), se nos proclama la bella historia de Samuel y  nuestra necesidad de estar disponibles a la llamada del Señor: "El Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy..." (1 S 3, 4). ¿Quien era Samuel?. Samuel vivía en el templo de Jerusalén. Su madre, Ana, era estéril y, a fuerza de oraciones y lágrimas, había conseguido de Dios tener hijos. Y ella, agradecida, había consagrado a Dios a Samuel, el primogénito... Y una noche Dios llamó a Samuel. El niño despierta al oír su nombre y acude a la habitación de Helí, el sacerdote y le dice: "Aquí estoy, vengo porque me has llamado". "No te he llamado --responde el anciano--, vuelve a acostarte, hijo mío". Pero Dios sigue llamando por segunda y tercera vez. Hasta ser escuchado. Y es que Dios es un Padre providente y bueno que se preocupa de sus hijos, que tiene un proyecto maravilloso para cada uno de nosotros. Y nos llama para que sigamos el camino concreto que él ha soñado con cariño desde toda la eternidad.
La voz de Dios resuena también en la noche y en las oscuridades de nuestra vida. De mil maneras nos puede llegar la llamada del Señor. Un pensamiento que  resuena en  el alma, un acontecimiento que  conmueve, unas palabras que  afectan especialmente, un ejemplo que  arrastra y suscita preguntas. Cualquier cosa es buena para hacer vibrar en nuestro espíritu la voz de Dios. Llamará y seguirá hablando al corazón, esperando nuestra respuesta.
Y ante la llamada la respuesta:  “¡Samuel, Samuel! Él respondió: Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 S 3, 10). Dios nos conoce por nuestro nombre propio. Para la sociedad, para el Estado, somos unos números, una sigla que ocupa un lugar determinado en unos ficheros , a veces incluso lo somos también en la misma Iglesia. Pero Dios, no. Él nos lleva "escritos en sus manos",  metidos en su corazón... Samuel, el pequeño primogénito de la que fue estéril, responde: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Actitud de entrega sin condiciones, de docilidad y disponibilidad total. Consciente de que lo que Dios diga, es, sin duda alguna, lo mejor.

Con el salmista hoy (Salmo 39),  expresamos la espera confiada en el Señor. Ël antes  se ha inclinado hasta nosotros y ha escuchado nuestro  clamor, sacándonos de la fosa mortal.
Es el Señor quien pone en nuestra boca un cántico nuevo, un himno de gozo que canta la grandeza y el amor de Dios. En agradecida respuesta nosotros le respondemos: ""Aquí estoy--como está escrito en mi libro--para hacer tu voluntad" .
"Yo esperaba con ansia al Señor..." (Sal 39, 2). Reflexión sobre esos momentos en los que uno entiende que sólo Dios es fuerte, sólo él dice siempre la verdad, sólo él no nos puede fallar, sólo él hace más cortas las palabras prometedoras que los beneficios concedidos.
¿Cuál es nuestra actitud ante el Señor?. "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas..." (Sal 39, 7) Pero las palabras no bastan. Y esos sentimientos de gratitud y de gozo, que nos embargan al contemplar la grandeza de Dios, han de traducirse en obras concretas; nuestro agradecimiento y nuestro gozo al sentirnos queridos de Dios, ha de cuajar en una vida concorde con lo que el Señor nos indica como voluntad suya; conscientes de que, además, el único que sale ganando es uno mismo, ya que Dios lo tiene todo y nada necesita, mientras que tú y yo nada tenemos y todo lo necesitamos.
         "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, --dice el salmo--,y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio,: entonces, yo digo: "Aquí estoy--como está escrito en mi libro--para hacer tu voluntad. "Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas...".
En la segunda lectura de la  primera carta de San Pablo a los Corintios  (6,13c-15a.17-20). Hasta el Domingo Sexto del Tiempo Ordinario vamos a leer fragmentos de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. Es una obra maravillosa que condensa de manera magistral el pensamiento cristiano y que mantiene su actualidad. Pablo va a tratar de la enseñanza positiva para mejor vivir el cristianismo. En el fragmento de hoy  se resalta la actitud de alabanza al Señor con nuestra comportamiento corporal, el cuerpo rescatado se señala como medio privilegiado de alabanza al Señor.
"¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros del Cuerpo de Cristo?" (1 Cor.  6, 15) El cuerpo es un don que Dios nos ha entregado para poder vivir nuestra vida de hombres. El cuerpo humano no es una cosa mala. Todo lo contrario, es algo bueno. San Pablo nos dice que ese cuerpo nuestro es un miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Y más adelante afirmará categóricamente que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.
         Esa es la razón fundamental que determina la visión cristiana del cuerpo humano. Visión que implica respeto, cuidado, estima. Respeto para no utilizarlo como instrumento de pecado. Cuidado para mantenerlo siempre en forma para la función que ha de cumplir. Estima para no exponerlo sin un grave motivo a ningún riesgo que pueda mermar su fuerza.
"Glorificad, pues, a Dios en vuestros cuerpos " (1 Co 6, 20) El cuerpo es el instrumento que Dios ha confiado al hombre, para que pueda cumplir su misión en la tierra. Misión que, en último término, se reduce a glorificar a Dios. Para eso tenemos los sentidos, para que al oír, al ver, al tocar, al gustar todo lo bueno y lo bello que tiene la vida nos mostremos agradecidos, felices de tener un Dios que ha sabido darnos un cuerpo tan maravilloso.
Y esto siempre. También cuando ese cuerpo falle, cuando no esté completo, cuando nos duela. Porque siempre, mientras estemos con vida, nos quedará la posibilidad de mirar -aun estando ciegos- con amor y esperanza a nuestro buen Padre Dios.

El evangelio nos relato la búsqueda y encuentro con Jesús (Juan, 1, 35-42) "Este es el
Cordero de Dios" (Jn 1, 36).  En tiempo de Jesús hubo muchos que pretendieron erigirse en guías salvadores del pueblo, según nos refiere Gamaliel en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Fueron hombres que, aprovechando la situación de desamparo y desconcierto que había en el pueblo, se presentaban como Mesías redentores, capaces de liberar a la gente de las cadenas del imperio romano que les subyugaba.
Apenas aparece Jesús por las riberas del Jordán, el Bautista le señala sin titubeos: ·"Este es el Cordero de Dios". Ante sus palabras algunos de sus discípulos van tras el nuevo Rabí. La impresión del primer encuentro fue tan profunda, que dejan al antiguo Maestro y
siguen a Jesús el Nazareno.
Juan es intermediario para encontrar a Jesús. Es a lo que nos llama muchas veces el Señor: presentarlo a los demás.
Juan presenta a Jesús  con el título de Cordero de Dios, este es un título que en aquel tiempo tenía un sentido que implicaba realeza y poderío.
Ese título cristológico está bíblicamente relacionado con el cordero pascual con cuya sangre, según el libro del Éxodo, fueron señalados los dinteles de las casas israelitas, librando así de la muerte a sus moradores, cuando el ángel exterminador pasó ejecutando el castigo de Yahvé. Esta figura deriva de los poemas de Isaías sobre el Siervo paciente de Yahvé, que marcha al sacrificio sin protestar, lo mismo que un cordero hacia el matadero. De esa forma aparece el Siervo paciente de Yahvé, que con su muerte redime al pueblo y es constituido como Rey de Israel y de todo el universo,

Resumiendo hoy  las lecturas tienen tres núcleos: Llamada, discernimiento y respuesta.
Llamada. La llamada es pura gracia, don que Dios da. Él se fija en cada uno de nosotros  y nos  llama por nuestro nombre como a Samuel. Te está diciendo primero que te ama; después, que cuenta contigo; al fin, pide tu colaboración para que trabajes por el Reino, que seas instrumento de paz, que hagas de tu profesión un servicio, que proclames con tu vida la Buena Noticia e incluso que lo dejes todo por El.
Dios no llama sólo una vez en la vida. Su llamada se mantiene a lo largo de toda tu vida. Te puede llamar también a través de las mediaciones que Dios utiliza para darnos a conocer su voluntad. Como en el Evangelio después de la llamada está el "Ven y verás". Ellos fueron y vieron donde vivía y se quedaron con él. Otro paso en el camino de la intimidad con el Señor. Desde esa intimidad iremos profundizando en el conocimiento de la voluntad del Señor.
 Discernimiento. Tras la llamada hay un discernimiento para aclarar mejor por dónde tenemos que ir. Como Samuel necesitamos alguien que nos acompañe. Samuel fue a ver a Elí. Los dos discípulos acudieron a Juan, que les mostró a Jesús "que pasaba". El paso de Jesús por nuestra propia historia personal no es fácil de apreciar. Muchos como Herodes y el joven rico también se cruzaron con él, pero no fueron capaces de escucharle y de seguirle.
Dios sigue llamando, pero no sabemos escucharle porque hay mucho ruido a nuestro alrededor. No siempre percibimos la Palabra con claridad. En toda vida humana hay mucho de búsqueda, pero en muchas ocasiones Dios nos da la luz a través de experiencias y de personas que nos iluminan.
 Respuesta. Una vez que sentimos con cierta seguridad que Dios nos llama entra en juego la respuesta por parte nuestra. Las respuestas de Samuel y de los dos discípulos fueron modélicas: "Habla, Señor, que tu siervo escucha", "Fueron, vieron y se quedaron".
¿Cómo es nuestra respuesta?. ¿Cómo hacemos  nuestro descernimiento? ¿Que grado de fidelidad ponemos en nuestra respuesta?.

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