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sábado, 20 de diciembre de 2014

Comentario a las lecturas de la Natividad del Señor, Misa del Día 25 diciembre de 2014

 El tiempo del Adviento  se ha agotando y ha llegado la Navidad.  El Niño Dios ya está ahí. Su cercanía abre nuestros corazones al amor, a la paz y a la reconciliación, esto ocurre hasta en formas puramente humanas (cenas y comidas de familia, vuelta a casa...). El gran milagro --repetido anualmente-- es que ese Niño ablanda los corazones de los hombres y los prepara para ser mejores, para estar más cercanos de sus semejantes.
En este día de Navidad, tal como leemos en el evangelio, la liturgia nos invita no sólo a escuchar y contemplar, sino a ser auténticos mensajeros de la Palabra de Dios. Es una Palabra viva, en la que se ha encarnado el mismo Dios, es una Persona por cuya boca y en cuya vida nos habla el mismo Dios. Es la Palabra última y definitiva de Dios; cuando Dios quiso decirnos su última Palabra nos envió a su propio Hijo. Oyéndole a él oímos a Dios, creyéndole a él creemos en Dios, siguiéndole a él nos acercamos a Dios. Porque en esta Palabra de Dios hay vida y esta vida es la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Es una Palabra que se ha hecho carne y que ha acampado entre nosotros. Todo esto, por parte de Dios es maravilloso y debe llenarnos de agradecimiento, pero para que esta palabra de Dios sea una palabra eficaz y redentora en nosotros y para nosotros, nosotros debemos escucharla, aceptarla, y anunciarla.

La primera lectura del profeta Isaías (52, 7-10 )ya nos sitúa en la inmensa alegría del día..
 ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz! ¡Ser mensajeros de la paz, de la paz de Dios, qué hermoso destino! De la paz de Dios, sí, no de nuestras paces interesadas y siempre egoístas. La paz de Dios es fruto del amor de Dios, hecho carne en el prójimo. La paz de Dios no son los cálculos interesados de la paz que pedimos y que ofrecemos en nuestros tratados internacionales. Desgraciadamente, la paz humana es una simple expresión más de los egoísmos humanos. La paz de Dios no es eso. El profeta Isaías canta, entusiasmado, la hermosura de los pies de los mensajeros que caminan infatigablemente anunciando la Paz de Dios, la Buena Nueva, el Evangelio de la Salvación.

En el salmo responsorial (Salmo 97), se nos invita a reconocer y expresar la universalidad de la salvación. Presentamos el salmo entro para nuestra meditación y reflexión.
R.- LOS CONFINES DE LA TIERRA HAN CONTEMPLADO LA VICTORIA DE NUESTRO DIOS.



Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.-

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.-

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.





"En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas". (Hb 1,1)
En la segunda lectura (Hb 1, 1-6) se nos recuerda como a lo largo de toda la Historia Dios no ha dejado de hablar a los hombres. Y es lógico que así haya sido, si tenemos en cuenta que Dios es nuestro Padre y nos ama. Dios nos hablé y  nos sigue hablando, de otra manera quizás, pero nos sigue amando y, por consiguiente, sigue comunicándose con nosotros.
En los tiempos remotos eran los profetas los voceros del Señor quienes hablaban a los hombres de parte de Dios. Luego vino el Hijo de Dios y se hizo hombre. Así pudo el Señor hablar con nuestras mismas palabras, usar nuestro lenguaje, comunicarse directamente con los que convivieron con El... Luego Él se marchó pero dejó a sus apóstoles para que trasmitieran sus palabras, de tal modo que quienes les escuchan, es al mismo Jesús a quienes escuchan, según aseguró el Señor en más de una ocasión.
Las noticias de Dios, que la naturaleza entera proclama y canta continuamente y que los libros sagrados han recopilado para que lleguen hasta nosotros, han estado en toda la historia de la humanidad. Muchos de nosotros hemos nacido a la vida en  un ambiente y unos padres que nos hablaban de Dios. Hasta el pueblo más pequeño y humilde construía su iglesia, con una torre que apuntaba hacia el cielo. Eran palabras de Dios, aunque muchas veces los hombres las interpretáramos de una forma imperfecta y desenfocada. Los cielos cantan la gloria de Dios y en universo entero es obra de sus manos. También hoy, aunque de forma más dispersa y callada, tenemos todos los días noticias de Dios. Afortunadamente, siguen existiendo personas e instituciones que nos hablan de Dios, que son palabras de Dios. Lo importante es que agucemos los oídos del alma para oírlas con claridad.

Anoche en la Misa del Gallo vivimos el Nacimiento, podemos decir  “en vivo y en directo…” como en un telediario más de la tele. El texto evangélico de Lucas nos relataba todo el camino de María y José hacia Belén. Con aquello de que no encontraron posada. Y lo del portal con los animales haciendo compañía. Y el llamativo  ir y venir de ángeles y pastores, todos felices e impresionados por la gran novedad. Hoy, en otra misa, la de la Aurora, se ha continuado la secuencia del Nacimiento.
Hoy cambiamos de perspectiva, en el día de Navidad leemos el texto del Evangelista San Juan (Jn 1, 1-18 ).
El evangelista se dirige a una comunidad de cultura griega, que conoce muy bien lo que significa en la filosofía el término "logos", palabra. Es el origen y culmen del universo, es lo que da sentido a
todo. El logos es Jesús, que se encarna por nosotros. Sin embargo, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz. que encierra.
Dejemos que la palabra proclamada nos recuerde año tras año la gran verdad de Dios : "La Palabra era vida y la vida es la luz de los hombres".
 "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros". "A cuantos la recibieron les dio poder para ser sus hijos, pero no todos la recibieron. Vino a su casa y los suyos no la recibieron".
Este es también el gran problema para nosotros, porque Dios no nos impone su Palabra, nos la ofrece.
El “Logos” dice el texto original griego, que parece traducir el término hebreo “Menrá” y que la versión latina traduce por “Verbum”. En castellano siempre se ha dicho el Verbo. Algunos traducen por Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico que intenta dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño pobre ...
Él se hizo carne en el seno virginal de  María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y tierno, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento... Un niño en brazos de su madre.


Quedan para nuestra reflexión algunas preguntas dirigidas a nuestra intimidad.
Dios sigue viniendo a nosotros, ¿por qué no sabemos reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad, pero más que Navidad son "navidades" en las que es muy difícil identificar la presencia del Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la auténtica "luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden profundizar en nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en la envoltura y no hemos descubierto el tesoro.
¿Le permitimos acampar entre nosotros? ¿Dejamos que sea carne de nuestra carne y vida de nuestra vida? ¿Hacemos todo lo posible, luchamos con todas nuestras fuerzas para que la Palabra de Dios pueda acampar entre nosotros? En mí, sí, y también en los más pobres, también en los enfermos, también en los países que están en guerra, también en las personas que viven solas, en los marginados, en los extraviados… Si es verdad, como nos dice San Juan, que a Dios nadie lo ha visto jamás, ¿por qué no nos esforzamos en verlo en los hermanos, sobre todo en los hermanos más necesitados…?
¿Somos verdaderos mensajeros de la verdadera Palabra de Dios?¿Por qué no hacemos hoy nosotros, en este día de Navidad, el propósito de ser siempre mensajeros de la paz y del amor de Dios, de la paz y del amor que la Palabra encarnada vino a traernos a la tierra?.

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