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lunes, 10 de noviembre de 2014

Comentarios a las lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán. 9 de noviembre de 2014

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán. 9 de noviembre de 2014
La Iglesia celebra hoy la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de la ciudad de Roma desde el 9 de noviembre del año 324. Es la más antigua y la de rango más alto entre las cuatro basílicas mayores de Roma, y tiene el título honorífico de “Madre y cabeza de toda las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra”.
La primera lectura, del profeta Ezequiel, recuerda el templo de Jerusalén, símbolo de la presencia de Dios en medio del pueblo. Salomón construyó el santuario, que ya había querido realizar su padre, David. Con el final de estas obras se cierra la gran etapa de peregrinación por el desierto desde tierras de Egipto. El Dios peregrino instaura su morada entre los habitantes de la ciudad. La Nube que dirigió al pueblo por el desierto mora en el templo. Con la deportación a Babilonia, el sacerdote y profeta Ezequiel vio "que venía del norte un viento huracanado, una gran nube y zigzagueo de relámpagos...". La Gloria del Señor, su Nube abandona el templo de Jerusalén para morar entre los desterrados de Babilonia. Es la infidelidad del pueblo a Dios lo que ocasiona su ruina. Con el abandono del templo por Dios se consuma el destierro. Pero el seguirá presente en medio del pueblo, porque no puede encerrarse en unos muros.
La visión del torrente que mana de la fachada del Templo y llega hasta el Mar Muerto, revitalizando los que encuentra a su paso es una de las imágenes más expresivas del libro de Ezequiel. Aunque tiene contiene datos geográficos concretos, el relato tiene carácter simbólico y muestra como la renovación del Templo aportará toda clase de bienes.
Los Santos Padres ven en el manantial del Templo las aguas del Bautismo, que brotan del costado herido de Cristo que es la Vida. Lo cual significa que nosotros bajamos al agua cargados con el pecado original, y subimos del agua limpios de ese pecado, llevando en nuestro espíritu la esperanza en Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor.

En el Salmo (salmo 45),continua la idea del agua que todo lo recrea y vitaliza a través de la cual actúa Dios. . Decimos en la antifona: “ El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada”.
Las trea estrofas van explicitando esta idea.
“ Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe”.

San Pablo en su carta a los Corintios 3, 9c-11. 16-17, presenta la metáfora del templo para explicar la realidad del ser cristiano y de la comunidad de quienes están en el Señor. Naturalmente es una metáfora, en la cual lo más importante no es el templo material, sino la comunidad cristiana. Aun cuando la comunidad, la Iglesia, sea muy importante, es imposible olvidar a Cristo como fundamento. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? El templo de Dios es santo, ese templo sois vosotros. San Pablo conocía por propia experiencia las limitaciones y tendencias pecaminosas de su cuerpo, hasta el punto de que en alguna ocasión llegó a exclamar: ¡cuándo me libraré de este cuerpo mortal! Pero también conocía por propia experiencia que el espíritu que habitaba en él, el espíritu de Cristo, era santo. El texto subraya la responsabilidad de colaborar con Cristo y la seriedad de ese compromiso.
En el evangelio San. Juan presenta el episodio de la purificación del templo como el principio de la automanifestación de Jesús. Jesús se llena de indignación ante el espectáculo del mercado montado en el mismo atrio del Templo por los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, así como aquellos cambista que facilitaban la moneda válida en Israel. Es cierto que trataban de facilitar a los peregrinos sus sacrificios y limosnas para el Templo. Pero debieron hacerlo fuera del recinto sagrado. Ante aquella actuación inesperada, los discípulos recordaron que está escrito “el celo de tu casa me consume”. El celo por la casa de Dios le llevará a la muerte. Esto evidencia a los ojos de los discípulos que este acto de Jesús representa un momento decisivo en su vida y en su muerte. Jesús relativiza la importancia del Templo como "lugar de culto", señalando que la cuestión no es si en Jerusalén o en Garizím, sino en el corazón y en la actitud que tenemos cuando damos culto a Dios. Jesús se atreve a decir que era capaz de destruir el Templo y levantarlo en tres días. Hablar así para los judíos ortodoxos era una blasfemia. Pero Él se refería al templo de su cuerpo, que iba a morir y resucitar. A Juan le interesa dejar ya claro, desde el comienzo de su evangelio, que ya no es el templo material, como ocurría en el Antiguo Testamento, el centro de la fe de los creyentes. Tenemos un Nuevo Testamento y, para los cristianos, el verdadero templo de Dios es Cristo. El verdadero templo donde Dios habita ahora es en Cristo, no en templos materiales. A Dios debemos adorarlo en espíritu y en verdad, es decir, en el espíritu de Cristo. Los cristianos que viven en el espíritu de Cristo son también ellos mismos templos de Dios y Dios habita en ellos.
Reflexionemos sobre nuestra forma personal de vivir nuestra relación con Dios y veamos si son adecuadas las expresiones y actitudes de nuestra vida cristiana, para que como dice el Evangelio: “viendo vuestras obras, alaben al Padre celestial”.

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