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sábado, 1 de noviembre de 2014

Comentario de las lecturas del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario. Conmemoración de todos los Fieles Difuntos.2 de noviembre de 2014.

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario. Conmemoración de todos los Fieles Difuntos.2 de noviembre de 2014.
Si ayer recordábamos a aquellas personas que son modelo de vida por su unión con Cristo y que son santos porque están en el cielo, hoy nuestra oración tiene presente a todos aquellos que hay echo camino entre nosotros y que ya no están, confiando en la misericordia de Dios que los acoge a su lado. Por ellos pedimos de manera especial. Y esta confianza brota y está expresada en una oración muy bonita que rezaremos después en el momento de la plegaria eucarística y que es el prefacio I de difuntos. La confianza y la esperanza en que la muerte no tiene la última palabra para nosotros, los cristianos, nos la da el mismo Jesús que, con su muerte y resurrección, destruyó la muerte y nos abrió las puertas de la vida.
La primera lectura es del Libro de las Lamentaciones (Lam 3,17-26) nos presenta, precisamente, el lamento de quien espera ya, en silencio la salvación del Señor, aunque no esconde explicar su desánimo. Es un texto duro, sin duda.
El salmo responsorial de Día de los difuntos, se inicia diciendo: " Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. 
El Salmo 129 es el conocidísimo “De Profundis” muy usado en exequias. Su primer verso es impresionante: “Desde lo más profundo clamo a ti Señor”.
La Palabra revelada tiene muchas veces un matiz sereno y fuerte contra cualquier obstáculo que pueda surgir. “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo?. El salmo aunque está redactado en primera persona, siendo el salmista el que habla con Diosm nos sirve a nosotros, creyentes del siglo XXI, sus palabras están escritas para que también nosotros las pronunciemos, haciéndolas propias. Con ellas y desde ellas, en medio de nuestra debilidad y nuestra miseria, no perdamos nunca el gozo y la paz. Pensemos en que Dios nos sostiene y ayuda, nos protege y defiende. Digamos también nosotros, llenos de fe y de esperanza: Si Dios está conmigo, ¿a qué o a quién temeré?
La segunda lectura pertenece al capítulo sexto de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos. Y ahí hemos podido escuchar unas palabras impresionantes que, desde luego, definen perfectamente la celebración de hoy: “Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.”
En el evangelio de San Juan, en su capítulo 14, Jesús nos ha ofrecido la razón de su marcha: va a prepararnos la vida futura. Dice: “En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros”. La vida futura, la vida tras la muerte es ir a la Casa del Padre a vivir con Jesús para siempre. Y eso es lo que con enorme alegría debemos celebrar hoy.
Pero mientras estemos en este mundo, el Señor no nos deja solos, escuchamos en el texto evangélico: Le pregunta de los discípulos: -Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
Jesús le responde:
-- Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

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