Antes de contar la parábola del sembrador que «salió a sembrar», el evangelista nos presenta a Jesús que «sale de casa» a encontrarse con la gente para «sentarse» sin prisas y dedicarse durante «mucho rato» a sembrar el Evangelio entre toda clase de gentes. Según Mateo, Jesús es el verdadero sembrador. De él tenemos que aprender también hoy a sembrar el Evangelio. Lo primero es salir de nuestra casa. Es lo que pide siempre Jesús a sus discípulos: «Id por todo el mundo...», «Id y haced discípulos...». Para sembrar el Evangelio hemos de salir de nuestra seguridad y nuestros intereses. Evangelizar es "desplazarse", buscar el encuentro con la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy, no vivir encerrados en nuestro pequeño mundo eclesial.
Esta "salida" hacia los demás no es proselitismo. No tiene nada de imposición o reconquista. Es ofrecer a las personas la oportunidad de encontrarse con Jesús y conocer una Buena Noticia que, si la acogen, les puede ayudar a vivir mejor y de manera más acertada y sana. Es lo esencial.
A sembrar no se puede salir sin llevar con nosotros la semilla. Antes de pensar en anunciar el Evangelio a otros, lo hemos de acoger dentro de la Iglesia, en nuestras comunidades y nuestras vidas. Es un error sentirnos depositarios de la tradición cristiana con la única tarea de transmitirla a otros. Una Iglesia que no vive el Evangelio, no puede contagiarlo. Una comunidad donde no se respira el deseo de vivir tras los pasos de Jesús, no puede invitar a nadie a seguirlo.
Las energías espirituales que hay en nuestras comunidades están quedando a veces sin explotar, bloqueadas por un clima generalizado de desaliento y desencanto. Nos estamos dedicando a "sobrevivir" más que a sembrar vida nueva. Hemos de despertar nuestra fe.
La crisis que estamos viviendo nos está conduciendo a la muerte de un cierto cristianismo, pero también al comienzo de una fe renovada, más fiel a Jesús y más evangélica. El Evangelio tiene fuerza para engendrar en cada época la fe en Cristo de manera nueva. También en nuestros días.
Pero hemos de aprender a sembrarlo con fe, con realismo y con verdad. Evangelizar no es transmitir una herencia, sino hacer posible el nacimiento de una fe que brote, no como "clonación" del pasado, sino como respuesta nueva al Evangelio escuchado desde las preguntas, los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de nuestro tiempo.No es el momento de distraer a la gente con cualquier cosa. Es la hora de sembrar en los corazones lo esencial del Evangelio.
José Antonio Pagola
15 Tiempo ordinario (A)
Mateo 13,1-23
Las lecturas de esta celebración del domingo XV del tiempo ordinario se centran en la Palabra de Dios y en la tierra; es decir, en el ser humano. Dos términos de la misma relación, pues la fe es un encuentro personal en el que Dios tiene la iniciativa y el hombre responde a esa invitación de Dios.
ResponderEliminarA veces entendemos la fe de un modo unilateral, al quedarnos sólo con un término de esa relación: o Dios, o el hombre. Nos podemos centrar principalmente en el esfuerzo humano por ser creyentes y nos fijamos sólo en qué clase de tierra somos, olvidándonos de que es Dios quien tiene la iniciativa en la fe. O nos podemos centrar en Dios, en todo lo que él hace para llevar al hombre a la fe, olvidándonos de que el hombre tiene que responder a la invitación de Dios y de que se puede ser, en esta respuesta, más o menos generosos, más o menos egoísta.
Así, pues, hay que tener en cuenta a Dios, que es el sembrador, y al hombre, que es la tierra.
Dios es el que siembra su Palabra en el corazón del hombre y, como dice la primera lectura, su Palabra cumple la voluntad de Dios. Hay otra referencia en la primera lectura que expresa muy bien cuál es el papel de Dios en la relación personal con el hombre, dice: "La lluvia empapa, fecunda y hace germinar la tierra". Así es Dios, que empapa, fecunda y hace germinar al hombre.
Dios empapa al ser humano. El hombre entiende, muchas veces, la religión como un barniz; es decir, como algo que adorna lo exterior, pero no cala al interior. Pues Dios quiere que el ser humano sea como una esponja que se deje impregnar por Dios, para que todo su ser: entendimiento, voluntad, deseos, acciones, palabras... respire y rezume a Dios. Pero el ser humano ha inventado "impermeables y paraguas" para que Dios no le "empape", no le complique la vida.
Dios fecunda y hace germinar al ser humano. El amor que Dios tiene por cada uno de nosotros nos fecunda, hace que pongamos de manifiesto lo mejor de nosotros mismos. Una vida sin amor es estéril, pero con el amor de Dios germina la vida del ser humano.
No hay que olvidar que el hombre tiene que responder a la invitación de Dios; el hombre es la tierra que tiene que acoger la semilla de la Palabra y dar fruto. ¿Qué es lo que hay que hacer para ser tierra buena?. Pues, según lo que dice el Evangelio habría que:
Escuchar la Palabra de Dios. Se repite en los distintos tipos de tierra. Es importante escuchar, pues hemos oído tantas veces la Palabra de Dios que creemos que ya nos la sabemos, pero no la escuchamos.
Entender la Palabra de Dios. La tierra al borde del camino son los que escuchan la Palabra, pero no la entienden. Es necesario leer la Palabra de Dios, pero también es necesario tener un poco de formación.
Ser constantes y no sucumbir ante la dificultad o la persecución. El terreno pedregoso representa a los inconstantes y a los que se van ante la dificultad. ¡Qué importante es la constancia y el saber permanecer en los momentos de dificultad!
Que no nos dominen los afanes de la vida y la seducción de las riquezas. Estas preocupaciones son las zarzas que ahogan la semilla e impiden que crezca.