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lunes, 18 de julio de 2011

Domingo XVII del Tiempo Ordinario - Ciclo A. Domingo 24 de julio de 2011

Lecturas.

Primer Libro de los Reyes 3,5.7-12.
En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: "Pídeme lo que quieras".
Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo.
Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?".
Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: "Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.

Salmo 119(118), 57.72.76-77.127-128.129-130.
El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras.
Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata.
Que tu misericordia me consuele, de acuerdo con la promesa que me hiciste.
Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré, porque tu ley es toda mi alegría.

Por eso amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino.
Por eso me guío por tus preceptos y aborrezco todo camino engañoso.
Tus prescripciones son admirables: por eso las observo.
La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30.
Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio.
En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

Evangelio según San Mateo 13,44-52.
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Comentario a la Palabra de Dios
La primera lectura nos presenta la petición de Salomón a la palabra del Señor que le pidiera l oque quiesiera. Nosotros tambien necesitamos sabiduría, para poder discernir, gustar y vivir bien lo que Dios nos pide; y debemos pedir dicha sabiduría como lo hizo Salomón, para poder “gobernar” nuestra vida según la voluntad de Dios y no nuestros caprichos o antojos. Además, sabemos, que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio”. Por eso no debemos temer, pues Él nos ama y sabe lo que nos hace falta, y nos llama con amor a formar parte de su Reino, porque “a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó”.

El evangelio de hoy nos muestra algunas comparaciones usadas por Jesús para explicar qué es el Reino de los Cielos. Cada uno de estas comparaciones destacan algo de los que significa este Reino, o de cómo se debe uno comportar siendo discípulo del Reino de los Cielos.
La primera comparación nos dice que el Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo, y que un hombre al encontrarlo lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. Y la segunda es muy similar, sólo que con algunas cosas distintas: en este caso es un negociante de perlas que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra. Las dos parábolas hablan de encontrar algo de GRAN VALOR, y de vender todo con tal de tener ese GRAN TESORO o PERLA. En el primero de los casos, el hombre se encuentra –aparentemente sin buscar- con un tesoro, que guarda cuidadosamente y para poseer ese tesoro vende todo y compra el campo donde está ese tesoro. Si bien no busca ese tesoro, lo encuentra y hace lo posible por tenerlo, hasta el comprar ese campo donde el mismo se encuentra. La segunda se refiere a alguien que es experto en el tema, y encuentra lo que busca, un perla de gran valor.
Es decir, a veces uno, no estando en el camino del Señor, puede darse que mediante algún signo descubra esa gran realidad que es Jesucristo, o puede suceder también, que alguien que está en el camino del Señor, y en su búsqueda logre alcanzarlo y haga lo posible por “tenerlo” consigo. En los dos casos es necesario “pagar un precio”, y es el precio de la vida misma, a la cual no se le puede poner precio, por eso, quien encuentra o se encuentra con Jesús descubre que todo vale muy poco con tal de conseguir y tenerlo, seguir su camino y estar con Él. De ahí la necesidad de “venderlo todo” para quedarse sólo con aquello que es lo esencial y el sentido de la vida: Jesucristo.
La otra parábola se refiere a que el Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces, y que cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve: ¡todos! -sin excepción- estamos invitados a formar parte de este Reino de los Cielos, sólo que quien se implica en este camino, de seguir al Cristo, debe vivir conforme y en modo coherente con tal elección, por eso si bien todos somos invitados, no todos responden, o no responden de la misma manera.

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