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viernes, 8 de abril de 2011

Las parábolas del reino y los pobres.

Las parábolas marcan el estilo de vida de Jesús, un estilo que no es el que potenciamos en nuestras congregaciones, unas prioridades que están en contracultura de muchas de las formas de entender el cristianismo en los ámbitos eclesiales. ¿Tan difícil es seguir a Jesús?

Las parábolas llaman necios o torpes a los acumuladores que agrandan sus graneros de forma egoísta e insolidaria, condenándolos y arrancándolos de la faz de la tierra: “Necio: esta noche vienen a pedir tu alma, y lo que has almacenado, ¿para quién será?”. Esto es lo que dice Dios al rico necio de la parábola decantándose a favor de la redistribución de los bienes y en contra de la acumulación desmedida, porque los bienes del planeta tierra pertenecen a todos sus habitantes y las acumulaciones necias reducen al hambre a muchas personas. La parábola del rico necio pareciera el único prototipo de parábola que se pone a favor de los pobres y en contra de los ricos acumuladores, pero hay otras parábolas aún más chocantes.

En la parábola del buen samaritano se condena la religión, a los religiosos que, pendientes de sus rituales y dando prioridad a lo cúltico, en lugar de mancharse las manos en compromiso con los que se quedan tirados y apaleados al lado de los caminos de la vida, pasan de largo ante aquellos que han sido despojados, heridos, empobrecidos y robados de dignidad. Tiene que ser un despreciado extranjero el que se siente movido a misericordia y actúa como buen prójimo, mientras la religión pasa de largo, mientras los religiosos quieren seguir a un Dios, pero sin hacer caso de sus prioridades. Falsos seguimientos incapaces de pararse al lado de los proscritos, de los pobres, de los abandonados, de los robados y dejados en la infravida de los márgenes de la historia insolidaria.

En la parábola de los obreros de la viña, la preferencia no está en los trabajadores más fuertes que son contratados los primeros, no está esta prioridad hacia los mejor preparados profesionalmente y, quizás, con las mejores herramientas para rendir en el trabajo. La prioridad y preferencia, la mirada misericordiosa que integra y que libera, es para los trabajadores a los que nadie quería contratar, los más débiles, los que habían pasado todo el día en la plaza esperando que alguien les contratara aunque fuera por una parte ínfima del salario… para poder saciar un poco del hambre de sus hijos. La preferencia está con los pobres y débiles del mundo. El dueño de la viña se fija en estos proscritos, hambrientos y desamparados que llegan al final de los días sin que nadie les contrate. Lo chocante es que, aunque llegan al final y trabajan solamente un breve tiempo, no sólo se les paga igual que a los fuertes y preparados a los que todos querían contratar a primera hora de la mañana, sino que se les paga los primeros.

En la parábola de la gran cena, una de las parábolas del Reino que se introduce con la frase: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”, los que finalmente pueden comer en esta cena del reino, no son aquellos a los que la sociedad llamaría dignos y prestigiosos por estar asentados en el mundo de las riquezas o del poder, sino que, finalmente, los invitados son los que andan tirados por los caminos y los vallados, los pobres y todos aquellos enfermos o lisiados condenados a la marginación y a la pobreza. En todas estas parábolas se cumple uno de los valores trastocadores y revolucionarios del reino de Dios: “Los últimos serán los primeros”. Uno de los valores del reino difíciles de entender y de soportar en los ámbitos religiosos en donde se dan los que dicen ser seguidores y discípulos de Jesús.

En la parábola del hijo pródigo, del malgastador de hacienda y que había vivido perdidamente, la fiesta, el regocijo, la alegría y la celebración, no es para el hijo que había estado siempre al lado del padre, para el que hoy parecería ser el hijo modélico, el hijo bueno que nada había malgastado. La fiesta es en honor del hijo malgastador que había vivido perdidamente y que, empobrecido y arruinado, tuvo que alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos y aún éstas se le negaban.

Es curioso que en estas parábolas, tanto el hijo modélico como los trabajadores fuertes y que los empresarios contrataban pronto como los mejores, se enfadan con el padre o con el dueño de la viña. No lo pueden soportar. ¿Podemos soportar los cristianos hoy estas líneas directrices de Jesús, estos valores trastocadores del reino, esta que parece una inversión de los valores que asumimos como los buenos y normales?

Quizás tanto los trabajadores fuertes de la viña, como el hijo “bueno” de la parábola del hijo pródigo, como los cristianos hoy, estemos poseídos de unos valores que no son precisamente los del reino de Dios. Unos valores mercantilizados: Tanto tienes tanto vales, tanto haces tanto mereces, cegados por la correlación que debe haber entre tiempo trabajado y salario recibido, ofuscados por las transacciones comerciales y el asegurarnos bien la rentabilidad de las heredades o herencias, pero para Dios, para los valores del Reino no es así.

Para el reino de Dios los valores son no sólo de justicia, sino de justicia teñida de misericordia a favor de los más débiles, de los pobres y sufrientes del mundo. Son valores preñados de amor, de bondad, de generosidad solidaria con los que se quedan tirados al lado del camino. Son valores de servicio a los más pobres o débiles, a los que han sido empobrecidos u oprimidos. Son valores dignificadores y liberadores, restauradores de los que han sido abusados y quebrantados. Son valores de entrega, de compartir y de dar preferencia a aquellos a los que nadie da preferencia. Valores en donde los últimos serán los primeros y los primeros postreros.

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