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martes, 8 de marzo de 2011

ALGUNOS RETOS DE LA EXÉGESIS CATÓLICA.

Vista la naturaleza de la exégesis católica y sus principios hermenéuticos fundamentales, nos preguntamos ahora por las tareas de la exégesis. ¿Con qué aspectos de la vida de la Iglesia o realidades eclesiales está particularmente obligada la exégesis en este momento histórico? En el esquema contemplo cuatro frentes: la teología, la vida espiritual, la pastoral y el ecumenismo. Cuando aparezcan las Actas de este Congreso trataré con algún desarrollo cada uno de ellos. Ahora me voy a fijar principalmente en el primero.
3.1. Una exégesis teológica
Según la fórmula bien conocida de la Constitución Dei Verbum 24 el estudio de la Biblia debe ser "como el alma de la sagrada teología". La expresión vuelve a repetirse en el Decreto sobre la formación sacerdotal, Optatam Totius, en el núm 16.
A. Vanhoye ha hecho notar que la formulación conciliar, que retoma una afirmación de la encíclica Provindetissimus Deus de León XIII, al introducir ciertos cambios, ha hecho más explícita la relación entre la teología y la exégesis. La encíclica papal, repetida luego sin modificación alguna en la Spiritus Paraclitus de Benedicto XV, declara "sumamente encomiable y necesario que el uso de la misma divina Escritura influya en toda la enseñanza de la teología y sea como su alma". El texto de la Dei Verbum, aparte de otros detalles menores, ha introducido un cambio más sustancial: donde León XIII hablaba de "uso" de la Biblia en las disciplinas teológicas, Dei Verbum dice "estudio", en cuanto "veluti anima Sacrae Theologiae". Si para "usar" la Biblia –sigue indicando Vanhoye- basta citarla siguiendo una buena traducción, no es posible "estudiarla" sin introducirse en el mundo de la exégesis. A fin de cuentas, la frase del Concilio significa que la exégesis debe ser como el alma de la teología.
Pudiera parecer que esta petición o exigencia del Concilio afecta de manera unilateral a la teología, pero en realidad supone también un compromiso para los exegetas católicos que han de orientar sus trabajos y, en consecuencia, perfilar sus métodos para esta alta misión de la exégesis.
Para que su trabajo pueda ser a la vez riguroso y eficaz el exegeta ha de recorrer todo el camino hermenéutico propuesto por Dei Verbum 12. "Su tarea no termina –dice el documento de la Pontificia Comisión Bíblica- con la distinción de las fuentes, la definición de formas o la explicación de los procedimientos literarios. La meta de su trabajo se alcanza cuando aclaran el significado del texto bíblico como Palabra actual de Dios".
Distinta es la posición de J.M. Sevrin, quien en un artículo publicado en 1990, quería explicar a los teólogos la forma como actualmente, según él, se entiende y practica la exégesis. El autor hace una distinción radical entre la exégesis crítica, "que contempla el texto en sí mismo", en el momento de su producción, separándolo de la tradición -bíblica o eclesial- que lo recibirá" y, por otro lado, "la hermenéutica creyente", que recibe el texto en la totalidad de la tradición bíblica y eclesial, y a la luz de la fe". Al exegeta compete buscar sólo el sentido humano del texto. Añade: "Cuando ha obtenido una representación del sentido humano y contingente del texto, el exegeta pasa el relieve al teólogo, hermeneuta integral, al que atañe mostrar cómo este sentido humano es efectivamente palabra de Dios".
Tiene toda la razón Sevrin cuando ha comprendido que la interpretación de los textos ha de buscar su sitio en la totalidad de la tradición bíblica y eclesial. Se confunde cuando aparta al exegeta de esa tarea. Son los propios textos los que reclaman que junto a los aspectos históricos y literarios se busque, al mismo tiempo, su sentido religioso y teológico, y se sitúe ese sentido en la órbita de la tradición bíblica y eclesial.
En esa dinámica se extiende un puente en el que el exegeta y el teólogo se dan la mano. Puede tratarse, en ocasiones, de una misma persona, que atiende a los dos extremos. Con frecuencia, por el principio de la eficacia que supone la diferenciación de tareas, se trata de personas distintas. Esto último se visibiliza especialmente en la relación entre la exégesis y la teología dogmática.
Pero antes de llegar a esa relación con la dogmática, la exégesis tiene obligaciones más cercanas, más exactamente en su propia casa. Me refiero a la teología bíblica, que puede hacer el oficio de "mediadora" entre la exégesis y la dogmática, pues está a caballo entre una y otra, pero compete de forma directa a los exegetas. Es verdad que éstos, que tienen más vocación por los análisis parciales, suelen ser reacios e incluso sienten cierto  pudor de elaborar la síntesis.
Cada vez se ha tomado mayor conciencia de la diversidad de teologías en el interior de la Escritura. Y esa diversidad hace más difícil hoy la presentación de una síntesis de la teología bíblica. No obstante, esa diversidad existe en el interior de una unidad. Los autores del famoso Vocabulario de Teología Bíblica hacen el siguiente comentario: "Existe una profunda unidad en el lenguaje de la Biblia; a través de las diferentes épocas, ambientes, acontecimientos, se revela una verdadera comunión de espíritu y de expresión en todos los libros sagrados".
Esta tensión diversidad-unidad se encuentra tanto en bloques mayores como la Teología del Antiguo Testamento y la Teología del Nuevo Testamento como en bloques menores. He tenido ocasión de trabajar más de cerca este equilibrio en los escritos de San Pablo. ¿Es posible intentar una síntesis de un pensamiento como el de Pablo surgido con frecuencia al hilo de circunstancias muy concretas y expresado a veces de forma muy coyuntural en razón de esas circunstancias? Para solucionar esta tensión J. C. Beker ha propuesto el esquema coherencia-contingencia como modelo interpretativo para rescatar la teología de Pablo. Por coherencia se entienden los elementos estables y constantes que expresan las convicciones básicas de la proclamación del evangelio en Pablo. Por contingencia hay que entender los elementos variables, es decir, sujetos a las situaciones  sociales, históricas y misioneras a las que Pablo tiene que hacer frente.
Este esquema interpretativo tiene, entre otros, el mérito de que proporciona una vía intermedia entre los extremos de un análisis puramente socio-histórico y de la imposición de un centro teológico atemporal. En la relación dialéctica entre los elementos contingentes y el conjunto coherente parece metodológicamente más apropiado empezar por el estudio de los aspectos parciales y ocasionales y situarlo, después, en aquel conjunto coherente.
Por ejemplo, J.D.G. Dunn, autor de una monumental obra sobre la teología de Pablo, ha reconocido la importancia de la teología particular de cada carta como punto de partida, aunque ha urgido, al mismo tiempo, a superarlo. La formulación que usa Dunn es más que un juego de palabras: "La teología de Pablo no puede ser más que la suma de la teología de cada una de las cartas particulares pero ha de ser más que la simple suma de la teología de las cartas".
Una síntesis final y coherente de la teología de Pablo no puede hacerse si no es a partir del análisis de las partes, es decir, en este caso especialmente las cartas. Pero de igual modo que solo las partes hacen posible el todo, éste da a aquéllas una nueva luz y las libera del posible "cautiverio" de su situación particular. La relación entre las partes y el todo sólo puede tener garantía si se realiza un doble movimiento: no sólo el que va de las partes al todo sino también el que va del todo a las partes.
Con carácter general, este equilibrio entre contingencia-coherencia, partes-todo, análisis-síntesis se muestra eficaz para poder elaborar con garantía de éxito una teología bíblica, que pueda dar razón tanto de la diversidad como de la unidad.
Un último apunte. En la elaboración de esa síntesis el exegeta debe saber distinguir la precomprensión de la fe, que es una herramienta básica de su trabajo, y el desarrollo histórico de la doctrina de la fe. Para interpretar los textos bíblicos no tiene sentido prescindir de la fe, como propugna Sevrin, pues ésta da la precomprensión más adecuada de los textos. Sin embargo, es necesario prescindir de la conceptualización sucesiva de la fe, para no atribuirla de modo anacrónico a los textos bíblicos. En este sentido no se trata de adoptar como criterio unificador la estructura de un manual de dogmática, por decirlo de forma clara, sino reconstruir el universo teológico a base de la idea o las ideas-eje de los propios textos bíblicos.
3.2. Una exégesis espiritual 
Verbum Domini 32 reconoce que una exégesis meramente historicista o positivista resulta negativa sobre todo para la vida espiritual y para la actividad pastoral: "La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico –decía ya el Papa en su Intervención en el Sínodo- es la creación de una profunda brecha entre exégesis científica y lectio divina. Precisamente de aquí surge a veces cierta perplejidad también en la preparación de las homilías".
Hay que asegurar una estrecha relación entre exégesis y lectio divina. La exégesis tiene un papel fundamental en ese primer momento del encuentro con la Palabra que llamamos lectio, y que consiste en la observación, análisis y estudio de la "letra"... Sin una cierta práctica para saber aprovechar, aunque sea de forma muy sencilla, los frutos de una buena exégesis es difícil que fluya correctamente el itinerario propio de la lectio divina. Para eso es importante que, previamente, la exégesis haya destilado al menos algunos de sus resultados de modo que puedan ser aprovechados para una lectura espiritual y orante de la Palabra.
Hay que considerar, además, la interrelación que existe entre la propia experiencia de la fe y la lectura espiritual de los textos bíblicos. Así como los textos de la Biblia verifican nuestra experiencia, esta experiencia nuestra sirve como criterio de verificación de las experiencias que encontramos en la Biblia. A modo de ejemplo, siempre hago notar a mis alumnos que, cuando en Gal 1,15-16 el apóstol Pablo habla de forma tan concentrada de la experiencia de su conversión ("cuando el que me llamó desde el vientre de mi madre tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo anuncie entre los gentiles..."), podemos comprender lo que el apóstol dice porque aquella experiencia, a pesar de su singularidad, se configura con los elementos comunes de todo encuentro con Cristo, a saber: a) la llamada "desde el vientre de mi madre", es decir, sentida como una llamada dentro del designio de salvación de Dios y no como algo coyuntural o casual, b) el sentido de "pura gracia": no es por mi mérito, sino por puro don suyo; c) la gran revelación: Jesús es el Hijo; d) la vocación es para la misión.
(Semana de la Biblia de la CEE.  "Exégesis bíblica y vida eclesial", Jacinto Nuñez Regodon).

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